OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía
18/03/13. Opinión. “Si las personas definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias”. Es decir, si los principales actores sociales implicados en el fenómeno residencial definen el proceso en términos turísticos, la perpetuación del proceso se legitima como tal actividad turística, apelando a las consecuencias previstas de un proceso de carácter eminentemente turístico, y no de otro que, al menos en gran medida, tiene un carácter inmobiliario y migratorio y que, por lo tanto, acarrea también otro tipo de efectos no atribuibles objetivamente al turismo. Así pues, la sociedad local sustituye el oxímoron, que supone la expresión “turismo residencial”, tal como lo consideran los académicos, por una sinécdoque: “turismo es todo”, la dimensión turística del proceso es considerada como la dimensión total del proceso”. Nueva colaboración de Rafael Yus con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.
Gerontoinmigración climática, turismo residencial y teorema de Thomas
CASI todas las alusiones al concepto de Costa del Sol se refieren a un típico destino turístico masificado de sol y playa del Mediterráneo español. Sin embargo, si examinamos con detalle el tipo de actividad que ha venido desarrollando este destino turístico, observamos que es un destino turístico que apenas ofrece servicios turísticos, o al menos no de forma principal. Se entiende que el turismo es un conjunto de servicios que se proporciona a un visitante temporal en un territorio determinado que por alguna razón escoge como destino para pasar un corto periodo vacacional o de tiempo libre. Entendemos por servicios, no solamente la actividad comercial y la hostelería, sino lo que se conoce como productos turísticos. Estos abarcan desde un hotel de cinco estrellas a un burro-taxi. Los productos turísticos son ofrecidos por empresas, unas son emporios de distribución mundial, otras son tan pequeñas como un individuo, y la mayoría tiene más o menos empleados para realizarlos.
CUANDO se discurre por la carretera N-340 que recorre todo el litoral de la Costa del Sol, lo que llama la atención no son los hoteles, sino la inmensa cantidad de viviendas construidas, muchas de ellas formando núcleos residenciales más o menos grandes, satélites de las capitales de municipio, con hechuras frecuentemente disonantes ¿Quién vive allí? Personas que residen en la Costa del Sol, pero no personas nativas, que trabajan allí, sino personas frecuentemente de edad avanzada y de procedencia centroeuropea, que buscan en este lugar tranquilidad, clima apacible y servicios sanitarios. Hemos acuñado para esta población el término de gerontoinmigrantes climáticos, sin ninguna connotación despectiva, por mucho que alguien quiera leerlo así ¿Estos residentes son turistas en el sentido genuino de la palabra? ¿El producto que se les ofrece: una casa en propiedad, es un “productos turístico”? y finalmente ¿Es una actividad óptima para la economía local? Como veremos, la respuesta no es unívoca, depende de la perspectiva y criterios en que se base.
1. La perspectiva de los expertos en turismo
CON frecuencia este fenómeno de inmigración climática, altamente demandante de viviendas, demanda que se ha ido resolviendo mediante la figura de urbanizaciones cerradas y satélites en la periferia de los núcleos urbanos tradicionales, se ha venido considerando como una “supuesta” modalidad más de turismo, que fue llamada turismo residencial por Jurdao (1979), cuando precisamente criticaba a los nuevos residentes de Mijas, sin percatarse que con ello había sembraba la discordia. Para la mayoría de los expertos, sin embargo, esta expresión es un oxímoron porque agrupa dos términos de significado opuesto: el turismo no puede ser considerado como residencial, porque por definición es una actividad temporal relacionada con unos determinados servicios (productos turísticos), que no se reproducen en un contexto residencial, por lo que la expresión en realidad quiere significar otra cosa: extranjeros de clase media que deciden pasar gran parte del año en un destino turístico y disponen para ello de vivienda propia, y como generalmente es gente jubilada que busca un clima agradable, preferimos denominarlo gerontoinmigración climática, que se resuelve más con ofertas inmobiliarias que con ofertas de servicios turísticos.
ESTE fenómeno ya se conocía desde los años 1960s en el litoral mediterráneo español, siendo considerado como una forma de neocolonialismo por autores como Gaviria (1974) y Jurdao (1979). Los discursos críticos contenidos en las obras de los académicos que han estudiado este proceso tienen como denominador común la denuncia de los impactos causados por la masificación y la sustitución de la planificación turística por una actividad urbanística descontrolada ligada a procesos de especulación inmobiliaria. En concreto, estos trabajos advierten de situaciones de insostenibilidad ambiental, banalización, problemas de gestión pública o excesiva dependencia de las fuentes de financiación municipal respecto a las actividades económicas asociadas al crecimiento del sector turístico-residencial.
