OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga


alfredo_rubio_g20/11/08. Opinión. El profesor de Geografía de la Universidad de Málaga, Alfredo Rubio, inaugura Aviso para caminantes, su nueva sección de colaboración periódica en la OpiniónOpinión de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, con una minuciosa reflexión provocada por...

OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

alfredo_rubio_g20/11/08. Opinión. El profesor de Geografía de la Universidad de Málaga, Alfredo Rubio, inaugura Aviso para caminantes, su nueva sección de colaboración periódica en la OpiniónOpinión de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, con una minuciosa reflexión provocada por la lectura de una columna de opinión en un diario: “Estoy en mi nube particular y comienzo a leer ‘Desde el sur de Europa’. Un artículo que cada sábado escribe un antiguo alcalde de la ciudad. Me interesa, le leo siempre con interés, aprendo y, aunque a veces disiento de sus planteamientos, forma parte de las referencias necesarias para dibujar la cartografía de la ciudad. Tengo la impresión de que confunde la elegancia con la lejanía calculada de todo, y, este día escribe entusiasmado por la noche americana”.

El esplendor de la noche americana y los artículos de un antiguo alcalde nuestro

DURANTE algunos días doy vueltas buscando un tema monográfico para esta nueva sección ‘Aviso para caminantes’. Lo pienso como un lugar donde escribir sobre todo tipo de asuntos, sin circunscribir sus contenidos a temáticas locales dando cuenta de los más diversos que, porbandera.jpg alguna razón, me vayan interesando a lo largo del mes. Y lo llamó así con la mejor de las intenciones: serán avisos en el sentido de sugerir asuntos, enfoques y hasta aromas y sabores. Que estén destinados a caminantes, se entiende en el sentido de que serán dirigidos a aquellos que transitan por caminos ya hechos o por hacer. En todo caso, sea cual sea el camino, para gentes que caminan. No dejarán de ser del vagabundeo y para el vagabundeo aunque, tal vez alguno, lo escriba con el sentido de M. Heidegger en su ‘Camino del campo’ (1949), es decir, como expresión de un pensar meditativo (pensamiento que se piensa, pensamiento que piensa como posible desvelamiento, sin objetivo de poder, distinto del pensamiento calculador).

SERÁN tomas de posición suaves pero también inflexibles, como aquellas de Albert. Camus, ahora tan fielmente reflejadas por J. Daniel, antiguo director de ‘Le Nouvelle Observateur’, en ‘Camus. A contracorriente’ (2006), un texto de interés para periodistas. Con ellos, no se aspira a poner a la vista ninguna verdad, pero tampoco a jugar al juego de las oposiciones ineludibles.

DECIDO escribir algo sobre la ciudad y busco algún tema donde decir algo: ¿los Baños del Carmen, algunos de las torres, el nuevo PGOU...? Abandono la idea, este asunto del urbanismo de Málaga ha acabado por superarme y parece que sólo nos queda asistir como espectadores a más de un error de bulto, incluida la ausencia estructural de un verdadero debate de fondo. Supongo que en algún momento volveré a sentir esa mezcla de entusiasmo, amor, rabia y sentido de la responsabilidad  que me conduce a escribir sobre Málaga con el riesgo siempre de molestar a alguien. Más tarde, me inclino por ‘Málaga 2016’, y, en otro momento pienso que estaría bien dedicarle este espacio al asunto de los expertos; del saber experto y de la política, volviendo a poner a la vista el viejo tema platónico del gobierno de las cosas y los hombres por aquellos que saben, con su más que evidente trasfondo pitagórico. Lo deshecho para otro momento.

MIENTRAS buscaba un tema, para seguir colaborando en este proyecto necesario que se llama EL OBSERVADOR, a veces iracundo, otras capaz de poner sobre la mesa asuntos que se ha procurado que queden en la invisibilidad, el ruido de fondo de las elecciones norteamericanas lo ocupa todo. Llega un momento que me asfixia la presión de los medios de comunicación, todos, y en todos los formatos y soportes, abordan hasta la exhaustividad el tema. Acabo convencido de que deberíamos solicitar el voto en esas elecciones. Por aquellos días, en el cine club proyectaban ‘Camino a Guantánamo’. 

