John Rockwell, crítico de danza y música del New York Times, dio una conferencia en Málaga y se vuelve encantado a su casa
22/03/07 MÁLAGA. Los amantes de las emociones fuertes tuvieron el 14 de marzo una cita convocada por la Fundación Málaga y el Aula de Literatura y Pensamiento Contemporáneos Rafael Pérez Estrada (RPE) del Ateneo de Málaga.
John Rockwell, crítico de danza y música del New York Times, dio una conferencia en Málaga y se vuelve encantado a su casa
22/03/07 MÁLAGA. Los amantes de las emociones fuertes tuvieron el 14 de marzo una cita convocada por la Fundación Málaga y el Aula de Literatura y Pensamiento Contemporáneos Rafael Pérez Estrada (RPE) del Ateneo de Málaga. Un acto celebrado en la sede del Instituto de Estudios Portuarios que estuvo tan a la altura de lo mejor de esta ciudad y de sus tradiciones que sólo acabó por echarse de menos una convidá al plato de los montes entre los asistentes. Otra vez será. La cosa tiene su complicación, pero aquí en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com encontrará el lector una explicación que no va a encontrar en ningún otro sitio. Valga para esta entradilla que se trataba de una conferencia de John Rockwell, crítico de música y danza en el New York Times rematada con pequeña intervención musical del joven violinista Jesús Reina. Ahí, lo normal y lo mejor del acto. La impuntualidad, la imprevisión, los fallos técnicos y de organización, la escasez de profesionalidad, también normales en Málaga, lo peor del acto. La presentación de Teo León Gross, y el capítulo de agradecimientos de Juvenal Soto, responsable del Aula RPE, sencillamente impagables. La intervención de Pedro Martín Almendro, responsable de la Fundación Málaga, sin desperdicio. Y del coloquio, luego hablamos.
JOHN Rockwell en Málaga. Siendo EL OBSERVADOR la única publicación local que le ha citado varias veces en los últimos años, comprenderán nuestros lectores que teníamos cierto interés en ir a ver y a escuchar al jefe de la sección de crítica de danza del NYT. Pero no dejaba de extrañarnos que viniera de la mano de la Fundación Málaga y el Ateneo, dos entidades que no se caracterizan por su internacionalidad, su cosmopolitismo, su transversalidad y, en fin, por nada que se salga de la zurrapa en el mollete. Lo entendimos después, al final, gracias a Martín Almendro. Resulta que Jesús Reina está en NYC estudiando, como todo el mundo sabe, pero allí, igual que aquí, el talento va más lejos con padrinos, y Rockwell es el del joven violinista. Una cosa lleva a la otra y finalmente los Reina han correspondido a los Rockwell trayéndoles a Málaga, y, sea como sea, la Fundación Málaga le ha puesto a dar una conferencia que finalizaba con esa pequeña aportación musical en la que el chaval mostró sus progresos. En fin, ya saben, en España el talento ya no es delito, pero la formación para desarrollarlo se adquiere fuera; la Fundación Málaga lo sabe y por eso apoya la salida de Reina y trae conferenciantes de NYC, para los que no pueden salir a buscarla.
EL acto en cuestión se convoca dando toda la publicidad a la intervención del violinista, lo que constituye toda una definición. Efectivamente, el chaval tiene mucho futuro; Rockwell tiene presente y pasado, es una referencia internacional indiscutible en el campo de la crítica de danza y géneros escénicos adyacentes y también en música. Que el poder de convocatoria recaiga sobre el músico casi adolescente local es algo que debería servir para una intervención sesuda del profesor Teo León Gross, que tanto sabe del periodismo americano y de Málaga, y de Málaga, de Málaga más. Tanto es el poder del joven talento que nadie protestó por nada. Y había motivos para haberla liado. Por ejemplo, el acto estaba convocado a las 8 de la tarde, hora a la que estaba lleno el vestíbulo de la sala, y las puertas no se abrieron hasta 33 minutos más tarde. Justo es decir que no había nadie de Vitelcom, lo que alegraba mucho en general y a Teo en particular, que comparte con casi todos los presentes en el acto su desprecio y horror por las salidas de tono y las conductas fuera de lugar, sobre todo de obreros y gente así de esa que nunca debería salir por la tele. Aquí, como no había tele, no había obreros ni cosas similares; tomen nota, fundaciones y festivales.
LA conferencia de Rockwell, muy didáctica, abierta y bien pensada, aunque evidentemente de repertorio, fue en inglés casi entera (dijo ‘gracias’ al acabar). La organización (es un decir) proporcionó al respetable un equipo de petaca y auricular para escuchar la traducción simultánea. Menos mal que estaba Jesús Reina y que la gente recibió el texto en edición bilingüe de Mecanográfica Cortés y traducción de Pedro Martín Almendro (¡con copyright!). Los equipos de audio no funcionaron en ningún momento, salvo por un ligero ruido blanco muy relajante en otras circunstancias. Así pues, este hombre venido desde las orillas del Hudson a culturizarnos se tiró tres cuartos de hora hablando en inglés y los asistentes leyendo en español lo que decía. Alguno comenzó a sospechar que todo esto lo había urdido el conferenciante: media hora de espera erguida invertida en conversaciones banales, la tecnología de traducción neutralizada y un conferenciante que habla en inglés al tiempo que sus oyentes leen en español lo que dice. ¿Es esto una acción Fluxus destinada a resaltar los hábitos locales de socialización? ¿O será más bien la versión Fundación Málaga/Ateneo de lo que es pensar local y actuar local también gastándose una pasta?
