Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad
de Málaga
18/01/11. Opinión. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com le
ofrece hoy la segunda parte (primera parte consultar AQUÍ) del artículo en el que Alfredo
Rubio analiza la figura de Sócrates. Según explica el profesor de Geografía de
la Universidad de Málaga, esta segunda reflexión surgió a raíz de que un amigo,
el arquitecto Salvador Moreno Peralta, le enviara una fotografía de una estatua
del filósofo, moribundo, en su último momento. Rubio se imagina en este texto a
un Sócrates de hoy en día, “un Sócrates imaginario
que deambula por nuestras calles y plazas. Se hace y hace preguntas sobre la
opinión pública y su construcción, es decir, sobre uno de los problemas primordiales de cualquier
democracia contemporánea (…) un filósofo contemporáneo que circula por calles
tematizadas, donde apenas quedan bancos ni recovecos donde ponerse a hablar”.
Dos textos sobre Sócrates
(II Parte): La estatua de Sócrates
La estatua de Sócrates
2.1. Llegó una fotografía
LLEVABA varias semanas trabajando en el texto anterior cuando Salvador Moreno Peralta, que nada sabía de mis ocupaciones, me envió una fotografía que había tomado en una ciudad suiza del filósofo en su último momento. Estaba acompañada de un texto lacónico que decía: “Ahí tienes tu socias”.
LA
escultura me impresionó. Está en el Parco Cívico de Lugano (Suiza). Se titula Sócrates moribundo, del escultor ruso
Markus Anlokolski (1870), y es una copia del original existente en el Museo del
Estado de San Petersburgo. Y, muy rápidamente, la supuse como representación y
reflejo, extraordinario, de su último momento. El veneno había vencido ya su
cuerpo que se abandonaba a la muerte, carente de energía. Una imagen que tendré
que revisar más adelante, pero esa fue la primera impresión. Una humanidad
inmensa que se abandona. Pero, a la vez, sentí la necesidad de seguir escribiendo sobre el filósofo.
QUERÍA meditar libremente, pero con ciertos apoyos, sobre un Sócrates realmente inventando. El que conocemos es un Sócrates complejo: alabado, vilipendiado o idealizado según las conveniencias de cada uno. Volver a pensarlo, imaginarlo, construirlo. Incluso me plantee leer los diálogos platónicos; darle carta de naturaleza al Sócrates de Platón, comprenderlo como personaje literario pero comprenderlo. Finalmente ganó la idea de inventar un Sócrates de hoy: un Sócrates imaginario que deambula por nuestras calles y plazas. Se hace y hace preguntas sobre la opinión pública y su construcción, es decir, sobre uno de los problemas primordiales de cualquier democracia contemporánea.
EL “asunto Sócrates” me parece un antecedente de las formas actuales de creación artificial de un estado de opinión. Lógicamente estará ya más que escrito pero es el asunto que más me apetece. Fundamentalmente me refiero a la creación de la opinión del común, indisociable de la creación de sentido, y a los problemas casi insalvables que concita su refutación. La demolición de los basamentos -como creencias- de esa opinión pública. Ahora más que nunca, cuando se puede sospechar con fundamento que los medios son puros terminales a través de los que se expresan los grupos económicos.
UN Sócrates que se asombró hace pocas noches cuando al conectar el canal, al que acudía como telespectador de ciertos debates, le salió también por allí el asqueroso sonido de fondo de ‘Gran Hermano’. Continuo, repetitivo, con la imagen de ese icono inquietante que recuerda lejanamente alguno nazi. CNN + había desaparecido y, en su lugar, se abría una puerta más para lo irrelevante, lo zafio, lo grotesco, lo asocial. Lo banal entronizado. Aún no ha salido de su asombro. No es que se sintiera especialmente amigo de PRISA pero pensó que asistía a la profundización de la degradación de los medios de comunicación. Programas informativos, debates y demás fórmulas capaces de suscitar una cierta reflexión y un pensamiento han sido sustituidos por las andanzas de los participantes en el programa ‘Gran Hermano’. Vidas zafias a la vista insertas en el espectáculo y sus límites. Vidas vividas sin vida a partir de guiones de científicos sociales.
