Por el Colectivo Eloy Herrera Pino
08/01/13. Opinión. “La Térmica apunta desde la política cultural institucional a una genealogía inequívoca: el espacio insostenible y contaminante en el que es prohibitivo sumergirse, un modelo reconocidamente nocivo, y ampliamente superado por la realidad”. El Colectivo Eloy Herrera Pino aborda en un largo artículo que EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ofrecerá en tres entregas, un análisis pormenorizado del nuevo fracaso de la cultura institucional malagueña.LA Diputación de Málaga anuncia la puesta en marcha de un nuevo centro cultural, llamado La Térmica, que entra en funcionamiento este mes de enero. Tiene su sede en lo que fue el Hogar Nuestra Señora de la Victoria, orfanato conocido popularmente como la “Casa de la Misericordia” (daría nombre a la playa durante décadas). Desde 1988 se convierte en el Centro Cívico Provincial (CCP). La Diputación aun no ha hecho público oficialmente si el plan incluye la supresión del CCP, si esta entidad se muda o si ambas comparten el edificio sin estorbarse, como parece en principio.
EL nuevo centro cultural ya ha ocupado las fachadas y ha puesto su cartelería en las rejas exteriores. A menos de un mes de su apertura, se sabe que lo dirige Salomón Castiel y su segundo es Martín Moniche; han publicado unos párrafos y un vídeo; y hay una web (Beta) de la que se puede descargar el pdf de la programación del primer trimestre (AQUÍ).
TODAVÍA no se conoce absolutamente nada sobre las razones ni el programa ideológico y estratégico de este centro cultural. No se sabe de dónde sale ni qué pretende; no se conoce el modelo de gestión. No se ha informado de sus fundamentos teóricos ni de su desarrollo práctico, tampoco del equipo que realiza las actividades, ni de la inversión real, ni de los medios y recursos con que cuenta (o sea, su sistema de financiación, su presupuesto, cuánto nos va a costar y cómo se va a gastar).
TAMPOCO se sabe cuál es su objetivo. Lo único que parece estar claro es que pretende parecerse a la Casa Encendida, organismo de Caja Madrid que ha ido imponiendo su modelo como un éxito de una determinada forma de entender y ejecutar la gestión cultural que tiene la virtud de servir para delimitar los márgenes en que se mueve la Térmica: no tiene absolutamente nada que ver con lo que Castiel ha hecho ni logrado hacer en los últimos 20 años. Y es bastante dudoso que quiera hacerlo. La primera impresión es que esta Térmica tiene bastante más que ver con El Matadero (otro centro cultural madrileño, que funciona con servicios privatizados, a la manera de lo que los gobiernos del PP pretenden imponer en la sanidad y en la enseñanza pública), que con la Casa Encendida; al menos en cuanto a gestión. El juego de palabras está servido. Ambos tienen algo de explicación común, que se repasa más adelante.
EN sus textos se emplean términos como coworking y emprendedores. “La Térmica busca con este programa dar un impulso al desarrollo empresarial en el ámbito de las industrias creativas y culturales en la provincia de Málaga. Ofreciendo apoyo a los emprendedores durante todo el proceso, tanto creativo como empresarial, desde la idea inicial hasta el resultado final, con el fin de que su proyecto pueda salir adelante con éxito”. No se sabe qué se entiende por apoyo creativo, ni quién lo va a hacer realmente (¿alguien contratado por La Térmica para ese fin?). Apoyo empresarial se sabe lo que es, pero quizás vendría bien que se desarrollara un poco más una explicación que ahora resulta más inquietante que esperanzadora.
EL modelo que se trasluce de este párrafo es el que se avecina como absoluto con el PP en el poder -y no es que el PSOE haya sido precisamente inocente en esa imposición. Es decir, ya nada va a parar la política de equivalencia entre actividad artística y empresarial, la integración en el sistema de eficacias prácticas y financieras del capitalismo, y la sujeción a sus controles.
LA otra contribución es un sistema de becas y ayudas para artistas con un proyecto debajo del brazo, que han de presentar a la institución. Además de este programa, el centro se abre, mediante el coworking, a iniciativas privadas, para que hagan allí sus actividades, siempre que se ajusten a las condiciones previas.
