“Siento que hace un siglo que no hablo de verdad con nadie. Charlamos de lo que está escribiendo ahora. De lo que yo quiero escribir pero no escribo”
OPINIÓN. La importancia de ser idiota
Por Luis Molero. Escribidor y mecánico mental
21/04/23. Opinión. El escritor Luis Molero continúa su colaboración semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con ‘La importancia de ser idiota’, una sección en la que comparte algunos de sus relatos. Molero tiene una Newsletter, ‘Ilusionante’ (AQUÍ). Hoy nos trae ‘Un fantasma me quita el miedo a la hoja en blanco’...
Un fantasma me quita el miedo a la hoja en blanco
A veces sueño que me despierto en medio de la madrugada.
Con cuidado, salgo de la cama (es una cama grande, de matrimonio). Camino descalzo por un largo pasillo de losillas heladas. En una casa que ya no existe.
Orino y me miro en el espejo. Llevo un pijama celeste. Y una vida gris.
Lo sé, aunque es curioso, me rasco la cabeza e intento recordar quién soy, a qué me dedico, qué vida es esta. Y no puedo decirlo.
Tiro de la cadena procurando no hacer ruido. Al salir del cuarto de baño me llega el olor a tabaco. Y el leve resplandor, al fondo, en la salita.
Doy media vuelta. Entro en la sala. Me gusta llamarla "la biblioteca".
--¿Qué haces, papá? ¿Otra vez te han soltado? --bromeo. Y me siento en el sillón verde, el de leer, al lado de la lámpara de pie.
La voz ronca me llega desde el otro lado de la cortina, mezclada con la tos. Es parte del trato: podemos hablar, pero sin vernos y la charla dura lo que tarde en llegar el amanecer. El mío. Porque el suyo ya se ve, dorado, tras la cortina.
No puedo verlo, pero me imagino, huelo, el campo de espigas maduras.
--Esto es un tostón, niño. Y encima no te dejan fumar. Mierda de eternidad...
Tiene ganas de conversar. Yo también. Siento que hace un siglo que no hablo de verdad con nadie. Charlamos de lo que está escribiendo ahora. De lo que yo quiero escribir pero no escribo. De escritores.
--El otro día vino Proust a verme --dice.
Eso ya me lo ha contado otras veces, pero me hago el loco porque me gusta esa historia. Y sobre todo me gusta como trata de ocultar el orgullo que siente, pero eso ninguna cortina puede taparlo.
Le dejo que hable. Me empapo de sus historias.
Demasiado pronto empieza a oírse ruido de coches en las calles y otra luz, más blanca, va clareando la estancia. Me levanto del sillón verde.
--Pues yo no escribo un carajo --digo a modo de despedida-- Le he cogido miedo al papel en blanco.
Al otro lado de la cortina se oye una risotada que termina convirtiéndose en un ataque de tos. Apago la lámpara. Ya es de día.
--Pues no lo dejes en blanco, niño. Escribe. Escribe lo que sea. Cágate en los muertos de alguien, escribe una retahíla de equis como hacían las mozas antes al final de las cartas que les mandaban a los novios en la mili.
--¿X? ¿Y qué significa eso?
--Te echo de menos--la voz se va alejando.
--Yo también --digo, dirigiéndome al pasillo-- No te imaginas cuánto...