EL sábado por la mañana mientras suena la ‘Gnossienne número 1’ de E. Satie, tan extraña y acaso por ello sugerente, coloco al lado del techado del ordenador una taza de café jamaicano, y, tras las operaciones de rigor, accedo al artículo que busco. Mientras tanto, la música sigue formando la atmósfera de una mañana llena de pequeños placeres. Estoy en mi nube particular y comienzo a leer ‘Desde el sur de Europa’. Un artículo que cada sábado escribe un antiguo alcalde de la ciudad. Me interesa, le leo siempre con interés, aprendo y, aunque a veces disiento de sus planteamientos, forma parte de las referencias necesarias para dibujar la cartografía de la ciudad. Tengo la impresión de que confunde la elegancia con la lejanía calculada de todo, y, este día escribe entusiasmado por la noche americana.

QUE alguien se entusiasme con la noche electoral norteamericana y el resultado victorioso de obamaBarack Obama, calificado como “elegante, joven y carismático, de aire kenniano, raza afro y densa formación en la mejor universidad del mundo” no me parece un asunto opinable, aunque sí algunos de los calificativos con que se le adorna. Como es lógico cada cual se entusiasma con lo que considera oportuno. También prefiero a Obama, aunque sólo sea por perder de vista a la expresión visible de ciertos lobbys que han estado detrás de G. Bush hijo. Sin embargo, no puedo compartir el paralelismo con la noche electoral española de 1982. Aquella venía a significar que ya estábamos en la paz civil, tras tantos años de dictadura. No me parecen comparables pero, en todo caso, las analogías, las comparaciones y las metáforas también pertenecen a la libertad de quienes las hacen.

EN este caso mi desacuerdo procede de ciertos análisis, de determinadas afirmaciones, de ciertas ausencias u omisiones. A mi modo de ver, el ejercicio estable del periodismo no excluye ciertas responsabilidades: éste y otros artículos tienen ciertos deberes como creadoras de opinión que son, más aún cuando proceden de personas relevantes al menos para una parte de los ciudadanos.

LEO detenidamente el artículo, la música deja de sonar después de ‘Le Fils des Étoile’s; hablo telefónicamente con algunos amigos sobre lo sorprendente de sus contenidos. Pero es sábado, y en mi nube, hacia las doce comienzo el ritual de la cocina. Mientras troceo algunas verduras sigo pensando y, finalmente, decido cuál será el tema.

UN primer problema es el entrecomillado inicial, que no es seguramente responsabilidad del autor se dice, “no debe olvidarse...”: “miles de muchachos norteamericanos reposan en cementerios europeos”. Este encabezamiento, extraído del texto, es ya una trampa puesto que te sitúa en una posición incómoda: ¿qué puedo decir sobre el imperio si cualquier posición crítica ha de pasar precisamente por el peso de esos cientos de miles de muertos norteamericanos que yacen en los campos europeos? La apelación a este recuerdo, altamente coercitivo, deja al lector sin recursos críticos posibles. Sin embargo, me doy cuenta del problema: esa idea de los norteamericanos salvadores de Europa como idea única, explicación y desenlace de dos guerras mundiales, oculta algo y encienden la sospecha. Banaliza las causas de los dos conflictos y olvida sus consecuencias posteriores. Pero hay algo más: hemos de evitar las polarizaciones, tan queridas en estos y en todos los tiempos. Que muchos norteamericanos murieran en los campos de batalla europeos no nos deja sin argumentos respecto de la naturaleza del imperio americano del norte. Y decirlo así, ni minimiza sus contribuciones ni nos sitúa necesariamente como anti-norteamericanos.

