En una plaza de la Merced desierta por la pasión futbolera y sin que ningún testigo pudiera dar fe de ello, Victoria y Tichy se elevaron como un pájaro veloz hacia las alturas

OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez

10/04/24. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, un folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX. Está protagonizado por unos marcianos que visitan Málaga, lo que sirve a los...

...autores para hacer crítica social. Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.

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(Este capítulo es un homenaje al Tranco II de “El diablo cojuelo” [1641], de Luis Vélez de Guevara).

—¿Volar? Nunca he montado en helicóptero. —dijo Victoria.
—Oh no, ese artefacto vuestro de aspas es muy ruidoso. Iremos en una aero-burbuja.
—¿En qué?

Por respuesta, Tichy sacó de un bolsillo lo que parecía una diminuta bolsa de plástico: le sopló en un extremo y, en un decir jarl, humana y martiano se vieron envueltos en una delgadísima lámina, tan transparente que parecía que no había nada.

—¿Lista? —dijo Tichy sonriente.
—¿Esto es seguro? —repuso Victoria.
—Claro. Está hecha de grigroglás y lleva incorporada un chip neo—cuántico.
—Ah, si es de grigroglás, me quedo tranquila.

En una plaza de la Merced desierta por la pasión futbolera y sin que ningún testigo pudiera dar fe de ello, Victoria y Tichy se elevaron como un pájaro veloz hacia las alturas. Mientras la aero-burbuja se elevaba, el paisaje urbano de Málaga se transformaba ante los ojos de Victoria. La guía estuvo temerosa el primer minuto, estupefacta cinco más y maravillada después, hasta que se adaptó a la situación y se sentó sobre el plástico casi inexistente: a medida que ascendían, Victoria notaba cómo la ciudad se desplegaba como un tapiz vivo, vibrante bajo el sol del atardecer.


Desde su elevada perspectiva, Victoria podía ver las azoteas adornadas con terrazas secretas, cada una contando una historia diferente. Jardines suspendidos en el aire, piscinas que brillaban como espejos bajo el cielo, y personas, diminutas desde esta altura, capturaban su atención; algunos aprovechaban los últimos rayos de sol, mientras otros comenzaban los preparativos para la noche.

El vuelo los llevó cerca de la Alcazaba y el teatro romano. La historia de la ciudad, escrita en piedra, parecía cobrar vida, narrando siglos de sueños y desvelos. Victoria sintió una conexión profunda con el lugar, una mezcla de asombro y respeto por el legado que sobrevivía en esas piedras.

Continuaron su viaje aéreo, sobrevolando el puerto, donde los barcos bailaban suavemente sobre las olas, como si se despidieran de ellos con perezosos movimientos. La luz del atardecer bañaba el mar, transformando el agua en un lienzo de tonos dorados y azules, un espectáculo que dejó a Victoria sin aliento.

—Oye —dijo— ¿Esto podemos repetirlo con unas birras y unos porritos?
—Sí —le respondió Tichy— tengo interés en probar vuestras sustancias para alterar la conciencia. Pero ahora, vamos a activar el removedor dinámico de superficies.
—¿Qué cosa?

Con un imperceptible chasquido de sus dedos, Tichy accionó el escáner que permitía borrar los tejados, levantando los techos de los edificios y pisos: así desapareció lo hojaldrado y se descubrió el relleno del pastelón de Málaga, que ofrecía una visión explícita y exacta de la cotidianeidad de ricos y pobres, de funcionarias y autónomos, de mujeres y hombres que conformaban el poblado hormiguero de la ciudad del Paraíso.

Quedó Victoria absorta en aquella colmena humana de tanta diversidad de manos, pies y cabezas, y dijo:

—No era consciente de la gran cantidad de gente que somos. Joder, parecemos una plaga.
—Sois la especie preponderante del planeta. Con las demás, tenéis una relación tan primitiva como cruel: o las extermináis o las devoráis.
—¡Oye, que yo no devoro a nadie! —protestó Victoria—. ¿En tu planeta sois todos come lechugas o qué?

Tichy buscó en el traductor el significado de aquella expresión, pues era evidente que ningún ser vivo podía nutrirse sólo de lechugas, ni siquiera con las famosas lechugantas de Alfa Centauri, las de mil colores.

—Sí, somos veganos y aprovechamos al máximo los nutrientes —confirmó el martiano—. Por cierto, las cerezas son exquisitas, con tres o cuatro de ellas me podría alimentar una semana.

Pero Victoria ya no le escuchaba: la novedad del paseo aéreo la tenía obnubilada. Tenía tantos datos, visiones y revelaciones que procesar que entró en una suerte de mutismo extático. Tichy lo entendió y no volvió a pronunciar palabra.

Finalmente, la aero-burbuja comenzó su descenso hacia el Málaga Palacio. La transición del aire libre al interior del edificio fue tan sutil que apenas se sintió. La burbuja los depositó en la amplia terraza de la suite de Tichy, donde el contraste entre la tecnología avanzada de su vehículo y la elegancia recargada del hotel era evidente.

La suite estaba bañada por la luz cálida del atardecer, que entraba a raudales por los amplios ventanales, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad que ahora parecía tranquila y serena desde su refugio elevado.

Victoria se acercó a uno de los ventanales, absorbida por la vista. El contraste entre la vida cotidiana que había observado desde las alturas y el silencio lujoso de la suite era abrumador. Se volvió hacia Tichy, con una mezcla de gratitud y asombro:

—Nunca olvidaré esto, —dijo, su voz teñida de emoción.


Tichy asintió, compartiendo silenciosamente el momento. La aventura había sido breve, pero la perspectiva que ofrecía era infinita. Málaga, vista desde arriba, había revelado sus secretos y bellezas de una manera que Victoria sabía que guardaría para siempre.

Hasta se le había olvidado que Tichy era extraterrestre.