Tal vez ese contrasentido es el que también explica que el entorno fiel de Mohamed VI hable de él como del “Rey de los pobres” mientras que su patrimonio alcanza la sideral cifra de 5.000 millones de euros”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

14/09/23. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el terremoto de Marruecos y Mohamed VI: “No es poca cosa eso de ir por el mundo sabiendo que, hagas lo que hagas, no estás sujeto a la jurisdicción de los tribunales o la responsabilidad penal por tus acciones. No me extrañaría que...

...provocase en los pocos sujetos que pueden experimentarla la tentación de incurrir en alguna que otra conducta sospechosa, no sé, a lo mejor, algún que otro delito fiscal”.

Sangre azul

Mohamed VI ha donado sangre para las víctimas del terremoto. A mi la noticia me ha impactado, pero no tanto por los cuatro días que han pasado sin aparecer por la zona devastada; sino porque me he preguntado si, quien reciba tal honor, habrá experimentado alguna consecuencia más allá de evitar un shock hipovolémico.

¡Imagínense! Sangre azul circulando por tus venas.

El beneficiario o beneficiaria quizás ha sentido cómo todo su ser ha quedado imbuido de un halo de superioridad. Tal vez, habrá percibido como en su interior se desarrollaban capacidades extraordinarias transformándose en alguien más apto, avezado, calificado, experimentado, experto, idóneo y competente. O, quien sabe, si habrá tenido la tentación de exigir que solo él pueda acceder al agua potable del hospital igual que le ocurre a su donante cada vez que pasa unos días con su corte de trescientos súbditos en su castillito de la localidad francesa de Betz (donde no está censado, pero tampoco nadie se ha atrevido a contar si pasa más los ciento ochenta y tres días que le obligarían a tributar) obligando a las autoridades municipales a traer  tanques de agua para el consumo de los escasos mil habitantes.

Algunos pensarán que soy un tanto exagerada porque, a fin de cuentas, habrán sido, como máximo 500 mililitros los que el soberano habrá donado en tamaño gesto altruista; pero creo que con eso debe ser suficiente de la misma manera que a los países monárquicos de este planeta les basta con creer en la filiación para aceptar que unos sujetos han sido llamados por cuna y ascendencia a gobernar, sin tener por qué acreditar más aptitudes que las que se transmiten en el ADN.

No voy a decir que he envidiado al pobre diablo que, convaleciente en una cama de hospital y después de haber pasado por el terror de un terremoto de esa magnitud, está recibiendo esa atención médica, pero sí tengo que reconocer que siempre he tenido cierta curiosidad por saber cómo tiene que ser eso de levantarse por la mañana y sentirse inviolable e irresponsable.


No es poca cosa eso de ir por el mundo sabiendo que, hagas lo que hagas, no estás sujeto a la jurisdicción de los tribunales o la responsabilidad penal por tus acciones. No me extrañaría que provocase en los pocos sujetos que pueden experimentarla la tentación de incurrir en alguna que otra conducta sospechosa, no sé, a lo mejor, algún que otro delito fiscal. Pero es algo más paradójico que quien asume la jefatura de un estado no esté obligado a rendir cuentas a su propio pueblo.

Tal vez ese contrasentido es el que también explica que el entorno fiel de Mohamed VI hable de él como del “Rey de los pobres” mientras que su patrimonio alcanza la sideral cifra de 5.000 millones de euros destacando unos 12 palacios con unos 1.100 sirvientes cuyo mantenimiento cuesta 1 millón de euros diario. Ser la quinta fortuna más rica de entre los monarcas del mundo, hasta podría generar orgullo patrio entre la población marroquí, aunque su PIB per cápita sea de 3.514 € euros.

Bueno, si somos precisos, ese PIB debe estar en franca caída pues, por lo que dicen los expertos, uno de cada 3 euros que Marruecos tenía previsto ingresar puede ahora evaporarse; ya que no podemos olvidar que el país depende fundamentalmente de un turismo que, sin perder un segundo, ha cancelado las reservas concertadas con anterioridad y no necesariamente las que se concretaban en Marrakech, uno de los destinos más solicitados de África.

No les culpo. Yo hubiera hecho lo mismo y es un fenómeno que se repite ante cualquier catástrofe de este tipo (y si no, que se lo digan a los amigos canarios con ocasión de la erupción del volcán) pero, además de ese parón en el crecimiento, hay que sumar los costes del propio terremoto. El ocurrido en Turquía, en febrero de este año, de intensidad similar y características de su población bastante equivalentes, está cifrado en 34.200 millones de dólares a los que sumar 1.780 millones en líneas de crédito para la reconstrucción.

Así que a Mohamed VI no le llega con su patrimonio para echar una ayudita, pero, sin arredrarse y a pesar de unas carreteras devastadas inapropiadas para alguno de sus 600 vehículos de lujo o la renuncia a colapsar el aeropuerto con alguno de los dos Boeing privados que tiene a su servicio; ha estado allí, a los pies de las camas de los enfermos.

Demuestra así su compromiso con el pueblo y a lo mejor justifica que haya rechazado la ayuda de diversos países, sin que pueda atribuirse esa renuncia al temor a revelar ninguna señal de debilidad. Los tres días completos que ha estado la gente sin recibir auxilio externo agotando toda posibilidad de rescatar personas con vida, no son decisiones que puedan ser susceptibles de ser cuestionados ni exigidos. Ya saben, que si la inviolabilidad, que si la exención de responsabilidad…

Pero nada de eso tiene importancia. Lo único válido es pensar en el pobre infeliz receptor de la sangre real. Quien sabe si, a lo mejor, al notar el líquido aristocrático correr por sus venas, en lugar de verse transformado en un rey, multiplica su consciencia de súper poderoso y emula la metamorfosis de Supermán el día que encontró el cristalito de Krypton y salió del polo norte con mallas, capa y la habilidad de volar y hacer retroceder el tiempo para evitar que un terremoto se lleve la vida de miles de marroquíes enterrados bajo los cascotes de casas construidas de manera inapropiada sobre una zona de riesgo tectónico.

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