OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía

12/04/13. Opinión. Rafael Yus Ramos vuelve en su colaboración con su columna habitual, ‘El buen ciudadano’, en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. Lo hace analizando el papel de la energía barata en la desconfiguración de la situación actual del territorio mediterráneo, que se ha convertido en “una metaciudad lineal sin apenas solución de continuidad”, lo que los arquitectos de la Fundación Rizoma denominan “Zona Metropolitna Costa del Sol”.

ES un hecho, que cualquiera puede comprobar. El litoral mediterráneo se ha convertido, en tan sólo cuarenta años, en una metaciudad lineal sin apenas solución de continuidad. Es lo que los arquitectos de la Fundación Rizoma denominan ZOMECS (de Zona Metropolitana Costa del Sol) para el caso de Málaga. Ellos mismos reconocen que el fenómeno es general. De hecho este tipo de conurbaciones se da en muchos otros lugares del mundo, siendo conocidas como “Special Metropolitan Zone”, definida como “una zona urbana con transformaciones a gran escala, unas debilitadas preexistencias territoriales, sin que su explosivo desarrollo esté en función de las nuevas tecnologías. Carecen de planificación, o ésta se encuentra muy fragmentada, al igual que las instituciones políticas locales, bajo el signo de una permanente improvisación debido a la continua presión de los inversores”. (Reinoso et al., 2004)

LAS características de este tipo de estructuras urbanas, creadas para satisfacer una demanda residencial alóctona o eventual, y que crece en tiempos y espacios que obedecen más a unos intereses económicos que a la genuina planificación derivada de la satisfacción del derecho de vivienda en una ciudad, han sido sobradamente descritas y analizadas. Se trata de un modelo que se inscribe en el contexto de un destino turístico, utilizándolo como excusa para convertir la genuina actividad turística (servicios, productos turísticos) en una mera actividad residencial, tras la cual hay una oligarquía político-empresarial que ha dispuesto leyes y mecanismos financieros para lograr este propósito. Es de este modo cómo la turismo español se ha ido convirtiendo, desde sus mismos orígenes, en un negocio inmobiliario de volumen sin precedentes en nuestra historia.

ES evidente que esta trasmutación o perversión del turismo en mera actividad inmobiliaria no hubiera podido crecer de no ser porque, al mismo tiempo, ha ido creciendo una demanda de origen principalmente centroeuropeo de residencias en el litoral mediterráneo. Para este tipo de turistas, que lo que desean no es consumir los productos turísticos, sino beneficiarse del clima, la luz, la paz y los servicios sanitarios del destino, la vivienda en propiedad constituye la inversión en ladrillo de sus ahorros y el medio para residir por tiempos más prolongados en el destino turístico. Este tipo de turistas en realidad tienen vocación de inmigrantes, y como lo que buscan es unas mejores condiciones climáticas, se les puede llamar inmigrantes climáticos, y como gran parte de estos inmigrantes climáticos son personas jubiladas y de avanzada edad, se les puede considerar como gerontoinmigrantes climáticos.

La base energética de la creación de una ZOMECS

ADMITIDO el hecho de que la ZOMECS aparece como una respuesta mercantil entre un cliente que desea un producto, la vivienda en propiedad en destino turístico mediterráneo, y un empresario, conectado con el poder político local (y a gran escala regional y nacional) que ofrece un suelo y una vivienda ajustada a dichos intereses, hay que decir a continuación que este tipo de planteamiento es necesariamente simplificador.

