“Erimanto y su equipo se tomaron el proyecto en serio, coreografiando movimientos que parecían auténticas peleas callejeras, pero con la precisión de un rodaje cinematográfico”
OPINIÓN. Crónicas malacitanas
Por Augusto López y Daniel Henares. Ilustración: Fgpaez
12/03/25. Opinión. El escritor y profesor de escritura, Augusto López, junto con el también escritor, Daniel Henares, continúan con su sección semanal en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, ‘Crónicas malacitanas II’ https://linktr.ee/cronicasmalacitanas, la segunda temporada del folletín cómico cósmico malaguita, que recupera el espíritu de los folletines del siglo XIX, donde los autores hacen crítica social...
...Cada capítulo trae consigo además un dibujo del ilustrador Fgpaez.
Capítulo 16
Victoria nunca había pasado tanto tiempo con alguien a quien supuestamente debía derribar. Y mucho menos había terminado sentada en una mesa con él, con un cuaderno abierto, dos cervezas y una lista de ideas absurdas para sustituir una red de extorsión.
—A ver, recapitulemos —dijo Erimanto, pasando la mirada por sus apuntes. —Hasta ahora tenemos: peleas en bodas falsas… demasiado arriesgado. Clases de defensa personal para turistas… demasiado poco dinero. Recrear escenas de acción en despedidas de soltero… demasiado cutre.
Victoria bebió un sorbo de cerveza y negó con la cabeza.
—No, no, no. Lo que necesitamos es algo grande. Algo que nos haga ganar pasta y, además, nos ayude a hablar de la gentrificación sin que parezca que estamos dando la chapa. Algo con alcance.
Erimanto frunció el ceño.
—Suena como si estuvieras pensando en redes sociales.
Victoria lo miró con los ojos muy abiertos.
—Exactamente. Dame unos minutos.
Victoria se levantó e hizo una llamada. Volvió a sentarse, sonriente.
—¿Y? —dijo Antonio intrigado.
—Espera un poco más.
Tras unos instantes, le mostró un perfil de Instagram recién creado. En la pantalla aparecía un logo rudimentario con el nombre “Batallas de Barrio”. Tenían ya una seguidora.
—Hablé con mi amiga la influencer. Nos va a ayudar a lanzar esto. Vídeos de peleas coreografiadas en los lugares emblemáticos del barrio, con historias detrás. No solo entretenimiento, sino también denuncia social. La idea es que la gente empatice con lo que está pasando aquí y se enganche a los espectáculos.
Erimanto miró el teléfono con escepticismo.
—¿Me estás diciendo que, en lugar de estafar a bares, vamos a hacer peleas falsas por Internet y la gente nos va a pagar por ello?
—Antonio, la gente flipa con un tío que se zampa doce hamburguesas. Créeme, esto va a funcionar.
Erimanto se quedó en silencio un instante y luego sonrió lentamente.
—Eres un puto genio.
—Lo sé —respondió Victoria, brindando con su cerveza.
El primer paso fue ensayar las peleas. Erimanto y su equipo se tomaron el proyecto en serio, coreografiando movimientos que parecían auténticas peleas callejeras, pero con la precisión de un rodaje cinematográfico. Cada golpe, cada caída, cada reacción tenía que ser perfecta.
El primer vídeo lo grabaron en un callejón con un mural colorido de fondo. En la escena, dos especialistas se enzarzaban en una pelea espectacular, mientras Victoria narraba la historia de un vecino que había perdido su casa por la especulación inmobiliaria. El vídeo fue editado con efectos dramáticos y música intensa. Cuando lo subieron a Instagram, tardó menos de veinticuatro horas en alcanzar las diez mil visualizaciones.
—Esto está despegando —dijo Victoria al ver los comentarios—. La gente cree que es real, pero a la vez empiezan a hablar de la situación en el barrio. Tenemos algo grande aquí.
Los días siguientes fueron una locura. La cuenta creció a pasos agigantados y empezaron a recibir mensajes de bares interesados en contratarlos para organizar peleas escenificadas. Las redes se llenaron de teorías sobre si lo que hacían era real o ficción, y esa duda solo aumentó el interés del público.
—Nos están llamando desde medios locales —dijo Erimanto un día, sosteniendo su móvil—. Quieren entrevistas. ¿Qué les decimos?
Victoria se encogió de hombros y dijo:
—Que vengan y lo vean con sus propios ojos.
Dos semanas después, la cuenta de Instagram tenía más de cien mil seguidores y el primer vídeo se había vuelto viral. En él, Erimanto y otro de sus especialistas recreaban una pelea espectacular en la terraza de un bar (con permiso del dueño, claro). El vídeo terminaba con un mensaje sobre cómo los alquileres disparados estaban echando a los vecinos de toda la vida de la Malagueta.
Los bares ahora los contrataban para atraer clientela. Los vecinos los apoyaban porque seguían recibiendo su parte. Y lo mejor de todo: ya no tenían que fingir ser matones.
Victoria entró en la oficina de Euristeo con una sonrisa de satisfacción. Él, en cambio, no parecía tan contento.
—¿Se puede saber qué coño has hecho? —soltó en cuanto la vio.
Victoria se dejó caer en la silla frente a su escritorio y cruzó las piernas.
—He solucionado el problema. Los bares están tranquilos, la gente sigue recibiendo ayuda y ahora ganan más dinero que antes. ¿No es eso lo que querías?
—Me las has jugado, Victoria —dijo, entre admirado e indignado.
—¿Sabes? Con tu manía insufrible de hacerte el sarcástico, me diste la idea.
—¿Yo?
— “Seguro que das con la solución. O quien sabe, igual te unes a ellos”, me dijiste. ¡Esa era la solución, Euris, gracias!
Euristeo la miró en silencio unos segundos. Luego, se levantó y caminó hacia ella con expresión inescrutable.
—Vale, tú ganas, Victoria. Lo has hecho bien. Pero hay una última cosa que necesito de ti.
Victoria arqueó una ceja.
—¡No me dijiste de traerte nada!
—Es una formalidad necesaria. Solo necesito… —Euristeo extendió la mano—. Un pelo de tu cabeza.
Victoria parpadeó.
—¿Qué?
—Tengo que comprobar que no te has drogado durante el trabajo.
Victoria soltó una carcajada.
—¿Pero, qué dices? No toco mierda desde la universidad.
—Normas del juzgado —dijo Euristeo con una sonrisa de anuncio de inmobiliaria.
Victoria lo miró con sospecha, pero finalmente se arrancó un pelo y se lo tendió.
Euristeo lo tomó con cuidado y lo guardó en un sobre.
—¿Por qué tengo la sensación de que esto no es un test anti drogas? —dijo la joven.
—No seas paranoica. Nos vemos en la próxima misión, Victoria.