UN filósofo contemporáneo que circula por calles tematizadas, donde apenas quedan bancos ni recovecos donde ponerse a hablar. También por las calles de los barrios populares, donde habita la vida de las gentes del común y se vuelven luminosas por esa sola circunstancia y por las oscuras, con sus esquinas donde habitan seres humanos agazapados vendiendo píldoras de felicidad. Por las vacías y cuidadas de los espacios residenciales. No hay interlocutores en esas calles donde ahora reina la explosión del consumo y sus imágenes. Sócrates se pregunta sobre el cemento social. ¿La cohesión social?
ESTE Sócrates de hoy busca el espacio público y no encuentra otra cosa que vacío. ¿Qué hacer con el logos como diálogo, sus posibilidades y sus límites? ¿Cómo definir un destino común construido socialmente?
2.2. Después del gallo
LA estatua, desde el punto de vista en que se ha fotografiado, representa el momento antes, tal vez la expiración de Sócrates. Ya no volverá a respirar, su energía esta agotada por los efectos del veneno. Su brazo derecho descansa sobre una almohadilla, mientras que el izquierdo pende, inerme, en un falso paralelismo con el tronco, que descansa agotado. ¿Por qué Sócrates aceptó la muerte? Tuvo posibilidades de escapar, de eludir el juicio; tal vez incluso de ganarlo si se hubiera aplicado a defenderse de otro modo. Declarado culpable, tal y como lo describe Platón -ahora mismo no sé si también Jenofonte- pudo aceptar la huida que le proponían sus discípulos. No lo hizo. Prefirió la muerte a cualquier componenda.
ACEPTEMOS este hecho como cierto a partir de sus distintas versiones. Podemos pensar sobre las consecuencias de la huida. Efectivamente, huir de Atenas no dejaba de suponer una forma de aceptación de la culpabilidad y, lo que era aún peor para un ateniense que cree en los valores que cimentaban su imaginario, no asumir sus actos (su vida). Una huida de las consecuencias de sus actos. Atacado desde antiguo su mala fama se había ido cimentando paulatinamente. Huir significaba irse de sus lugares: dejar de recorrer descalzo y algo descuidado en su vestimenta las calles de la ciudad. Abandonar el bullicio conocido que acompañaba su lento caminar: acaso un pregón, o una melodía simple tocada por músicos ambulantes, una discusión en una esquina o en los bajos algún pórtico. No percibir nunca más el buen aroma del matorral mediterráneo. Dejar el pulso de la calle, su ambigüedad. Estar en las nubes sin abandonar la calzada de piedra de la calle. No escuchar ciertos murmullos a su paso: “Fíjate en el sileno, le habrá enseñado a Albíciades el bello cómo usar la silla de los dos cojines enfrentados”. No vislumbrar nunca más la sombra de Heráclito que le escucha atento desde lejos.
NO podía aceptar la huida pues sería como instalarse para siempre en el vacío: sin Atenas, tan trabajosamente construida como ciudad democrática, nada tenía sentido. Seguramente no era consciente de algo: había construido el tiempo como su tiempo en aquella ciudad, entre sus gentes, en sus instituciones, en la calle. Sin Atenas era probable que nunca pudiera volver a ser. Se sentía Atenas. ¿Qué hace posible sentirse de alguna parte y, sin embargo, estar continuamente en su crítica?
MIENTRAS escribía aquel texto de filosofía en el centro comercial, tuve la intuición de un Sócrates agotado de la porfía con los otros. Su discurso no era complaciente pues, en caso contrario nada habría sucedido, ni el juicio ni la muerte consecuente. Podría ser un hubristés. Alguien incapaz de la mesura en su discurso. Rompía límites no escritos -esa era la educación griega: una formación para conocer los límites. Acaso, también, se comportaba como un parreshiatés. El resultado no podía ser otra cosa que una mezcla explosiva, de imposible aceptación social.
