El Harén fue el fruto de quienes leyeron, como pocos, las posibilidades de un espacio cultural diseñado para el fomento de las artes, con arraigo popular e incluso sentido de la pertenencia a una comunidad”

OPINIÓN. 
La grieta. Por Alejandro Díaz del Pino
Periodista

09/12/21.
Opinión. El periodista Alejandro Díaz del Pino escribe en su habitual colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la tetería El Harem: “El epicentro en Málaga de todo lo descrito y mucho más fue El Harén: un negocio que trascendía el ‘copia y pega’ de otras teterías que proliferaron en la época a similitud de las de Granada. Por allí pasaron,...

...de una forma transversal e intergeneracional, todo tipo de personajes del mundo de la cultura, la política, el audiovisual, la literatura o las artes escénicas”.

Número 3, calle Andrés Pérez

Hoy la liturgia será diferente. Hoy no hay esquema previo. Antes de empezar a escribir, he abierto una carpeta que me pasó hace años un buen amigo y que guardo en el escritorio del ordenador desde entonces. ‘Tetería Harem, Málaga, 07_09_2002’, se llama. Pulso sobre ella. No hay fotos. Hay archivos en formato mp3. Abro el reproductor de sonido. Añado los mp3 ordenados en una lista. Me siento un chaval. Y le doy al ‘play’.


Comienza a sonar una versión de la canción de Los Secretos ‘Buena chica’. Voz y guitarra. De pronto, acabo de cumplir 18 años. Es septiembre y hace unas horas que fui al número 3 de la céntrica calle Andrés Pérez. Es estrecha, se cae a pedazos y, al abrir la puerta, entro en El Harén: una tetería recientemente inaugurada en un viejo corralón a la que empiezo a ir durante mis años del Bachillerato. Ya estoy sentado, rodeado de amigos. Ya estoy enamorado. Y ahora, desenamorado. Qué se yo. Sólo estoy perdido y esperando a que comience el concierto de los sábados. Está anunciada la actuación de un tal Nacho Artacho, al que ya he visto actuar alguna vez.

Un día aguardo a que termine el concierto. Un día me presento a Nacho. Quiero conocerlo. Sus conciertos de los sábados son ya el motivo para salir del barrio e ir al Centro. Nacho es tan amable como parece. Quizás más. Nacho sólo ha editado entonces una maqueta de su grupo Incas. La tetería lleva funcionando apenas tres años y se ha convertido en un punto de encuentro para vecinos de toda Málaga que acudimos, puntualmente, o improvisadamente, a conocernos, a desconocernos, a reconocernos.

Decía que me acerco a Nacho y Nacho es amable. Muestro mi admiración; noto en seguida que le incomoda. Me acerco a Nacho porque, además de haberse convertido en un referente, entonces yo quiero ser escritor y periodista. Y Nacho, además de cantautor, es poeta, es profesor de Lengua y Literatura. Y, con toda la osadía propia de la edad, le entrego un manuscrito. Y Nacho se sienta conmigo después del concierto. Y altruistamente lo lee. Y me ayuda, me orienta sobre que lo que sí y lo que no. Y por eso le admiro más y le quiero más.

El Harén huele a velas e incienso, a infusiones de té, a menta, como la luna de Javier Álvarez que tantas veces nos brindó Nacho. La luz es tenue; el corralón se divide en varias estancias que dan al patio. Cuando Nacho toca los primeros acordes, todos permanecemos en silencio. Porque la mayoría ha ido por su concierto. Cuando nos acercamos a la barra a pagar la consumición, hay depositados sobre ella libros de poesía autoeditados, ilustraciones, la maqueta de Incas y, en la pared, un tablón de anuncios donde puedes inscribirte para jugar al fútbol los domingos. La programación semanal incluye cuentacuentos, exposiciones, talleres, monólogos.


Un negocio que funciona no sólo a título lucrativo, sino que cumple un principio de responsabilidad social con su entorno. Algo ahora devaluado y que es fundamental para cualquier empresa, desde un gran medio de comunicación a una de esas mercerías, zapaterías o tiendas de discos que se vieron obligadas a cerrar tras no prorrogarles el gobierno de M. Rajoy el alquiler de renta antigua. Ése es el tejido empresarial que distingue a una ciudad de un parque tematizado de franquicias.

