En tanto los mercaderes hacen recuento de monedas y pagan nuevos escenarios que no serán en nada distintos a los anteriores, se modulará un cambio aparente: «la moda» -que no moverá nada de su sitio-”

OPINIÓN.
Complementos circunstanciales
Por Javier Cuenca. Periodista


16/09/22.
 Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el espectáculo de la vida en sociedad: “El culto a dicho espectáculo tiene su representación máxima en los medios...

...de comunicación, que simplemente establecen y unifican el criterio global del propio espectáculo; todo un sueño convertido en moneda de cambio con la que los espectadores conciben su obligación de soñar”.

Puro espectáculo

La vida en sociedad es puro espectáculo. Inexcusable la necesidad de asumir un papel, lo ejercen todas y cada una de las personas que habitan esta «situación» tanto consciente como inconscientemente, porque es una aplicación consuetudinaria con la supervivencia, y se engaña -o le da un doble giro escénico- quien niega esta cuestión.

Desde la presunta ecuanimidad (vestida de razón) hasta el estrambótico ejercicio asumido de la teatralidad de las pasiones, se transita por un inmenso escenario que precisa siquiera de un solitario espectador. Así, cada cual asume sus gestos -previamente diseñados- e intenta con ellos acreditar que su espectáculo es correcto y coherente, convencidos los actuantes de «hipnotizar» al interlocutor de turno quien, a su vez, se retirará de escena convencido a su vez también de ser el mejor hipnotizador y personaje.


Pero esa farsa está diseñada de antemano en el conjunto de lo social y solo admite matices personales que carecen de importancia para el resultado final.

El culto a dicho espectáculo tiene su representación máxima en los medios de comunicación, que simplemente establecen y unifican el criterio global del propio espectáculo; todo un sueño convertido en moneda de cambio con la que los espectadores conciben su obligación de soñar.

De esta manera, intervienen en los mercados poniendo sobre el expositor cada uno de los sueños que han creado y que el comprador sentirá como indispensable para su existencia, a la que no le dejan otro sentido que seguir en el escenario consumiendo aquello que le dan y por lo que desperdician su vida. Mientras, se esclavizan en el trabajo, generan envidias y controversias, y siguen pensando que tienen algún poder protagonista.


En tanto los mercaderes hacen recuento de monedas y pagan nuevos escenarios que no serán en nada distintos a los anteriores, se modulará un cambio aparente: «la moda» -que no moverá nada de su sitio- para hacerles sonreír con los bolsillos repletos, viendo a los «ensoñados» pedalear en una bicicleta estática que nunca se mueve del lugar en el que se encuentra.

Quizás por eso algunos rompen el espejo al que someten su existencia sin darse cuenta de que cada parte repite la misma circunstancia. Los espejos rotos son la multiplicación de las realidades y tras la agresión no queda más que seguir actuando bajo las directrices del guión del sueño inoculado, eso sí: en más escenarios que cuando el cristal de los reflejos se encontraba entero.

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