Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

OPINIÓN. Aviso para navegantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga
03/02/09. Opinión.
“Nos limitamos a constatar el horror y la injusticia y, con
esa percepción, confirmamos como genocidio lo que ha venido sucediendo en Gaza.
La palabra genocidio fue inventada por R. Lemkiu, un judío polaco, a partir del
término griego ‘genu’ (familia, tribu o raza) y del latino ‘cidere’ (forma
combinada de caedere, que significa matar). Entre los contenidos de la Convención
para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) y lo recogido en el Estatuto de la Corte Penal
Internacional (1998), dentro de las múltiples posibilidades encuentro una
definición que tipifica perfectamente la conducta del Estado de Israel: sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial”. La colaboración de Alfredo Rubio con
EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com
nos deja, además de una
pausada e interesante reflexión, una advertencia: “el
ejército israelí volverá a actuar”. El artículo está ilustrado con IMÁGENES del holocausto judío de la II
Guerra Mundial de inquietante similitud a las imágenes que nos deja este
inacabable conflicto.
Israel:
hasta la próxima
DURANTE este
pasado mes la cuestión de Gaza ha sido el principal asunto. Sabemos que en
nuestro globo actualmente hay más de ciento cuarenta conflictos armados
activos, que acaso no sea justo detenernos exclusivamente en los bombardeos y
la posterior entrada de tanques y soldados regulares en la franja. Que tal vez
no debamos privilegiar este conflicto, que no sea justo.
SIN
embargo, hasta que las tropas del Estado de Israel abandonaron las tierras
cercadas de Gaza, curiosamente un día antes de la toma de posesión del nuevo
presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, la masacre de la población de
Gaza ha ocupado mi cabeza y mi corazón. No quiero escribir unas líneas que,
mejor o peor documentadas, describan los orígenes del conflicto, las sucesivas
guerras, los agravios continuos, los intereses geopolíticos que allí se mueven
y la permanente hegemonía del negro de la muerte desde hace ya tantas décadas.
No quiero escribir un artículo documentado hasta la exhaustividad, deseo
simplemente manifestar mi repulsa ante el espectáculo de los cientos de muertos
y heridos que ha provocado la operación Plomo Fundido. Probablemente acabe
produciendo un texto que no agrega nada
nuevo, más cuando se han publicado algunos verdaderamente memorables, pero no
me importa puesto que mi objetivo es dar
un testimonio [una posición].
LOS
primeros días del conflicto, recordé la investigación que realizó el geógrafo
francés Y. Lacoste sobre los bombardeos norteamericanos del delta del Mekong
durante la guerra del Vietnam en los primeros años setenta del siglo XX. Tras
analizar detenidamente los bombardeos del río Rojo (verano de 1972) concluyó
que no eran aleatorios, que obedecían a una sistemática: los bombardeos eran
dirigidos sobre los nodos esenciales del sistema de diques, de modo que
destruidos se produciría inevitablemente una gran inundación (presentada ante
la opinión pública como simple catástrofe natural), la destrucción de los
arrozales (claves para la economía vietnamita del norte) y la muerte de
millones de campesinos de la zona comunista.
RECORDABA este uso de la
geografía como “un arma para la guerra” porque encuentro similitudes: en primer
lugar, y sin que este hecho produjera una reacción internacional suficiente, el
Estado de Israel procedió a elevar un muro dentro del cual quedó Gaza, es
decir, realizó una operación estratégica salvaje de clausura territorial y
enclaustramiento de una población, de modo que, entre otras muchas cosas, se
aseguró el control de las condiciones de vida de los palestinos puesto que
controla los suministros de alimentos, medicina y electricidad. En consecuencia,
nos encontramos ante un asunto directamente biopolítico. Después, los
bombardeos no sólo han tenido como objetivo los lugares donde pudiera suponerse
que se ocultaban militantes, depósitos de armas y lanzaderas de misiles, sino
todas las infraestructuras y equipamientos básicos para el funcionamiento de la
franja como zona densamente urbanizada que es. Por tanto, algunos de los
resultados de esta última operación son la destrucción de las infraestructuras,
los equipamientos y demás bases de la economía palestina, de por sí muy
débiles.
