“La puerta de la sala se abrió y entró una mujer. Era imposible definir su edad exacta: combinaba el atractivo de la juventud con gestos y miradas experimentadas. Era elegante y sutil”
OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez
27/11/24. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas II’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, la segunda temporada del folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX. Está protagonizado por un marciano que visita Málaga,...
...lo que sirve a los autores para hacer crítica social. Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.
Capítulo 4
Las leyes son como las telas de araña, a través de las cuales pasan libremente las moscas grandes y quedan enredadas las pequeñas
Honoré de Balzac
Victoria se había mentalizado para el juicio. Sí, su hermana había robado joyas. Sí, ella las llevaba encima. El punto de partida era malo, pero confiaba en que podría salir de aquel aprieto sin delatar a Candela.
Con paso firme, se dirigió al banquillo, donde le esperaban el abogado y un joven que debía de ser el ayudante o un estudiante en prácticas. Victoria, que no había podido dormir la noche anterior, había conseguido relajarse gracias a las respiraciones de mindfulness y a un par de sumiales que se había tomado: sin embargo, casi le dió el tembleque al escuchar la primera frase de su abogado de oficio:
—Tranquila, Virginia, he estudiado tu caso a fondo.
–Yo no…
–Todo va a salir bien.
Tres martillazos interrumpieron la conversación. La jueza Hera pasó una mirada severa sobre la concurrencia y dijo:
–En virtud de las nuevas ordenanzas, este juicio entra en el programa piloto JUI. Escuchemos primero a la defensa de doña Victoria Cienfuegos.
–¿Qué es eso de JUI? –le susurró Victoria al abogado.
–Juicios urbanos instantáneos.
–No suena muy bien.
–No te preocupes, el rapero es un máquina.
–¿Quién?
El joven que estaba junto al abogado le sonrió y, tras hojear la declaración de diecinueve folios, activó en el móvil un sonsonete machacón y comenzó a rapear:
La chavala dice que ella no sabía nada,
que solo cargaba una bolsa prestada.
Si buscan culpables, que miren mejor,
no tiene sentido tratarla peor.
No hay pruebas que apunten ni un dedo a su nombre,
ni rastro de engaño, ni duda que asombre.
Llevar una bolsa no es ningún crimen,
¿por qué condenarla si no hubo mal firme?
¿Acaso es tan grave, de noche o de día,
cargar con los restos de alguna tontería?
Que busquen culpables, que sigan la pista,
mi clienta está limpia y de frente resista.
–Gracias, Rima-Toga –dijo la jueza Hera–. ¿Dónde está la defensa del otro acusado, Don Raúl?
La puerta de la sala se abrió y entró una mujer. Era imposible definir su edad exacta: combinaba el atractivo de la juventud con gestos y miradas experimentadas. Era elegante y sutil. Se movió entre los presentes como si flotara, no parecía tocar el suelo, llevada por una nube divina.
–Oh –dijo el abogado– Es Temis, la mejor penalista del país.
–¿Y eso es bueno o malo? –dijo Victoria.
–Es increíble. Ojalá me deje hacerme un selfie con ella.
Temis pidió la venia a la jueza, se giró hacia la sala y dijo:
—Señoras y señores, aquí la cuestión es simple. Raúl, mi cliente, es un buen chico, pero como todos sabemos, las malas influencias abundan. Y, a veces, esas malas influencias —su mirada se posó en Victoria—, no son más que obstáculos en el camino.
Victoria se quedó patidifusa. ¿La defensa de Raúl consistía en atacarla? Miró a su abogado, pero el hombre estaba tan embobado con las palabras y los ademanes de Temis que supo que no iba a hacer nada.
–Además –siguió Temis– las rimas presentadas son inconsistentes y carecen de flow. Solicito a su señoría que las recuse y que el rapero sea sustituido por un papagayo de oficio.
–¿Cómo? –dijo atónita Victoria.
–No hay problema, Virginia –le dijo sonriente el abogado–. El papagayo es muy bonito.
Cuando Temis concluyó los motivos y los razonamientos, la sala, incluida la propia Victoria, estaba convencida de su culpabilidad. Afirmó que si bien no había participado en el robo, fue colaboradora necesaria en el transporte y ocultación de las mismas y por ello, debía ser condenada.
La jueza entonces ordenó al secretario que, tal y como disponía el reglamento de los JUI, declarasen los testigos por vídeo conferencia de menos de un minuto cada una. Presentados por Temis, afirmaron que Raúl tenía buen corazón, que sus problemas se debían a cierta inclinación para dejarse llevar por malas compañías, que era un chaval estupendo. Mientras tanto, el abogado de Victoria se dedicó a darle trozos de piña desecada al papagayo.
La jueza miró el reloj, con cierta satisfacción. Sí, estos juicios le gustaban. Carraspeó y con una voz altiplanada, dijo:
—Escuchadas las alegaciones y los testigos, he aquí mi sentencia: Victoria Cienfuegos, es declarada usted inocente del robo de las joyas y de todo lo relacionado con el atraco, pero es declarada culpable de encubrimiento y tratos con banda criminal. Dado que no tiene antecedentes penales y que su abogado ha tratado con mimo al papagayo de oficio, no tendrá que ir a prisión.
Victoria casi sonríe, pero no las tenía todas consigo: algo en el tono de la jueza le indicaba que había algo más.
–No obstante, en aras de su reinserción en nuestra sociedad, se le sentencia a un año de trabajos para la comunidad. De no cumplir con lo estipulado, será recluida por tres años, seis meses y dos días. Se le asignará un agente que le informará de sus tareas y vigilará sus progresos.
Victoria salió de allí indignada, pero en cierto modo aliviada. Sería un año limpiando calles o en alguna oenegé, no era mala perspectiva. Miró el sobre que le habían dado en el juzgado, en su envés ponía «Tirinto SA». Le sonaba de algo aquel nombre, pero no podía recordar de qué. Le habían dicho que tenía que presentarse a la mañana siguiente en la dirección que venía dentro del sobre y hacer todo lo que le dijera su agente.
Aunque la hubiera metido en semejante marrón, Victoria no podía evitar pensar en cómo estaría su hermana. «Mejor que se mantenga lejos», pensó, «al menos, de momento».