“En Málaga, los grandes fondos financieros de riesgo, fondos buitres, han visto el gran negocio que supone adquirir viviendas degradadas a bajo precio en el centro de las ciudades para posteriormente venderlas a entes económicos con gran poder adquisitivo"
OPINIÓN. Enredada con Iniciativa. Por María José Torres Gómez
Coportavoz de Iniciativa del Pueblo Andaluz (IdPA). Psicóloga sanitaria
30/03/22. Opinión. María José Torres Gómez, técnica de inserción laboral y coportavoz de Iniciativa del Pueblo Andaluz (IdPA), escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la gentrificación: “La gentrificación, tal como se desarrolla en Málaga, provoca que miles de familias se enfrenten a una condena económica y financiera de por vida que se traduce en exclusión social...
...y, en muchos casos, dependencia de la económica sumergida. Es una apuesta clara para que aparezca el chabolismo o, incluso, ciudadanos sin casa, gentes que dormirán en la calle”.
Málaga: una ciudad sin nombre
La gentrificación es un término que define el proceso de transformación de los centros de las ciudades mediante el cual la población habitual que los habita es desplazada, en algunos casos, por nuevos habitantes con un poder adquisitivo más alto. En otros casos, las gentes del lugar son desplazadas para que se establezcan meros espacios de negocios.
La gentrificación es un proceso de transformación urbana que comenzó a tomar relevancia especialmente en la segunda mitad del siglo XX. Aunque el proceso se inició con la revolución industrial británica.
Me voy a centrar en hablar de la gentrificación como el desplazamiento de la clase obrera, las personas menos pudientes, de sus barrios de toda la vida.
Hoy en día, en Málaga, los grandes fondos financieros de riesgo, fondos buitres, han visto el gran negocio que supone adquirir viviendas degradadas a bajo precio en el centro de las ciudades para posteriormente venderlas a entes económicos con gran poder adquisitivo. El fin último es levantar espacios comerciales de grandes firmas internacionales, hoteles, restaurantes, apartamentos de lujo, etcétera.
Esto provoca consecuencias a nivel social en cualquier ciudad en la que tenga lugar:
En el corto plazo implica un despoblamiento de las zonas céntricas. Estas personas desplazadas, de poco poder adquisitivo y financiero, se encuentran entonces con un problema vital: no tener resuelta una necesidad básica como es disponer de una vivienda, punto de partida básico para poder desarrollar cualquier trayectoria vital.
Supone, así mismo, la pérdida de la identidad social y cultural. Estas identidades no responden solo a una determinada arquitectura que se ve amenazada o eliminada: necesitan una serie de ambientes y relaciones humanas que son destruidos con la nueva situación: ambientes cálidos y cercanos: un bar como punto de encuentro, las tiendas de barrio donde comprar el pan…
Este desplazamiento no sólo influye en lo descrito, también hace que las personas que no se desplazan tengan que asumir una subida de precios y una disminución de servicios que conlleva, lógicamente, un decrecimiento de su poder adquisitivo y, por lo tanto, de su nivel de vida. Los nuevos moradores seguramente podrán desplazarse a comprar a una gran superficie en las afueras de Málaga. La brusquedad de cambios provoca en las personas afectadas, las que no se movieron, sobre todo en los mayores, una gran incertidumbre, ansiedad y estrés. Viven donde siempre, pero sin su entorno que les daba su, ahora, perdida normalidad.
La gentrificación sustituye poblaciones, mientras que la turistificación directamente las elimina.
Esta gentrificación suele suceder en ciudades como Málaga por su atractivo para esa denominada industria turística. Más que gentrificación estamos hablando de una “turistificación”. Si hablamos de inversiones y aumento del espacio turístico podría parecer atractivo, pero estamos hablando de otra cosa.
Lo que origina la turistificación de Málaga es simple: una ciudad convertida en un gran parque de atracciones donde la normalidad de la vida ciudadana se hace cuasi imposible. Proliferan los pisos turísticos en edificios residenciales, se reduce la inversión en hoteles, se aumentan los gastos urbanos como sucede en otros pueblos de la Costa del Sol y, para compensarlos, se reducen los servicios en otras zonas sin esa anomalía turística, aumentan los ruidos, etc. Sin hablar de que, de la noche a la mañana, aumentan los precios de los alquileres, tanto de viviendas como de negocios: ello provoca que solamente se beneficie una sociedad rentista que no genera riqueza social generadora de empleo.
