OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga


alfredo_rubio_g.jpg10/03/09. Opinión. “Me atrevo a reclamar que se investigue realmente qué ha ocurrido con nuestras facturas de la luz; que la accesibilidad a Internet sea real y descanse en las necesarias infraestructuras; la prohibición del marketing telefónico indiscriminado; la obligatoriedad de que aparezca...

OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

alfredo_rubio_g.jpg10/03/09. Opinión. “Me atrevo a reclamar que se investigue realmente qué ha ocurrido con nuestras facturas de la luz; que la accesibilidad a Internet sea real y descanse en las necesarias infraestructuras; la prohibición del marketing telefónico indiscriminado; la obligatoriedad de que aparezca el número telefónico de quien te está llamando y molestando; que los teléfonos de atención al cliente estén servidos por humanos desde el primer momento; la aplicación de un proyecto de I+D+I inverso para la recuperación de la tripa natural del salchichón de Málaga, es decir, para volver a aprender lo que ya sabíamos; la declaración urgente del mencionado salchichón como BIC (léase Bien de Interés Cultural) y, por último, la puesta en marcha de un curso ocupacional hostelero destinado al aprendizaje de la elaboración del sandwich mixto”. Esto y mucho más en la insustituible colaboración de Alfredo Rubio con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.

Fragmentos

Elevan la voz.
Llegan al grito, todos al unísono
Forman algo parecido a un gigantesco globo de polución verbal.
Nada de lo que dicen es audible.
Insultan a otros
A veces, se insultan entre ellos mismos.
Creen tener más razón en la medida que elevan más y más su tono de voz.
Algunos, no todos, tienen una mirada prepotente y cínica.


SON los ‘tertulianos’, como habrán adivinado, de la mayoría de los debates televisivos. Muchas veces insultan a los políticos que defienden, se supone, ideas distintas de las suyas. Por razones que no alcanzo a comprender se creen a resguardo de cualquier límite y pueden calificar de cualquier modo a los políticos, ya sea el presidente del Gobierno o el jefe de la oposición. Algunos, creyendo con ello tener alguna gracia o familiaridad, llaman ‘Maleni’ a una ministra o califican de prevaricador a un juez -menos veces insultarán a un gran empresario o banquero-.

ESTOS programas, que debieran ser lugar para la reflexión serena, es decir, para la exposiciónmagdalenaalvarez.jpg exactamente todo lo contrario. Son calcos de otros, como los programas del corazón, las puestas al día de los ‘reality’ e incluso algunos programas deportivos. Si los sigues, y apenas pisas la calle, puedes llegar a la conclusión de que estamos casi en pie de guerra. La naturaleza de estos ‘tertulianos’ no nos queda clara: ¿son periodistas, economistas, políticos, expertos en todas las cuestiones...? ¿Son la voz del amo que cada uno tenga? ¿Tienen un amo? ¿Qué son exactamente estos tertulianos? Con ellos desaparece cualquier posibilidad de acceder a alguna verdad, aunque sea relativa. Sabemos que si la verdad desaparece también lo hará la mentira. Por eso, sin límites ni referencia alguna, en estas tertulias todo vale.

INSULTAN a ministros, jueces y altos cargos. Convierten asuntos de poca monta en temas centrales, que justamente dejan fuera de plano aquellos que verdaderamente lo son. Estos tertulianos, y ocurre a menudo, como en ese programa del ‘gato’ de Intereconomía, pueden tranquilamente saludar como a un héroe a quien se toma la justicia por su cuenta. Como sucedió recientemente con aquel vasco que atacó una sede de la izquierda independentista vasca después de que su casa sufriera daños a consecuencia de un atentado con bomba. Con ellos apenas queda rastro alguno de una función educativa de los medios de comunicación, ni de cualquier otra. Es claro que hay algunas excepciones, aunque pocas y afectan más a la forma que al fondo de lo que escribo. Preocupante.

ESTAS tertulias no dejan de ser el reflejo fiel del fin de la política, que queda disuelta en el campo de batalla de los asuntos menores. Pero no es este lugar donde conviene hacer un cierto análisis del vaciamiento de la política por unos y otros. Únicamente trato de reflejar un ambiente crispado, en los medios, que inapropiadamente se reclaman plaza pública, y  en la política convencional.

