Cal. “’Lo que arde’ es un primer plano de la naturaleza y una cámara subjetiva de lo humano que muestra la imprescindible simbiosis entre ambos, pero también sus afinidades y divergencias. Ante la plasticidad de la bruma casi verdosa se encuentra la soledad de la supervivencia, cohabitando en necesaria armonía hasta que hace acto de presencia la tragedia que todo lo desarmoniza y destruye”
Arena. “Han convencido a la sociedad del espectáculo de que los monstruos, el problema, lo malvado llega desde un lugar irreal o la avaricia de los «malos»; pero la cuestión es que no son más que ellos mismos, porque la realidad está debajo de las faldas de sus mesas camilla ocultando cómo destruyen el medio ambiente, cómo suscitan la pobreza, cómo se forran con las enfermedades o cómo nos esclavizan para conseguir sus brutales resultados económicos”
OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista
11/02/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la película ‘Lo que arde’, de Oliver Laxe, que es la de ‘cal’; y sobre la manipulación autoconsentida de...
...las ‘grandes superproducciones, ‘Las sombras del cotarro’, que es la de ‘arena’.
Cal. ‘Lo que arde’, de Oliver Laxe
https://www.youtube.com/watch?v=KWdlRdCzD-w
Me voy a permitir hablar de una película que, incluso y de manera sorpresiva, ha sido recientemente programada en televisión (La 2, claro), y quiero hacerlo en este apartado de «cal» porque en el de «arena» me voy a dirigir a otro concepto de cine mucho más «perverso» -socialmente hablando- y con menor referente estético, sentimental y de belleza, que «Lo que arde», donde el gallego Oliver Laxe da una vuelta de tuerca a la sensibilidad sin dejar de contarnos «otras» realidades que la gran pantalla suele tener olvidadas y que, desde luego, no fluctúan por los caminos de «lo comercial».
Cuando el espectador transita de la sala de proyección al hall exterior de ella tras visionar la película, aún son dueñas las imágenes de Oliver Laxe de sus sentidos. «Lo que arde» (O que arde) es un espectáculo que va emergiendo desde la profundidad de las humedades gallegas sin estridencias, arropado por el sugestivo trabajo fotográfico de Mauro Hercé.
«Lo que arde» es un primer plano de la naturaleza y una cámara subjetiva de lo humano que muestra la imprescindible simbiosis entre ambos, pero también sus afinidades y divergencias. Ante la plasticidad de la bruma casi verdosa se encuentra la soledad de la supervivencia, cohabitando en necesaria armonía hasta que hace acto de presencia la tragedia que todo lo desarmoniza y destruye.
Laxe realiza un retrato profundo del entorno rural gallego y de sus gentes pausadamente, sin prejuicios, para someterlo sin ambages a la épica del fuego devastador, casi apocalíptico como los sonidos de viento que hacen presencia en su banda sonora tras ese dramático momento.
Dominador de la gran pantalla, la realización de Laxe consiguió el Premio del Jurado del Festival de Cannes: Un Certain Regard 2019, mostrando como un producto fílmico muy personal se impone poco a poco y como va madurando en el espectador hasta dejarle preso en la trama.
Laxe demuestra en «Lo que arde» su capacidad para narrar una historia dejando que los detalles invadan la propia narración. Cine casi hipnótico que suma a «Todos vosotros sois capitanes» (Todos vos sodes capitáns) (2009) -con la que ganó el premio FIPRESCI en Cannes en 2010-, o «Mimosas» (2016) -nombre del hotel donde Tennesse Willians comenzó a escribir «La gata sobre el tejado de zinc», galardonada con el Gran Premio de la Semana de la Crítica-.
«Lo que arde» es una realización de extraordinaria belleza, la que transita entre la plasticidad de la imagen y la estética de la tragedia sin paliativos y configura toda una verdadera obra de arte.
Arena. Las sombras del cotarro
Supongamos que la palada de arena de hoy prosigue por el mundo del celuloide y sus paralelos, pero esta vez en el que se relaciona más íntimamente con el comercio, con el mercado que el devenir sociológico va marcando una parte del producto de la gran pantalla, donde la reflexión y el crecimiento personal no es una cuestión a valorar, y el resultado solo sirve para ser consumido en grandes dosis y hacer caja.
En esta circunstancia se mueve ese cine de producciones mamotréticas: las llamadas «grandes producciones»; de espectaculares presupuestos y dirigida -eufemísticamente- «a todos los públicos».
Ahora, miremos la pandemia que nos afecta (esta alocada circunstancia sanitaria de ires y venires que ha sacado al aire lo peor de la que llaman política y de una maraña de iluminados que ansían el poder o acercarse a él de cualquier forma), un desquicie colectivo que nos aborda hace más de dos años, y observemos el perfecto caldo de cultivo para elucubraciones de todo tipo de majaras y no majaras, aunque los primeros se dejan notar mucho más que los segundos gracias al «circo» mediático creado por o para ellos.