UN hombre agotado e incapaz de volver a comenzar en otra polis. Ama la vida y por eso la vive en el peligro. Como acertadamente nos indica S. López Petit, sólo se puede vivir contra la vida misma. Este hecho forma parte significativa de aquello que no puede ser dicho sobre la ciudad. Pretendió convencer a los hombres de ser hombres; de portar una ética de hombres, inseparable de algún tipo de verdad. Ampliar las perspectivas del hombre como aquel que supera su animalidad congénita. Vivir en sociedad no es algo similar al simple estar juntos. Tampoco se agota en la certidumbre asociada a la polis, por mas relativa que fuera. Pues, con todo, debía pensar que, ser hombres es idéntico a ser ciudadanos.
SÓCRATES como significativo babel del ánima En cada alma individual podemos ver la pugna entre una multiplicidad sincrónica de significaciones imaginarias (Castoriadis, C., 1.990: 247-277): daimones, imágenes sacralizadas personificadas y otras imágenes profanizadas e impersonales. No está al margen de su ciudad pues literalmente procede de la alteridad del imaginario social de Atenas.
SIN embargo, lo decisivo es su decir no a cualquier salida pactada. Asumió la muerte como una forma de (de)mostración de (su) la potencia. Dice no ante la posibilidad de un sí que le hubiera permitido la salida. Pero esa solución dejaba sin sentido la construcción de una vida. Su negativa es justamente la expresión de su potencia. Incapaz de doblegarse ante el miedo a la muerte, las presiones y hasta las quejas de sus amigos. Ese no es la afirmación de una vida plena.
LO propio de la potencia humana es no pasar [necesariamente] al acto. La dimensión que se le consigna al hombre es el conocimiento de la privación. El puro desencadenamiento de la potencia, es decir, si esta existiera sólo como acto y en acto que se realiza, jamás podríamos conocer la oscuridad y la privación. Así, arrojado a la potencia, “el hombre es el señor de la privación, porque mas que cualquier otro viviente está en su ser, asignado a la potencia. Pero eso significa que está, también, consignado y abandonado a ella, en el sentido de que todo su poder obrar es constitutivamente un poder no obrar; todo su conocer, un poder no conocer” (Agamben, G., 2.008: 292-293). ¿Como se piensa el acto de la potencia del no?: la negación de la potencia no siempre adquiere la forma del no puedo, incluye también la del puedo no. Con ello, no se destruye la potencia que queda como mínimo ahí, cuando no mejorada. Hacer no es un acto positivo, un tipo de actividad.
“SI la vida es lo que nos sujeta en lo que somos, la única manera de liberarnos es odiarla hasta estar dispuestos a perderla” (López Petit, S., 2.006: 128). Lo que nos impone una nueva tarea -o nuevas e ingentes tareas: odiar la vida libera el querer vivir. Experimentar, huir de los caminos, que son de otros puesto que, si hay caminos a la vista, es que han sido transitados por otros que han dejado los trazos de las huellas de su caminar. Se trata de oponer un mundo al mundo del poder. Erigir un mundo desde/en el interior del existente. De todo ello, para la ciudad, se deduce un programa no escrito y unas oposiciones de las que podemos hablar concretamente pero que no son un programa de consignas a modo de un listado de lo que debe hacerse o ser hecho.