TODO esto va a ir por un sistema de convocatorias y de adjudicaciones y concesiones. Está por revelar el método de selección, de aprobación y de aplicación. Tampoco se sabe quiénes van a hacer de jurado.
EN definitiva, todo es muy preocupante.
El centro cultural sobrevenido
LA reconversión de edificios que tuvieron una función determinada y, una vez perdida, se reutilizan como centro cultural tiene una larga trayectoria en Europa y Estados Unidos. Desde los años 60, grupos de artistas y activistas culturales desarrollan esta práctica que incluye la ocupación, el alquiler, la cesión y otros acuerdos basados en la tolerancia o la benevolencia. Es inseparable, además, de perspectivas y metodologías contrarias al capitalismo y a sus modalidades de rendimiento y eficacia. Se producen en ciudades que favorecen el fenómeno: capitales con cierta tradición cultural, abundante población juvenil, una escena artística y política con vida propia y una historia urbana enlazada con la economía productiva. Esto es lo que hacía y hace posible esta práctica. Tras el abandono, por mudanza o quiebra, de una factoría, una estación ferroviaria, un almacén, un comercio, una destilería, unos baños públicos, un cuartel de bomberos, su edificio queda como un elemento urbano residual, a disposición de una reutilización consciente, siempre que esté fuera del radar de especuladores natos y oportunistas políticos. Esto también ocurre con colegios, cuarteles y palacetes abandonados a su suerte.
DURANTE algún tiempo, fue costumbre que el nuevo centro tomara el nombre de su actividad anterior. Tanto por razones funcionales (todos el mundo sabe qué es y dónde está) como simbólicas (se transfiere su identidad como centro de trabajo, no de ocio). Existe buen número de “factoría”, “fábrica”, “lechería”, “artilleros/ría”, “destilería”, “bodega”, “santabárbara”, y similares. Muchos de estos espacios desaparecieron, otros se integraron y permanecen como marcas, lejos de su origen. También sobreviven, con mayor o menor precariedad y visibilidad, coherencia…
EN origen, esta reutilización de edificios excluye tanto la intervención institucional como la relación con la empresa. Es decir, no se permite la entrada al Estado ni al Capital. Pero llega siempre el momento clave de la integración o el apocalipsis. Ahora estamos en los dos simultáneamente, lo que supone algún modo de confirmación de las teorías más incomprensibles de la cuántica y el reincidente certificado de validez de todos los principios de la termodinámica, especialmente por lo que se refiere a la entropía. De ésta, La Térmica.
EN los años 90, surge una tendencia institucional (en otros países, también a iniciativa privada) de integrar este movimiento y reutilizar edificios para usos culturales. Cajas de ahorros, ayuntamientos, comunidades autónomas y alguna diputación se lanzaron a reformar edificios, generalmente patrimoniales y forzosamente fuera del circuito de los intereses especulatorios de la economía del ladrillo (aunque la restauración también es una buena fuente de ingresos). Tomaron la costumbre de apuntar el nombre heredado. Y así se llega al lugar común y a la desactivación de la posibilidad de establecer otras formas de relación, producción y administración de la creatividad.
LA puesta en marcha de un centro oficial requiere una cierta inversión, impulso, organización… o sea, nada de lo que hay en la Diputación de Málaga, que, sin embargo, pone en marcha el suyo. Bendodo se hace así por derecho propio con el estatus del primer presidente cuántico de la institución provincial (como si no hubiese habido bastante con la presidencia atómica de Pendón), pero continuador de la larga tradición malagueña de políticas entrópicas. El origen de La Térmica está muy lejos de la tradición anterior, y muy cerca de la herencia local de improvisaciones y ocurrencias sin fundamento. La lista de acontecimientos, instituciones, festivales, eventos y jornadas que surgen de la adopción sin contextualizar de algún modelo externo con éxito y que fracasan sin remisión ni posibilidad de recuperación es no solo interminable, sino que, sometida a una revisión rigurosa puede dar la clave de la política cultural malagueña: ese fracaso es la norma. Intentaremos contar esa historia en esta temporada.
