La sensación de imposibilidad e incapacidad que experimentan los jóvenes, es decir, los menores de 30 años, responde a una realidad evidente pero no comparable con la antigua”

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PINIÓN. La vuelta a la tortilla. Por Noemí Juaní
Profesional de la gestión

09/01/25. Opinión. Noemí Juaní, profesional de la alta gestión en empresas e instituciones, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el cambio del coste de vivir: “Intentar comprar un piso hoy en día, a 2.930 euros el metro cuadrado, es poco menos que un imposible, es verdad. Hace cuarenta años, podías optar por algo de cierta calidad con 5 millones de pesetas,...

...es decir, con 30.000 €. Así que, más o menos, multiplicamos por 10 el coste del techo bajo el que dormir cuando los sueldos solo lo han hecho por 5. Esa es una verdad incuestionable”.

Queridos Reyes Magos: guárdense el oro y tráiganme ideas

Ahora que ya han pasado estos días, vamos a decir la verdad: lo peor de tener que comprar regalos no es lo que te vas a gastar, ni tampoco el tiempo que pierdes en los atascos de tráfico alrededor de los centros comerciales. No. Lo peor es tener que pensar en qué regalar.

Con los niños es relativamente fácil. Su bendita ingenuidad les hace plasmar en una carta sus deseos más recónditos, así que solo hay que rascarse el bolsillo algo más de 200 euros por infante de promedio.

Pero, una vez que la magia se desvanece, satisfacer al agasajado se convierte en tarea difícil y sorprenderlo, en misión imposible y, al final, el 69% de los españoles recibe regalos durante el periodo de Navidad que no quiere quedarse.

No lo digo yo, lo dice un estudio hecho recientemente a un grupo de 1.000 encuestados que podría ser una muestra suficiente si no fuera porque la ha movido una plataforma de ventas de productos de segunda mano y ha dado lugar a las declaraciones de su portavoz recordando que no tiene sentido dejar esos objetos tirados en un cajón cuando pueden ser revendidos (barriendo para casa).

En cualquier caso, es verdad que es difícil acertar hasta con uno mismo. En mi entorno familiar se me invita a hacer una lista de posibles regalos que debería contener hasta diez cosas distintas y si llego a poner cuatro o cinco ya son demasiadas. He llegado hasta a buscar por internet ideas y, como no, incluso le pregunté a la IA.

Que gustaría”, tiene mucho que ver con “qué falta” y “no se me ocurre nada” es lo más habitual que decimos, cuando lo cierto es que lo tenemos todo.

Sin embargo, mis amigos en una de las sobremesas de Navidad me insisten en que el mundo está peor hoy que ayer, que los jóvenes lo tienen más difícil y que su capacidad adquisitiva es menor. El ayer del que me hablan es el de hace 30 o 40 años, así que no es tan difícil comprobarlo con datos objetivos.

En 1984 el sueldo medio mensual estaba alrededor de las 80.000 antiguas pesetas. Al cambio del euro, serían unos 480 euros y por tanto unos 5.750 euros anuales. Obviamente, si tenemos en cuenta la inflación, ese importe se convertiría, fácilmente, en unos 20.000 euros de los de hoy en día lo que nos permite compararlo al sueldo medio actual que está en unos 24.000 euros.


Con las pensiones de jubilación es todavía más evidente la mejora. La pensión media en 1984 estaba en 30.000 pesetas, es decir, 180 euros que, tras aplicarle los correctivos inflacionistas, serían ahora, como mucho, 678 euros. Comparados con la pensión media actual que está en 1.445,75 euros mensuales no le llega a la suela de los zapatos.

Así que cobramos más, pero quizás también gastamos más. Veámoslo.

El precio de una cesta de la compra básica en 2024 está en 29,7 euros, la de 1984 en 3,10; por tanto, hace 40 años podía comprar con mi sueldo anual hasta 1.854 cestas; mientras que hoy en día solo puedo comprar 827. Pues sí, va a ser que comer sale más caro, a excepción de a los jubilados que se pueden atiborrar. También es verdad que la lista de lo que se consideran productos básicos se ha modificado ligeramente y mientras que, por ejemplo, en 1984 el aceite de girasol formaba parte de esa cesta, hoy por hoy, solo se concibe el aceite de oliva.

La luz estaba a 0,04 euros lo que supone poder consumir 143.750 kW. Hoy en día serían algo más de 138.000. Habrá que apagar antes la luz.

Con el teléfono no pasa lo mismo. En aquellos lejanos años 80, incluso el dispositivo fijo era un producto casi de lujo (el móvil no existía para el común de los mortales pues el primer lanzamiento al mercado había sido un año antes al precio de 4.000 dólares) y en algunas casas sufrimos el castigo de que nos pusieran un candado en el dial cuya llave solo tenía el progenitor cabeza de familia (en la mía, mamá).

Vamos a vestirnos. En 1984 unos pantalones podían constar unas 2.000 pesetas, es decir, unos 12 euros. Hoy por hoy, encontramos pantalones (made in China) por 15 € o 20 €. Así que, hace 40 años me podía comprar 479 vaqueros frente a los 1.600 de 2024. Me da para poner una tienda de reventa.