Quiero dejar claro que el turismo es, no solo positivo, sino absolutamente necesario siempre que no afecte a la población de los núcleos urbanos que lo sustentan y se desarrolle armónicamente y no como una fuerza depredadora.
En Málaga, estamos asistiendo al guión escrito por quienes no quieren una ciudad de habitantes, de malagueñas y malagueños. Lo estamos viendo en El Perchel y en la barriada de Santa Julia. Sé que la problemática es diferente; a unos se les pide que desalojen sus viviendas y en otros se utiliza la degradación como chantaje para expulsar de sus viviendas a personas y atraer a rentistas más pudientes.
¿Qué hacen las instituciones públicas? ¿Qué hace el Ayuntamiento de Málaga? Voy a responder: no hace nada excepto unas simples declaraciones en prensa de apoyo a los afectados para quedar bien de cara a la galería. Y poco más. Lo cierto es que siguen declarando edificios en riesgo de derrumbe apoyando a quienes generan y se benefician de la gentrificación. Hablan del respeto a un sistema capitalista de la oferta y la demanda… Poniendo una alfombra roja a una turistificación que depreda el entorno… como sucede en diversos lugares como el Jardín Botánico de La Concepción.
Las instituciones públicas eluden lo que nuestras leyes dicen al respecto. Vulneran el marco jurídico que establece la Constitución Española en su artículo cuarenta y siete, que dice: “todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho…”.
En ese sentido se pronuncia también el Estatuto de Autonomía de Andalucía, que refrenda el derecho constitucional de los andaluces a una vivienda. Sin olvidarme del artículo 33 de la Carta Magna española que acota el derecho a la propiedad privada al cumplimiento de su función social. Además de la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo veinticinco) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (artículo once).
Ya mencioné que el tener una vivienda forma parte de la identidad de cualquier persona y lo que supone un desalojo. Pero quisiera hacer hincapié en lo que significa tener una vivienda, o no tenerla, a causa de los procesos descritos.
La vivienda se convierte, con el paso del tiempo, en un receptáculo de nuestra memoria individual y familiar. Si perdemos nuestra vivienda perdemos en gran parte nuestra identidad, nuestra historia, nuestro pasado. La vivienda representa el amparo, la protección, la intimidad, el control y la seguridad, todo ello necesario para mantener un equilibrio mental y emocional básico.
Las personas que se ven sometidas a esta experiencia de desahucio o desalojo en su residencia suelen presentar un alto porcentaje de desestabilidad emocional que desemboca en cuadros de estrés postraumático. Los afectados por desahucio ven su vida emocional completamente alterada, lo que repercutirá en su vivencia posterior a esta experiencia. En este sentido, se desarrollan emociones de miedo e impotencia durante un largo período de tiempo que termina repercutiendo de forma negativa en la vida personal, social e incluso profesional.
Las sumas de todas las emociones y sentimientos que los individuos experimentan durante el proceso de desalojo obligado terminan provocando el cuadro postraumático que, como se ha comentado anteriormente, ejerce una clara repercusión en el desarrollo emocional de la persona. Además, esta alteración emocional también motiva la aparición de problemas de salud, el cambio de prioridades de la vida, una distinta percepción de uno mismo y el cambio de hábitos y rutinas, convirtiendo esa rabia e incomprensión en resentimiento hacia la propia sociedad que los ha expulsado de su barrio.
La gentrificación, tal como se desarrolla en Málaga, provoca que miles de familias se enfrenten a una condena económica y financiera de por vida que se traduce en exclusión social y, en muchos casos, dependencia de la económica sumergida. Es una apuesta clara para que aparezca el chabolismo o, incluso, ciudadanos sin casa, gentes que dormirán en la calle.
La turistificación es la destrucción de Málaga como ciudad saludable, acogedora y protectora de sus vecinos. Una ciudad fundada en el siglo VIII antes de cristo por los fenicios.
Cartagineses, romanos, andalusíes participaron en dar sentido a una ciudad, sentido que actualmente está siendo puesto en grave riesgo por los políticos que deberían protegerlo.
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