Truffaut junto con Bazin, Varda, Rivette, Rohmer, Resnais, Chabrol y el propio Godard firmaban aquellas películas que nos rescataban de un ostracismo siniestro y malhumorado como era la cultura que imponía el franquismo”

OPINIÓN.
Complementos circunstanciales
Por Javier Cuenca. Periodista


23/09/22.
 Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre la muerte de Jean-Luc Godard y del documental ‘Dreaming Walls: Inside the Chelsea Hotel’, de los cineastas belgas...

...Maya Duverdier y Amélie van Elmbt, y producida por Martin Scorsese, que es un trabajo fílmico sobre el Hotel Chelsea de la ciudad de Nueva York que abrió sus puertas en la Calle 23 en 1884.

Adioses preñados y los fantasmas del Chelsea Hotel

Tras la resaca de la muerte de Godard y la semana del festival cinematográfico más internacionalmente importante de este país -del de Donosti hablo- vuelven estas letras al mundo del celuloide.


Resacoso porque Jean-Luc Godard está en el ADN de quien les escribe de estas cosas del llamado «Séptimo Arte» (que lo es), como lo está aquella Nouvelle Vague que nos descubrió paisaje, paisanajes y criterios sociales y políticos de los que carecíamos por estos lares de la «piel de toro» en tiempos del dictador y hasta bastante después.


No obstante, y en la linea crítica de aquel movimiento plástico/escénico/fílmico -en 1954- François Truffaut escribió un artículo para una importante revista que tituló «Una cierta tendencia en el cine francés», en el que criticó el cine de su país acusándolo de ser falso y de crear una realidad muy alejada a la vida, aunque algunos de sus compañeros (como Jean-Luc) ya estuviese en la práctica de la tan cacareada autocrítica que alguna «izquierda» ha dejado de ejercitar como debería hace demasiados años, y que entonces recorría las calles parisinas y de algún que otro lugar.

Truffaut junto con Bazin, Varda, Rivette, Rohmer, Resnais, Chabrol y el propio Godard firmaban aquellas películas que nos rescataban de un ostracismo siniestro y malhumorado como era la cultura que imponía el franquismo. Mostraban una calle por la que transitar reflexivamente sin miedo a los fantasmas que aún se conservaban (y quizás aún se hayan anquilosado en algunas instituciones) de la Inquisición y de todos sus derivados patrios.

Justo es decir que no solo eran ellos los que nos abrían los ojos. Teníamos la introspectiva «ipseniana» de Bergman; la ironía y sarcasmo de Buñuel; el neorrealismo italiano y la otra realidad particular de Pasolini; el tándem Bardem/Berlanga para reírse de los censores del régimen que nos comprimía; el salvajismo de Herzog; un director llegado de oriente que se llamaba Kurosawa y al que copiaban los yanquis de Hollywood, y algunos que otros que se me olvidan en este preciso instante y no menos relevantes.

Gracias a ellos -muchas veces frecuentados en locales llamados torpemente a ser salas de cine- entendimos a Allen, Kieślowski, Greenaway, Loach, Erice, Coppola, Kubrick y al refrescante aire que poco a poco nos iba llegando del cine oriental; y fuimos y somos felices y/o socialmente conscientes durante los más de noventa minutos de proyección de sus historias que alimentan nuestro acervo cultural y humano.

Los fantasmas del Chelsea

Hoy, quizás por aquello de la mitomanía, quiero hablar de un trabajo que acaba de producir el siempre sorprendente Martin Scorsese, quien con los cineastas belgas Maya Duverdier y Amélie van Elmbt, han llevado a cabo el documental «Dreaming Walls: Inside the Chelsea Hotel»; un trabajo fílmico sobre el Hotel Chelsea de la ciudad de Nueva York que abrió sus puertas en la Calle 23 en 1884.


Sus historias (doce en total) de ladrillo de aquel lugar albergan algunos nombres icónicos de todas las artes. Oscar Wilde y Mark Twain estuvieron entre los primeros check-ins. Madonna planeó su dominación global en la música, y más tarde tomó fotografías para su libro «Sex» en el piso octavo. Andy Warhol y Paul Morrissey dispararon a «Chelsea Girls» (1966) en las habitaciones que vivían los miembros de la Factory.

Arturo C. Clarke escribió el tratamiento de pantalla para «2001: A Space Odyssey» en sus habitaciones, para que Stanley Kubrick abriese a la «gran pantalla» la propuesta más definitiva del cine de ciencia ficción (por otros llamado «fantástico»).


Marilyn Monroe vivió en el Chelsea como joven y aún desconocida actriz, y Arthur Miller se quedó allí después de su divorcio. Tennessee Williams, Sam Shepard, los músicos Bob Dylan, Janis Joplin, Jimi Hendrix y el poeta Dylan Thomas encontraron inspiración en aquella atmósfera bohemia. Todos ellos transitan o cuelgan por los rincones fílmicos de este documental.

La banda sonora -de Michael Andrews- intercala fragmentos de éxitos de época, el poeta Allen Ginsberg leyendo «Howl» y Nico cantando «Chelsea Girls», evoca la gestalt del hotel dentro de su tiempo y dejan acunarse a la imágenes en toda aquella tramoya.

«Dreaming Walls: Inside the Chelsea Hotel» se desarrolla en un tiempo presente, a través de la colocación de cámaras estáticas y lentes móviles que capturan la vida de los sujetos entre los escombros con el ritmo heredado del cinéma vérité. No es una descripción general de la historia del hotel, una tarea que se presume excesiva para una película, es -definitivamente- una sesión de terapia intuitiva sobre tiempos que el recuerdo ha fijado.


«Dreaming Walls: Inside the Chelsea Hotel» es, por lo tanto y también, una perspectiva ante el Nueva York imponderable, heredero del éxtasis creativo que llegó a rebufo de otros lugares de la decadente y creativa Europa de principios del XX, de su periodo entre guerras o de su despertar más o menos apasionado a las nuevas fórmulas creativas y tecnologías (París, Londres, Berlín…).

Es la exégesis misma de Generación Beat norteamericana en un escaparate en el que Lou Read habla con Patti Smith que vomita el primer punk del otro lado del Atlántico para deleite de aquellos poetas malditos, orgullosos del encuentro y de la sorpresa.

El documental se cierra con fantasmas que no saben qué hacer ni dónde se encuentran tras las libertades que se perdieron tras el cruce de la laguna Estigia de sus protagonistas (con o sin monedas para Caronte, el barquero), y mientras observan cómo los especuladores convierten -o lo pretenden- el Chelsea Hotel en un edificio de oficinas o viviendas de lujo.


«Cine, cine, cine…» que añoraba como vital Aute para contar la inexorable historia que nos rodea y que juega con nuestras afinidades y controversias de la mano de las directoras Maya Duverdier y Amélie van Elmbt, producidas por Martin Scorsese y envueltas por la música de Michael Andrews.

Un disfrute, como ya he dicho, para mitómanos y mitómanas y para quienes no queremos olvidar el origen del devenir del «siglo XX cambalache, enigmático y febril…» que nos tocó vivir, sufrir y disfrutar a partes iguales.

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