25/10/07. Medio Ambiente. Existen, a juicio de Francisco Puche, presidente de la Red Andaluza de la Nueva Cultura del Agua, cuatro ideas preconcebidas y perniciosas sobre el río Guadalmedina. En este artículo para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com se desmontan uno por uno los clichés...
OPINIÓN. Por Francisco
Puche, de la Red Andaluza de la Nueva
Cultura del Agua
25/10/07.
Medio Ambiente.
Existen, a juicio de Francisco Puche, presidente de la Red Andaluza de la Nueva
Cultura del Agua, cuatro ideas preconcebidas y perniciosas sobre el río
Guadalmedina. En este artículo para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com
se desmontan uno por uno los clichés triviales y
vulgares en los que se cae al tratar sobre este asunto, lugares comunes que por
repetidos no dejan de ser falsos. A saber: que el Guadalmedina no es un río,
que no está claro si llevaba agua permanente antes de la llegada de los Reyes
Católicos (siglo XV), que es una herida y que la técnica lo puede solucionar
todo.
Cuatro
tópicos por desmontar sobre el Guadalmedina
El Guadalmedina es un río.
ESTAMOS en la provincia de Málaga ante un escenario típicamente de clima mediterráneo y en una orografía de fuertes pendientes, que dan a la mayor parte de los sistemas fluviales de Málaga su peculiar comportamiento.
“HAY que comenzar, aunque parezca muy
básico, rebatiendo esa desafortunada definición de río, que se hizo
popular en los viejos libros escolares, como “corriente continua de agua”,
visión estática absolutamente falsa. Nada más lejos de la realidad: un río es
mucho más complejo que una simple corriente de agua, y por otra parte esa
corriente nunca es continua, ya que presenta un claro dinamismo en el espacio y
en el tiempo, fluctúa, sufre crecidas y estiajes, y puede dejar de llevar agua
durante periodos prolongados de tiempo sin que por ello deje de ser ese sistema
que llamamos río”. (Ollero, 2007).
A esta mala visión escolar también ha contribuido la definición del diccionario de la Real Academia que sigue manteniendo en la entrada de río la acepción de “corriente continua de agua”. Y otros diccionarios tan prestigiosos como el de María Moliner y el Seco mantienen esta acepción trasnochada, por lo que no podemos culpar al común de que la vaya repitiendo. Esta interiorización tópica explica que el argumento cale en los oyentes. Para explicar lo que las modernas ciencias fluviales dicen de los ríos, seguimos con el profesor Ollero, geógrafo, especialista en territorio fluvial. Se expresa así:
“LOS ríos son sistemas naturales enormemente dinámicos y complejos. Su principal función es el transporte de agua, sedimentos y nutrientes, pero además conforman espacios lineales de gran valor ecológico, paisajístico y territorial, auténticos corredores que enlazan montañas y tierras bajas. Por lo tanto la red fluvial -los ríos o sistemas fluviales- constituye un elemento clave en la dinámica ambiental y en la planificación territorial”. Y más adelante, para salir de toda posible duda, aclara:
“EXISTE, entonces, un sistema fluvial
general, con mayúsculas, como mecanismo global, pero cada cárcava, cada arroyo,
cada barranco, cada rambla, cada río, cada uno de sus tramos, toda una red de
drenaje, toda una cuenca hidrográfica, con sus vertientes y sus cauces, todo ello son sistemas fluviales. Son
muy variados en sus dimensiones y caracteres, aunque coinciden en lo
fundamental: en todos el agua -más o menos abundante, permanente, discontinua o
esporádica- se moviliza a favor de la pendiente, en todos ellos hay procesos
geomorfológicos de erosión, transporte y sedimentación, en todos ellos hay vida
-y también intereses socioeconómicos- porque hay agua”.