EN el artículo se entrecruzan dos sentimientos: el entusiasmo por la democracia americana y la nostalgia por una Europa que no esté en permanente construcción. Ese entusiasmo por la noche americana no se agota en la cosa misma, se expande y expande hacia la mayoría de los temas que se tocan: “Hasta hoy no hemos sido capaces, como los americanos, de considerarnos ‘We, the people’ en ninguna Constitución. “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de implantar justicia y seguridad, darnos una defensa común, promover el bienestar general y asegurarnos los beneficios de la libertad”. Dos siglos y cuarto después, la democracia es, para la Nación americana, tan querida como la misma vida. Dos terceras partes de sus habitantes pertenecen a organizaciones filantrópicas o culturales. Sus ciudadanos son laboriosos y veraces. Trabajan como alemanes y disfrutan como italianos. Tienen más teatros, orquestas y bibliotecas que los 27 países comunitarios juntos. Aman a su Estado y aún más a su Nación. Lideran la ciencia, la tecnología y la investigación. Sufren la enemistad de casi todos los tiranos del planeta, desde Cuba hasta Corea del Norte, y no debe olvidarse que, desde hace sesenta años, miles de muchachos americanos reposan en cementerios europeos por defender nuestra libertad. ¡Una gran Nación!”.

NO hay palabras, pero si por un momento nos planteamos la historia, la miramos con alguna serenidad, el asunto no es tan fácil ni esta tan claro. Tras aquellas dos grandes guerras la hegemonía norteamericana, su constitución como imperio y, por tanto, nación rectora global quedó establecida. No voy a enumerar los múltiples desastres a que condujo esa hegemonía que forman parte de la médula del siglo XX. Sólo recordar la llamada guerra fría, donde nada justificó las atrocidades de uno y otro bloque en sus partidas de ajedrez geopolíticas. Pero si merece la pena considerar algunas de las cuestiones que se señalan: la enemistad de casi todos los tiranos de la tierra como asunto de un sufrimiento casi histórico y demostración automática de la bondad de la democracia americana y de lo americano del norte.

LOS tiranos quedan asimilados a los enemigos de esa grandiosa nación que ha entendido siempre que la democracia es un asunto propio y de régimen interior, ignorando el papel esencial antes y ahora de los Estados Unidos de Norteamérica en la promoción de todo tipo de regímenes totalitarios, especialmente en la otra América, pero no exclusivamente allí. Oponiéndose no sólo a aquellos que podían constituirse en democracias socialistas (comunistas) por vías no democráticas, sino literalmente haciendo saltar por los aires procesos incuestionablemente democráticos. Me detengo sólo a recordar al socialista Salvador Allende en Chile, una vez que los documentos -mas bien la información- oficiales demostrativos han sido desclasificados y están a la vista. En ningún momento, ni antes ni ahora, la política exterior norteamericana, ha sido otra cosa que un instrumento extensivo de sus intereses económicos, a veces resueltos con intervenciones militares directas o indirectas.

NO hay parangón alguno en la historia contemporánea en la disimetría entre medios y fines. Un ejemplo más que significativo ha sido precisamente el de apoyar el ‘mundo’ talibán como forma de generar contradicciones a la por entonces URSS, con resultados que llegan hasta hoy. Puede ser que algunos nos encontremos en posiciones anacrónicas, similares a las de Albert Camus: medios y fines han de ser coherentes, limpios, transparentes. Ningún valor, ningún interés trascendental ni finalidad, justifican guerras como las de Irak, que sigue, ni ninguna otra. Algunos nos seguimos negando a una política con zonas oscuras o negras. Y en esos contextos, tras estos procesos, con esa historia, tenemos dudas a cerca de la grandiosidad de pueblo alguno y sobre su inocencia. Creo que eso era lo que quiso dar a entender nuestro presidente, Rodríguez Zapatero, cuando permaneció sentado ante la bandera de los USA. Todo un gesto simbólico ante un símbolo.

EL jueves de la pasada semana, dos días después de la maravillosa noche americana, en el cine club del Arroyo de la Miel (Benalmádena), uno de los escasos reductos de lo ciudadano en la Costa del Sol, proyectaron ‘Camino de Guantánamo’, dirigida por  M. Winterbottom y  M. Witecross y galardonada en el Festival de Cannes, un film capaz de reflejar hasta un punto, puesto que la realidad siempre es más poderosa y dramática, la tragedia guantanamo.jpgde tres muchachos ingleses de origen pakistaní encerrados en aquella base y sometidos a suplicios y vejaciones de tal naturaleza e intensidad que, en algún momento, tuve que salir de la sala para coger aire ante la dureza de las imágenes. Aquellos soldados, agentes y  torturadores eran la expresión perfecta del lugar a que conduce ese modelo democrático sólo para sí y  su incapacidad para discernir adecuadamente entre hegemonía y piedad, esta última en el sentido en que siempre la empleó nuestra María Zambrano. Todos aquellos vigilantes, soldados, torturadores, agentes y demás ‘técnicos’ me parecieron puras terminales de los poderes que auparon a la presidencia a G. Bush. Pero aquel proceso, donde es más que probable que se produjera fraude para impedir la llegada a la Casa Blanca de A. Gore, que tampoco es una hermanita de la caridad, no es mencionado. Ahora la ecuación se ha resuelto pero, con perdón y con el riesgo de parecerme a J. Blanco, a favor de las tendencias que entonces resultaron perdedoras. Pero, nuestro articulista, cegado por el esplendor de las luces, olvida que no todas las noches electorales fueron exactamente maravillosas ni ejemplares.