NI la ZOMECS ni el turista serían conceptos reales de no ser porque estamos inmersos en la era de una fuente de energía abundante y barata: el combustible fósil (fuel-oil, gas natural). En efecto, la disponibilidad de esta fuente de energía es la base de la capacidad de una transformación del territorio tan vertiginosa, en el espacio y el tiempo, como la que se produce en una ZOMECS. Como se indica en la Fig,1, la energía barata hace rentable los procesos de extracción y transporte necesarios para la creación de infraestructuras y la construcción de edificios. Por supuesto, partiendo de los precios bajos del suelo rústico, debidamente recalificado por la política local, en el marco de una ley del suelo estatal y regional que aseguran la realización de estas operaciones “con todas las de la ley”, y con altos rendimientos económicos, se crea, con poca inversión una urbanización donde antes sólo había pastos, cultivos o monte. Aun contando con las enormes ganancias que supone este tipo de operaciones, no tendrían salida alguna de no existir una clientela potencial dispuesta a pagar, lo que se logra, no sólo por los precios asequibles a su nivel adquisitivo, y sus ansias de propiedad en un país cálido del Mediterráneo, sino porque también hay un sistema de transporte rápido, alimentado por una energía relativamente barata. La misma razón que permite transformar el turismo de excelencia decimonónico en un turismo de masas, que alcanza su máximo exponente con los vuelos baratos (low costs), que a su vez llevan consigo la ampliación de las correspondientes infraestructuras (aeropuertos). Para estos nuevos inmigrantes, esta energía barata y las infraestructuras creadas en sus lugares de residencia, también les asegura un rápido retorno a sus países de origen y un traslado rápido, en caso de urgencia, a los centros sanitarios. A la postre, queda patente que los altos rendimientos y la satisfacción plena de las expectativas de vendedores y compradores, suponen una retroalimentación positiva hacia este tipo de energía fósil y barata.

Los cambios territoriales en la creación de una ZOMECS

SIGUIENDO la hábil exposición de Requejo (2004) sobre las transformaciones territoriales que se han ido produciendo desde la incorporación de la energía fósil y barata a los medios de producción, y aplicándola al desarrollo de la ZOMECS, debemos considerar dos situaciones contrapuestas (Fig. 2):

A.- Situación de partida. Estos territorios, antes de convertirse en ZOMECS, eran necesariamente la propia de una zona rural, regida por un modelo territorial que podríamos denominar rural-organicista, existente en la primera mitad del siglo XX en estos lugares que luego se convertirán en destinos turísticos. En estos lugares, el hecho urbano tiene una base territorial y humana, se ajusta a la cultura, las necesidades de sus habitantes y acepta los límites que impone el territorio, ya que es el que asegura una función vital para los habitantes del lugar. En estos contextos, hay una sintonía con los flujos naturales, no se contemplan con elementos a ocultar o controlar, sino que, al contrario, se aceptan por sus funciones para la vida. Por otra parte, en estos contextos, se acepta que los materiales son limitados, no son fácilmente reemplazables por otros nuevos, por lo que prima el principio de recuperación (reciclaje, reutilización) y retroalimentación. Las fuentes de materia y energía autóctonas son altamente valoradas, constituyen parte del capital natural, que junto al capital cultural, heredado de los antepasados y adaptados a los nuevos tiempos, constituye un valioso capital territorial clave para la supervivencia. En definitiva se trata de un sistema que basa su existencia en la autosuficiencia, gracias a la riqueza de un espacio productivo principalmente primario (agrícola, ganadero, extractivo, forestal), pero no es un sistema cerrado, sino semiabierto, admitiendo la entrada de componentes que no puede lograr en su medio particular y que son necesarios en la sociedad moderna.