LO
que ha dominado todos estos días en la franja ha sido el horror y la
impotencia. La angustia que nos producen las imágenes de cuerpos rotos,
mutilados, ensangrentados, amontonados o dispuestos en hileras. Muchos de ellos
quemados por los efectos de los proyectiles de fósforo blanco, cuyo uso ha sido
denunciado por el personal de Naciones Unidas, o con sus huesos y órganos
internos literalmente cortados por esos nuevos proyectiles cuya metralla se
compone de su propia “carcasa” (DIME).
EN
una fotografía un pie sin cuerpo asoma entre los escombros de las casas
destrozadas. En otras, mujeres que lloran desconsoladas ante los cadáveres de
sus hijos pequeños. Han muerto más de cuatrocientos niños. Ríos de lágrimas.
Vemos multitudes que acompañan a padres y familiares exhibiendo muñecos
inermes, que eran verdaderos niños, elevándolos con rabia. La mirada de una
niña, con una tristeza última, infinita, indescriptible, reflejada en una de las muchas fotografías, se queda en
nuestra retina. Pero impresionan aún más las imágenes de los vivos: esos ojos
que miran desde la pérdida y el vacío. Todos ellos cargados de un odio que
espera su resolución en el futuro.
HE
procurado hasta este momento no hablar de los judíos, ni del sionismo, ni del
terror que supone siempre esa pretensión de crear y mantener un Estado, lo
propio de los nacionalismos, que lo postulan como única salida para un pueblo.
Durante todos estos días he pensado sobre si es posible condenar a todo un
pueblo. He procurado separar todas las cuestiones al modo cartesiano. He
sopesado el valor del apoyo de los habitantes de Israel a la Operación Plomo
Fundido, según mis datos más del 80% son partidarios de esta intervención. He
repasado las grandes contribuciones de los judíos a la ciencia, el arte y la
cultura en general. He vuelto a valorar su papel de pueblo elegido, oprimido y
vagabundo. He pensado el holocausto, incluyendo los testimonios conocidos. He
considerado el derecho de defensa ante los misiles que Hamas envía al
territorio de Israel. No he dejado de considerar que concurren circunstancias
electorales en el lado israelí.
MI
conclusión sigue siendo que no es posible condenar a un pueblo entero. Por
tanto, no me alineo con aquellos que lo hacen. Sin embargo, se abre un nuevo
tiempo: para el Estado de Israel se ha agotado cualquier crédito basado en las
terribles circunstancias que en el pasado afectaron a los judíos. El Estado de
Israel no puede seguir pasando esa factura a la comunidad internacional
mientras se comporta, acaso desde siempre, al margen del Derecho Internacional
y de las resoluciones de Naciones Unidas. Se le ha acabado la explotación del
pasado para justificar el presente y orientar su futuro. Es obsceno. Le guste
mas o menos, la Gaza cercada es el macro campo de concentración donde habitan
una parte de los palestinos. Según el escritor Elías Khoury “los palestinos son
los judíos de los judíos”. Sería más correcto escribir que los palestinos son
los judíos del Estado de Israel.
LA población
de Israel recibe los impactos de los misiles lanzados por Hamas desde la
franja. Sobre eso no hay duda alguna, tampoco sobre sus efectos de muerte,
desolación e inseguridad permanente. Esta organización islamista fue potenciada
por Israel para contrarrestar especialmente a Al Fatah, la fuerza hegemónica
dentro de la OLP. Por tanto, siguió un
modelo parecido al de los USA en Afganistán dando lugar a la formación y el
progreso de Al Qaeda. Convendría pensar en la escasez de miras de todos estos
aprendices de brujo e incluso exigirles responsabilidades, en especial al
entramado de los neocons estadounidenses tan ligados a los intereses judíos
y al propio Estado de Israel, puesto que
han destruido en los últimos años las débiles bases del Derecho Internacional.
