“La competición continuó entre vítores y carcajadas. Leo alardeaba entre cada ronda: contaba historias sobre noches de fiesta interminables y su resistencia legendaria. Victoria, mientras tanto, bebía en silencio”
OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez
08/01/25. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas II’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, la segunda temporada del folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX. Está protagonizado por un marciano que visita Málaga,...
...lo que sirve a los autores para hacer crítica social. Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.
Capítulo 7
Habían pasado casi cuatro semanas desde que Victoria empezó a trabajar en el Nemea y sentía que estaba atrapada en un bucle infernal. Había aprendido a manejar las mesas, esquivar las broncas de Leo y, sobre todo, a no mostrar debilidad. Entre las largas jornadas y el ambiente opresivo, encontraba algo de consuelo en las bromas sarcásticas de Juan, las palabras amables de Anita y la serenidad imperturbable de Paco.
Leo, por su parte, era el mismo tirano. A cada oportunidad, intentaba reafirmar la autoridad con comentarios humillantes y órdenes innecesarias. Victoria, hastiada, a veces le respondía con sutilezas que no pasaban desapercibidas.
—¿Así llevas la bandeja? —le dijo Leo, viéndola equilibrar tres platos mientras esquivaba a unos niños que corrían por la terraza—. Parece que vas a montar un número de circo.
—Si necesitas payasos, ya tienes el perfil perfecto, —había respondido Victoria sin perder la sonrisa.
Leo resopló y siguió con el paseo por sus dominios, mientras mascullaba algo sobre las «nuevas generaciones».
—Ten cuidado —le dijo Paco mientras le entregaba unos espetos—. Te tiene enfilada con las respuestas que le das.
—Pues muy bien. Total, he currado como una loca y me queda solo este finde para perderlo de vista.
—Te tiene guardada alguna, no te fíes.
El sábado hacía una tarde tórrida. La terraza estaba llena y los clientes parecían competir entre ellos por ver quién pedía más cosas a la vez. Victoria corría de una mesa a otra, mientras Leo se pavoneaba entre los comensales, intercambiaba bromas con los clientes habituales y dejaba claro que era un fenómeno.
Cuando cayó el sol y la terraza comenzó a vaciarse, el jefe se subió a una de las mesas vacías, golpeó un vaso con un tenedor y levantó las manos:
—¡Atención, atención! —gritó—. Tengo un anuncio que hacer.
Victoria, que recogía platos a pocos metros, se detuvo. Estaba acostumbrada a sus discursos absurdos, pero algo en su tono le hizo ponerse en guardia.
—Quiero proponer un reto —continuó Leo, inflando el pecho—. Un desafío para demostrar que aquí, en el Nemea, no hay nadie más resistente que yo.
El público, compuesto por los parroquianos habituales y algunos turistas, empezó a murmurar con expectación.
—¿Resistente a qué? —preguntó Anita desde la barra, con un suspiro.
—¡A la bebida! —exclamó Leo, a la par que levantaba una botella de vodka que había sacado de algún rincón—. Voy a demostrar que puedo beber más que cualquiera de vosotros. Y para que sea interesante, invito a nuestra querida y descarada Victoria a un duelo.
Los murmullos se convirtieron en risas y vítores. Algunos comenzaron a golpear la mesa, animados por la idea de un espectáculo improvisado.
Victoria arqueó una ceja.
—¿Conmigo? ¿Estás seguro?
—¿Por qué no? —Leo saltó de la mesa y se plantó frente a ella. —Si ganas, puedes pedir lo que quieras. Pero si pierdes, te quedas un mes más trabajando gratis.
El público estalló en aplausos, los rostros se volvieron hacia Victoria. Sabía que Leo era un bocazas, pero también que le encantaba ser el centro de atención. Si lo aceptaba, había una oportunidad de humillarlo en su propio terreno.
—De acuerdo —dijo. —Pero cuando gane, te vas a arrepentir de haberme retado.
Leo se rio con ganas.
—¡Eso quiero verlo!
El chiringuito se convirtió en un escenario improvisado. Los clientes se arremolinaron y formaron un semicírculo frente a la barra. Paco avivó las brasas de la barbacoa, mientras Anita servía cervezas a los asistentes. Juan, desde la cocina, observaba el espectáculo con una sonrisa ladeada.
Leo se acercó un par de minutos en la cocina y apareció tras la barra, la melena ondulante sobre los hombros y la botella de vodka en la mano. Victoria, por su parte, se colocó frente a él, con una tranquilidad que contrastaba con la algarabía del público.
—Primera ronda, —anunció Leo, mientras servía dos chupitos.
Ambos levantaron los vasos y brindaron. El público aplaudió cuando los vaciaron de un trago.
—Esto será rápido —dijo Leo, con una sonrisa arrogante.
—Eso seguro. —respondió Victoria, que sirvió la segunda ronda.
La competición continuó entre vítores y carcajadas. Leo alardeaba entre cada ronda: contaba historias sobre noches de fiesta interminables y su resistencia legendaria. Victoria, mientras tanto, bebía en silencio, pero tuvo que reconocer que se empezaba a sentir mal: no podría aguantar mucho más. La perspectiva de estar allí otro mes le daba fuerzas, aunque ¿por cuánto tiempo?
Cuando llegaron al sexto chupito, algo cambió. Leo empezó a sudar. Su rostro, que antes estaba relajado, mostraba una tensión evidente. Intentó mantener la sonrisa, pero su mandíbula estaba apretada.
—¿Todo bien? —le preguntó Victoria.
Leo asintió, aunque no dijo nada. Sirvió el chupito con manos temblorosas y lo levantó para brindar, pero antes de que pudiera beberlo, un ruido extraño salió de su estómago. El público, que hasta entonces estaba animado, se quedó en silencio.
De repente, Leo dejó el vaso y se llevó una mano al abdomen. Dio un paso atrás, tambaleó y corrió hacia el baño. Los ruidos que provenían del interior confirmaron lo que todos sospechaban.
El público estalló en carcajadas. Algunos comenzaron a imitar los movimientos de Leo, mientras otros levantaban los vasos para brindar por Victoria.
Ella, con una sonrisa triunfal, se volvió hacia Anita y Juan.
—¿Supongo que eso significa que gané?
Anita levantó los pulgares desde la barra, mientras Juan asentía. Paco no se lo podía creer.
Victoria levantó el chupito y se lo tomó de un trago. Le supo a gloria.