“El autor es plenamente consciente de que los desarrollos modernos tienden a la injusticia de beneficiar más a los que tienen más, a costa de empeorar las condiciones de vida de los que tienen menos”
OPINIÓN. ECOselección BlogSOStenible. Por Pepe Galindo
Profesor de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la UMA
27/09/24. Opinión. El profesor de la UMA, Pepe Galindo, comparte en su espacio de colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com textos de su web BlogSOStenible. En esta ocasión sobre el libro Ecoética, de Miguel A. Capó Martí: “Ser responsables con la naturaleza es inseparable de ser responsables con nosotros mismos, como especie, como individuos y también...
...con las generaciones futuras. En palabras del autor: «La explotación despiadada de los recursos naturales del medioambiente degrada la calidad de vida, destruye culturas y hunde a los pobres en la miseria»”.
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Libro Ecoética, un nuevo paradigma para proteger los ecosistemas, de Miguel A. Capó Martí en la Editorial Tébar Flores
La editorial Tébar Flores, comprometida con el ecologismo, publicó en 2019 este libro de Miguel Andrés Capó Martí, profesor en la Complutense de Madrid y experto en distintas facetas ambientales que van desde la biología o la ética, a la ecotoxicología.
La ecoética o ética ambiental es, para el autor, una necesidad que nos llevará a decisiones tan importantes como renunciar al consumismo. También se puede usar el término bioética, aunque históricamente esa palabra se ha empleado más en el contexto de la medicina.
Ser responsables con la naturaleza es inseparable de ser responsables con nosotros mismos, como especie, como individuos y también con las generaciones futuras. En palabras del autor: «La explotación despiadada de los recursos naturales del medioambiente degrada la calidad de vida, destruye culturas y hunde a los pobres en la miseria». El autor es plenamente consciente de que los desarrollos modernos tienden a la injusticia de beneficiar más a los que tienen más, a costa de empeorar las condiciones de vida de los que tienen menos, como también lo expuso hace años el documental breve de La historia de las cosas. En la misma línea, el filósofo australiano Aaran Gare señala que «el fundamento último para justificar cualquier acción (…) no se encuentra hoy en los principios de alguna doctrina ética, sino en la gran narrativa del progreso económico» (léase crecimiento económico o, en otros términos, incrementar el PIB).
El libro también habla de la influencia de las tradiciones ancestrales, desde el budismo hasta el cristianismo (con el momento cumbre de la encíclica Laudato Si), pasando por los pueblos ancestrales o aborígenes; y por la ecoteología o la relación entre el respeto ambiental y los sentimientos religiosos y espirituales.
Las «guerras climáticas» son otro punto importante, entendiendo estas como las generadas por los problemas ambientales y climáticos, las cuales tendrán graves consecuencias: genocidios, violencia, refugiados, etc. Muchos conflictos pueden ser explicados por sus raíces climáticas (el genocidio de Ruanda, por ejemplo). Hay estudios que culpan de estas violencias a episodios duros del fenómeno de El Niño.
Como propone Vlavianos-Arvanitis, debemos reconocer la necesidad de basar toda la estructura social en la ética medioambiental. Y mientras eso sucede, la ciencia —que debería guiar a la humanidad— está principalmente en manos del gran capital, con el objetivo primero de ganar dinero, por delante de contribuir al bien colectivo. Lo denunció también Harari y lo vemos en las cátedras universitarias compradas por intereses empresariales. El autor concluye que tenemos los medios tecnológicos y los recursos económicos suficientes para solucionar muchos de los problemas de la humanidad, pero esos medios están guiados por intereses estrictamente economicistas.
Los problemas ambientales son, hoy, globales. No tienen límites geográficos. Lo vimos en Chernóbil o Fukushima. También se observa en miles de otros casos de contaminación global (mercurio en peces, crisis climática, nuevas entidades, plástico, etc.). Por eso, el autor resalta la necesidad de una buena educación ambiental, que nos haga entender los graves efectos del consumo desenfrenado, del abuso del suelo, de la contaminación química, de usar tanto petróleo y hasta la importancia de la biodiversidad. También se comenta la llamada regla de las tres erres y la necesidad de fomentar las humanidades ambientales.