POR tanto hoy más que hablar de ríos hablamos de sistemas fluviales, que son complejos mecanismos hidrológicos, geomorfológicos y ecológicos de movilización superficial de las aguas continentales, en el sentido de la pendiente, que transportan materiales que contienen sedimentos y nutrientes. Como se podrá adivinar éste es el caso del Guadalmedina, del que se puede predicar que es un sistema fluvial tal como ha sido definido, o que es un río si el término nos resulta más familiar. Ambos términos son sinónimos.
EL texto refundido de la ley de Aguas
(Real Decreto 1/2001, de 20 de julio) se aproxima más a la nueva concepción de
sistemas fluviales que los diccionarios mencionados. Así, en su artículo
2, dice literalmente: constituyen el
dominio público hidráulico del Estado:
b. Los cauces de corrientes naturales, continuas o discontinuas. Y en el mismo sentido, la Directiva Marco de
Aguas 2000/60/CE, en el artículo 2, 4 se lee: “río”: una masa de agua
continental que fluye en su mayor parte sobre la superficie del suelo,
pero que puede fluir bajo tierra en parte de
su curso.
EL Guadalmedina pasa, también, la prueba de la legalidad.
LA tesis de María Elena Martín-Vivaldi
titulada Estudio hidrográfico de la “Cuenca Sur de España”, de 1991, nos
proporciona la siguiente radiografía hidrológica del río, tomando como base los
datos de aforo establecido en el pantano del Agujero (a seis kilómetros de la
desembocadura), y que abarcan un periodo que va desde el año hidrológico
1912-13 hasta el 1975-76: “Caudal medio anual o módulo del río Guadalmedina:
0.95 m3 /s” lo que suponen una aportación anual media de 30 hm3.
“El año más caudaloso fue el de 1939-40 con 5.1 m3 /s de
media” lo que supuso una aportación anual de 158 hm3
SIGUIENDO los resultados de esta tesis se
puede comprobar que de los veintidós ríos estudiados de la Cuenca,
pertenecientes a la provincia de Málaga, el Guadalmedina ocupa el sétimo lugar
en cuanto a módulo o caudal medio de las series estudiadas. La autora concluye
el estudio de este río diciendo que: los coeficientes de caudal ponen de
manifiesto un tipo de régimen subtropical mediterráneo con máximo
invernal (enero 2.8) y un largo y acusado estiaje. A partir del mes de
septiembre aparece una ligera escorrentía que va aumentando durante el otoño,
alcanzando su máximo en invierno. Las aguas altas duran aún en los primeros
meses primaverales para, a partir de mayo, comenzar un rápido descenso que deja
sin agua al Guadalmedina en los meses de julio y agosto.
Y este régimen se da cuando aún están pendientes de reforestación unas 8.000 hectáreas desde hace más de setenta y cinco años cuando se inició la repoblación de la vertiente izquierda del río. El río Guadalmedina lleva agua, materiales, sedimentos y nutrientes.
El río llevaba agua
permanente antes de la conquista de los RR. CC.
ACUDIENDO a la autoridad de José Ángel
Carrera, ingeniero forestal muy vinculado a los Montes de Málaga, podemos
conocer que “de este río, que desde
los tiempos más remotos hasta hace pocos años después de la reconquista fue un
venero de riqueza y bienestar para Málaga y de cuyas aguas, por entonces permanentes durante todas las
épocas del año, se sirvieron sus vecinos para
atender todas sus necesidades” (Carrera, 1997).
JOAQUÍN M. Díaz de Escobar, cronista de la
ciudad en el pasado siglo, en sus Estudios malagueños: sobre el Guadalmedina
confirma: “Todavía tres años después de la Reconquista conservaba el río
permanencia de sus aguas y de ellas se abastecía el pueblo, según se acredita
de un acuerdo tomado por los primeros Regidores de su Cabildo, que en 1490
mandan que ningún ganado turbe las aguas del Guadalmedina, porque usan de ellas
los vecinos y era necesario que se mantuviesen puras, acuerdo que
posteriormente se ve confirmado por otro, en el que se conmina con grandes
penas a los que diesen agua en el río al ganado de cerda. Fue a la entrada del
siglo XVI cuando se produjo la transformación y de manso y tranquilo río hubo
de tornar en convertirse en torrente devastador”.
