10/04/13. Opinión. Coincidiendo con la información que esta revista incluye hoy sobre el reparto discrecional de publicidad institucional que realizó el año pasado el presidente del PP y de la Diputación de Málaga, Elías Bendodo, de forma directa, a dedo, con la partida que tiene asignada el Área de Presidencia de la Diputación de Málaga para autobombo, que hizo aumentar un 1000%, EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com recupera y comenta del blog del líder del PP malagueño el artículo “Sin periodistas no hay periodismo”, que firma el propio Bendodo. Leyendo entre líneas ilustra bastante esta penosa situación.

EL artículo cuya lectura recomendamos formó parte del especial 75º aniversario de diario Sur y es de acceso público en el blog de Elías Bendodo. Es un texto escrito en un tono institucional sobre los retos a los que se enfrenta la profesión periodística, asumiendo los postulados oficialistas de la Federación de Asociaciones de la Prensa en su campaña ‘Sin periodismo no hay democracia’. Puede consultarlo AQUÍ. Lo reproducimos también íntegramente unos párrafos más abajo. No obstante, antes merece la pena realizar un par de apuntes.

EL
autor del texto reclama una libertad de información a la que él mismo pone trabas cuando se trata de saber cómo ha repartido discrecionalmente la publicidad institucional.

EL
reparto de estos fondos públicos para inserciones publicitarias realizado por Bendodo no ha estado sujeto a ninguna clase de control. El presidente del PP no rinde cuentas más que a sí mismo. Por eso se ha gastado diez veces (solo en Presidencia) que lo inicialmente previsto. Siendo estos 840.000 euros, una parte mínima del total que la Diputación se gasta en autobombo. El área de Comunicación y Propaganda que dirige Marta Olea (que también dirige la del PP) tiene otros cientos de miles de euros en su presupuesto anual para propaganda y publicidad institucional.

LA publicidad institucional se ha convertido en el principal soporte financiero de muchos medios de comunicación, especialmente de aquellos centrados en la información local. Sin esta vía de ingresos, algunas cabeceras apenas podrían subsistir. El problema es que esta publicidad, este dinero público, se adjudica sin criterios claros, definidos, generales y proporcionales. Dependen simplemente de la voluntad y el sin criterio del político de turno en el poder en las administraciones. Estos gastos, además, pocas veces se hacen públicos por parte de los propios medios de comunicación. Sin embargo, deberían serlo para proporcionar a los lectores, oyentes y televidentes toda la información necesaria para comprender el tratamiento de las noticias. Más aún cuando abundan los ejemplos de cómo la publicidad institucional ha servido para conformar una prensa “mercenaria, cínica y demagógica” (sic).



Sin periodismo no hay democracia


LA crisis se ceba con los más débiles y un de los eslabones más vulnerables de la cadena económica son los medios de comunicación, que acumulan 8.822 despidos en los últimos años (3.879 sólo en 2012) y el cierre definitivo de 70 empresas informativas. Son datos del Observatorio de la Crisis de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE). A esto se une la precariedad permanente en la que se ha instalado la profesión y la incertidumbre sobre un futuro sembrado de dudas acerca de la continuidad de ciertos soportes o el cambio de modelo de negocio.

ESA combinación de factores externos, unido a una profunda crisis interna fruto de la caída de ingresos publicitarios, la irrupción de Internet, el auge de las redes sociales o el debate sobre el cobro de contenidos pone al periodismo al borde del precipicio. Sin garantías de futuro y sin una hoja de ruta que trace el camino a la recuperación, el negocio informativo ha apostado por adelgazar sus estructuras hasta la extenuación y contener el aliento en busca del récord de apnea en aguas turbulentas.

ESOS buceadores que exploran las profundidades y desafían al destino en cada inmersión permanecen conectados a la superficie a través de una línea de vida que los une al barco desde el que se lanzaron al agua. Al periodismo le falta esa línea de vida hacia la rentabilidad y, mientras no la encuentre, continuará sumergido a merced de un sinfín de corrientes que lo invalidan para avanzar y, mucho menos, salir a flote.

SU principal asidero, sin embargo, no es la rentabilidad que da sentido a cualquier negocio, sino una razón de peso que trasciende lo puramente económico al asociarse a uno de los principios fundamentales de la democracia: el derecho de los ciudadanos a recibir una información libre y plural.

ESA es la misión de los medios de comunicación y su verdadera razón de ser, al margen de que también cumplan otros objetivos secundarios como la divulgación del saber o el entretenimiento. El derecho a la información se traduce en libertad cuando el principio constitucional se despliega en toda su extensión y permite a los ciudadanos saber exactamenete lo que ocurre y hacerlo, además, sin censuras previas ni prohibiciones. Precisamente esa libertad es la que reivindica el 41,7% de los españoles que lo sitúa como la principal característica de nuestra carta magna, según la última encuesta divulgada por el CIS. Pero no basta con recoger un principio ni ensalzarlo hasta convertirlo en baluarte de la Constitución de 1978. Es necesario reivindicar su vigencia, reconocer su importancia y garantizar su supervivencia porque del derecho a la información depende que vivamos sometidos por la mentira, presos del oscurantismo o víctimas de la ficción como ocurre en algunos regímenes totalitarios. Así lo defiende FAPE bajo el paraguas de la campaña ‘Sin periodismo no hay democracia’ en la que persigue concienciar a la sociedad sobre la importancia de esta profesión como vehículo para fortalecer la democracia. Sin periodismo no hay libertades, aseguran, al tiempo que advierten de las amenazas que se ciernen sobre la libertad de expresión a causa de la crisis. La crisis puede desmantelar las redacciones, desmotivar al talento y despreciar la experiencia, pero nunca podrá acabar con el pulso de un sector que destila vocación en cada latido. La misma motivación que siente un ciudadano al sintonizar la radio, conectar el televisor o comprar su diario en busca de una voz autorizada que dé paso a la actualidad con cierta objetividad, con criterio periodístico y sin sesgos intencionados. Más que una vocación, el periodismo esconde un deseo irrefrenable por saber lo que ocurre, desmenuzar los hechos, sondear a las fuentes, constrastar opiniones, analizar la noticia, calibrar sus consecuencias y compartir lo que sucede. En definitiva, informar.  La precariedad laboral y salarial acecha prácticamente a todos los sectores, pero ninguno de ellos se cuestiona su futuro ni su supervivencia con tanta intensidad como lo hace el periodismo. Será porque la crisis de identidad surgió mucho antes que la crisis económica y porque su modelo de negocio ya emitía señales de debilidad antes que nuestro país entrase en recesión. Esta profesión necesita reafirmarse en sus principios y recuperar la confianza que la crisis parece haber secuestrado. Eso sí, sin dejar de abrazar la idea que ensalza FAPE en su campaña y que da sentido a un sistema democrático como el nuestro: La libertad. En ese avance los medios de comunicación tendrán que vencer también el miedo escénico que les produce hablar de rentabilidad y buscar el beneficio a un negocio que ha dejado de serlo. A los periodistas nunca les gustó mezclarse con las cuentas porque temían que eso mancillara su nombre. Pero no hay nada más honroso que sacar un negocio adelante y hacerlo, además, en aras de un derecho reconocido por nuestra norma suprema.  El periodismo seguirá siendo negocio mientras ofrezca un servicio público esencial para el correcto ejercicio de la ciudadanía, para el buen funcionamiento de la democracia y para el óptimo desarrollo personal de cuantos creemos que la información enriquece y su ausencia, nos empobrece.