En otro capítulo, el libro trata del aumento de la desigualdad y de cómo los más desfavorecidos sufren y sufrirán de forma más dura los problemas ambientales (racismo medioambiental o, tal vez, aporofobia), a pesar de que los más ricos producen más daños ambientales. Tras comentar diversas amenazas que cercan a la humanidad (léanse las Megamenazas de Roubini o las llamadas nuevas entidades), una solución factible es apostar por los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Aunque haya sido ridiculizada por algunos partidos políticos, estos objetivos son importantes que estén en el foco, particularmente cuando haya votaciones democráticas. Todos saldremos ganando si conseguimos reducir la desigualdad, minimizar los riesgos del cambio climático, conseguir un consumo sostenible, respetar los ecosistemas… y todo sin dejar que nadie se quede atrás.
Los ODS no son jurídicamente vinculantes. Por eso, algunos países siguen caminando en dirección contraria. Sin embargo, los ODS sirven de brújula que marca el camino a quien quiera conseguir un futuro mejor para todos.
En el capítulo dedicado a la justicia ambiental y ecológica se destaca que lo normal es que el derecho tenga una visión antropocéntrica, con el objetivo de proteger al humano. Así, solo se protege la naturaleza si interfiere con ese fin. En un segundo nivel, se resalta la necesidad de reconocer la naturaleza como sujeto de derecho (cosa que ha ocurrido en pocas ocasiones y con menos éxito del deseable: véase el caso del mar Menor en España). En tal caso, las penas no deben basarse en indemnizaciones, sino en la restauración de los ecosistemas afectados. Por supuesto, también trata el problema de la dificultad que tienen los más pobres para defenderse de un problema que no han creado, y da dos inquietantes datos: el 7% más rico del mundo es responsable del 50% de las emisiones contaminantes; y viceversa: el 50% de los más pobres solo contaminan con un 7% del global.
Respecto al medio hídrico, el Dr. Capó destaca la mala gestión en general que se hace del agua, algo que hemos destacado en Blogsostenible para el caso de España (véase este artículo). También trata una variada gama de problemas como, por ejemplo, los que afectan a cuencas hidrológicas compartidas por varios países. En ese caso, se proponen dos principios éticos básicos antes de efectuar cualquier intervención sobre la cuenca: preguntar a los países involucrados y que esas acciones no produzcan un daño significativo. Porque cuando se altera el equilibrio acuático surgen multitud de problemas (sanitarios, industriales, ecológicos, etc.); y esos problemas son frecuentes porque hay multitud de tipos de contaminación (plástico, calor, torniquetes en los ríos, aguas de lastre y de lavado de los barcos, etc.). Pensemos que solo el Mediterráneo sufre una media de 12 o 13 accidentes petroleros anuales. La zona de Gibraltar y Algeciras es un punto negro de altísimo riesgo ambiental.
También se aborda el concepto de agua virtual (agua usada para elaborar un producto determinado). En productos secundarios hay que sumar toda el agua de todas sus materias primas y de todos sus procesos. De ahí que un kilo de trigo requiera unos 1.000 litros de agua, mientras que un kilo de carne requiere 15 veces más. Este concepto también puede usarse para ver cuánta agua se ahorra un país al importar cierto producto en vez de producirlo. Por supuesto, también hay que tener en cuenta el impacto del transporte. Por su parte, el concepto de huella hídrica contabiliza el agua necesaria para bienes y servicios que consuma una persona, empresa o país. Por ejemplo, una taza de café requiere 140 litros de agua y de té solo 30 litros. El algodón también tiene una huella muy exagerada. ¿Conoces la huella hídrica de cada huevo de gallina?
El comercio de agua virtual destapa que comerciar ciertos productos implica comerciar con el agua. Por ejemplo, la agroindustria de la Axarquía malagueña o de los invernaderos de Almería, produce muchos beneficios a costa de exportar ingentes cantidades de agua (y otros problemas nada desdeñables).
En el capítulo sobre ética del aire se estudia la importancia de que la atmósfera sea entendida como un bien común, así como la contaminación atmosférica, la lluvia ácida, el efecto invernadero (y sus gases), la inversión térmica y el oscurecimiento global.