Apocalípticos del futuro y complicadas conspiraciones que -cómo no- tienen como finalidad acabar con la humanidad (según sus guiones), un ente casi abstracto pero total que hace que los vendedores de «humo» pongan la locomotora de sus productos a pleno rendimiento.
No se trata ya de generar distopías críticas contra la manipulación del ser humano -Huxley, Orwell o Asimov que han pasado desde el papel a las pantallas-, que planteen a los interlocutores reconsiderar el mundo al que nos está llevando el Sistema, convirtiéndonos en meros espectadores de nuestra propia manipulación. La realidad es más dura: estamos de lleno nadando en aquellos supuestos que criticaban aquellos escritores hace ya casi un siglo.
Nos movemos por esta situación sin certeza, dejando que los visionarios inunden nuestras cabezas con su charlatanería y haciendo de la «duda» material para movimiento de masas no reflexivas; miembros de una sociedad de espectadores que ni conocen ni saben ni son capaces de contrastar lo que les están suministrando por todos los poros mediáticos que origina el propio Sistema.
¿Por qué la maquinaria que se maneja especialmente desde Hollywood se habría de sustraer a esta oportunidad; ella que ha sido parte la la manipulación de la opinión del pública desde hace décadas y que es parte, a u vez, de todo ese entramado mediático?
El resultado es la avalancha de producciones que inundan las pantallas con guiones de futuros catastróficos; sucesoras a su vez de otras -si se quiere- que planteaban de manera igual o parecida la misma manipulación del tiempo venidero, bajo un agorero espejo usado cada vez que los que tienen el «mando» se les va la mano con la humanidad (humanos y planeta juntos).
Cualitativamente lo realizado -en la mayoría de los casos- no da para mucho. Hace poco fue «No mires arriba» de Adam McKay; una cinta para consumo masivo que bien pudiera haber prescindido del guión, ya que parece formarse fílmicamente a través de ocurrencias (gags); o, desde hace exactamente una semana en los cines patrios, «Moonfall» de Roland Emmerich, una película con la luna como «amenaza» a través de una especie de cóctel apocalíptico, en el que solo los «iluminados» son conscientes del problema. Ambas tremendamente desafortunada pero en la línea de lo que requiere el momento.
No obstante, y al margen de lo que pueda parecer una crítica a estas realizaciones, la esencia de esta «palada de arena» en EL OBSERVADOR de este viernes, es denunciar lo que no por ser evidente es menos cierto: la puesta en marcha mediática de su maquinaria de manipulación a la sombra del apoteosis que quiere gestionar el propio Sistema, que llena las parrillas de programación de medios televisivos (incluidas las plataformas digitales) de películas que incluyen, por lo general, un futuro monstruoso para el que solo los «iluminados» tienen solución.
Lo que no suelen incluir esos guiones es que los enemigos no vienen de fuera o de alguna confabulación planetaria o terráquea, ni de la perversidad de todo lo que no cuadra con el Sistema: están aquí y funcionan soterradamente. Han convencido a la sociedad del espectáculo (que solo sirve para mirar el escaparate y soñar con su oferta para la mayoría inalcanzable) de que los monstruos, el problema, lo malvado llega desde un lugar irreal o la avaricia de los «malos»; pero la cuestión es que no son más que ellos mismos, porque la realidad está debajo de las faldas de sus mesas camilla ocultando cómo destruyen el medio ambiente, cómo suscitan la pobreza, cómo se forran con las enfermedades o cómo nos esclavizan para conseguir sus brutales resultados económicos. Su maniqueísmo, más o menos disfrazado, es la imposición de los «evangelios» economistas que garanticen su estatus; hacen mercado de todo, incluidos los antisistema que se convierten en productos «cool» porque el mercado es capaz de asumirlo todo y darle imagen y respuesta para seguir vendiendo.
Ese cine «superproducido», en estas circunstancias y desde su perspectiva como «Gran Industria», es partícipe de la manipulación a través de la aparentemente inocente propuesta del entretenimiento; al margen del mejor o peor resultado como oferta cinematográfica (el cine no es la cuestión) está el dinero -el poder- y, de nuevo, la manipulación para mantener la ceguera colectiva.
Sé, por anticipado, que muchos no estarán de acuerdo con esta reflexión; incluso que les pueda parecer que, también a mí, me ataca algún virus conspiranoico. No teman, ya tengo bastante con el ansia de ambrosía de mis fantasmas. Que cada uno considere lo que quiera creer o consumir, faltaría más en esta sociedad de espectáculo/consumo.
No obstante, también sé que hay realizadores, películas, propuestas que abundan en el conocimiento de la sociedad y del ser humano; en el ejercicio de la creación sin alharacas económicas o publicitarias; un cine que permite desarrollar la creatividad, el conocimiento y el pensamiento, que genera duda pero no la manipula, merecedor de llamarse Arte: pero ese, amigas y amigos, es otro cine al que esos del Sistema son menos proclives, precisamente porque naciendo de la reflexión hace crecer a los seres humanos y convirtiéndoles en personas críticas con lo que acontece.
Que no os confundan con las luces de sus escaparates que solo quieren tapar las sombras del cotarro.
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