Retomo: Pasa el tiempo. No necesariamente mucho. El suficiente para que entrar en El Harén sea sinónimo de repartir besos y abrazos. Se han creado vínculos y comunidad. Allí vamos creciendo. Allí vamos hablando de todo. De lo divino y de lo humano. De la filosofía, de la política, de la literatura y de cuestiones menos elevadas. Allí nos hemos sentado a escribir, a escuchar, a reír, a llorar, a besar. A entregarnos al mero placer de dejar pasar las horas entre mesas y conversaciones. Y cada loco con su tema.

Es sábado, otra vez, pero no está Nacho. Un tipo moreno, de sonrisa expresiva, ensaya ‘Mediterráneo’ de Serrat. Hasta se le da un aire al Nano, pienso. Él va a sustituirle ese día. Se llama José Antonio Delgado. Ha editado también una maqueta por entonces. Está componiendo canciones como ‘Estas letras’, ‘El vuelo de tu vestido’ o ‘Capitana de los vientos’. Nos hacemos amigos rápido. ‘El Jose’ es una máquina de componer canciones y siempre permanece en pleno proceso creativo.

No tarda en despuntar. Le sobra toda la timidez que a mí me desborda. Los silencios y el respeto del público son marca de la casa. Otro sábado toca un greñudo con acento argentino. Se llama Fede Comín. Años más tarde compondrá una canción que dirá: “Yo que, de ojitos cerrado, vencí a Bonavena en el Luna Park”. Nada menos. Otro sábado viene Antonio de Pinto y su ‘Auxi va’. Otro sábado es el turno de Joaquín Calderón, de Sortilegio, de Alfonso Langa, de Pedro Sosa, de Fran Reca, de Javi Bernal, de Antonio Montes o de un jovencísimo Kanka.

Me dejo, seguro, muchos nombres. Y quisiera reivindicarlos todos. Porque hace unas semanas nos enteramos de que El Harén cerraba definitivamente sus puertas y los titulares de los medios locales destacaron a Pablo Alborán, Vanesa Martín y Dani Rovira. Lógico, son los más reconocibles para el lector. Sin desmerecerlos, el número 3 de la calle Andrés Pérez fue mucho más que ellos y ellos mismos seguro que están de acuerdo con esta afirmación.

Nacho representa mejor que ninguno el espíritu primigenio de El Harén. Gracias a él conocimos la obra de cantautores malagueños que ya no estaban, como Ernesto Tirado, que compuso temas como ‘Adelaida’ y ‘No me digas que pasaste’. Como buen profesor, Nacho nos acercó también a músicas de otras latitudes, como a la de Mercedes Sosa o a la de Jorge Cafrune. Porque Nacho hacía las veces de músico y de maestro, en el sentido más machadiano. Siempre les tendió una mano a quienes le pedían compartir escenario.

Nacho no sólo tenía su maqueta de Incas; él seguía componiendo y cantando sus propios temas. ‘Los días y los hombres’ (2012) y ‘Polvo y Sombra’ (2020) serían sus dos siguientes trabajos, muy distanciados en el tiempo. Aunque la mayoría de los temas que los integran fueron escritos años antes. Sin embargo, siempre le pedíamos que regresase a esa primera maqueta de Incas que incluía tres canciones tituladas ‘A falta de hortografía’. La I, la II (hache) y la III. Cuánta belleza en la II (hache). Cuánta “belleza de arcángel” en la III. Y qué hermosura ‘Hace ya tiempo’, que abría el disco.

Nacho ha cantado a Málaga como ningún otro malagueño lo ha hecho: “Me gustas cuando gritas al salir del mercado / cuando, de acera a acera, me resumes tu vida [...] Me gustas deslenguada, irreverente, / fetichista, arrugada, beatona, / espontánea, tal cual, manca, insolente, / chuletera, orgullosa, regalona”. El escenario era una pequeña esquina del patio; él solo con su guitarra española y un amplificador. Sin artificios. En cocina, aprovechaban los descansos para hacer los batidos y no molestar.

Tal era el nivel de generosidad de los y las trabajadoras. Para ir al servicio, esperábamos igual y hacíamos malabarismos para esquivar el ampli, los cables y la guitarra, que con torpeza más de una vez nos llevamos por delante. Todo tan precario como auténtico. Su obra musical se caracteriza por su fondo poético, su raíz popular gracias a la que exploró incluso un arte tan complejo como el flamenco, y una belleza desbordante. Nacho también es un excelente escritor, que ganó hace unos años el concurso nacional de relatos de la Cadena Ser, tal y como recogió El Observador.

