“Parte de la insustancial charla de los septuagenarios me hizo sonreír porque daba la impresión que buscaban tres patas al gato y la conversación de besugos que cruzaban no tenía desperdicio; sinceramente desde el principio pensé que había gato encerrado”
OPINIÓN. Por Ana Lucas
Escribir desde el corazón
10/04/24. Opinión. Ana Lucas continúa con su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com comparte un cuento en el que se recogen dichos y expresiones con los animales como protagonistas: “Pues sabes lo que te digo Juan, que sigues estando como una cabra y como parece que nos seguimos llevando como el perro y el gato y tú eres un perro con malas pulgas y siempre te quieres llevar el gato al agua,...
...cada mochuelo a su olivo y así matamos dos pájaros de un tiro y en menos que canta un gallo dejamos de marear la perdiz y yo me voy a mi casa a matar el gusanillo que me ha entrado un hambre de lobos y al llegar a mi casa voy a comer como un cerdo”.
De animales va el cuento...
No me preguntéis qué es lo que me ha hecho pensar en animales esta semana porque os suelto la perorata y empezamos otra vez con la filosofía barata de andar por casa…
Así que he pensado quitarle hierro al verdadero tema que había previsto recuperando una especie de cuento que escribí hace algunos años en el que se recogen dichos y expresiones con los animales como protagonistas… Seguramente cuando acabéis más de uno pensará que estoy más loca que una cabra pero al menos habremos suavizado un poco el tono y seguro que sacado más de una sonrisa a algún lector que buena falta nos hace.
En el parque de mi pueblo veía todas las tardes dos ancianitos sentados en un banco que desde lejos parecían más perdidos que un pulpo en un garaje. Daban la impresión de estar charlando de sus cosas y sigilosamente me acerqué a una distancia prudencial porque tenía la mosca detrás de la oreja. Comprobé que hablaban de su amores de antaño, de cuando de jóvenes les daban gato por liebre y cualquiera de sus novias les hacían pasar como un camello por el ojo de una aguja. Parte de la insustancial charla de los septuagenarios me hizo sonreír porque daba la impresión que buscaban tres patas al gato y la conversación de besugos que cruzaban no tenía desperdicio; sinceramente desde el principio pensé que había gato encerrado.
Uno de los dos, un tal Paco que parecía haber tenido buena planta en sus años mozos presumía de que había tenido mujeres a montones y su amigo Juan, pequeñito, gordito y achaparrado decía que de toda la vida los refranes habían sido realidades y que en su caso se había demostrado con creces que el hombre y el oso cuando más feo más hermoso.
– ¡Anda Paco, que las novias que tú tuviste fueron siempre más puercas que las gallinas, parecían mosquitas muertas o tenían malas pulgas! Y tú siempre tuviste la cabeza llena de pajaritos.
– ¡Pero qué mosca te ha picado? ¡Anda que las tuyas que tenías que buscártelas de noche que todos los gatos son pardos, porque sino no te comías una rosca! Yo he sido siempre de más vale pájaro en mano que ciento volando y he ido a tiro hecho, cualquiera me venía bien, sobre todo las mujeronas, esas de caballo grande ande o no ande, y tú eras remilgado y demasiado selectivo para tus posibilidades y ya sabes que camarón que se duerme se lo lleva la corriente… así estabas siempre, a dos velas porque no veías tres en un burro.
– Eso que cuentas de ti mismo es tu propia versión, reconoce que hay veces que vale más ser gallina que gallo y yo te conozco desde hace mucho y recuerdo que en muchas ocasiones vendiste la piel del oso antes de haberlo cazado. Eres del tipo de mucho te quiero perrito pero de pan poquito, conquistabas a cualquiera sin mirar lo que había detrás y ya sabes que aunque la mona se vista de seda mona se queda; así te llevaste más de un chasco. Y en otras muchas ocasiones dijiste que te comías lo que no llegaste ni a catar, amigo… que mucho fanfarronear pero perro ladrador, poco mordedor.
– ¡¡Qué sabrás tú de mujeres si siempre estabas durmiendo la mona porque pasabas noches de perros!! No se hizo la miel para la boca del asno y tú siempre intentabas conquistarlas por tu labia pero te recuerdo que oveja que bala bocado que pierde y a ti se te morían de aburrimiento y al final tenías que bailar con la más fea o con la más vieja o te tenía que pasar alguna de mis conquistas porque eras como el perro del hortelano, que ni comías ni dejabas comer.
– Pues ya que lo dices ¿a ti no te enseñó nunca tu madre, amigo, que gallina vieja hace buen caldo? Y yo nunca tuve quejas, la verdad, porque a caballo regalado no le mires el diente y las que me pasaste no creo que se quejaran, aunque más de una vez me intentaste dar gato por liebre, pero al final acabé casado con una de ellas y tan mal no me ha ido. Aunque sí es verdad que por ese motivo estuvimos enfadados mucho años hasta que lo asimilaste porque ya se sabe que el que da pan al perro ajeno pierde pan y pierde perro.
– ¡¡Es que esa no te la pasé yo, me la quitaste con malas artes!! Eso hoy en día no me hubiera pasado porque zorro viejo huele la trampa, pero en aquellos tiempos uno era joven, inexperto y confiado, pero tranquilo que a todo cerdo le llega su San Martín y en algún momento tendrás que pagar tu pecado porque quién nace lechón muere cochino y tú no has cambiado ni una pizca.
– ¡A otro perro con ese hueso, amigo! Por la boca muere el pez y el que te conozca que te compre… bien sabes que mi mujer no te hubiera querido a ti porque a perro flaco todo son pulgas y tú al final perdiste mucho en todos los aspectos, hasta en el económico, y yo siempre he trabajado como un burro y he sido ahorrador como una hormiguita y como pez grande se come al chico acabé más vencedor que vencido.
– Pues sabes lo que te digo Juan, que sigues estando como una cabra y como parece que nos seguimos llevando como el perro y el gato y tú eres un perro con malas pulgas y siempre te quieres llevar el gato al agua, cada mochuelo a su olivo y así matamos dos pájaros de un tiro y en menos que canta un gallo dejamos de marear la perdiz y yo me voy a mi casa a matar el gusanillo que me ha entrado un hambre de lobos y al llegar a mi casa voy a comer como un cerdo.
Sinceramente amigos, a mí se me puso la carne de gallina cuando los vi marcharse, por mucho que a la vuelta de la esquina ya fueran los dos haciendo el ganso y no parecía que allí hubiera pasado nada de nada… ¡O los dos están como una cabra o cuando se pelean se sienten como pez en el agua!
Definitivamente o esto es un cuento o lo he soñado, pero lo mismo da porque por fin llegó el colorín colorado…