Las botellas, en silencio, presidían la mesa mientras “el bebedor” se mantenía inmóvil y pensativo. Las miraba sin ni siquiera verlas. Solo el reflejo de un hombre a quien no conocía y se avergonzaba sin saber muy bien por qué”

OPINIÓN. El jardín de tinta
Talleres de escritura de Augusto López


27/09/23. 
Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, continúa con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘El jardín de tinta’, un espacio de creación literaria de las alumnas y alumnos de sus talleres (augustolopez.es), impartidos en colaboración con la librería Proteo. Hoy nos trae el relato ‘Dilema de “El bebedor”’, de “Rafael Fernández Estudillo y...

...Ascensor, Cenacheroman en la oscuridad”.

Dilema de “El bebedor”

«—¿Vergüenza de qué? —Se informó el principito, que deseaba socorrerlo.
—¡Vergüenza de beber! —Concluyó el bebedor que se encerró definitivamente en el silencio.
Y el principito se fue, perplejo.»

‘El Principito’ de A. De Saint-Exupéry, capítulo XII

“El bebedor” cogió con su mano derecha una botella vacía y con su mano izquierda una botella llena.

—¿Ya se fue ese niño? —habló como si fuese la botella vacía.
—Es un Principito —hizo lo mismo con la llena.
—Es un incordio —repitió vacía.
—No hables así delante de mí —contestó llena
—¡Callaos ya! No me dejáis pensar—inquirió “el bebedor” con cierto aire de desasosiego.

Las mira y exclama:
—Por vuestra culpa—enfrenta ambas botellas sobre la mesa—. Nunca debí dejarme.

Las botellas, en silencio, presidían la mesa mientras “el bebedor” se mantenía inmóvil y pensativo. Las miraba sin ni siquiera verlas. Solo el reflejo de un hombre a quien no conocía y se avergonzaba sin saber muy bien por qué.

—¡Apartaos de mi vista, bestias infames! —Se levantó de golpe y de golpe cayó al suelo.
—Me dais pena—hizo una ligera pausa—, aunque más pena me da ver a ese hombre—golpeó el suelo tres veces seguidas, tres con contundencia, tres de armoniosa melodía que nadie oía.


Las botellas seguían de pie, observaban la decadencia de “el bebedor”, este se dio cuenta.

—Malditas bestias. ¡Morid de una vez por todas!

Empujó la mesa y cayeron hechas trizas. El preciado brebaje se esfumó entre las grietas del suelo de aquel planeta. Se abalanzó sobre ellas y cogió la tierra húmeda para olerla y meterlas en su boca. La sangre le sabía a vino, la tierra al hierro de su sangre y las manos, chupadas con intensidad, al destino de sus lágrimas saladas.

—Perdonadme, mis queridas amadas—desesperado lloraba—. Fue ese niño impertinente, fue él. Él me obligó a pensar—sobresaltado señalaba al cielo—. Fue él—insistió exculpándose—. Él fue quien os empujó y me hizo perderos para siempre.

Miró al cielo en ese perenne atardecer, volvió la mirada a la mesa, la colocó de nuevo y cogió, mientras se sentaba, una botella vacía con la mano derecha y otra llena con la izquierda.

—¿Quién vino y quién se alejó para siempre? —Se preguntaba.
—Nadie importante, creo recordar, —mira la botella llena.
—Nada que recuerde, no sería importante, —suelta la botella vacía.

Volvió a beber para olvidar y olvidó para volver a beber.

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