EL rosario del gulag norteamericano -la expresión procede de la secretaria de Amnistía Internacional Irene Khan, en el informe de 2008 (datos de 2007)- se compone de Guantánamo, de Abu Ghraib, de un número indeterminado pero largo de cárceles secretas en países europeos, u de otras subsidiadas en Siria y Egipto, y hasta los barcos cárceles de localización aún más indefinida. Las imágenes duras de Abu Ghraib no forman parte de ninguna película. Pero lo más decisivo por inquietante no son esos lugares de la nada y la barbarie sino la consciente elaboración técnico-jurídica de la justificación del estado de excepción permanente. Ésta llega hasta el extremo del trabajo de un siniestro profesor de derecho de una de las mejores universidades del mundo (Berkeley), me refiero a J. Choo Yoo, cuyos dictámenes elaborados para el presidente Bush por encargo del fiscal general A. Gonzáles incluían la justificación jurídica de la tortura.

LA apología de la guerra preventiva, se debe recordar que planteada a partir de datos falsos y manipulados, ha incluido justamente el estado de excepción sine die, con suspensión de las garantías jurídicas y la creación de pseudo figuras jurídicas tales como stateless (sujetos sin estado) y la extraordinary renditions, es decir, el secuestro en cualquier lugar del mundo de un sospechoso y su traslado secreto a alguna de esas bases.

LOS neocons apoyados en una lectura literal de la Constitución y de las condiciones especiales que se deducen de la AUMF (Autorización para el Uso de la Fuerza Militar), concesión de poderes especiales al presidente en estado de guerra y de la posterior US Patriot Act, que permite el acceso policial a información privada (bancaria, médica, administrativa), correos, escuchas telefónicas, los procedimientos especiales de vigilancia y un largo etcétera, han impulsado la idea y las prácticas de un presidente más allá de las leyes, generalizando la inseguridad jurídica de los ciudadanos de todo el mundo, han disuelto cualquier derecho e impulsado la ideología de la hiperseguridad que se ha extendido a la mayoría de los países, justificando cualquier cosa y ampliando la presencia de las inquietantes fuerzas de la seguridad privada que, por ejemplo, ilegalmente nos desnudan -o casi- en la mayoría de los aeropuertos. El problema consiste en que cuando un presidente norteamericano adquiere los llamados poderes especiales lo hace para todo el universo.  Cabe preguntarnos sobre la posibilidad de su suspensión en los próximos meses y la vuelta a las condiciones de partida.

SIN embargo, por no faltar conscientemente a la verdad, hay que reseñar la oposición de instituciones y personalidades, incluidos políticos norteamericanos, como el derrotado Mc Cain, ante tal estado de cosas. Una expresión evidente de una de las características positivas y admirables de la democracia norteamericana, acompañada de la liberación de múltiples documentos que permiten hoy conocer las manipulaciones que se han producido en los últimos años, y de la libertad de expresión con que algunos medios han podido estar presentes durante los muchos años de predominio de los neoconservadores. Pero, con todo, un operativo como el que he descrito necesita múltiples apoyos sociales. Tal vez sea posible argumentar algo parecido a una captura del Estado por los neocons durante años, pero cuesta un gran esfuerzo atribuir el calificativo de gran nación con tanta facilidad.

