Los niños que se criaron en La Trinidad y El Perchel de los años 40 de la posguerra, no hubieran reconocido ni por asomo las calles por las que hoy en día pasean El Cautivo y su túnica”

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PINIÓN. El Blues de la señora Celie. Por Ainhoa Martín Rosas
Licenciada en Sociología y diseñadora, @aimaro6

02/04/24. Opinión. Ainhoa Martín, socióloga y diseñadora, en esta colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre la pérdida de identidad de Málaga: “para mí, Málaga es, ante todo, de los malagueños. Y muy mía. Y el día que dejemos de resignarnos a dejarla en manos de especuladores y tomemos el timón, dejaremos de ver desaparecer barrios enteros, grandes maravillas y pequeñas joyas...

...que llevan ahí desde hace muchos años, y que el último arribista no tiene derecho a consumir como las fichas de un casino”.

Por la gloria de mi padre

Terminó ya la Semana Santa y toca volver a la normalidad, entre discusiones sobre recorridos procesionales y chirridos de neumáticos, que resuenan a la cera de los cirios cofrades. Dejan estos días sensaciones encontradas para muchos porque, como se suele decir, nunca llueve a gusto de todos (aunque esta vez el agua llovida acabará siendo degustación de todos, tarde o temprano).

Para muchos de nosotros, las estampas típicas de toda la vida en esta época están desapareciendo a pasos agigantados, quizás porque Málaga es experta en volatilizarse delante del público como un Harry Potter lleno de poderosos trucos. De hecho, probablemente, los niños que se criaron en La Trinidad y El Perchel de los años 40 de la posguerra, no hubieran reconocido ni por asomo las calles por las que hoy en día pasean El Cautivo y su túnica. De un paisaje de casas y corralones populares, apenas un vestigio queda ya: “Abracadabra, voy a demoler este barrio y de pronto tendremos… ¡un ensanche a la madrileña!”.

Mi abuelo, que no era creyente, creció en la calle Peregrinos y gustaba de ir a ver las procesiones, porque las consideraba un fenómeno popular, reconociendo que, en tiempos de Franco, el Carnaval pasó a ser denostado por pagano. Tenía magníficos recuerdos de los callejones en los que jugaba “de shavea”, y donde, a pesar del hambre, la solidaridad era una máxima para sobrevivir. Ahora que no queda apenas rastro de lo que fue su barrio, las estampas cofrades se han transformado debido a los cerrojos automáticos y los AirBnbs…y las casas que salen de fondo a menudo son mamotretos con factura de serie y escasa singularidad arquitectónica.

Cuesta creer que hubo un tiempo en que, donde hoy se encuentra el rey de los grandes almacenes, antes hubo pequeñas casas mata llenas de vida de barrio (esa misma vida que se desarrolló viralmente en torno al antiguo Puente de Tetuán desde tiempos inmemoriales). Mi padre, que era granadino, pero vivió en Málaga la mayor parte de su vida, por motivos profesionales, adoraba el turismo. Pero, incluso él, que se movía en ese mundillo, supo ver muy pronto la singularidad de La Trinidad y El Perchel, y durante unos años formó parte de un movimiento muy activo que se levantó contra la construcción de aquél comercio que iba a terminar poco a poco con ese bullicio incontenible de tiendas y mercado a modo de zoco árabe.

El final de aquella pequeña sublevación, como supondrá el lector, fue que Matrix aplastó la rebelión de un zarpazo, en aras de la “Málaga modenna”. Le invito a buscar información al respecto en la red de redes pero…¡Oh, sorpresa: apenas queda rastro!. Porque la Historia, a menudo, la escriben los vencedores, y no los vencidos. Si desea usted enterarse debidamente del asunto, deberá acudir al archivo municipal o a la documentación del otrora diario más importante de la prensa malagueña. Borrar la Historia es necesario para apagar los motines venideros. Porque en Málaga, el Cenachero siempre tropieza dos veces con la misma piedra.

Me resulta curioso pensar, tantos años después, que aunque mi padre no consiguió el objetivo de salvar Los Percheles de mi abuelo, yo aun me niego a tirar la toalla y apuesto por un grupo de malagueñas y malagueños, conscientes de lo que puede perder la ciudadanía, y con ganas de dar guerra, que están peleando como gato panzarriba para conservar el último bastión de nuestro horizonte tradicional en el muelle más antiguo del puerto de Málaga: la plataforma ‘No al Rascacielos’.


Apuesto por ellos por decencia, por lógica, por cariño a mi tierra, por respeto a la memoria de mi árbol genealógico. Y por la rabia que me genera esa sensación que transmiten algunos de que “Málaga es de todos”...y no, mire usted: para mí, Málaga es, ante todo, de los malagueños. Y muy mía. Y el día que dejemos de resignarnos a dejarla en manos de especuladores y tomemos el timón, dejaremos de ver desaparecer barrios enteros, grandes maravillas y pequeñas joyas que llevan ahí desde hace muchos años, y que el último arribista no tiene derecho a consumir como las fichas de un casino.

Así que, si hay que pedir dinero para pelear judicialmente que ningún partido político o Gobierno de este país pueda saltarse la ley a su antojo para denigrar lo que es nuestro, se pide. Y si ese dinero sirve para blindar legalmente La Farola y nuestro paisaje como si en la Lex Flavia Malacitana estuviera tallado, bien empleado estará. Porque, como diría Chiquito, el de la Calzada de la casi desaparecida Trinidad: “Por la gloria de mi padre, darme usté una monea, candemore”...