Con esta operación logró su objetivo de fraccionar y debilitar a los
palestinos. Justo es declarar que coadyuvó la corrupción imperante en el seno
de la Autoridad Nacional Palestina, según la información de que dispongo.
Ahora, declarada Hamas como organización terrorista, se carece de un
interlocutor asumible para aquellos que desean colaborar en la reconstrucción
de la franja, como se confirma desde la Unión Europea.
LOS
misiles de Hamas plantean la cuestión de la guerra justa, como derecho de
Israel a responder a las agresiones sobre su población civil. Aunque no soy un
conocedor suficiente del Derecho Internacional, la guerra justa es cada vez mas
discutida. En todo caso, si se considera, no puede obviarse que se relaciona
con la proporcionalidad de la respuesta implícita en la autodefensa. Según
algunos expertos el derecho de defensa es legítimo pero no puede superar el
umbral de la agresión sufrida. En este caso, la asimetría es más que evidente.
LA guerra es una cuestión que la
Filosofía no ha dejado de pensar. Parece que no conviene mezclar asuntos como
guerra y moralidad, guerra y ética. La Filosofía nos ha enseñado que las
afirmaciones morales carecen de condiciones de verdad. También sabemos que la
guerra no es algo fuera de la civilización sino una parte de ella. Pero todo
esto no nos consuela y, en ocasiones, parte del debate obedece a distorsiones
interesadas del lenguaje, a las que es tan proclive Israel en sus declaraciones
públicas y en su propaganda.
EN este orden de cosas, el Estado
de Israel se mantiene al margen del ordenamiento jurídico internacional. Creo
que esta afirmación se puede demostrar teniendo en cuenta cuatro aspectos. En
primer lugar, el uso indiscriminado de su capacidad de matar a dirigentes, calificados
como terroristas. Uno más de los limbos conceptuales extrajurídicos que vienen
imponiendo los neocons de todo pelaje en aras de la doctrina de la guerra
preventiva pero que subvierten reglas básicas del Derecho, por ejemplo el
inalienable derecho a un juicio. Este es un hecho decisivo que se va aceptando
progresivamente por los ciudadanos como algo natural. Los regímenes
verdaderamente democráticos no disponen de otro recurso para oponerse al
terrorismo que los marcos jurídicos habituales, es decir, el enjuiciamiento con
garantías procesales.
EN
segundo, la clausura de un territorio y la confirmación de que, en aras de la
prevención, un Estado, o cualquier otra instancia, puede condicionar a su
voluntad flujos decisivos como los de alimentos y medicinas para la simple
posibilidad de vivir. De ahí que nos encontremos ante una biopolítica
subvertida en su finalidad: sostener la vida. Algo similar, como ha demostrado
el filósofo italiano R. Esposito, a lo sucedido con el nazismo: arrogarse el
derecho a producir la muerte o la inseguridad de la vida, una biopolítica
negativa.
EL
uso de ciertas tecnologías muerte es un tercer capítulo de análisis: el uso de
determinadas armas, que borran los límites entre las convencionales y las de
destrucción masiva, como sucede con las bombas de fósforo blanco y las llamadas
DIME. Las primeras se basan en el uso del fósforo blanco, una sustancia que,
además de ser tóxica, arde al entrar en contacto con el oxígeno, produciendo en
los cuerpos de los humanos quemaduras muy profundas que pueden interesar
órganos internos vitales e incluso producir la muerte. Según cuenta Pere Ortega (investigador del Centre
d'Estudis per la Pai J. M. Delas, Justicia i Pau), este tipo de bombas no están
prohibidas por la Convención de Armas Químicas (CWC) pero están muy cuestionadas
por sus expertos que desean su inclusión por sus efectos sobre la población
civil. El uso de estas bombas, más aún cuando los objetivos forman parte de un
denso tramado urbano donde habita la población civil, es objetivable como un
ataque con armas químicas sobre dicha población. En ciertos círculos, incluidas
las Naciones Unidas, esto se considera suficiente para solicitar una
investigación que conduzca a sancionar a Israel por crímenes de guerra.
