OPINIÓN. Sin acritud. Por Juan Area
Redactor jefe de El Observador
23/10/12. Opinión. Entré a trabajar en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com en 2006. Durante estos años he escuchado comentarios sobre este medio de comunicación, siempre a través de intermediarios y terceras personas, nunca de forma directa, apuntando a que el periodismo que hacemos es para chantajear. Ayer, la periodista
LE escribí un correo a una dirección que me dieron en El Mundo y pedí a un amigo común que le dijera por favor que quería hablar con ella. González había escrito en Twitter, a raíz del artículo de Alberto R. Aguiar publicado ayer -consultar AQUÍ- que se negaba “a leer una letra impresa más en un medio que chantajea”. Antes, había dejado dicho “Que asco me da un periodismo supuestamente de denuncia y combativo que chantajea”. Y luego señaló que no son “de recibo los fines para los que utiliza el medio el que Alberto no hubiera podido ir”.
EL chantaje es el término popular con el que se alude a la extorsión, esto es, a la amenaza de difamación o intimidación a una persona con el fin de obtener un provecho material o monetario forzándole a actuar de determinada manera. El chantaje, la extorsión, es pues un delito. Será mi pobre entendimiento, pero lo que Berta González deja entrever es que soy un delincuente que se vale de su oficio para calumniar.

ES el mismo soniquete que nos llegaba de forma velada cuando en EL OBSERVADOR realizamos amplias campañas informativas sobre la inmobiliaria Aifos (mucho antes de la Operación Malaya), alertando de que había docenas de familias que habían sido estafadas. Lo mismo ocurrió cuando informábamos, también insistentemente, del caso de la macrourbanización de Merinos en Ronda. Los promotores incluso nos reclamaron (vía querella criminal) seis millones de euros por calumnias. El juez les quitó la razón. Después fue la UDYCO la que investigó los pagos que le hicieron al exalcalde Marín Lara a través de una revista de su propiedad. También sonó la misma canción cuando informábamos, en repetidas ocasiones, del Grupo Mirador… cuyo responsable ha sido condenado a cárcel. Y la situación se repite si hablamos de las corruptelas de los partidos, ya sea de IU, de PP o de PSOE o, por ceñirnos al presente, si hablamos del concejal Damián Caneda, el empresario Miguel Narváez o el Grupo Mundo.
NORMALMENTE no hacemos caso y seguimos a lo nuestro. Aunque no deja de ser gracioso imaginarse uno mismo como un mafioso. Pero lo de ayer de Berta González me sonó a acusación directa. Y viniendo de parte de una compañera de profesión me pareció correcto al menos aclarar con ella directamente las acusaciones que dejó en Twitter, para saber a qué fines se refiere exactamente y a quién estamos chantajeando ahora, según ella.
NO pretendo que todo el mundo esté de acuerdo con la línea editorial del medio de comunicación en el que trabajo. Los periodistas somos los primeros que debemos estar expuestos a crítica, porque también, por supuesto, cometemos errores. Y somos muy poquita cosa, insignificantes sin una cabecera que soporte nuestras columnas y opiniones. Por eso, aprovecho este espacio para invitar a Berta González a hablar en privado. Me gustaría que me explicara cómo me enriquezco con las noticias que escribo. Hablando se entiende la gente y a lo mejor todo se trata de un malentendido. Estoy dispuesto incluso a compartir con ella mi bocadillo de chopped con aceitunas. Le doy la mitad. Triste botín, pensarán ustedes, después de una carrera dedicada al engaño y la amenaza, pero es que estamos llegando a fin de mes.
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