UNA de las críticas más sustanciosas procede de Requejo (2008), uno de los primeros en acuñar la expresión de inmigración climática, para referirse a esta población centroeuropea que decide residir en los destinos turísticos del mediterráneo español. Según este autor, la pauta de conducta de los inmigrantes climáticos se mueve en tomo a una estancia recurrente de ocho a diez meses en el lugar de destino, con tres o cuatro viajes anuales a su país de origen y uno de ellos normalmente en el verano para huir de la congestión y disfrutar de su país nórdico o centroeuropeo en verano. El nivel de renta y capacidad adquisitiva es el correspondiente a un jubilado de renta media y, la mayoría, reproducen los hábitos que tenían en su país de origen en cuanto a salidas y consumos de servicios. De hecho, se detectan diferencias claras en la actitud ante los servicios públicos y una mayor propensión al uso de los sistemas territoriales. Esto se traduce en un mayor consumo de agua por habitante y día, mayor consumo de energía doméstica y en transporte, así como un mayor nivel de utilización de servicios de salud y servicios sociales de distinto tipo. Su gasto diario, sin embargo, no es significativamente superior al de los residentes nacionales. Es decir, según esta descripción estamos ante un residente que no consume servicios turísticos pero sí consume servicios públicos, y en mayor grado que los autóctonos, por lo que su contribución a la industria turística es muy baja, y sus efectos son potencialmente catastróficos para la sostenibilidad de los destinos turísticos (Tabla 1).
Tabla 1. Efectos del turismo residencial sobre los destinos turísticos (Requejo, 2008)
Efectos territoriales y ambientales |
Efectos sobre el entorno operacional del turismo |
Factores críticos afectados por el modelo turístico |
-Creciente densificación de actividad residencial -Banalización de los espacios y alteración generalizada del paisaje -Bajo nivel de sostenibilidad -Agotamiento de recursos naturales -Afección a la biodiversidad -Aumento de la contaminación -Contribución al cambio climático |
-Pérdida de atractivo turístico del destino. -Derivación de las estrategias empresariales hacia la competencia en precios -Dificultades para la inversión empresarial turística por empeoramiento de las expectativas de rentabilidad por encarecimiento de costes urbanísticos. |
-Sostenibilidad del desarrollo -Calidad integral del destino -Diversificación del litoral -Diferenciación de destinos -Diferenciación de productos |
CON todo debemos señalar que no todas las tipologías de turismo residencial tienen el mismo impacto. Uno de los graves problemas de los territorios rurales cercanos a los destinos turísticos de la costa, como la Axarquía malagueña, Mijas y Estepona, es la fuerte implantación de un modelo turístico-residencial basado en la vivienda rural aislada (en realidad grandes mansiones con sus accesos y piscina) en suelo no urbanizable (rural). Esta tipología contrasta con las viviendas unifamiliares de urbanizaciones compactas situadas en suelo urbano o urbanizable. Ambas tipologías de residencias están presentes en la zona interior de la Costa del Sol. La urbanización difusa, es mucho más tolerable, por su dispersión en el territorio, pero mucho más impactante desde el punto de vista ambiental. En cambio, el modelo residencial compacto, en sus diversas modalidades (plurifamiliar, tipo apartamentos; unifamiliar, tipo adosados) es la tónica dominante de las zonas litorales y responsable del ensanchamiento de los núcleos urbanos históricos y la absorción de urbanizaciones satélites de años anteriores.