PERO
la innoble confluencia entre ciencia aplicada y tecnología para fines militares
-algo así como los I+D+I para la muerte- también ha creado una bomba fabricada
con metal inerme (DIME, en inglés) compuesta por una aleación inalterable de
tungsteno, níquel y cobalto que se desintegra al explosionar diseminando
micropartículas de metralla en un radio de unos diez metros. Cuando las
micropartículas encuentran el cuerpo de un humano lo penetran, cortando órganos
y huesos. Si las víctimas no mueren pueden contraer cáncer.
POR
último, en la calle, en ciertos círculos, en las manifestaciones se califica
todo esto como genocidio. Tal vez no sea exactamente así, aunque trataremos de
analizarlo someramente. La ciencia jurídica como pretende precisamente serlo
está rodeada de tecnicismos. Se expresa mediante un lenguaje preciso, que es su
condición. El común de las gentes
necesariamente no tenemos que poseer ese grado de precisión, tampoco
conocer los procesos mediante los que se tipologiza el delito, necesarios para
que lo jurídico alcance claridad, eficiencia y relevancia técnica y filosófica.
Nos limitamos a constatar el horror y la injusticia y, con esa percepción,
confirmamos como genocidio lo que ha venido sucediendo en Gaza.
LA
palabra genocidio fue inventada por R. Lemkiu, un judío polaco, a partir del
término griego griego genu (familia, tribu o raza) y del latino cidere (forma
combinada de caedere que significa matar). Entre los contenidos de la
Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948) y lo
recogido en el Estatuto de la Corte Penal Internacional (1998), dentro de las
múltiples posibilidades encuentro una definición que tipifica perfectamente la
conducta del Estado de Israel: “sometimiento intencional del grupo a
condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o
parcial” (Convención, 1948).
ES
cierto que todavía se sigue discutiendo si el uso indiscriminado de la fuerza
contra civiles indefensos constituye genocidio pero, a la luz de los
acontecimientos, el macro campo de concentración de Gaza es por sí mismo un
caso concreto de sometimiento de los palestinos a unas condiciones de
existencia indignas que lo ponen en peligro como grupo, que los deja sometido
al arbitrio, simplemente para poder comer, medicarse o disponer de agua y electricidad, de los intereses, humores y
demás circunstancias del Estado de Israel. Tan es así que la mayoría de los
analistas han relacionado esta guerra con las próximas elecciones, lo que
obliga a cada candidato a manifestarse como capaz de la mayor dureza frente a
los palestinos para capturar votos. Un asunto vergonzante que demuestra hasta
donde ha conseguido llegar el juego político partidista.
EN esta última operación
el saldo es superior a los 1.200 muertos. Se han superan las 5.000 víctimas,
entre muertos y heridos, lo que supone aproximadamente el 0,33 % de la
población habitante de la franja de Gaza. No cabe duda sobre que el pueblo
palestino está sometido a la biopolítica negativa, al estado de excepción como
forma habitual de vida, a bombardeos y ataques cada vez que interesa a Israel.
Que es un pueblo sometido a un genocidio, aparentemente lento y programado.
FUERON
los propios judíos de los campos de concentración quienes llamaron “musulmanes”
a aquellos de entre los suyos que quedaban rotos por las condiciones de vida en
los campos de concentración nazis. Los “musulmanes” eran seres con apariencia
de normalidad, aunque extremadamente delgados, pero incapaces de ser otra cosa
que autómatas una vez desposeídos de su condición humana. Lo cuenta y analiza
el filosofo italiano G. Agamben en “Homo sacer” (1995). Su empleo se puede confirmar en “Sin Flores ni
coronas” (Periférica, 2008), un escalofriante relato de Odette Elina, judía
francesa superviviente de Auschwitz. Con un lenguaje limpio cuenta como la
condición humana tiende a difuminarse y degradarse entre los miembros de la
comunidad encerrada en una clausura. Se degradan opresores y oprimidos, pero
los causantes son los primeros.