LA victoria de Barack Obama requiere más precisiones, y sin duda una actitud prudente y distanciada. En principio, el asunto es estrictamente de política interna. Es cierto que podemos quedarnos ante algunas cosas de los USA con la misma cara que se le ponía a cualquiera de los personajes rurales y cazurros que, interpretados por F. Fernández Soria, llegaban a Madrid: en los USA está lo grande, lo más grande y hasta lo grandísimo. Le acompañan lo rápido, lo mas rápido y lo rapidísimo, como corresponde. Un paseo por algún ‘downtown’ significativo deja las cosas claras; sus universidades y centros de investigación están a la vanguardia pero, también en su valoración se debe incluir, la vinculación más que directa entre la mayoría de los grandes proyectos de investigación y el conglomerado de la industria militar, algo no tan claro en Europa, y el permanente drenaje de los mejores recursos humanos de todas partes, incluidos los europeos, que tanto preocupa a G. Steiner.

POR otra parte, la existencia de un fuerte asociacionismo no significa exactamente que la sociedad norteamericana se caracterice por la calidad y extensión de las redes sociales en las cafe_paris.jpgque se insertan sus individuos, ni por ser exactamente una sociedad cohesionada. El comunitarismo de los norteamericanos no tiene una fácil traducción a los criterios participativos y de profundización democrática que alientan lo mejor de la sociedad europea.  Al incidir sobre este aspecto se olvida el auge de la llamada ‘governance’ y la necesidad apremiante en la sociedad norteamericana de conformarse para cualquier cosa como grupo de presión perfectamente organizado. Son asuntos bien distintos. Por otra parte, carezco de datos para confirmar si nos superan o no en número de bibliotecas, orquestas y teatros pero, sin duda alguna, ese tipo de equipamientos e instituciones requieren su comparación en términos más cualitativos que cuantitativos. Tampoco son indicadores suficientes del estado ni del grado de progreso de una sociedad.

PERO no estamos en jauja: las tasas de pobreza, las de mortalidad infantil, las de población carcelaria, la precariedad laboral, la degradación de áreas enteras de sus ciudades, la polarización y las desigualdades extremas también están allí y muchas veces son mayores que las europeas y españolas. No cabe nada más que conocer las monografías de D. Harvey y E. Soja, sobre Los Ángeles o Baltimore, la disolución de lo ciudadano y urbano implícito en las llamadas Urbanizaciones de Interés Común (UIC), que proliferan en todo su territorio y acogen a algo más del diez por ciento de la población, los sectores mas privilegiados. Las anteriores son expresiones claras de una sociedad donde la desigualdad marca todas las realidades. Es todavía muy reciente la publicación de Naciones Unidas, de ‘State of the World's Citie’ 2008/2009 y ‘Harmonies Cities’, (UN/Habitat), que demuestra que en algunas ciudades norteamericanas las diferencias sociales son más profundas que en las africanas, concretamente en Nueva York, Washington, Atlanta o Nueva Orleans.

EN los USA, 36,6 millones de ciudadanos son considerados pobres, algo más del doce por ciento de la población, y 46.6 millones carecen de seguro de salud. Por poner un ejemplo muy visualizable y hasta tópico: los ingresos de los hispanos del Bronx, en torno a los 10.000 dólares anuales, se multiplican por veinte entre los habitantes de la opulenta Manhattan. La distancia entre ambas no es superior a los diez minutos. Pero la pobreza ha seguido creciendo: entre 2000 y 2006 el número de ciudadanos en la miseria creció en torno al 28% en 66 condados de los 215 que comprenden el país. Por tanto, como casi siempre sucede, si abandonamos los circuitos urbanos donde se localizan las secuencias de los teatros, los museos, los auditorios, los grandes edificios institucionales y corporativos y los apartamentos de los procesos de gentrificación, es decir, esas atmósferas urbanas de lo cuidado, lo elegante, lo homologado y hasta lo exquisito, nos sorprende justamente lo contrario: las luces del bienestar y de sus expresiones culturales más evidentes no ocultan lo otro.

 

ACASO, pudiera ser, que nos deslumbre el resplandor del Strep de las Vegas. Un filósofo francés, B. Bégout, la recorrió hace unos años y no encontró la ciudad, algo tan esencial en Europa. Ese decorado y fondo de decorado se parece a la nada y es la nada envuelta en neones, puro caos urbano, y envoltorio de lo hortera: sin límites, sin centro, inconmensurable, inabarcable e inabordable donde la diversión es convertida en sistema productivo.