La genealogía del nombre. La Térmica
EL edificio que a partir de ahora será la sede de ese nuevo “centro cultural” (ya veremos en qué acaba), es el antiguo hogar de niños y niñas en situación de desamparo. Luego ha sido el Centro Cívico. O sea, que nunca ha estado abandonado. Puede que infrautilizado o desaprovechado, pero nunca en excedencia. Por tanto, no se trata de un edificio recuperado y reutilizado, sino de un proyecto que ocupa parte (¿o todo?) de un espacio que funciona y que tiene una identidad que ahora queda suprimida, difuminada, borrada o liquidada, depende de cuál sea su devenir. Y que, es de temer, habrá que deducir de los hechos consumados y no de la explicación coherente de la institución o por boca de Bendodo.
NI se ha explicado la razón ni el fundamento de la creación del centro cultural La Térmica, ni se trata de reutilizar un espacio, al contrario, sustrae territorio a un centro ya existente, de forma, hasta el momento, incomprensible.
A más de un kilómetro de distancia se encuentra el solar donde estuvo la central térmica de Málaga, demolida (salvo la chimenea, por orden judicial) la pasada década, tras años de abandono. La central recibía el nombre popular de “la Térmica”, y se encontraba en las playas de “la Misericordia”. Los niños nacidos en los 60 le llamaban la playa de la Térmica, a diferencia de los mayores.
ESTA central tiene un claro signo de identidad: ha sido la instalación más contaminante de la historia de Málaga. Sus emisiones de CO2 a la atmósfera se combinaban con el uso de agua de mar, que se devolvía caliente tras pasar por su circuito de refrigeración. El tamaño de las capturas en esa zona en los años 70 es conocido por todos los aficionados a la pesca. Y la toxicidad, la insalubridad de sus aguas también. Durante muchos años fue la única playa de la capital donde estaba expresamente prohibido bañarse.
LOS cerebros de la cosa tenían varias opciones. Teniendo en cuenta que en Madrid no han tenido inconveniente en crear El Matadero, no deberían tener complejos para llamarlo El Orfanato o El Hogar de los Desamparados (la frase que podría rematar el himno de España de tener letra) incluso, yendo más allá, Centro Misericordia (que hubiese conectado con la denominación popular que todo recibía en la zona). El nombre más adecuado al proyecto realmente existente hubiese sido SalyMar’s, como la peluquería que podrían haber abierto Salomón Castiel y Martín Moniche de ser empresarios privados que invierten dinero propio. Mala suerte, les ha contratado Bendodo y les paga con dinero público.
BAJO la influencia de aquellos audaces proyectos pioneros, Bendodo y Castiel han optado por una injustificada genealogía industrial de su centro, ajena por completo al edificio. Esta sería una primera falacia, que se completa con la absurda irresponsabilidad de rendir homenaje a una instalación que figura como el mayor foco de contaminación en la historia local.
LA Térmica apunta desde la política cultural institucional a una genealogía inequívoca: el espacio insostenible y contaminante en el que es prohibitivo sumergirse, cuyo modelo no solo es reconocidamente nocivo, sino ampliamente superado por la realidad. Este es el invento de Castiel, siempre a la búsqueda de un proyecto aparatoso que justifique su existencia, y profundamente agresivo contra el ecosistema cultural y económico de la ciudad.
Castiel-Moniche: el duopolio, el oligopolio, el oligodúo Casniche…
SALOMÓN Castiel es el creador de esta cosa. Suficientemente conocido, es, sin embargo, víctima y beneficiario simultáneo de la opinión que su actividad ha generado en Málaga (y fuera de ella). De una parte, su gestión al frente del teatro Cervantes (2 millones de euros de déficit al irse), del Festival de Cine Español (déficit incalculable; el follón interno es un culebrón sin fin), de otros festivales y saraos (sobre todo, saraos). Su gestión al frente de la Mostra de Valencia se saldó con el cierre del certamen decretado por Rita Barberá y un abucheo general a Castiel en todos los medios de comunicación levantinos. En Málaga (en Valencia, ni hablamos) no será fácil hallar a alguien que manifieste alguna clase de estima a este hombre… salvo entre los políticos. Pero ni ellos pueden explicar que alguien con estos antecedentes, probados y publicados, vuelva a encontrar trabajo en lo mismo y en una institución pública, recibiendo un sueldo absolutamente desorbitado (ni aunque lo hiciera gratis, tampoco).