DADA la coincidencia de la actividad turística con la actividad inmobiliaria en los destinos turísticos, los promotores inmobiliarios residenciales reclaman el calificativo de turística para lo que en realidad es una actividad inmobiliaria. Este calificativo no es baladí, pues con ello se pretende dulcificar, adornar de “interés social”, lo que a todas luces es un simple negocio inmobiliario, a menudo de carácter especulativo, con grave consumo de suelo y a menudo con escasas y deficientes dotaciones infraestructurales, que tendrán que ser atendidas por el heraldo público. Para Requejo (2008), la promoción de viviendas con destino a los residentes climáticos no puede ser considerada en ningún caso actividad ligada al turismo, puesto que las personas que viven en España más de seis meses al año nunca pueden ser consideradas turistas en un análisis racional de esta actividad. Otra cosa diferente son las viviendas con destino al uso temporal (segunda residencia o alquiler) que, aunque suponen un alojamiento no reglado y alimenta la economía sumergida, éste es temporal y supone la implicación social en el negocio turístico. Luego en lugar de dulcificar la operación inmobiliaria con calificativos políticamente correctos como “turístico” mostrara su verdadera faz, no sería tan ampliamente aceptado, al menos a nivel político. De hecho, si pusiéramos en una balanza las ventajas y en otra los inconvenientes del turismo residencial frente al turismo empresarial (hotelero, de apartamentos, etc.), apreciaríamos rápidamente que el turismo residencial tiene muchas menos ventajas y muchos más inconvenientes que el turismo empresarial (Tabla 2)
Tabla 2. Ventajas e inconvenientes de las dos estrategias de turismo (Requejo, 2008)
|
Ventajas |
Inconvenientes |
Turismo residencial |
-Campo para operadores locales -Se obtienen beneficios empresariales y sociales a corto plazo. |
-Lógica consuntiva del suelo -Concentración estacional -Presión sobre elementos territoriales |
Turismo empresarial |
-Genera ocho veces más empleo y doce veces más renta -Oportunidad para el tejido empresarial -Valoriza el paisaje, la cultura y el medio natural y permite un mejor control del desarrollo territorial del frágil espacio costero |
-Inversiones de materialización lenta -Actividad menos accesible para el operador lo cal -Dependencia de empresas que operan en mercados muy amplios |
POR todo ello, parece conveniente que la promoción inmobiliaria no aparezca confundida con la actividad turística, debiendo tratar de que se diferencie netamente una de otra, por lo menos en el ámbito técnico. El uso residencial y el de establecimientos turísticos pueden ser compatibles en determinados y en determinadas condiciones, e incluso pueden obtenerse claros beneficios de su convivencia para la ordenación del espacio turístico, pero resulta arriesgado justificar los enormes afanes inmobiliarios de promoción residencial en nombre del turismo.
ALGUNOS autores, como Salvá (2011) interpretan el turismo residencial como una característica de los cambios que se están produciendo en la actividad turística en este periodo postmoderno. A juicio de este autor, el turismo residencial, en su acepción de viviendas rurales con parcela rústica, obedecen a un proceso de gentrificación rural, provocado por una huida de la ciudad, buscando el encuentro con una naturaleza inapreciable en los entornos urbanos. Esta dinámica originaría una tendencia a la búsqueda de enclaves rurales, sea en pueblos o, más frecuentemente, en viviendas rurales. Sin embargo, consideramos que esta tendencia no es un signo de los nuevos tiempos, sino que siempre ha existido, incluso en la etapa fordista, y el resultado ha sido la creación de procesos urbanizadores difusos por determinadas zonas rurales, como la Axarquía, en las que a la proximidad del mar, el clima subtropical y el relativo bajo valor del suelo (abandonada la agricultura), suponen una oportunidad para los inmigrantes climáticos y españoles urbanos, de disfrutar de largas estancias en el medio rural en mansiones con todas las comodidades y con algunos lujos de excelencia, como piscinas, colonización de hitos paisajísticos, intimidad, distinción, y otras cualidades que siempre ha interesado a la pequeña burguesía (clase media europea), que siempre ha anhelado imitar la vida lujosa de la burguesía y sus grandes viviendas residenciales retiradas de la ciudad.
2.-La perspectiva de la sociedad de los destinos turísticos
POR otra parte, algunos autores (sobre todo de la Universidad de Alicante) consideran que el turismo residencial es un fenómeno real y muy extendido, y que no solamente ha sido promovido por sectores empresariales locales, con la connivencia política local, sino que es un hecho aceptado socialmente, como lo demuestran las encuestas realizadas la respecto, lo que implica una divergencia en la visión de este fenómeno entre los académicos (expertos) y la sociedad local donde se desarrolla el fenómeno. Por ejemplo, una respuesta típica sobre cómo valora cualquier persona que vive en estos lugares con desarrollo turístico-residencial sería:
“Antes no había nada. Si no fuera por el turismo, aquí te morías de asco. El turismo ha traído riqueza […] Toda la gente que ha venido atraída por el turismo ha activado todos los sectores económicos del pueblo. El resultado final es que hemos ingresado mucho dinero y la población está más contenta, hay más empleo. Gracias a las aportaciones del turismo hemos alcanzado un nivel de vida muy alto. La gente sabe que el turista es el que le da de comer, porque permite que su negocio funcione. Todas las personas que han venido desde Inglaterra, Alemania, y de todas partes, se han gastado mucho dinero comprándose casas y gastan en los comercios de aquí”.
RESPUESTAS semejantes escuchamos en diversos destinos turísticos de la Costa del Sol, no sólo los inmediatamente beneficiados (inmobiliarias, bares, restaurantes, comercios, etc.) sino también en gente menos vinculada al turismo. Y en los tiempos actuales, tras la explosión de la burbuja inmobiliaria, la menor actividad en el sector de la construcción hace patente la falta de este maná que daba riqueza y prosperidad a amplios sectores de la población, por lo que a menudo expresan el deseo de que vengan otra vez los tiempos en los que se construían nuevas urbanizaciones.