Hay otros elementos de comparación que pueden ser más problemáticos. Me refiero a la tecnología. Hace 40 años el producto estrella en el ámbito tecnológico fue el Apple Macintosh 128K, el primer ordenador personal de Apple. Pero su precio de lanzamiento fue de 2.495 dólares estadounidenses o lo que es lo mismo, teníamos que trabajar seis meses enteros sin comer, sin encender la luz y sin vestirnos para poder comprar uno; motivo más que suficiente para que, en la mayoría de los hogares tuviéramos, como mucho, una Olivetti, aunque su precio (unos 60 € al cambio) también suponía un esfuerzo importante. Hoy en día podríamos comprarnos 3 portátiles al mes si no somos demasiado rigurosos con sus características técnicas.

Y ¿qué me dicen de viajar? En esos últimos años del siglo XX solo el 20% de los ciudadanos americanos había subido alguna vez a un avión y si eso pasaba en EE. UU. (únicos datos que he podido encontrar) no quiero ni imaginarme qué pasaba con el españolito de a pie. La razón no era otra que el precio de los viajes en avión. Cruzar el país costaba como mínimo 1.400 dólares por ley; hoy en día se puede hacer ese viaje por unos 300.

Aunque hasta ahora el balance no está tan mal, no nos vamos a engañar. Hay un elemento muy significativo que pesa en esa percepción tan negativa: la vivienda.

Intentar comprar un piso hoy en día, a 2.930 euros el metro cuadrado, es poco menos que un imposible, es verdad. Hace cuarenta años, podías optar por algo de cierta calidad con 5 millones de pesetas, es decir, con 30.000 €. Así que, más o menos, multiplicamos por 10 el coste del techo bajo el que dormir cuando los sueldos solo lo han hecho por 5. Esa es una verdad incuestionable.

Hay otros datos que matizan esa lectura negativa: el precio del dinero. A fin de cuentas, antes y ahora, meterse en un berenjenal como ese es imposible contando con los ahorrillos. Teníamos y tenemos que financiarlo. Y, frente al 3,5% de interés hipotecario actual, en aquellos tiempos y con mucha suerte, acabas pagando un 17%. El resultado era que con el sueldo antiguo, destinándolo íntegramente, podías tardar casi 8 años en pagar esa casa. Hoy por hoy, no sería posible hacerlo con menos de 12 años.  Pero también es verdad que las hipotecas de finales del siglo XX eran de 15 años de promedio y las de ahora suelen ser de 30. Así que el pago mensual de la hipoteca antes era de unos 460 euros al mes o lo que es lo mismo, el 95% del suelo promedio, y el pago de la hipoteca actual está en 1.340 euros al mes o un 70% del sueldo. En uno y otro caso, liarse la manta a la cabeza era casi imposible para un único individuo.

Por eso vamos a tener que meter un elemento más en nuestra fórmula para entender la insatisfacción actual. Como acabamos de demostrar, para comprarse un piso necesitamos un socio o socia y la forma más antigua de constitución de la sociedad es el matrimonio.

En 1984 la media de edad para contraer matrimonio era de 26 años para los hombres y 24 para las mujeres. Hoy la media en ambos casos ha subido 10 años, es decir, 36 en los hombres y 34 en las mujeres.

Así que la sensación de imposibilidad e incapacidad que experimentan los jóvenes, es decir, los menores de 30 años, responde a una realidad evidente pero no comparable con la antigua.

Sumémosle a todo ello que 30 años de una hipoteca a la que accedes a partir de los 34 es casi hablar de un futuro de película de ciencia ficción que te sitúa al borde la jubilación. No olvidemos que se trata de una generación que piensa que el “medio plazo” son unos ridículos 2 años y eso es el máximo horizonte que imaginan porque sus decisiones suelen ser inmediatas y cortoplacistas. Normal, en un mundo en el que cada día aparecen novedades que pueden modificar substancialmente tu realidad.

Por tanto 30 años es una eternidad, sobre todo si durante todo ese tiempo uno debe reducir su visita a restaurantes con experiencias gourmet variadas, ir de vacaciones como mucho a Europa porque el tour asiático sale algo más caro, hacer que el abrigo de invierno te dure un par de temporadas aunque se vea algo desfasado, renunciar a comprar el último modelo de móvil, compartir la subscripción de Netflix, Primevideo, Disney+ y HBO con tu familia en lugar de tenerla en exclusiva o aguantar en el trabajo pese a que no te sientes realizado y no te están ofreciendo un plan de carrera que, a medio plazo (recordemos, dos años como mucho) suponga una mejora evidente.

No es imposible lograr su satisfacción, pero este sentimiento es una experiencia subjetiva en la que intervienen la valoración que hago de mi propio esfuerzo y de lo que obtengo unido a la comparación social y al sentimiento de control sobre esos elementos.

La fábula de los Reyes Magos tendrá que hablar de cosas distintas al incienso la mirra, e incluso al oro.


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