Una de cal: “El título «M» es un guiño a Frtz Lang, y se introduce en el espeso (religiosamente hablando) mundo de los haredi, los ultraortodoxos judíos que habitan la localidad de Beni Brak, muy cercana a Tel Aviv”
Una de arena: “’Y aquí seguimos, defendiendo el derecho a que no nos maten, a qué no nos maltraten, a que no exploten nuestros cuerpos…’ subraya en un post Emelina como voz de todas las mujeres que el día 8 salieron a la calla a decir, una vez más, ¡basta!”
OPINIÓN. Cuestiones circenses
Por Javier Cuenca. Periodista
11/03/22. Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la película documental ‘M’, de Yolande Zauberman, que es la de ‘cal’; y sobre el 8M, Día Internacional...
...de la Mujer, ‘Mujeres y humanidad (texto reflexivo)’, que es la de ‘arena’.
‘M’ de Yolande Zauberman
https://www.youtube.com/watch?v=M8SyKA6Kt0M
En este espacio en el que el «séptimo arte» ocupa un lugar predominante, no podía por menos que dedicarle -una vez más y casi como excusa en este mes de marzo- una referencia a las mujeres que lo ejercitan, a sus referentes cinematográficos. Son muchos y variados, más o menos dignos de señalar.
No he ocultado, asimismo, mi especial cariño por los documentales, un género que -afortunadamente- ha ido creciendo en la oferta que ocupa la «gran pantalla». Esas películas que emergen desde nuestro rededor para identificarnos, señalarnos o denunciar la debilidad humana de esta sociedad, donde la mujer ha sido y es víctima propiciatoria de uso y abuso más o menos directo, más o menos solapado, y artificios ideológicos como las religiones ocupan un lugar destacado en la propia maldad del Sistema.
En este sentido, no cabe duda de que el documental que escribe y dirige Yolande Zauberman, «M», pone sobre la pantalla un tema que -aunque sabido- prefiere no comentarse.
Es cierto que las religiones (especialmente las monoteístas) casan mal el sexo con la propia religión y se amparan, casi todas de la misma manera y con normas antinaturales parecidas, en el silencio cuando la naturaleza ejerce en el proceso de desarrollo del ser humano y la «castran» de raiz.
No obstante, y bien conocida la ya vieja matraca de la virginidad y de lo pecaminoso (es decir: «malo» para ellos) de la unión entre dos seres siempre que no piensen exclusivamente en la procreación; existen vericuetos que se guardan en el «secreto sumarial» del sacerdocio de todas ellas, y ahí aparece la pederastia y el abuso que no se difunde exclusivamente por miedo; un tema que Yolande Zauberman toma sin tapujos y mirándole a la cara, después de que ella conociera el relato de un hombre que fue víctima de esos abusos sexuales en la niñez; alguien que consiguió grabar la confesión de uno de sus agresores para solidez de la narración.
El título «M» es un guiño a Frtz Lang, y se introduce en el espeso (religiosamente hablando) mundo de los haredi, los ultraortodoxos judíos que habitan la localidad de Beni Brak, muy cercana a Tel Aviv.
Premio Especial del Jurado de Locamo y a la Mejor Dirección en el Festival de Sevilla, en su momento, «M» es una cinta no tanto esclarecedora (lamentablemente vemos el caso de abusos a menores desde las direcciones de las religiones mayoritarias en el mundo con diaria frecuencia), como valiente. Filmada en un cara a cara que deja a todo este integrismo presuntamente celestial sin razón ni justificación alguna, y que los tribunales penales del mundo tratan con parsimonia y casi con cierta benevolencia.
Desde luego, el espectador no puede salir de ver este documental sin una mezcla de sorpresa, rabia y asco que alimenta la impotencia existente en la erradicación de estas prácticas antihumanas, vejatorias y que marcan a miles de personas a lo largo de toda su vida.
Mujeres y humanidad (texto reflexivo)
Compañera, qué enfermo es este «galimatías» al que atribuyen el concepto de sociedad si tenemos que salir a la calle para reivindicarnos como personas más allá de nuestro seso, sexo, color o proclamas. Mal está y muy despistado si tú y yo no nos miramos desde el atributo de nuestra humanidad y tenemos que estar constantemente rescatándonos de las miserias que nos han impuesto a fuerza de espadas y crucifijos donde tú, compañera, has tenido que bregar con la peor parte.
No quiero que sea tu día; quisiera que nunca hubiera tenido que ser, mucho menos tras el pestilente olor a carne muerta que cubrió las calles de Nueva York a principios del siglo pasado por culpa de los mercaderes de mano de obra barata.
Quisiera que estuviésemos pintando de color nuestros seres acompañados; libres en esa igualdad que no necesita definición... sencillamente. Pero estamos aquí, compañera, porque no hay atributo que imponer y porque esta enfermedad tenemos que curarla más allá de lo diferente, más acá... siempre más acá de sus imposiciones, de sus juegos de palabras o de su complacencia mentirosa y su engañosa desidia.
Hace unos días celebramos -puntualmente- luz sobre la luz de mujeres que se juegan el porvenir ante los hidalgos de esa miseria, en el olor a tabernáculo de macho ponzoñoso que emana de la educación y la historia contada; una luz que, quizás, acabe con esta diferenciación más pronto que tarde y entierre su razón miserable en el más profundo olvido. Juntos necesitamos estar en esa revolución.
La incombustible Emelina Fernández, pasando unas jornadas en Grecia, recordaba cómo la propia mitología se ocupaba ya de expresar estas desigualdades, recordando como Poseidón se enfrentó a la diosa Atenea para poder controlar Atenas. En esa lucha de poderes, y para dirimir la disputa, realizaron una convocatoria a las gentes de la ciudad. Poseidón hizo brotar un caballo de la tierra y, por su parte, Atenea hizo surgir un olivo. El refrendo lo ganó Atenea porque todas las atenienses la votaron. Tras este hecho, Poseidón, enfadado, fue a quejarse a Zeus -dios de dioses- y éste, descontento con la resulta de la votación, decidió castigar a las atenienses quitándoles el derecho al voto.
«Y aquí seguimos, defendiendo el derecho a que no nos maten, a qué no nos maltraten, a que no exploten nuestros cuerpos…» subraya en un post Emelina como voz de todas las mujeres que el día 8 salieron a la calla a decir, una vez más, ¡basta!
Cierto, aquí seguimos mientras los atributos del «poder» sigan imponiendo la diferencia y no ha de ser un día, sino la totalidad de ellos hasta poder consignarnos como seres humanos más allá de cualquier diferencia. Esta es palada de arena la tenemos que eliminar de nuestra construcción social, de la memoria colectiva, juntos -incluso- desde esa diferencia que nos suma y que la Historia paternalista se ha empeñado en trastocar y cimentar.
Me viene a la memoria la canción fresca y guerrillera de Silvio Rodríguez, «Eva»:
https://www.youtube.com/watch?v=mavqQqYfAfo
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