Asentí. Tenía razón, cada palabra era lo que debía ser: una obra de arte resplandeciente. Podía imaginármelas con la efigie ajada y regia de Elizabeth II por un lado y los dos leones rampantes por el otro”

OPINIÓN. La importancia de ser idiota
Por Luis Molero. Escribidor y mecánico mental


17/03/23. 
Opinión. El escritor Luis Molero continúa su colaboración semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con ‘La importancia de ser idiota’, una sección en la que comparte algunos de sus relatos. Molero tiene una Newsletter, ‘Ilusionante’ (AQUÍ). Hoy nos trae ‘El mejor consejo si quieres escribir historias’...

El mejor consejo si quieres escribir historias

Sudeste de Londres. Madrugada. Hacia rato que la dueña de la casa se había ido a la cama y me había dejado con Mike (y sus botellas). Periodista de economía, bajito para un inglés, y moreno, con una barriga que era una bodega andante de cervezas locales sin espuma y vinos franceses baratos. Trajeado, sin afeitar, con el aspecto de llevar dos noches durmiendo en un coche con ese mismo traje y corbata.


--El problema es que tú tratas las palabras como si fueran libras... - protestó.

Íbamos por la cuarta botella de Cotes du Rhone peleón y estábamos en ese estado efervescente con aromas de cedro, arándanos, moras y grosellas, en el que entran los borrachos aproximadamente 10 minutos antes de caer en coma.

Asentí. Tenía razón, cada palabra era lo que debía ser: una obra de arte resplandeciente. Podía imaginármelas con la efigie ajada y regia de Elizabeth II por un lado y los dos leones rampantes por el otro.


--Para mí son peniques --prosiguió, con la voz ligeramente estropajosa-- ¡Calderilla!

Dijo esto y se dejó caer estrepitosamente en el sofá.

Bajo la moqueta gris, el suelo de madera en el que yo estaba recostado retumbó. Tras unos segundos de silencio, unos ronquidos suaves, y una especie de estertor desesperado que tuvo la virtud de despertarlo y acojonarlo a la vez, mi amigo alzó un dedo amenazante hacia el techo.

--¡A tomar por culo la libra! ¡Cal-de-ri-lla!

A esto le siguió un sonoro eructo. Y el consejo más sabio que jamás me han dado sobre escritura:

--Todas las mañanas, aunque la resaca me esté matando, me levanto y escribo 500 palabras seguidas. ¡500!
--500 palabras, ¿sobre qué? --pregunté tímidamente.

Estuve un buen rato esperando la respuesta. Luego escuché un ronquido que no parecía exactamente humano. Apagué la lámpara de pie y me tapé con la manta.