Pone el punto de mira en la ansiedad postraumática de estos profesionales y añade a la misma el padecer de su entorno, su familia, contado desde su propio punto de vista”

OPINIÓN.
Complementos circunstanciales
Por Javier Cuenca. Periodista


14/10/22.
 Opinión. Cultura. Javier Cuenca, periodista (principalmente de cultura) y escritor esporádico, que en la actualidad compagina tareas como crítico de cine y mantiene la web www.oxigenarte.info (AQUÍ), en su colaboración semanal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, escribe sobre el documental «Morir para contar» de Hernán Zin: “Un documental impecable que hila la desnudez...

...interior que exhiben los propios reporteros ante uno de los de su oficio (el propio Zin), lo que les permite una narración profunda e intimista de sus sentimientos, traumas y temores, y muy especialmente la presencia adictiva de un trabajo que genera adrenalina mientras coquetea con la muerte”.

«Morir para contar», de Hernán Zin


https://www.youtube.com/watch?v=jmHwtqoQCsM

Con el despliegue de información (supuesta) y contra-información (más supuesta si cabe) que emiten las guerras, no es difícil concluir que el propio quehacer informativo no sigue siendo más que otra parte del espectáculo que la «sociedad de mercado» entrega para «tapar» la realidad a la ciudadanía. Lo más terrible de todo este espectáculo son los óbitos que sumar a los listados de ambas partes pero que, si analizamos pormenorizadamente, son especialmente los desequilibrados si de un conflicto bélico o de otro se trata. No son lo mismo una decena de niños y niñas rubios y rubias del norte de esta Europa decadente y empeñada históricamente en pelearse, que los que los propios países invadidos por europeos (a los que se ha unido con especial profusión esos Estados Unidos construidos con los huidos del «Viejo Continente» y que, como suele ocurrir en casi todas las familias, son mucho más violentos y desproporcionados).

Dicho esto, y hasta las mismas gónadas de las mentiras oficiales y oficiosas, de elevar al rango de estratega a un comediante o a un belicista neoliberal del este de esa Europa que Zeus debería haberse comido de un bocado y no raptarla por la Epifanía del amor, me he acordado de un reportaje que me llegó profundamente -quizás por conocer a algunos de sus protagonistas o por haber estado cerca de algún conflicto destinado a la mentira mediática, que tanto proliferan en este trabajo-.


En «Morir para contar» Hernán Zin nos relata, en formato de documental como he dicho, los miedos y controversias que acometen al reportero de guerra en su trabajo. Es una visión introspectiva de una profesión que camina justo al lado de la barbarie y del desamparo de millones de seres humanos, que se convierten en «moneda de cambio» de los intereses económicos y políticos de los países, y donde son precisamente las personas que ejercen el reporterismo sus únicos narradores ante ese mundo -sistémicamente manipulado- que está detrás de la pantalla del televisor o del rotativo habitual.

Con la emoción de protagonista de esta historia, Zin pone el punto de mira en la ansiedad postraumática de estos profesionales y añade a la misma el padecer de su entorno, su familia, contado desde su propio punto de vista. «Soy humano, y nada de lo humano me resulta ajeno» subraya el director.


De esta manera, el documental se basa fundamentalmente en las experiencias y sentimientos que van narrando a la pantalla reporteros y reporteras de los medios nacionales e internacionales; trabajadores de la información que cuentan, inicialmente, con el amparo en su lugar de origen del propio medio que paga su trabajo y cubre con sus gastos; adolece, tal vez, en esta exposición de la presencia de aquellos que tienen que «buscarse la vida» para colocar en el mercado de la información este complejo producto: los freelances, que sufren el doble desamparo de la guerra y del mercado.

«Morir para contar», producida por Contramedia Films y Quexito Films, resulta un documental impecable que hila la desnudez interior que exhiben los propios reporteros ante uno de los de su oficio (el propio Zin), lo que les permite una narración profunda e intimista de sus sentimientos, traumas y temores, y muy especialmente la presencia adictiva de un trabajo que genera adrenalina mientras coquetea con la muerte. Proyecta, asimismo, su necesidad de contar y convertirse en un elemento valioso para la comprensión del mundo actual y sus conflictos, como debería ser siempre el periodismo, y la incomodidad que les produce esa vuelta, la necesidad de encajar de nuevo en esa sociedad que, a su regreso de las zonas de guerra, ha cambiado su perspectiva.


Con los conflictos de Bosnia, Sierra Leona, Congo, Ruanda, Guerra del Golfo, Afganistán o Siria de fondo, Zin deja en su documental esa parte íntima del reporterismo al que le sorprende incesantemente la frase «la vida no vale nada» que acontece en cada esquina de la contienda contada con nombres propios como Gervasio Sánchez, Mónica Bernavé, Javier Espinosa, Manu Bravo, Mónica G. Prieto, Ramón Lobo, Maysun o David Beriain. Pero este documental es, también, un homenaje a todos los caídos en esta labor; hombres y mujeres que acaban de compartir una taza de té media hora antes de caer en una emboscada de ISIS o una travesura interesada de alguna agencia del espionaje industrial de los países que se benefician de la contienda, el largo desasosiego de los secuestros o la irreprimible rabia de cuando son incomprensiblemente asesinados en la habitación de al lado por las tropas norteamericanas en un hotel de Bagdad. Julio Fuentes, Miguel Gil, José Couso o Julio Anguita se hacen presentes en el documental como miembros de lista de los que no regresaron.

Un homenaje entre compañeros que expone en la gran pantalla esta perspectiva interior que ese «el periodista no es la noticia como cacarean en la facultades del gremio» se aleja del alcance del público habitual; una verdad dura de ese romanticismo con que cubre normalmente a este quehacer informativo, y que su pausada forma de contarlo va sedimentando poco a poco en el espectador. Festivales como el de Montreal, México, Seminci o Sevilla, avalaron la buena acogida de este producto fílmico, que me gusta ahora recordar para no olvidarme de que esos protagonistas (cada día menos y peor pagados por mor de las agencias que la llamadas «agencias de inteligencia» crean para inocularnos su falaz visión de los conflictos, de la realidad que pretenden imponernos).


Para ellos mi recuerdo. Para los otros el cubo de la basura.

Puede leer AQUÍ otros artículos de Javier Cuenca.