OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

alfredo_rubio_g.jpg03/06/09. Opinión. El autor trae en esta ocasión una serie de reflexiones directamente causadas por un encuentro sobre el territorio en Doñana, en el que participó, en su calidad de geógrafo, junto a otras autoridades en materias afines. A la vuelta, Alfredo Rubio centra su “inquietud” en...
OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

alfredo_rubio_g.jpg03/06/09. Opinión. El autor trae en esta ocasión una serie de reflexiones directamente causadas por un encuentro sobre el territorio en Doñana, en el que participó, en su calidad de geógrafo, junto a otras autoridades en materias afines. A la vuelta, Alfredo Rubio centra su “inquietud” en uno de los mayores problemas, sin cuyo análisis no puede desarrollarse, en su opinión, un concepto claro de territorio: el capitalismo. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com también ha dedicado al territorio, su análisis, su concepción, su problemas, un número monográfico en su versión impresa y numerosos artículos de especialistas a lo largo de su historia. Todos están disponibles en esta web.

El innombrable: ¿por qué no podemos o no nos atrevemos a hablar del capitalismo?

en la Estación de Santa Justa aumentó mi intranquilidad. Como había llegado con bastante antelación, mientras esperaba el tren de regreso a Málaga, las imágenes y las palabras de la reunión que había mantenido en Doñana para reflexionar sobre el territorio durante horas volvían recurrentemente. Habíamos estado un grupo de ‘expertos’ -vaya palabra- para hablar sosegadamente sobre el territorio. Confluimos José Manuel Naredo, un economista maestro de todos nosotros; Salvador Rueda, probablemente el más importante experto español en ecología urbana y director de la Agencia Local de Ecología Urbana de Barcelona; Carlos Montes, catedrático de Ecología (Universidad Autónoma de Madrid); y este geógrafo de la Universidad de Málaga. Los contenidos de cada una de nuestras intervenciones, ante un auditorio donde se mezclaban funcionarios, políticos, empresarios, arquitectos, ecologistas y estudiantes, estaban prefijados y no podían superar los cuarenta minutos. El tiempo de la tarde quedaba reservado para las preguntas y el diálogo. Cada uno de nosotros hizo su trabajo como mejor supo y pudo.

el objeto final de lo que hicimos, y no podía ser de otro modo, era conseguir un diagnóstico donanapreciso sobre el territorio. Sólo con él, como detección diáfana y segura de aquello que es la causa de algo (llamémosle causa principal), es posible aplicar un medicamento que lo invalide. El problema aparece cuando en el diagnóstico se confunden síntomas y causa, o, y viene sucediendo habitualmente, sólo se especifican los síntomas. Cuando esto sucede, con la aplicación de los adecuados medicamentos (políticas, normativas, instrumentos, etcétera), los síntomas desaparecen y la enfermedad pudiera entenderse concluida. Sin embargo, si dejamos de aplicar los remedios podrá suceder: a) que no reaparecen los síntomas pues se han generado los anticuerpos necesarios para una curación; o b) que, activo el principio, los síntomas reaparezcan.

pero el territorio no es como los cuerpos de los vivientes. Los síntomas están ya ahí, en presencia física o en forma inmaterial, como algo irreversible, al menos inicialmente. Tampoco parece que el territorio genere anticuerpos. Ése es el problema. Para los síntomas se apuntaron soluciones tales como una aplicación más atenta [de los medicamentos] al territorio todo, para después segmentarlo nuevamente; seguir los usos de Europa, donde las cosas se hacen mejor, es decir, las normativas son operativas. O, también, una gestión más adecuada que, según sus defensores, permitirá conseguir un territorio mejor. Se bordeó el diagnóstico preciso, sumariamente o difusamente, casi sin mencionarlo. Los expertos parecen decididos a no llegar más lejos que alguna mención al capitalismo.

realmente no conseguimos traer al análisis el asunto central: nuestra condición deandalucia productores de artificialidad [desaforada], donde se incluye el capitalismo, un sistema -proceso- que sería propio de lo humano (obra nuestra) pero que parece haber adquirido una condición trascendental, es decir, algo que está más allá de nuestras posibilidades de control [una máquina de creatividad capaz de producir sus propias mutaciones; de expandirse destruyendo y autodestruyéndose como un carcinoma para reaparecer con nuevos bríos]. Inevitable, incontrolable, para el que sólo cabe el uso de paliativos producto de una reflexibilidad también muy acentuada en los tiempos que corren.

no planteo un juicio sumario al capitalismo, sólo pensarlo en su actualidad. Tampoco estoy contra los paliativos, los reformismos y cualesquiera formas de preservación y aminoración de los efectos negativos de algo. Prefiero que una buena aspirina elimine mi dolor de cabeza, sin tener que averiguar necesariamente qué o quién lo causa, que padecerlo horas y horas. Tampoco creo que sea la única cuestión, el único tema, la cuestión inagotable y obsesiva. Sin embargo, el territorio es inabordable sin atenderlo. Por esa razón, la ordenación del territorio y el urbanismo son formas ilusorias cercanas a los trabajos de Sísifo.

el problema fue no entender [o no desear hacerlo] que la causa es la artificialidad, y su expresión actual, el capitalismo. Lo cual viene a significar que la causa somos nosotros y lonaredo segundo, un producto nuestro, el auténtico síntoma. Los demás serán sólo síntomas secundarios. Por eso, todos debemos aceptar un lenguaje vacío, capaz de resemantizarse para y en cada nueva ocasión; una posición ambigua, propia de la incapacidad misma de poder pensar otro o, lo que es peor, del cinismo en su sentido más negativo, que, por supuesto, no atribuyo a ninguno de los asistentes. De ese modo, las perspectivas que se abren son sólo dos: un futuro pastoreo humano de los ecosistemas bajo la égida de las ecotecnologías emergentes, donde reinará feliz la ecoeficiencia, es decir, una artificialización global de los ecosistemas, que serán producidos como tales, o, como segunda opción, su deterioro extremo con sus secuelas apenas pensables. Sin embargo, me preocupa que la primera opción pudiera ser la antesala de la segunda.

allí, en la estación sevillana de Santa Justa, donde escribí estas líneas, me quedé pensando en las razones de mi intranquilidad. Todos mis contertulios tienen la máxima capacitación técnica e intelectual. También todos ellos son personas de probado rigor y valores éticos. Cualquiera de ellos es un maestro, no digamos si consideramos a José Manuel Naredo, principal impulsor de la economía ecológica en nuestro país. En aquella estación correcta, homologada, limpia y ‘moderna’ donde no cabe ninguna poética, me invadió la intranquilidad. ¿Qué nos impidió diagnosticar correctamente? ¿Por qué dejamos nuevamente el territorio huérfano de pensamiento?

(PUEDE bajarse el número monográfico de EL OBSERVADOR dedicado al territorio en formato pdf pinchando AQUÍ.)

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