LAS compañías eléctricas nos cobran de más. La forma es bien conocida y nos afecta a todos. Alguna organización de consumidores ha evaluado el monto total de sus “errores” en unos ochenta millones de euros. Me parece que una acción planificada no es atribuible a errores endesa.jpgtécnicos en la elaboración de las facturas. Llamar a esto cobro indebido es un eufemismo. Somos cautivos de empresas grandes y pequeñas. A veces, las mismas que cada día penetran por nuestros teléfonos en horarios inadecuados para molestarnos ofreciéndonos mejorar los servicios que nos presta a las que estamos abonados. Tan cautivos que una mañana no puedes conectarte a Internet. Hice todo lo posible para localizar el problema en mi equipo informático y en la conexión y acabé por tener que llamar al teléfono de atención al cliente (otro eufemismo). Ya sabe mi lector: “si tal, pulse 1; si eso, 2; si aquello, 3; si la pica la cara interna de tal, 4, si...”. Después de veinticinco minutos conseguí conectar con una voz humana muy amable: “le atiende Periquita Pérez....” Otros muchos minutos y, finalmente, me desviaron a un teléfono de atención técnica. Ahora me atiende Fulanito Rodríguez. Con amabilidad y paciencia me fue dando instrucciones, que seguí también pacientemente como una oveja que carece del derecho a una asistencia técnica in situ.

EL problema no se resuelve y me ofrece volver a la situación anterior, es decir, quedarte sin banda ancha. Dos años antes esa compañía, Orange, me había asegurado la posibilidad técnica de la banda ancha, razón por la que contraté. Ingenuamente pregunto: ¿cómo se explica que haya tenido banda ancha durante más de dos años y ahora no sea posible? Ni siquiera recibo una explicación técnica. La empresa incumple el contrato y mis posibilidades de pedir responsabilidades son más bien escasas. Un poco después, leo que el director general de estos asuntos de la Junta de Andalucía asegura que el 99% del territorio de Andalucía dispone de cobertura. Debo estar para mi desgracia en el 1% restante.

DESPUÉS de tanto agobio me voy al supermercado de compras. Llevo hambre y un cierto nerviosismo pues he descubierto que sin Internet no soy nada, que forma parte indisoluble de mi modo de vida actual. Sin él, estoy aislado, desconectado de todo y me convierto en un ‘robinson urbano’. Los mensajes se acumulan por decenas en los dos o tres correos electrónicos que tengo. Voy comprando pacientemente todo lo que hace falta y lo que no, ya se sabe que no debemos ir a comprar los alimentos en ese estado canino. De la isla de frío tomo un pequeño salchichón catalán, de marca Casa Riera Ordeix, de reconocido prestigio. Envuelto al modo tradicional con su papel blanco y sus colores azules, dorados y rojos de toda la vida, que sugieren las viejas tiendas de ultramarinos. A su lado, yacen a la espera magníficos salchichones de Málaga de varias marcas, como diría algún publicista probablemente uno de los mejores del mundo. Lo tomo, ya saben que es bueno consumir productos de la tierra, a lo que añado por mi cuenta que siempre que sean buenos y lo merezcan. Este es tierno, globoso, regordete y vive dentro de una bolsa de plástico. Me gusta palparlo y que se hunda. Es de una de las marcas conocidas desde siempre. Seguramente ha sido producido convenientemente y le afecta todo eso de la normalización, la homologación, las normas alimentarias, la innovación y demás palabras-clave que acompañan en nuestro tiempo las cosas -a veces- también su degradación.

LLEGO a casa al filo de la diez de la noche y, como un Pantagruel o Sancho Panza cualquiera que se precie, antes de nada saco mi tabla y mis cuchillos alemanes. Corto pausada y cuidadosamente finas rodajas del salchichón catalán mientras aspiro el olor de la pimienta. Cuesta un cierto trabajo pues está perfectamente cosido con cuerdecillas gruesas. Voy salchichondisponiendo en un plato blanco las rodajas, una vez que he desprendido con esfuerzo la tripa, que parece formar parte de la carne misma. A esas alturas los jugos gástricos están haciendo su trabajo potenciados por los aromas de la carne curada y la pimienta. Lo vuelvo a proteger con su papel y lo guardo. Seguidamente tomo el salchichón de Málaga y le quito la primera envuelta de plástico, no sé si por estar o no envasado al vacío. Quito el papel y aparece ante mis ojos una especie de canuto transparente. Pienso que se trata de una innovación. Lo coloco sobre la tabla y comienzo la operación de cortar. El cuchillo se escapa cada vez que intento conseguir una rodaja gruesa, finalmente lo logro y ante mi vista aparece un algo, como una masa rosácea, con más grasa que carne, de aspecto realmente desagradable. Después de probarlo haciendo un gran esfuerzo lo tiro a la basura. Nada que ver con el salchichón de Málaga. Me quedo un rato pensando en el significado de la palabra “extra” que figura en los dos salchichones. El de Málaga cumple la normativa europea, seguramente lo cumple todo, pero ya no es salchichón de Málaga.

EN el plato quedaron sin su acompañamiento malagueño, las rodajas del “legítimo salchichón de Vich”, hecho a base de jamones y magros de cerdo, sal, pimienta y, qué le vamos a hacer, conservante (E-252). Con el paso de los días, ese salchichón ha seguido respirando y curándose, ahora cuando escribo esto está aún más bueno que hace unos días.