ESTE Sócrates contemporáneo se niega a estar inserto en el lenguaje dominante. Sabe que opera sobre nosotros como constelación de consignas de obligado cumplimiento. Su depósito se reactiva y rejuvenece continuamente a partir de las palabras expropiadas al común, los movimientos alternativos y los científicos sociales. Se trata de un dispositivo de funcionamiento complejo. Consigue privar a la gente de la palabra a partir del trabajo conjunto de la sociología y su aparato, los sondeos, los media. Ese dispositivo extrae de la gente, como dice Blanchard, “el material del discurso por el que se les dará a conocer aquello que desean” pero, también, el sentido científico de aquello que se ordena sin ordenar (lo inevitable). A la vez, la gente queda ahogada cotidianamente por “un flujo [constante] de palabras que les son ofrecidas por las suyas propias”. “Hay algo ahí -agrega Daniel Blanchard- que produce un inquietante extrañamiento (y perdón por la expresión freudiana). El lazo social directo, el tejido social que se teje hilo a hilo, entre cercanías, es reemplazado por un lazo “tele-social”, por decirlo así (social a distancia), que mediatiza la relación por la televisión, el dispositivo de los sondeos y las ciencias sociales que hablan en lugar de la gente” (Blanchard, D., 2.008: 75).
ESTE Sócrates no desconoce que hoy por hoy carecemos de palabras. Sabe, como ese obrero llamado Yves Le Manach, que la palabra exige trabajo, es laboriosa y rara. “Debe ser objeto de un cierto respecto”. Prefiere un hablar callando con la poesía como ensanchamiento de una razón estrecha y acaso, por eso mismo, enferma de su propia racionalidad y sus límites. A veces, cuando se enrabieta o entristece, vuelve a ser ocupado por la ausencia de límites y gana el hubristés que siempre va con él. Habitualmente le sucede cuando no sabe como enfrentar la cuestión de la ausencia de espacio público, sustituidas todas las voces y las voces de todos por las de expertos, presentadores y presentadoras, políticos, científicos, publicistas...
EL filósofo, que vivió en la Atenas de finales del siglo V a.C., y que ahora callejea entre nosotros tiene a la vista lo que se viene hablando en ciertos foros muy minoritarios: una política distinta basada en los afectos.
2.3. Debemos un gallo
UNO de los misterios es la veracidad de sus últimas palabras: el asunto del gallo. Según la tradición -y ciertos escritos- Sócrates recordó a uno, o a todos los que le acompañaban poco antes de su fallecimiento, la deuda de un gallo a Asclepio. Era este una tipo de divinidad menor, o eso se supone, ligada a la preservación. Algunos lo consideran dios de las curaciones y se le ofrecía ordinariamente un gallo en gratitud cuando un enfermo sanaba. En la estatua está representando en el momento del abandono, aunque todavía parece ser capaz de sostener su cuerpo, pero la muerte es ya inevitable. Poco antes se dice que pronunció una de las frases que mas tinta han hecho correr en la historia de la Filosofía. Los efectos de la cicuta eran ya inevitables “pero los brazos todavía se movían. Con un enorme y doloroso esfuerzo, Sócrates se cubrió el rostro. Era conveniente hacer aquello en el momento en que la muerte llegaba. Pero, de pronto, apartó la manta con que había cubierto su cabeza. Tenía algo más que decir. No podía dejar de hablar” (R.Kraus) y dijo: “Criton, debemos un gallo a Asclepio, ¡paga la deuda y no la olvides!”.
MUCHOS filósofos (Nietzsche, Kierkegaard, entre otros) se han ocupado del significado de la frase El mismo Platón pretendió mostrar con esta frase como el condenado por impiedad era realmente piadoso. Otros suponen que Sócrates agradecía a Asclepio que lo hubiera mantenido con buena salud a lo largo de su vida. También se ha sugerido que, en realidad, asumía la muerte como curación de la vida. Es cierto que podría tratarse del reflejo de un asunto aparentemente trivial (un sacrificio debido a la curación de cualquier pariente o amigo) pero que tiene la enorme importancia de poner a la vista el escrúpulo religioso de Sócrates de cumplir en los últimos momentos todas sus obligaciones religiosas. Sobre estas interpretaciones me siento incapaz de opinar y menos aún de agregar la mía propia. A pesar de todo, entiendo que, si esta frase fue efectivamente pronunciada, implica necesariamente un irse dejando todo pagado. Cualquier deuda y toda deuda. Pagar incluso a aquellos a los que nada se debe. Satisfacer deudas inexistentes de acreedores invisibles pero asentados en el imaginario colectivo. Sócrates, piensa y habita una presunción como ética: la vida sin reflexión nada vale (Castoriadis, C., 2.002: 112 y 113). En definitiva, representación específicamente griega de la existencia humana que apenas apeló a transcendentalidad alguna.