SEGÚN ha descubierto Mantecón (2011), la aceptación social del fenómeno del turismo residencial lleva aparejada una concepción simplista del mismo. Por una parte, con este calificativo la población local tiende a englobar todas las situaciones posibles que supongan una estancia más o menos prolongada, tratando con el mismo beneplácito tanto la residencia aislada en el campo (urbanismo difuso) como la vivienda en adosados o la plurifamiliar (urbanismo compacto) y tanto si es en propiedad como si es alquilado, cuando los beneficios sociales y los impactos ambientales y económicos son muy diferentes según cada modalidad. Por otra parte, bajo la denominación de turista residencial la población excluye el hecho de que en realidad son inmigrantes, con poder adquisitivo y buscando solo el clima, pero inmigrantes a fin de cuentas, con todas sus consecuencias. Es decir, para la población local los nuevos residentes son “turistas” (como los que visitan temporalmente el destino), y no los consideran “inmigrantes”, sino que los inmigrantes son los magrebíes y sudamericanos, es decir los inmigrantes laborales. Esta simplificación podría tener graves consecuencias sociales.
DE hecho, la población local no cree que el turismo residencial esté provocando efectos colaterales negativos, sino que lo vinculan el aumento del bienestar material. Luego, tanto la pérdida de la identidad cultural motivada por la creciente masificación como los impactos medioambientales, son redefinidos como pequeños cambios sin importancia, y en todo caso asumibles en un contexto de transformación de la realidad social. De este modo, y a diferencia de otras actividades económica (ej.industrial), la naturaleza del turismo residencial es definida por la mayoría de los sectores sociales implicados de manera contraria a como es definida por la mayoría de los expertos que la han analizado en profundidad desde una perspectiva más objetiva o científica. En palabras de Mantecón (2011), es como si la etiqueta «turismo» funcionara simbólicamente como una especie de «embudo» que no filtrara ni los problemas ligados a su carácter migratorio (problemas de integración, aislamiento, subregistro, etc.) ni los que se asocian al crecimiento urbanístico (impactos ambientales, destrucción del entorno arquitectónico tradicional, etc.), admitiendo solo costes minoritarios o aceptables.
Conclusión
DE este modo nos enfrentamos a una contradicción entre los diagnósticos realizados por los académicos y las valoraciones de los actores sociales implicados (stakeholders). De este modo, aquí Mantecón (2011) sugiere que en esta contradicción se puede apreciar una variación sobre una de las aportaciones teóricas más significativas de la historia de la sociología, el teorema de Thomas, según el cual: “Si las personas definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias”. Es decir, si los principales actores sociales implicados en el fenómeno residencial definen el proceso en términos turísticos, la perpetuación del proceso se legitima como tal actividad turística, apelando a las consecuencias previstas de un proceso de carácter eminentemente turístico, y no de otro que, al menos en gran medida, tiene un carácter inmobiliario y migratorio y que, por lo tanto, acarrea también otro tipo de efectos no atribuibles objetivamente al turismo. Así pues, la sociedad local sustituye el oxímoron, que supone la expresión “turismo residencial”, tal como lo consideran los académicos, por una sinécdoque: “turismo es todo”, la dimensión turística del proceso es considerada como la dimensión total del proceso. La consecuencia práctica más clara es su contribución a la legitimación de las dinámicas conocidas, la realidad palpable que observamos en los destinos turísticos del litoral mediterráneo. El asunto trasciende el mero debate ontológico para alcanzar niveles de filosofía social y política: ¿es legítimo, y por tanto respetable, una posición socialmente compartida aunque objetivamente sea inadecuada, contraproducente o perjudicial, si no a corto plazo, a largo plazo? ¿sería antidemocrático o propio de un despotismo ilustrado deslegitimar racionalmente este tipo de posiciones, alimentadas únicamente por el afán (legítimo) de prosperidad? En definitiva ¿hay que respetar que una sociedad destruya su futuro por el hecho de que lo haya decidido democráticamente?
TAL como funciona el sistema político en los países democráticos, lo que la sociedad percibe acaba imponiéndose en el sistema político, por un simple sistema de selección a través del voto. Así pues, mientras que las leyes están fundamentadas en principios científicos y avaladas por los criterios de los académicos, su ejecución dependerá de lo que la sociedad imponga a través del teorema de Thomas. Si, además, el resultado es óptimo en cuanto a macrocifras del tipo Producto Interior Bruto (PIB), la posición política impepinable es: “mejor no meneallo”. Una visión irresponsable y cortoplacista, cuya consecuencia ha sido la creación de ese vasto territorio impersonal, aparcamiento de gerontoinmigrantes climáticos, que llamamos Costa del Sol y cuyos efectos para generaciones futuras se vislumbran como catastróficos.
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