En el capítulo sobre el sistema edáfico, se resalta la importancia del suelo —de la tierra— para producir alimentos o fibras, así como por su contribución al ciclo del agua o la biodiversidad (particularmente de la microfauna). La erosión de los 20 cm superiores provoca desertización, porque esa capa de tierra es la que tiene más materia orgánica, la más fértil. Algunos autores plantean tratar la tierra como el organismo vivo que es. Hay multitud de cuestiones que afectan directamente al suelo: monocultivos, deforestación, incendios, contaminación, urbanización, pesticidas, turismo, etc.
Es muy frecuente que las ciudades y otras infraestructuras (embalses, polígonos industriales…) se expandan a costa de sacrificar huertas con suelos muy ricos. El desarrollo económico agrava el problema porque se demandan más construcciones, como segundas residencias, o para actividades de ocio (esquí, campos de golf, puertos deportivos…). El autor apunta al maltrato del suelo a nivel mundial y particularmente en España, indicando que una de las principales causas es la falta de conocimientos del sector agrario, llegando a decir que «el medioambiente es un concepto en cierto modo ajeno a la mayoría de los agricultores». Tal vez, eso explique por qué buena parte de sus demandas, en general, sean contrarias a lo que realmente necesitan los trabajadores del campo, y que demasiados pocos agricultores estén interesados en la agricultura regenerativa.
En el capítulo sobre el cambio climático se advierte de que posiblemente sea «el problema ambiental, económico y político más grave y severo que deberemos enfrentar». El llamado Informe Stern apunta a que si no se disminuye la contaminación por GEI, los costos superarán los de las dos guerras mundiales y vendrá una crisis equivalente a la Gran Depresión de 1929. La ciencia ha mostrado claramente las consecuencias y algunas soluciones; y el autor nos plantea tres dilemas éticos: a) cómo equilibrar la responsabilidad de los países ricos; b) cómo evaluar las propuestas de geoingeniería (que se han demostrado falsas o ineficaces en muchos casos); y c) cómo valorar nuestra responsabilidad para con las futuras generaciones. Es necesario evaluar el coste ambiental evitable de satisfacer deseos desmedidos de una parte minoritaria de la población: piscinas, viajes en avión, moda rápida, caza, consumo abusivo de carne, lácteos, huevos… en definitiva, consumismo. Los países más pobres sufren más las consecuencias, viéndose en ocasiones obligados a migrar, sin que se les conceda el estatus de refugiado climático. Pronto veremos que parte de la población de países ricos se convierte también en este tipo de refugiados.
Miguel A. Capó también resalta la importancia de hacer una buena Evaluación Impacto Ambiental (EIA) antes de acometer cualquier proyecto público o privado que pueda afectar negativamente a cualquier ecosistema. Por supuesto, ese estudio debe hacerse de forma objetiva y limpia (sin dividir proyectos para que parezcan tener un impacto menor, etc.). Algunos de los desastres ambientales más graves demuestran que la EIA no es siempre efectiva (como el desastre de Fukushima, los vertidos de BP en el Golfo de México o, en España, urbanizaciones de lujo o el Prestige en Galicia). Por otra parte, las Auditorias Medioambientales (AMA) hechas con objetividad pueden ayudar a modificar procesos empresariales en marcha.
El autor afirma que el crecimiento económico puede ser admisible cuando cumple ciertas características, como son, no producirse a expensas de la salud ambiental, no aumentar la desigualdad, o no promover el consumismo. Al hablar del gobierno, afirma que «cuando existe una confrontación entre valores medioambientales y valores económicos, sociales o de otro tipo es debido a una escasa visión de futuro».
El autor es partidario de, primero, eliminar todos los subsidios a los combustibles fósiles y a la energía nuclear, incluyendo la investigación o exploración; y segundo, subir los impuestos a esos combustibles, al menos hasta que el precio suba el doble del actual. También aboga por el principio de «quien contamina debe pagar» (definido por la OCDE, 1972), el cual no se cumple en multitud de casos.
En el último capítulo, sobre derecho ambiental, se comentan, entre otras cosas, algunos principios que deben tenerse en cuenta, tales como el Principio de equidad intergeneracional, el de prevención, el de precaución, el de cooperación o el de acceso irrestricto a la justicia, a la participación ciudadana y a la información pública ambiental. Ya publicamos por aquí el mecanismo para pedir información o medidas ambientales a cualquier administración española.
En definitiva, el libro hace un buen análisis de los distintos aspectos del problema ecológico y cómo habría que afrontarlos.
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