OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía
25/10/12. Opinión. “El asunto del urbanismo desregulado, disperso por el solar rústico es un auténtico cáncer territorial (urbanismo metastásico se le ha llegado a llamar). Los problemas que acarrea son innumerables y todos aparecen por un factor crucial: la dispersión”. EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com les ofrece hoy la primera parte del análisis que realiza Rafael Yus sobre el urbanismo difuso en el campo de la provincia de Málaga.
Los costes sociales de vivir en el campo (I parte)
A los ecologistas se nos suele tachar de agoreros del desastre. Pero es injusto, pues es como si con ello ‘se matara al mensajero’. Llevamos, no años, sino décadas, advirtiendo de los problemas ambientales, económicos y sociales que conlleva ese nefasto estilo de vida de “retorno al campo” que, más allá de los primeros viajeros románticos de la casta de Gerald Brenan, ahora se desparrama por nuestros incultos campos, sin apenas distinción de clase y condición. Los últimos sucesos que desgraciadamente han ocurrido en nuestra provincia (grandes incendios, desbordamientos de ríos, etc.) representan una lúgubre confirmación de nuestras advertencias, que cualquiera puede comprobar tirando de hemerotecas, en esta columna o, si necesita más información técnica, en nuestro último libro, “Urbanismo difuso”, todavía disponible en las librerías de Málaga.
ES posible que a pesar de nuestros esfuerzos todavía no haya calado en la sociedad, incluso en algunos sesudos arquitectos y urbanistas, el contrasentido que supone admitir como ‘normal’ que la gente viva en el campo, si puede, sea en vivienda habitual o, más frecuentemente, como segunda residencia, para fines de semana, largas temporadas, etc. El asunto del urbanismo desregulado, disperso por el solar rústico es un auténtico cáncer territorial (urbanismo metastásico se le ha llegado a llamar). No basta decir que es una actividad ilegal y los que la hacen son delincuentes. Las políticas urbanísticas apuestan, al menos sobre el papel, en el urbanismo compacto, la vida en la ciudad o pueblo. Y esto no es una mera cuestión ideológica. Los problemas que acarrea el urbanismo difuso en el campo son innumerables y todos aparecen por un factor crucial: la dispersión. La dispersión de viviendas, hace totalmente impensable una vida en sociedad, al menos en una sociedad del siglo XXI, con una serie de servicios básicos, sin los cuales hay que retroceder hasta muy atrás de la historia, ya que hasta el mismo instinto de protección condujo históricamente a la creación de las primeras aldeas, no digamos cuando, como sucede actualmente, ante la toma de conciencia de los problemas ambientales que genera la actividad humana, y en un marco de superpoblación mundial y escasez progresiva de recursos, todos estamos de acuerdo en que hay que buscar los sistemas urbanos más sostenibles y eficientes. El urbanismo difuso se desarrolla en las antípodas de este principio. Aparte de la enorme superficie de suelo que devora, es imposible que se implementen sistemas eficientes de consumo de recursos y control de contaminantes, de forma que la huella ecológica de una vivienda en el campo siempre será más del doble de una vivienda de una ciudad bien organizada.
SE puede comprender, aunque no necesariamente compartir, los sentimientos que impulsan a estos ciudadanos buscar la vida en el campo, pero lo que no comprendemos es que ese afán ciegue el principio básico de prevención de catástrofes naturales. La vida en el campo está repleta de peligros, no sólo de origen humano (ej.asaltos), sino también natural o accidental. En la ciudad también hay peligros pero existen normas, sistemas de seguridad, agentes de seguridad, etc., que permiten la milagrosa coexistencia de cientos de miles de personas sin que proporcionalmente exista apenas algún problema. Ciertamente, algunos riesgos ambientales se incrementan por la vida en la ciudad, como ocurre con los terremotos, pues muchos mueren por el colapso de viviendas, pero es porque estas viviendas no están bien hechas o están en un estado ruinoso, como tampoco suelen estarlo las que se hacen en el campo, de tapadillo, los fines de semana con manos poco cualificadas. Demos un repaso a algunas de estas amenazas, tomando como referencia hechos acaecidos hace muy poco tiempo en nuestra provincia.
1.- RIESGO DE INCENDIOS. Uno de los problemas que siempre hemos planteado en relación con el urbanismo difuso es que esta forma de implantación en el territorio hace más vulnerable al fuego a las personas y sus bienes materiales. En el caso de la Axarquía, una comarca que conocemos bien, este problema no se origina por las masas forestales, prácticamente ausentes en un territorio altamente humanizado por siglos de actividad agrícola y ganadera hasta en las laderas con pendientes más fuertes. En este contexto, la falta de combustible forestal y los cuidados que miles de campesinos ponían sobre sus tierras, eliminando continuamente la maleza (la mala hierba) que se empeña en colonizar los campos de cultivo, el riesgo de incendio era mínimo. Pero este panorama ha cambiado drásticamente en los últimos años.