POR
tanto, los ciudadanos de Israel saben por propia experiencia o por la
transmisión de los muchos testimonios de su holocausto que el genocidio no
requiere la eliminación física total sino conseguir ese estado de implosión
interior que impide al humano ser como tal. Como poco no deja de ser
paradójico.
PODRÍA
argumentar más pero seguir me produce desazón. Incluir más datos, algunos de
los relatos últimos, como la matanza de cincuenta miembros de un mismo clan
palestino; ampliar argumentos, dar cuenta de los planes económicos existentes
para la Gaza cercada, pero quisiera algo
con más de claridad: me agrego a las filas de quienes niegan la guerra; asumo que es una enorme contradicción
vincular guerra con Derecho (debe ser considerada un fenómeno incompatible con
el derecho); rechazo la pretensión de que no siempre los conflictos puedan ser
resueltos mediante el diálogo y la mediación internacional; creo en la
viabilidad de una transformación de Naciones Unidas en un organismo capaz de
solventar los conflictos internacionales sin uso de la violencia, eliminando
entre otras cosas el derecho de veto. Quiero acompañar en su largo camino a
aquellos soñadores que sólo tienen la palabra y la razón para, siguiendo la
senda de Kant, reivindicar un orden cosmopolita capaz de establecer la paz
perpetua.
HASTA
aquí podría ser criticado por no denunciar con dureza a Hamas. Quede claro que
lo hago pues, de lo contrario, este texto pacifista sería contradictorio. No he
dedicado más líneas a Hamas, cuyas actuaciones objetivan el discurso israelí,
justamente por la asimetría: las estrategias y las respuestas del Estado de
Israel son desmesuradas, no guardan proporción alguna como respuesta a los
misiles, cada vez más peligrosos al aumentar su radio de acción, que incluso podrá llegar a las centrales nucleares
israelíes. Lejos de apoyar a su pueblo, Hamas alimenta a Israel. En mi
conciencia los muertos israelíes no pesan menos que los palestinos, aun cuando
los primeros hayan tasado una relación asombrosa (en este último episodio, la
proporción es 500 /1) contabilizando fallecidos y heridos. Por otra parte,
Hamas requiere un análisis con datos de los que no dispongo pero eso no impide
la condena.
EL conflicto parece inacabable: la paz es
un horizonte muy lejano. Mientras tanto, en uno y otro lado del muro, la
violencia será la atmósfera dominante. Israel seguirá tejiendo la madeja
biopolítica negativa sometiendo cotidianamente a todo un pueblo a su arbitrio,
condicionando radicalmente la vida de los enclaustrados palestinos. Por su
parte, Hamas continuará lanzando misiles, progresivamente de mayor alcance,
creando en Israel una situación de incertidumbre cada vez más radical y engordando
a la potencia regional emergente. El ejército israelí volverá a actuar.
ME sumé a los miles de malagueños que recorrieron las calles de la ciudad
pidiendo el fin de las permanentes agresiones del Estado de Israel sobre el
pueblo palestino. Más allá de encontrarnos ante un conflicto internacional
aparentemente lejano y borroso, que lo es,
donde juegan intereses de todo tipo, su permanencia nos atañe
directamente puesto que nubla la
posibilidad de un Mediterráneo libre de conflictos. Algunos deseamos un mar
libre de esas cargas, de tensiones que, de seguir así las cosas, llegarán a ser
mucho más violentas en los próximos años. Queremos un Mediterráneo libre de
fundamentalismos. Un mar de diálogos, donde los fuertes no impongan sus razones
a los más débiles. Un mar de tranquilidad azul en sus dos orillas, como el
italiano Eugenio Bennato canta: “Che il Mediterraneo sia/quella nave che va da
sola/tra il futuro la poesia/nella scia di quei marinai/e quell'onda che non
smette mai/che il Mediterraneo sia” *.
Alfredo Rubio
Profesor
de Geografía de la Universidad de Málaga
* “Que el Mediterráneo
sea
aquella nave que va sola
entre el futuro y la poesía
en la estela de aquellos marineros
y aquella onda que nunca se para
que el Mediterráneo sea”.
Eugenio
Bennato (2002)
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