JUSTAMENTE es ése el marco de referencia del cambio que probablemente intente hacer Barack Obama. No lo dudo en absoluto puesto que de ello depende la propia estabilidad interna de la sociedad norteamericana tras los experimentos de los neoconservadores.

EN términos de política exterior un triunfo demócrata, una estructura de difícil parangón con los partidos políticos europeos, lo cual no significa que les atribuyamos a estos más virtudes de las oportunas, no asegura un cambio de actitud, como demuestra cualquier análisis atento del llamado ‘ciclo de hegemonía demócrata’ (1932-1968). Lo que ha cambiado son las circunstancias internacionales. Y el mismo debate interno es sustancial y esclarecedor.

LA caída del muro de Berlín (1989) produjo el entusiasmo entre la inteligencia de signo neoconservador: la bipolaridad que había caracterizado el período de la guerra fría quedaba aparentemente sustituida por su hegemonía en solitario. Una vez más se anunció el fin de la historia. Nada de oposiciones. Sin embargo, como es bien conocido, desde los mismos círculos conservadores, el profesor de Harvard S.P. Huntington respondió al célebre libro de F. Fukuyama sobre el fin de la historia mediante un artículo con ese título en la revista Foreing Affairs (1993). En su libro F. Fukuyama no aludía exclusivamente a una situación -ya presente- donde el liberalismo económico era hegemónico sino, y éste es el hecho más importante, intentaba demostrar la ausencia de conflictos, al menos sustanciales, en el futuro. S.P. Huntington replicaba al futuro de “paz universal” de Fukuyama con la siguiente tesis: una vez acabada la guerra fría comenzarán otras tensiones mundiales, geopolíticas, y sus líneas de fractura serán las “civilizaciones”; éstas son conjunto normativos cerrados, culturas activas con memoria, capaces de establecer una voluntad política común. Tal voluntad se asienta justamente sobre aquello que les es común, por lo general una visión religiosa de sí mismas y del mundo. 

EN su argumentación, Occidente será durante algún tiempo la civilización más poderosa. Pero cada gran civilización tiene un país cabecera y la trama del poder mundial está formado por potencias de civilizaciones diferentes. Así las cosas, ninguna podrá imponerse a las restantes. La trama de Huntington es clara: sólo hay que saber historia y demografía. Las civilizaciones del pasado han sido todas permeables a las innovaciones tecnológicas de sus contemporáneas, pero nunca ha ocurrido que una civilización sienta la necesidad de importar innovaciones morales y políticas. Estas ‘expansiones’ las han realizado las formas religiosas que son las que endurecen las fronteras valorativas. Ninguna gran religión nueva o sincrética se aprecia en el horizonte, de modo que tendremos lo que tenemos. Cada potencia central de cada una de las civilizaciones competirá con las restantes, caben las alianzas estratégicas, pero, en definitiva, cada una de estas potencias centrales hará satélites a los países menos poderosos de su  propia área de influencia. El mundo seguirá siendo como ya es: multifocal y multicultural, sin que eso asegure para nada ni la tolerancia ni la paz, porque las civilizaciones competirán sin remedio en clara alusión a F. Fukuyama. Los conflictos aparecerán en las zonas de fractura, es decir, en los límites. Extrae la conclusión de que la más problemática será la islámica pero la India y China se convertirán en superpotencias.

EN cualquier caso, el orden propiciado por Occidente, con su tabla de valores y Derechos Humanos, no es universal ni lo será; no es creíble y los conjuntos civilizados no lo atacan aún directamente, no porque lo acaten o estén en trance de hacerlo, sino porque no disponen de la fuerza necesaria. No lo ven como universal, sino como propio de Occidente, algo exógeno y fundamentado en la fuerza. En opinión de S.P. Huntington, Occidente, que tiene claros intereses en todas las demás civilizaciones, es una minoría demográfica que cada vez se hace más pequeña. Por tanto, no hay una posición optimista si tenemos los datos en cuenta. Nada ni nadie evitará el choque de civilizaciones como tampoco asegura la victoria.