B.- Proceso de creación de una ZOMECS. Este sistema empieza a cambiar en desde mediados del siglo XX con la llegada de un nuevo sistema económico basado en los servicios: el turismo. Pronto se advirtió que el turismo tenía una vertiente alojativa que casaba muy bien con la industria inmobiliaria. Es aquí donde la disponibilidad de una fuente de energía fósil y barata permitió, junto a un sistema oligárquico político-empresarial, dominado principalmente por la banca (responsable de poner a disposición créditos financieros) y las grandes empresas inmobiliarias, el ofrecimiento de un producto mercantil que cubría el ansia inversor pequeño burgués (nacional y extranjeros) en ladrillo, por un lado, y la consecución de un “sueño”, más o menos fabricado con la publicidad, de imitar el comportamiento decimonónico burgués de pasar las vacaciones en lugares exóticos y cálidos como el Mediterráneo. Como se indicó anteriormente (Fig.1), esta energía barata permitió acceder a este producto (viajes y precios inmobiliarios asequibles al poder adquisitivo de la clase media europea), y la creación de un sistema de redes (Fig.2) para la captación y distribución de materiales y personas  (redes de carreteras, de ferrocarril, de líneas aéreas, de electricidad, de agua, de saneamiento, etc.) que permitieron acceder a productos y personas situadas a gran distancia de la zona que se estaba transformando en ZOMECS.

EL producto final, aunque en continuo proceso de expansión, y con ello acentuando sus contradicciones, es un sistema completamente nuevo, que podríamos denominar urbano-mecanicista (Fig. 2). A diferencia del sistema anterior de partida, en este sistema el hecho urbano ignora la base territorial y humana en la que se sustentaba, para crear otras  relaciones más acordes con la necesidad de atender a nuevos moradores que, por su procedencia, son desarraigados del medio en el que son introducidos. En este nuevo contexto, como ocurre también en una metrópolis, se produce de una liberación de la función de soporte vital del territorio. Para ello, se interrumpen los flujos naturales, que se contemplan más como elementos a controlar y ocultar para hacer una vida “más urbana”. A cambio, se acentúa, gracias a la disponibilidad de eficaces redes de transporte (en gran parte alimentadas por esa energía barata), el aporte continuado de materia, energía y personas que, por lo que, a pesar de la elevada dependencia de sus habitantes para con lugares remotos, les permite hacer un uso y consumo (uso consuntivo) de materia y energía, en un contexto de despilfarro, ya que se asegura permanentemente su reposición. Con estas premisas, el capital territorial (cultural y natural) existente antes de la creación de la ZOMECS es sustituido por un capital construido, artificial o tecnológico, que igualmente no guarda ninguna conexión con el medio. En este contexto se alcanza un sistema necesariamente abierto (tanto para incorporar materia y energía como para evacuar sus residuos) y la completa desaparición del espacio productivo primario (agricultura, ganadería, pesca, monte, etc.) que es sustituidos por una economía terciarizada, basada en los servicios a este nuevo tipo de residentes alóctonos desconectados del territorio. Desde el punto de vista social, junto a esta microsociedad alóctona, frecuentemente apartada, marginal, incomunicada con la población autóctona, en ésta se va apartando de su propia cultura, de su compromiso personal y colectivo hacia el territorio, narcotizada por un modo de vida que le da más poder adquisitivo y por tanto más posibilidad de consumo, lo que le conduce a reconocer como positivo el cambio producido y dejar de adoptar una actitud crítica frente a éste.

La ZOMECS en un escenario postcenit del petróleo

ACTUALMENTE estamos viviendo un periodo negro en la historia reciente de nuestro país, producido por el endeudamiento y la crisis de crédito. Hace algunos años, cuando exponíamos las razones de por qué un país, región o incluso municipio, no debería basar su existencia en un único y exclusivo sector económico (en este caso el turismo como excusa para el negocio inmobiliario), decíamos que teníamos que estar preparados para una eventual crisis energética, que nos impediría disponer de los materiales y personas (clientes) para proseguir la tónica irracional de crecimiento emprendida. Al final este pronóstico aún no se ha cumplido, ha sido otra crisis, la crediticia, la que ha puesto de manifiesto el nefasto monocultivo creado en época de bonanza financiera. Pero insistimos en que la crisis, la crisis de todas las crisis, la hipermegacrisis (como dicen ahora los jóvenes) está por venir,...y no tardará mucho según los pronósticos de expertos del sector. Se trata de la crisis de la energía barata del petróleo en un escenario (ya iniciado según los expertos) de postcenit, es decir, de descenso de producción mundial de petróleo convencional y no convencional (Fig.3). Sin afán de pecar de catastrofistas, es innegable que esto provocaría un crack sin parangón en la historia de la humanidad, por la magnitud de sus efectos