De aquellos vínculos nacieron historias de amistad, de amor y de colectividad. ‘El Jose’, Nacho y Miguel Pérez se embarcaron en 2005 en el proyecto artístico de La Bocana para crear e interpretar juntos. El epicentro en Málaga de todo lo descrito y mucho más fue El Harén: un negocio que trascendía el ‘copia y pega’ de otras teterías que proliferaron en la época a similitud de las de Granada. Por allí pasaron, de una forma transversal e intergeneracional, todo tipo de personajes del mundo de la cultura, la política, el audiovisual, la literatura o las artes escénicas. En sus mesas, por ejemplo, Nacho Albert, que se nos fue demasiado pronto, esbozó poemas, textos teatrales y cortometrajes.

Lo que pudo significar el mítico El cantor de Jazz para escritores como Antonio Jiménez Millán, Juan Manuel Villalba o Aurora Luque, o viajando más hacia atrás en el tiempo, ‘El Trova’ para quienes buscaban cierta clandestinidad ante los tambores del golpismo y los estertores del franquismo, lo fue para parte de mi generación aquel número 3 de Andrés Pérez. Aquella tetería que recibió un golpe seco cuando una normativa de la Junta de Andalucía prohibió los conciertos en este tipo de locales.

Disculpe las cursilerías que se me escapan. El Harén fue el fruto de quienes leyeron, como pocos, las posibilidades de un espacio cultural diseñado para el fomento de las artes, con arraigo popular e incluso sentido de la pertenencia a una comunidad. Sin conciertos, la clientela fue mermando. Supongo que las crisis no ayudaron. No sé mucho más. La mutación del entorno urbano nos fue alejando. También las cosas de la vida. Son muchos años desde que algunos no encontramos ningún motivo para callejear por el Centro. La pandemia ha hecho el resto, según leí.


Hace tiempo que tampoco sé nada de Nacho, ni de ‘El Jose’. Aún menos de tantos otros. Yo sólo pasaba por allí y siempre fui un intruso, un cronista, un testigo de algo que intuí excepcional y que quise vivirlo como corresponde a un escritor y a un periodista, malo o bueno, qué más da: como un observador. Espero que estén todos bien. Disculpe también el tono, la sentimentalidad no impostada de un tiempo y una edad muy temprana que no regresarán.

Intentaré que el ejercicio de nostalgia no lo sea tanto. Porque percibo un rechazo cada vez más potente y organizado al modelo que ha acabado con El Harén y otros tantos negocios. Porque cada vez somos más quienes tomamos conciencia y nos involucramos para que Málaga y, especialmente, nuestro Centro vuelvan a ser un espacio habitable, y no un lugar hostil y excluyente.

Un sitio donde la cultura popular, y no las aberraciones que cometen en su nombre, vuelva a florecer; donde regrese el arte como regresan las golondrinas cada primavera. No volverá aquella Málaga, no, lo sé; pero tampoco resistirá mucho más la Málaga de hoy. Vendrán nuevos tiempos, nuevos rostros, nuevas voces y, con ellas y ellos, otra ciudad donde germine de nuevo la alegría, la comunión entre diferentes, las artes y, al fin, la vida. Mientras tanto, sirvan estas líneas como una forma de apuntalar la memoria. Querido número 3 de la calle Andrés Pérez, querido El Harén: gracias por lo que nos has dado. Nunca lo olvidaremos.

Ya ha pasado un buen rato desde que la música que comencé a reproducir al iniciar este artículo se ha terminado, que el concierto se ha acabado, que todos se han ido, que las velas se han consumido y el silencio es total. Sólo quedo yo escribiendo estas letras en la penumbra. Siento que he regresado a casa de mis padres. Que estoy en mi antigua habitación con 18 años acostado sobre la cama sin tener ni idea de lo que va a pasar ahora que empiezo la carrera de Periodismo. En otro plano temporal (que es ahora para mí y 8 de diciembre de diciembre de 2021 para quien lea estas líneas), otra mayoría de edad después, me digo que no volveré a abrir esa carpeta en mucho tiempo. Pero sé que está ahí. Que conservo un refugio en la memoria y un par de alas para cuando las necesite.

Puede ver aquí otros artículos de Alejandro Díaz