SE debe, probablemente y en parte, al escaso nivel intelectual, cultural y de honradez que abunda entre los políticos locales. Entre los capitostes del PP, Salomón Castiel es el gestor perfecto, pertenece sin duda a esa raza de hombres visionarios, atrevidos, audaces y con una capacidad sobrehumana de rentabilizar el cargo para él y para todos. Hay una clase de hombres que miran al horizonte y ven la vertical del cielo, que miran al mar y superan la visión del continente y del cruce de caminos; hombres, en definitiva, que desayunan un pionono y defecan la catedral de Burgos. Por eso siempre hay gente como Elías Bendodo, dispuesta a contratarles pese a la insistencia de los hechos en que es este tipo de hombre el que acaba dejando gigantescos agujeros negros llenos de templos hasta arriba.
SI Salomón Castiel es así (al entender de gente como Bendodo), de Martín Moniche solo se puede decir que él es, en sí mismo, un monumento. Como la basílica de San Pedro de Roma. Lleva años en la brecha con proyectos absurdos y fallidos (el ridículo Mercado de las Artes, el espacio socialista del Muelle 1…). Su actividad en el Ateneo (Neoateneo) se saldó con otro fracaso en su candidatura a la dirección junto a Tecla Lumbreras. Se le supone al frente de alguna clase de programación musical en el Área de Cultura de la Diputación (cuya relevancia y peso en la vida de la ciudad todo el mundo conoce). Su incapacidad de articular un discurso coherente y de enunciar unos criterios básicos para la acción cultural es un hecho; y pese a ello, o por ello precisamente, ocupa un lugar en la administración pública.
AMBOS en comandita, Castiel y Moniche (que tienen algo de personajes de dibujos animados), ponen en marcha ese centro La Térmica. ¿En razón de qué? ¿Sobre qué bases?
DEBERÍAN haber empezado por realizar un análisis de la realidad de la producción cultural local, de sus infraestructuras y recursos, de su repercusión social, de las corrientes de creación, de los aspectos técnicos, económicos, financieros… Es decir, lo primero, proponer una visión del territorio basada en un análisis sistemático, haciendo público tanto el resultado como el método y sus bases teóricas. En segundo lugar, después de realizar un diagnóstico, proponer un programa de acción y, finalmente, si esa es la decisión y la responsabilidad asumida, explicar por qué hay que poner en marcha un centro cultural, no sin antes haber detallado muy concienzuda y rigurosamente qué es, cómo funciona, cuáles son sus criterios y ejes metodológicos, sus estrategias y sus objetivos.
EN la escasa documentación que se ha distribuido, hay una destacada insistencia en la palabra formación. No necesita mucha explicación en estos tiempos en que se ha demostrado la baja calidad y nivel de la Educación que padecemos en el país, y cómo destaca Málaga en la parte baja de la clasificación. (Eso, sin extendernos en la vuelta al fascismo que preparan Wert y sus compañones de FAES). Todo el mundo más o menos ha escuchado las expresiones “currículum escolar”, “proyecto educativo” y otras exigencias al profesorado, centros de formación de cualquier grado, equipos docentes, etc. Si La Térmica va a poner en marcha una política centrada en la formación, debe inexcusablemente presentar sus bases, sus métodos, su proyecto formativo, de qué forma va a desarrollarlo y con qué estructura. De lo contrario, lo único que se puede sospechar es que van a hacer un batiburrillo de talleres disconexos sin otro criterio que ir juntando y cosiendo lo que vaya saliendo, sin olvidarse de amiga/os y allegada/os. (Ver el avance de programación del primer trimestre para confirmar).
LA idea de que un plan de formación es solo la cúspide visible de un proyecto docente complejo y consciente, desarrollado sobre unos conceptos de pedagogía y de métodos es perfectamente asumible y comprensible. Pues esto es extensible a cualquier otra actividad pública. En el caso de un centro cultural en el que se despliega una actividad pública que incluye apoyos -financiación, recursos técnicos, materiales y humanos, todos de origen y propiedad públicos- es exactamente igual: es preciso que todo tenga programa, método, estrategia... Y sí, en el avance de programación que hay colgado en la web, se puede ver perfectamente que la sospecha se confirma: no hay nada de esto. Más adelante veremos que la realidad supera con mucho a la imaginación seducida por la suspicacia.
(continuará)
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