LA caída del muro abrió la posibilidad de un orden planetario nuevo, donde la hegemonía de los USA no fuera negativa. Ésta es aquélla que no deja ser a lo otro, coartando sus potencialidades, imponiéndole un modelo, un sentido de futuro, una meta (una finalidad). Lo otro se deforma y radicaliza en su lógico querer ser. Ése es el asunto de la  democracia a palos: “Te la doy. Te guste o no te guste”. Opino que la coartada de la democracia a palos esconde otras finalidades. Ahí se podrían incluir otras muchas cuestiones, pero no quisiera agregar mucho más. La hegemonía negativa ha originado el aumento desmesurado de un antinorteamericanismo irreflexivo, magmático, vitalista y violento. Injustificable cuando se manifiesta como terrorismo.

LOS Estados Unidos de Norteamérica han sido incapaces de ordenar el mundo, muy al contrario. Ahora, necesariamente, tras los múltiples experimentos neoconservadores, que han incluido la creación, producción y difusión de una crisis financiera global que amenaza al propio capitalismo, debe comenzar a construir una nueva realidad con la referencia inequívoca de la multipolaridad. Por tanto, se abre la posibilidad de una coproducción del mundo, incluyendo la definitiva incorporación norteamericana a ciertos acuerdos internacionales, su apoyo a la consolidación del Derecho Internacional como conjunto normativo del orden internacional, su definitiva aceptación de las Naciones Unidas y todo un largo etcétera. Nada autoriza a calificar todo este desaguisado, y los anteriores, como lo propio de una gran nación. 

POR finalizar, la otra cara era Europa: su lentitud en constituirse como entidad política. Necesito que alguien me explique de una vez por todas las ventajas inequívocas y para todos los asuntos de la velocidad. Cuando nuestro columnista escribe sobre Europa, donde incluye sus más que notables esfuerzos cuantificados en la divulgación, pone en primer plano la lentitud del proceso pero escamotea sus condiciones, fundamentalmente su apoliticismo y sus más que conocidos déficits democráticos. Para el filósofo italiano M. Cacciari estabilidad, e irreversibilidad del proceso y despolitización son la base de la posibilidad racional de construir Europa. Creo que la lentitud no es el principal problema, acaso sea una condición necesaria, sino más bien la ausencia de democracia y cercanía a los ciudadanos. Para quien esto escribe la imagen de la construcción de Europa es la de un proceso capturado por una burocracia que, de alguna manera, lleva décadas seducida por las fórmulas neoconservadoras. Se trata de analizarlo en otro artículo futuro.

QUE Europa es contradictoria parece claro, tampoco puede aludir a una historia ejemplar a no ser que invente un relato. Pero, con todo, esta Europa lenta y vieja aporta otras lógicas que, hay que decirlo, me gustan. Entre ellas la posibilidad de manifestarse en su pluralidad. Tienen poco que ver con la jerga del progreso progresado, de la velocidad, de la acumulación... Algunas las ha puesto de manifiesto G. Steiner. Para este pensador cosmopolita hay cinco axiomas para definir Europa, todos ellos más allá de la economía: el café, el paisaje a escala humana y transitable, las calles y plazas, nuestra doble ascendencia en dos ciudades (Atenas y Jerusalén) y nuestra idea de fin de la historia (nuestra permanente reflexión sobre nosotros mismos y su horizonte). Creo que no admiten comparación con el tren, el ‘dry martini’ y el aire acondicionado como referentes de sabiduría. Si se nos habla de cafés y calles abiertas, es decir, de lugares donde discutir y por donde transitar, se nos está hablando del espacio público, el más inaccesible y deteriorado de todos los espacios de la imaginación. Acaso por hacer y de cuya aspiración no nos curamos.

CON todo, leyendo el sábado pasado el artículo de ese día, nuestro antiguo alcalde deja claro que dispone de la regla de medir: “en lo que llevamos de crisis -escribe-, ningún político español ha conseguido mejorar el silencio”. Como mínimo es una afirmación sorprendente, aún más si se lee el resto de ese artículo. En ocasiones, el mejor papel real o virtual es aquel que dejamos en blanco mientras que nos acomodamos en nuestra nube de autosatisfacción y lejanía acompañados de ciertos pequeños placeres.

Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

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