¿QUÉ pasará en las ZOMECS? Es evidente que el progresivo encarecimiento del petróleo, irá haciendo cada vez menos asequibles los gastos de viaje y transporte de materiales a estos lugares. En consecuencia, estas zonas residenciales irán despoblándose, convirtiéndose finalmente en cementerios de cemento...A no ser que dispongamos de recursos energéticos propios. La mala noticia es que España es altamente dependiente del petróleo, y la buena es que durante las últimas décadas se ha avanzado mucho en el parque de energías alternativas y renovables. Según datos del año 2009, la electricidad en España era producida por energía nuclear (52,7 Twh: 17,7 %) de los 296,5 TWh brutos que se generaron ese año en las centrales eléctricas españolas (un 5,87 % menos que el año anterior). La electricidad de origen fósil (sin contar cogeneración) supuso129,7 TWh (43,7 %), es decir, el 61,4% de la energía eléctrica era de origen mineral, no renovable. En cambio, la electricidad generada con energías renovables ese año fue de 75,6 TWh (25,5 % de la generación bruta). La mayor parte procedente del viento y del agua. Y la cogeneración con combustibles fósiles supuso 38 TWh (13 %), aproximadamente igual que el año anterior, de modo que las renovables y la cogeneración supusieron el 38,5 % del total; es decir, un 8,3 % más que el año anterior. Esto muestra las dos caras de la moneda: que todavía dependemos demasiado de las energías no renovables y que vamos creciendo en energías renovables.

EN este nuevo escenario, las energías renovables tendrán un gran papel. Diversos estudios aseguran que España podría atender a la demanda de energía con tan sólo el uso de energías renovables. Teóricamente esto es así, porque el fuel-oil podría ser totalmente sustituido con sólo: 6.500 MW de Solar Termo-Eléctrica, o bien 7.000 MW de eólica o incluso por 11.000 MW de fotovoltaica, o, más realistamente, por un mix formado por 3.000 MW de solar termoeléctrica, 2.600 MW de eólica y 1.600 MW de fotovoltaica. Son cifras alcanzables por los recursos renovables que puede disponer nuestro país. No es una utopía, por más que se nos quiera insistir desde los interesados sectores del petróleo.

PERO, según otros autores, el uso de energías renovables no puede garantizar la total autosuficiencia a escala local, sencillamente porque no todas las zonas de nuestro país tienen los mismos recursos energéticos alternativos. En Castilla domina más la hidroeléctrica, en el Levante domina más la solar, en el Galicia y el Estrecho más el viento, etc. Además, hay contar con que incluso en un lugar con altos recursos energéticos renovables, como el viento, hay periodos de quietud que impiden la generación de energía, lo que no siempre se palia con sistemas de almacenamiento. Requejo (2004) propone un sistema de autosuficiencia conectada, es decir, un sistema que, usando como fuente de energía los recursos energéticos renovables locales, mantengan la conexión con la red eléctrica general y con ello la seguridad del suministro.

EN cualquier caso, en este escenario (no tan futurista como puede parecer), no bastará con la disposición de fuentes de energía renovables. Habrá que cambiar el estilo de vida, y ello requiere nuevas formas de ciudadanía, de emancipación social, más apegadas al territorio, a la cultura compartida, altamente crítica y participativa en las decisiones políticas que atañen a su territorio y modo de vida. Se trataría, en definitiva, no tanto de un “retorno al pasado”, como la recuperación de los elementos más vitales para apegarnos al territorio y aprovechar las redes creadas en el sistema anterior, no para alejarnos del territorio, sino para nutrirlos y vivificarlos. De este modo, la sociedad se integra y adapta al territorio y recompone los fragmentos ocasionados por el sistema anterior, recuperando la organicidad en estos espacios ahora construidos (Fig.2).