EL campo ya no es un espacio a cultivar en esta comarca, aunque ilegalmente, es un suelo para especular, para la compraventa y construcción de viviendas unifamiliares, admitidas paralegalmente como “casas de aperos” (en un vano intento de engañar a las leyes). Entre los clientes de este mercado se encuentran tanto españoles cuya fuente de ingresos se encuentran en la ciudad (no en el campo) como extranjeros que buscan aquí una forma estable de disfrutar el ansiado clima mediterráneo en los últimos tramos de sus vidas en las frías y sombrías urbes centroeuropeas. Estos clientes no vienen a “vivir del campo” sino a “vivir en el campo”, con lo que el campo pasa de ser un objeto activo y central de atenciones para ser el fondo escénico que presta pasivamente atenciones paisajísticas al nuevo residente. En estas circunstancias la maleza se adueña de los campos abandonados y desarrolla un inusitado combustible dispuesto a arder a la primera oportunidad. En este nuevo contexto, la casa del campo tiene la doble condición de ser agente y paciente de los incendios. Agente porque la actividad que desarrollan estas nuevas viviendas aumenta de forma proporcional al número existente, la probabilidad de que alguna sea el foco de un incendio, ya sea por un escape de chimeneas, de barbacoas o de quema de residuos sólidos y de desbroces de jardinería. Y paciente porque un incendio que se origine por cualquier causa en sus aledaños se extendería rápidamente, gracias al combustible generado en los campos baldíos, hasta su vivienda haciendo peligrar tanto sus bienes materiales como sus vidas. A esta problemática se le añade otros problemas de difícil solución. Por ejemplo, la condición de viviendas irregulares las convierte en no apropiadas para suscribir pólizas de seguros contra incendios, además de que ninguna cumplimenta en su ayuntamiento un plan de autoprotección contra incendios como establece la legislación vigente. Por último añadamos otro problema: la enorme dificultad que tienen los servicios de extinción de incendios para acceder a una zona incendiada a través del laberinto de carriles, la mayoría en pésimo estado, que es consustancial con una zona tan montañosa como la Axarquía, hecho que obliga al empleo de costosos sistemas de extinción como las aeronaves (helicópteros, avionetas). Estos problemas ya no son un pronóstico, sino una realidad que lamentablemente se ha vivido en esta comarca, donde hemos contabilizado decenas de incendios solo en los últimos años, aunque afortunadamente ninguno sin llegar a producir daños humanos. Pero la posibilidad sigue estando ahí, y la exposición es muy alta porque gran parte de la comarca se encuentra colonizada por estas viviendas irregulares.
LA situación es algo diferente en las comarcas occidentales de la provincia. Allí existe más tradición forestal y el régimen de propiedad alterna el minifundio con el latifundio. Por otra parte la especulación del suelo se ha resuelto a través de la figura de la urbanización más o menos compacta, desvinculada de los núcleos urbanos, a modo de territorios-isla para turistas. También hay zonas con un estilo semejante al de la Axarquía, con fuertes subparcelaciones y propiedades minifundistas, como sucede en Mijas y Estepona. Aunque Mijas ha vivido incendios un año sí y otro también, mientras éstos se han producido en su extensa superficie forestal despoblada, los daños materiales y humanos no han sido alarmantes, aunque sí los daños ambientales. Pero a finales del mes de agosto de este año, esta comarca vivió uno de los incendios más destructivos de la provincia en la última mitad de siglo. El incendio, que según las investigaciones se originó en el paraje de Barranco Blanco (en el que más de un regidor ha querido hincar el diente urbanístico) y se propagó rápidamente hacia el sur o suroeste, alcanzando, a lo largo de cinco interminables días, los míticos destinos turísticos de la Costa del Sol.
A pesar de que la legislación obliga a contemplar planes de autoprotección y prevención de incendios, estas urbanizaciones se aprueban en los PGOUs y Planes Parciales sin ninguna atención a los riesgos que supone este planteamiento forestal en torno a las urbanizaciones, y ya no digamos todas esas viviendas construidas aisladamente, de forma irregular o ilegal, que por sus propias características solo se les pide que paguen el IBI. Este afán de dar el gusto al cliente cuesta caro, no sólo a sus propietarios, sino a las arcas públicas, y este incendio lo ha puesto de manifiesto por dos motivos: a) Porque eso supone un gravísimo riesgo al rodear la casa o urbanización de combustible potencial; y b) Porque eso supone que, bajo el principio lógico de priorizar la salvación de vidas y bienes materiales, los servicios de extinción tienen que emplear un precioso y crucial tiempo y esfuerzo en mantener húmedas las viviendas mientras el resto del monte arde por los cuatro costados. La imagen de las impolutas casitas blancas (o el mismo chalé de Julio Iglesias), contrastando fuertemente con un entorno totalmente calcinado, es una prueba gráfica de ello.
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