 

CON la máxima ingenuidad me atrevo a reclamar que se investigue realmente qué ha ocurrido con nuestras facturas de la luz; que la accesibilidad a Internet sea real y descanse en las necesarias infraestructuras; la prohibición del marketing telefónico indiscriminado; la obligatoriedad de que aparezca el número telefónico de quien te está llamando y molestando; que los teléfonos de atención al cliente estén servidos por humanos desde el primer momento; la aplicación de un proyecto de I+D+I inverso para la recuperación de la tripa natural del salchichón de Málaga, es decir, para volver a aprender lo que ya sabíamos; la declaración urgente del mencionado salchichón como BIC (léase Bien de Interés Cultural) y, por último, la puesta en marcha de un curso ocupacional hostelero destinado al aprendizaje de la elaboración del sandwich mixto.

 

UNA chica iraní también quiere tomarse la justicia por la mano. Un enamorado despechado le arrojó ácido en los ojos y quedó ciega de ambos. Ahora se niega a aceptar la indemnización económica y quiere aplicar la ley del talión, vigente en su país, a su agresor dejándolo también ciego. Después he sabido que sus ojos valen la mitad, es decir, un ojo de hombre vale por dosmujerirani de mujer en Irán. Por tanto, sólo podrá aplicar, ella, su madre o alguna amiga, las gotas en uno de los ojos del hombre. Vive en Barcelona y aún no ha debido comprender el esfuerzo que desde siempre se hizo en el Mediterráneo por superar el ojo por ojo y diente por diente. Un esfuerzo que nos hace verdaderamente humanos. Supongo que los integrantes de alguna de las tertulias aplaudirán su deseo. Pero no es fácil, lo demuestra el juicio contra el matrimonio mauritano que vendió/casó a su hija de pocos años. Después violada por su marido de cuarenta o más. Su abogado defensor habla de que no entendemos su cultura. Tampoco parece que unos (padres) y otro (abogado) hayan comprendido exactamente donde viven ahora y lo que eso supone. En la fotografía de los padres que ocupaba la portada de un periódico parecen exactamente las víctimas de la combinatoria entre la miseria y la opresión de los usos y costumbres. Pero la imagen no les exime de nada.

 

FUENGIROLA, jueves cinco de marzo. Llego con un pequeño grupo de alumnos de Geografía urbana al centro de la antigua ‘villa blanca’. Venimos para aprender a ver. Pasamos unas cuantas horas con ese objetivo. Cuando me dejan en mi parada del tren de cercanías, me quedó con la impresión de que son estupendos por respetuosos, trabajadores e interesados por lo que les rodea. Serán geógrafos de andar y ver y de los Sistemas de Información Geográfica. Conciliarán lo mejor de lo viejo y de lo moderno tecnológico.

 

EL viernes seis de marzo, tras una larga reunión en ‘Doña Mariquita’ con dos amigos y compañeros sobre un libro que se supone vamos a acabar en los próximos días, recorro las calles hacia las nueve de la noche. Huele a primavera y semana santa, aunque aún sea casi imperceptible. Gentes de todas las edades transcurren por las calles, se encuentran y se saludan, forman corros. Parejas jóvenes, de mediana edad y ancianas caminan lentas, agarradas del brazo, y se hacen tímidos gestos amorosos. Tengo la tentación de llamar a la mía para tomarnos algo, pero ya es muy tarde. Pienso que estará cansada del trabajo de toda la semana, que incluye cuidarme. 

 

LA calle Larios vuelve a tener una exposición, parece como si la hubieran tomado como cuartel general los ‘imaginier’ que intervienen en la decoración urbana de los centros comerciales. Pero la calle en sí misma importa poco. Voy lento intentando descifrar el estado de ánimo de los viandantes. Someto sus caras y sus gestos a un examen cuidadoso. La mayoría de los que transitan parecen alegres, de viernes noche inicio del fin de semana.  Veo grupos de gentes de mediana edad, bien vestidos, sonrientes, como a la espera de una buena cena o de unas tapas y copas de vino. Muchos jóvenes. Algunos se hacen fotografías con sus móviles ante las esculturas. Me fijo en el despliegue de ‘meninas’ de distinto tamaño. Una de las esculturas se llama algo así como “Irene, 2006”.

 

CUESTA un cierto esfuerzo caminar entre los ríos de gente, las esculturas y el mobiliario urbano. Al final de la calle, muchos jóvenes agrupados. Se ríen, hablan en alto, no abandonan para nada sus móviles. Dos chicas muy jóvenes se abrazan entre exclamaciones de felicidad. No hay crispación alguna. Creo recordar que “Irene” significaba paz en griego. Compro algunos pasteles, de mousse de turrón y unos canutillos rellenos de crema en la única pastelería de la calle. Me siento bien, contento, al ver tantos otros ciudadanos alegres. En la calle está la “Irene”. Sigo sereno mi camino hacia la estación del ferrocarril.

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