EN el mismo sentido se pronuncia la Academia Malagueña de Ciencias en unas jornadas celebradas en junio del 2000. Entre las conclusiones de las mismas se hace la siguiente consideración:
“A partir del primer
cuarto del Siglo XVI se rompe el equilibrio de la ciudad de Málaga con su río (el Guadalmedina, ‘el río de la ciudad’),
de caudal permanente, que venía
coadyuvando a abastecer de agua a vecinos y ganado”. Resulta enternecedora esa imagen que se desprende del texto anterior al
sugerir ese estrechamiento maternal de Málaga con su río que -se reitera en el
nombre- le pertenece; pero ¿quién pertenece a
quién?
Mantener la metáfora
de ‘la herida’ es condenar de antemano a la desaparición del río de la ciudad
PODRÍAMOS adelantar que si algo en la actual ciudad es herida son la mayor parte de las avenidas, como la de la Alameda en toda su extensión, amuralladas con el flujo continuo de coches que hacen difícil, peligrosa y poco saludable atravesarlas a píe. El río puede tranquilamente cruzarse a píe, en bici o en autobús, sin peligro y sin solución de continuidad. Si nos ponemos metafóricos, diríamos que toda la ciudad está crucificada de automóviles. El río ni es disuasorio, ni peligroso ni engorroso atravesarlo, la Alameda sí... y además con el monigote del semáforo que corre más que “el tío los mixtos” marcándote la cuenta atrás del tiempo de seguridad que se te concede, bajo pena de ser ejecutado en el propio asfalto. La pregunta pertinente sería ¿cuántos ciudadanos/as han sido atropellados en los puentes y cuántos en las avenidas, en términos relativos?
COMO bien dijo un perchelero durante un programa televisivo donde se repitieron varios de estos tópicos que estamos desmontando: “no me toquen el río, por favor, que es una de las pocas señas de identidad que quedan de esta Málaga, destructiva de su memoria”, y remató la argumentación con la sabiduría del común preguntándose “¿cómo podemos imaginarnos al Cautivo sin que pase por el puente?”
EL río es un símbolo. La ciudad existe por el río. A sus orillas, o cercano a ellas, la han estado habitando todos sus pobladores, desde la noche de los tiempos. Es el hito fundacional, tal como era: un cauce permeable con su territorio fluvial conexo, hoy bastante deteriorado. Volver lo más cerca posible de su estado original es recuperar señas de identidad, tan necesarias en una ciudad a la que su burguesía dice amar pero que la ha dejado abandonada reiteradamente, por mor del beneficio económico.
¿POR QUÉ el río Guadalmedina es fundador de la ciudad?
TRANSCRIBO: "estas primeras colonias (fenicias) solían situarse en pequeñas islas cerca de las costas y sobre todo en la desembocadura de los ríos... sus pobladores utilizaban las escorrentías para abastecerse de agua e incluso como sistema de excreta" (Cabrera, 1999). Más adelante, citando a la profesora Aubert, se dice: "El reciente descubrimiento de un poblado indígena en el Bronce final en la misma desembocadura del Guadalmedina no hace más que confirmar una estrategia colonial fenicia que sugiere no sólo la existencia de acuerdos con los jefes indígenas de la zona, sino la intrusión del comercio fenicio en las mismas estructuras organizativas de las comunidades indígenas". No sólo los fenicios, sino los pobladores anteriores andaban cerca del río, lo que no deja de ser lógico pues de allí sacaban el agua necesaria e insustituible y el rudo saneamiento primitivo.
AHORA ya podemos contestar quién pertenece a quién: la ciudad es la que pertenece al río.
Guadalmedina podría traducirse más justamente como “la ciudad del río”.
ME uno a la demanda de sentido común del perchelero, ¿cómo vamos a
amputarnos lo más prístino de nuestras señas de identidad? ¿no habrá que hacer
como con los demás entes patrimoniales perdidos que nos aprestamos a recuperar,
rehabilitar y conservar?