La ciudad intermedia como alternativa

ES lógico que tendamos a pensar que este sistema organicista, como alternativa a la metrópolis o la ZOMECS es un cliché de un pueblo de una zona rural profunda y desconectada de las modernas ciudades, pero no necesariamente tiene que reducirse a ello. Es posible imaginarla también en una ciudad de tipo intermedio, como la preconizada por la Estrategia Territorial Europea, como núcleos urbanos que realizan funciones de intermediación entre los grandes centros de decisión (grandes metrópolis) y las amplias redes rurales. Algunas características de estos espacios son (Bellet y Llop, 2004):

1. Una dimensión urbana de escala humana que permite al individuo acceder peatonalmente a los principales servicios y equipamientos de la ciudad o desplazarse a cualquier punto de la misma sin demasiado esfuerzo.

2. Presentan una gran variedad de formas en las plantas urbanas pero se tiene en cuenta, a la hora de su clasificación, la estrecha relación que hay entre las formas de las plantas (modelo urbanístico) y las características del lugar (emplazamiento y situación).

3. Ha de ejercer funciones de intermediación en su territorio, es decir, ha de tener un área de influencia.

4. Ha de tener buenas conexiones viarias que le permitan acceder a medios de transporte interterritorial con el fin de poder ejercer, adecuadamente, su papel de intermediación.

5. Ha de tener una fuerte concentración de actividades y servicios especializados que se reflejan en las estructuras de ocupación laboral de estas ciudades, de forma que las actividades terciarias ocupan al 50-60 % de la población ocupada.

6. Un presupuesto municipal acorde con las funciones que ha de desarrollar la ciudad intermedia. La media por habitante que resulta en el programa UIACIMES es de 840 $/habitante, pero ese valor medio encubre diferencias alarmantes que van desde los 7.000$/hbt a los 30 $/hbt.

7. Buena dotación de equipamiento y servicios urbanos que deben cubrir tanto las necesidades generadas por la propia ciudad como las de su área de influencia. Entre estos servicios cabe destacar por su importancia los universitarios, sanitarios, abastecimientos de agua y saneamiento. La dotación adecuada de ellos supone ofrecer una mayor calidad de vida al ciudadano.

8. Han de tener monumentos y símbolos urbanos que permitan la identificación de la ciudad a través de elementos representativos, teniendo en cuenta que por tal se entiende, toda obra, con o sin interés histórico, que por la forma o la excepcionalidad y reconocimiento colectivo se ha constituido en símbolo de la ciudad.

9. Que haya realizado o esté realizando proyectos urbanos que mejoren la ciudad y afronten el crecimiento que se está produciendo en las ciudades intermedias.

10. Han de realizar proyectos que mejoren las condiciones de la vivienda.

ESTE esquema propuesto por Bellet y Llop (2004) habría que adaptarlo a un escenario post-cenit del petróleo, con usos de energías renovables y con una implicación social y cambios de hábitos en la línea señalada anteriormente. Indudablemente, este nuevo escenario hará necesarios cambios en los criterios arquitectónicos de las antiguas ZOMECS para que puedan reconvertirse en sistemas más organicistas. Es un reto que brindo desde aquí a la Fundación Rizoma.

PUEDE consultar aquí las referencias que el autor cita en el artículo:

REQUEJO, J. (2010), Territorio y energía: la autosuficiencia conectada (en Grupo Textura: Energías renovables: Paisaje y territorio andaluz, p.31-42). Agencia Andaluza de Energía-Red Eléctrica de España, Sevilla

BELLET, C. y Llop, JM. (2004): Miradas a otros espacios urbanos: las ciudades intermedias.  Scripta Nova, 8 (165), Barcelona.

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