CONTINUEMOS con el acto según el orden cronológico de acontecimientos. Abrió el fuego Juvenal Soto. Demostró que sabe y está acostumbrado a hablar en público. Seguro y directo, agradeció a todos (incluso a Teo; aunque era antes de la intervención del profesor de la UMA) los esfuerzos realizados. Y allí en medio quiso meter su toque personal, que más que toque, fue falta. El hombre, a quien tantos años llevamos leyéndole, desde que era protegido de Rafael Pérez Estrada en vida, que sigue protegiéndole angelicalmente en el mundo terrenal de la cultura localista en que sólo los ángeles ociosos se desenvuelven con soltura, no tiene otra ocurrencia que soltar, allí mismo, que hace lo que hace para llevar más cultura a la gente, y hacerla más culta para que sea mejor y decida por sí misma. Toma ya. Y eso que no había ningún obrero de Vitelcom ni ninguna víctima del enfrentamiento entre charros y albanokosovares, todo lo más, del Frente Popular. De hecho, qué iba a haber en el Instituto de Estudios Portu-arios, sólo patanegra local (salvo el corresponsal de esta publicación en la alta sociedad -local, local).
TEO. Después vino Teo. No sabemos muy bien si el Profesor de la UMA venía obsesionado con que uno de los patronos de la Fundación Málaga es Larios-Pernod-Ricard, pero el caso es que quiso, sin venir a cuento, ejercer de profesor de historia del periodismo mundial y así demostrar que no es gratuita su posición en la ciudad y en la universidad de la ciudad y en las peñas de la ciudad y en todo lo que sea de la ciudad. El caso es que no había ningún obrero de Vitelcom, así que no había motivos para sus titubeos, lagunas, interrupciones y dudas; sobre todo para alguien que fue allí a repetir un fragmento de una clase que da a comienzo de curso, cuando los alumnos de la Escuela de Periodismo entran sin convicción ni conocimiento, que es casi como salen. La cosa es que se lió bastante en un tema que supuestamente domina. Y que en ningún caso venía a cuento que contara la historia del periodismo y la posición del NYT en ella. Quizás lo mejor fue cuando se refirió al asunto de la independencia de los críticos y puso de ejemplo el ‘caso Echeverría’ del Grupo Prisa. En fin, ya saben ustedes que, por ejemplo, el Grupo Vocento no tiene ese problema, y que Teo escribe con total libertad, como se demostró fehacientemente en el ’caso Peñakiki’, y demuestra a diario con sus apoyos a todo lo que haga este consistorio en cualquier materia, pero destacadamente en la cultural, cuyo concejal Maldonado es esa fuente inagotable de conocimientos, verbo y visión política. Aunque a él quien le mola es el Momi; ese festival de cine y esa programación local a la altura de las mejores programaciones locales de cualquier localidad del Estado único español, empezando por Ababuj y acabando en Zuzones, y no es deshonra que Málaga se quede a la mitad.
TRAS la conferencia de Rockwell, que Teo siguió atentamente mirando al techo, vino un coloquio inenarrable. Comenzó con un espectador que le dijo al traductor, ya sentado junto al orador, que descansara (¿de qué?), que ya preguntaba él en inglés y luego se lo traducía a la gente. Al parecer, creía estar hablando inglés. La tensión que generó en el ambiente era palpable en el bailecito de Teo, los ojos de Juvenal y las risitas generalizadas. Justo es aclarar que la culpa, cómo no, fue de la organización. Martín Almendro invitó a hacer las preguntas en inglés o español indistintamente, que el traductor ya se amortizaba así. Una necedad y demostración de falta de profesionalidad: en una conferencia el único que habla en otro idioma es siempre el orador, los demás, en el idioma local, porque es el que todos comparten.
EL público, no podemos despedirnos sin un homenaje al público. A una respuesta de Rockwell el traductor rellenó tres folios de notas. Cuando acabó de traducir esa intervención, ¡el público aplaudió al traductor! Impresionante; puro espíritu local que hace sentir el corazón encogido… una congoja, siente uno una congoja... Y eso que ninguno era representante de la clase de gentuza que va a la alfombra roja a joder el acontecimiento cultural más importante del calendario local. Martín Almendro decidió cortar el coloquio por lo sano después de que un espectador pidiera a Rockwell las señas para publicar un libro en NYC sobre un nuevo sistema musical creado por él mismo. De nuevo nerviete y sonrisas, que Rockwell no compartió, demostrando con educación y naturalidad un respeto por el único (aunque fuera friqui) que llegó allí interesado por otra cosa que no fuera el acontecimiento del día: Jesús Reina. La faena, de nuevo, la remató Martín Almendro; después de más de una hora de Rockwell, dijo que por fin se iba a producir lo que todos estaban esperando y a lo que todos habían ido: a ver tocar 10 minutos a Jesús Reina. ¿Creen que era mentira? No, pero otra cosa es decirlo en voz alta y con el invitado delante. A veces los patanegras tienen unas cosas…
EN fin, si no fuera por Rockwell, Reina, el traductor y la jefa de producción del acto (los únicos que fueron a trabajar, mira por dónde, y lo hicieron, y bien –en el caso de ella, en unas condiciones realmente hostiles), la cosa hubiese sido aún peor. Y ya fue bastante. Qué bien se siente uno cuando comprueba, una vez más, que, frente a las posibilidades de encuentro con otros de fuera y con lo que puedan aportarnos, está la de aplaudir sin más lo de aquí porque lo es. Como un buen plato de los montes o de huevos a lo bestia. Sólo en Málaga. A saber lo que el crítico les cuenta a sus colegas cuando vuelva a Nueva York, pero lo mismo no le extraña que Jesús Reina esté allí.
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