ESTE, según algún filósofo actual bien conocido, enamoró a M. de Montaigne: “Su lucidez (se refiere M. Onfray a Montaigne) -que todavía hoy no ha hecho demasiada escuela sobre esta cuestión- le llevó a distinguir perfectamente entre Sócrates y Platón. Distingue con buen criterio la figura artificialmente creada por Platón para sus diálogos y la realidad histórica del Cileno de la cicuta. En la misma medida que Platón no le interesa, Sócrates se convierte en su héroe: valiente, decidido, virtuoso, poseedor de un inmenso poder de convicción, honesto, recto, el héroe del ágora que invita a cada uno a conocerse a si mismo sólo podía seducir al solitario que tiene a su vez el mismo objetivo” (Onfray, M., 2.007: 215).
TENGO la sensación, nunca la presunción, de Sócrates como aquel que siente la pasión por la democracia, idéntica que aquella pasión que busca la verdad. No lo entiendo como alguien armonioso y perfecto. Dotado de todas las virtudes. No creo en el filosofó que encandiló a Montaigne. Más bien me inclino por un personaje lleno de imperfecciones, dejado, probablemente misogino, y ambiguo. Alguien inquietante y poderoso que te conduce donde quiere. Aún así, su figura de imposible reconstrucción, tiene ejemplaridad para los tiempos que corren y nos atraviesan. Nos dan igual todos sus posibles defectos y pasiones. Interesa aquel que dice no. El que se enfrenta con entusiasmo a la tristeza necesaria como amante de la vida. El productor de espacio público. Pero lo decisivo es: si bien la vida sin reflexión no vale nada, nada vale la reflexión sin la vida.
LA estatua provoca escalofríos.
Bibliografía y referencias documentales.
- Agamben, G., 2.005 (2.005): Profanaciones, editorial Anagrama, Barcelona.
- Agamben, G., 2.008 (2.005): La potencia del pensamiento, editorial Anagrama, Barcelona.
- Blanchard, D., 2.008: Crisis de las palabras, Acuarela & Antonio Machado, Madrid.
- Blanchard, D., 2.010: Escritos políticos, Acuarela & Antonio Machado, Madrid.
- Canfora, L., 2.002 (2.000): Una profesión peligrosa. La vida cotidiana de los filósofos griegos, editorial Anagrama, Barcelona.
- Castoriadis, C., 2.006 (2.004): Lo que hace a Grecia. 1. De Homero a Heráclito. La creación humana II, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
- Castoriadis, C., 1.990: “Temps et creation”, en Le monde morcelé, págs. 247-277, editorial Seuil, París.
- Castoriadis, C., 2.004 (1.999): Sobre el político de Platón, editorial Trotta, Madrid.
- Dumézil, G. 1.989: “Debemos un gallo a Asclepio” Divertimento sobre las últimas palabras de Sócrates, en Nostradamus. Sócrates, págs.137-179, Fondo de Cutlra Econíca, México.
PUEDE
ver
aquí la primera parte de este artículo de Alfredo Rubio sobre Sócrates:
-
11/01/11Dos textos sobre Sócrates (I Parte). Sócrates en la ciudad: “Debemos un
gallo a Esculapio”
- 07/10/10 La Costa del Sol y el glamour imposible: de 2009 a 2010
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