La técnica sólo resuelve algunas
cosas; otras están por encima de los deseos y capacidades humanas
ES habitual encontrar a los profesionales de la ingeniería muy poseídos de sus poderes. El siglo XX ha sido el suyo: caminos, canales y puertos a destajo. Y sigue la fiesta con el AVE, las autopistas y las ampliaciones de puertos y aeropuertos. Como dato curioso, una vez cumplido el PEIT (plan de infraestructuras nacional) tendremos más autopistas en términos relativos que cualquier país europeo y ¡también en términos absolutos! Como ya somos el primer país del mundo en número de presas por habitante y superficie. Y de todo, como nuevos ricos, pedimos más cada día. El cambio climático no va con nosotros.
IGUALMENTE, muchos profesionales de la
historia creen aún en el progreso. Esa manera de pensar que asigna
automáticamente a los tiempos presentes mejores notas que a todos los pasados:
todo tiempo pasado fue peor. Ahora con lo que sabemos y con el poder técnico
que atesoramos o todo se puede hacer o se podrá en el futuro, piensan ellos. Del
progresismo histórico, con Juan de Mairena, doble de Machado, recordamos que
las cosas, con el tiempo, pueden empeorar. Y que el siglo XX ha sido unos de
esos periodos de degradación moral y regresidad de más calado de toda la
historia de la Humanidad: ha sido el siglo más mortífero de todos los
conocidos.
DEL poder prometéico de la técnica,
sencillamente decimos, con toda la modestia que nuestra limitada condición
humana nos confiere, que no todo se
puede hacer. Además, que en muchos casos ni se debe aunque se pueda.
EL argumento para sostener esta afirmación, que contradice el carácter demiurgo de las posiciones ‘tecnoentusiatas’, es bien simple: no es posible sustituir a la biosfera en sus 3.500 millones de años de experiencia. Es decir, esa cantidad de tiempo construyendo una red inconsútil de interrelaciones, de retroalimentaciones, de fractales, de atractores, de coevolución, de simbiosis, de autopoiesis, de condiciones fuera del equilibrio, de emergentismo... casi todo lo que funciona y permanece es por biomímesis (por imitación de la naturaleza, o contando con sus leyes). ¿Quién dijo que la noosfera y la sociosfera pueden sustraerse de la biosfera? Como seres vivos (primates sapiens) estamos enredados en esta red inconsútil complejísima, de la que hasta ahora lo más sensato que hemos desvelado ha sido nuestra finitud, la provisionalidad de todos nuestros saberes y nuestra pertenencia sin solución a la biosfera.
LA técnica es muy capaz para destruir ecosistemas pero está imposibilitada para crearlos, lo más que puede hacer es protegerlos y acelerar algunos procesos.
ESTA incapacidad, aplicada a los ríos y a su restauración, se concreta en dos principios en los que ya muchos autores están de acuerdo. De un lado, el piensa global y actúa local, es decir la necesidad de llegar a soluciones globales que tengan en cuenta la unidad el sistema fluvial pero a partir de actuaciones concretas, locales. De otro, que la mejor formas de restauración es dejar que sea el río el que vuelva a crear y destruir, el que pueda volver a buscar su equilibrio dinámico perpetuo, el que sea capaz de reformarse así mismo, para lo cual la única actuación técnica que cabe es la de eliminar todas las cortapisas e impactos que impedían esa libertad.
POR todas estas razones rechazamos de plano toda intervención grandiosa, compleja y que violente aún más al río de lo que lo está. Rechazamos cualquier cosa que se parezca a un embovedado y al desprecio simbólico que se inflige con esa propuesta.
¿NO será la hora de aplicar la sabia frase de Einstein, que cuelga ostentosamente de la fachada del Teatro Cervantes, que nos recuerda que sólo los tontos piensan soluciones más grandes, complejas y violentas y que el genio y el valor están, precisamente, en las soluciones contrarias, es decir en las pequeñas, sencillas y no violentas? ¿Qué más no es mejor?
LA geografía fluvial nos juzgará.
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