OPINIÓN. Sin acritud. Por Juan Area
Redactor jefe de El Observador

25/01/13. Opinión. Los resultados de las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas CIS muestran cómo en los últimos años ha variado la causa de preocupación de los españoles. Actualmente son los políticos los que ocupan el lugar que no hace mucho correspondía a los terroristas de ETA o el fundamentalismo islámico. Según una encuesta de la cadena SER sobre percepción de la corrupción, los ciudadanos creen que solo un reducido porcentaje (dos de cada diez) de los representantes públicos son honrados. Un análisis de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.

CONVENGAMOS en que en España hay una ruptura completa entre el pueblo y su clase política, en que el descrédito y la desconfianza de los ciudadanos hacia sus instituciones ha alcanzado cotas inéditas, en que estos fenómenos han sido provocados por el caldo gordo acumulado de casos de corrupción que afectan a partidos políticos, pero también a los sindicatos, al poder judicial, a la casa real, a la SGAE…parece que ninguna institución está limpia en este país. Esa es la sensación generalizada.

TAMPOCO los medios de comunicación se salvan. La eclosión de Internet y la multiplicación de canales han acuciado el escepticismo hacia los medios tradicionales. La inteligencia colectiva y la capacidad de respuesta de internet corrige y dispara contra informaciones manipuladas, interesadas o erróneas. No olvidemos que el 15-M explota como acampada en las plazas a raíz y como respuesta al olvido y silencio inicial con el que fue atendida aquella gran demostración de hartazgo ciudadano.

SITUEMOS a la inmunidad como el primero de los males. Los escándalos, robos, desfalcos, corrupciones… no se castigan. Nunca pasa nada. La indignación se mezcla con el hastío porque los mecanismos de contrapeso de la democracia no funcionan. La encuesta de la SER decía que el 70 por ciento de los españoles cree que la corrupción está igual de extendida entre el PSOE y el PP, y que el 60 por ciento de los ciudadanos creen necesaria una reforma profunda del sistema.

LA crisis ha destapado las vergüenzas. La corrupción no es nueva. Pero la pobreza la hace más evidente. Cuando éramos ricos desconfiábamos de los políticos, pero no nos preocupábamos por sus tejemanejes. Como si la cosa no nos afectase. Ahora que somos pobres, la juventud emigra o acude al INEM, perdemos derechos, perdemos investigación, perdemos educación, perdemos sanidad… es entonces cuando nos volvemos hacia nuestros dirigentes a pedir cuentas. ¿Y qué es lo que vemos? Que la más noble de las profesiones ha sido copada por los mediocres, que han hecho de la política su único sustento, en ocasiones sin más méritos que la fidelidad a un líder y sin otro propósito que rapiñar en lugar de servir a los demás. Ocho de cada diez políticos no son considerados honrados por los ciudadanos.

HAY
un aluvión de noticias que causan preocupación. La de los 30.000 muertos que aún figuraban como receptores de las ayudas de la ley de dependencia es una de ellas. Y viene al hilo porque descargar como sociedad la culpa en los políticos es algo que se merece esta casta, pero no es la solución. La solución pasa por ser conscientes de qué parte de los errores que achacamos a nuestros representantes son nuestros propios errores.

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