Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga

OPINIÓN. Aviso para
caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga
24/12/08. El ‘Aviso para caminantes’ de hoy es un viaje a los orígenes
de una pasión, la que el colaborador de EL OBSERVADOR /
www.revistaelobservador.com
Alfredo Rubio siente por los verdiales, “uno
de los grandes tesoros que no se deben desocultar y menos aún poner en valor… una suspensión momentánea del tiempo del cronómetro y de
las rutinas; del orden social y de los roles”.
Tiempo de Navidad
EN Navidad nos habitan los tiempos pasados. En el concierto de
la Catedral el otro día, una vez que concluyó, nos regalaron una magnífica ‘Noche
de paz’. Allí, cerca del coro, durante el tiempo que duró el villancico se me
acumularon los recuerdos de otras navidades: desde las de niño a las de la
adolescencia, también lejanas. La Navidad parece hablarnos de tiempos de
luminosidad donde ya no estamos ni estaremos.
EL mes ha estado lleno de acontecimientos: manifestaciones en Grecia, donde los estudiantes también parecen tener la condición de pájaros y mueren abatidos por los disparos al aire de un policía, como ocurría aquí durante la dictadura. Obama sigue perfilando su gabinete y nada anuncia cambios sustanciales, pero se trata de esperar antes de cualquier opinión. La crisis sigue impertérrita su curso y se anuncian tiempos peores, mientras, sale a la luz el escándalo financiero de Madoff, un asunto más que curioso puesto que la estrategia de la pirámide (a lo Carlo Ponzi) parece cosa de trileros. Los debates sobre educación y el ‘Plan Bolonia’ ocupan páginas y algunas calles de las ciudades neurálgicas de nuestro sistema universitario. ¿Para cuándo un debate social estable y profundo sobre nuestro sistema educativo? En lo local, seguimos atizando la controversia con Sevilla, un asunto peligroso pero útil para quienes necesitan crear un enemigo exterior que justifique nuestras deficiencias. Entre tanto asunto, finalmente me quedo con dos temas: escribir algo sobre mayo del 68, resucitado a sus cuarenta años por los ‘neocons’ más radicales de la derecha española como fuente de todos los males sociales, y la Navidad.
ERA una mañana de 28 de diciembre de hace mas de cuarenta años.
Mi profesora de literatura, la inigualable y majestuosa Elena Villamana -doña
Elena Villamana- aparcó su ‘seiscientos’ en la ‘acera ancha’ de la calle
Carretería para recogerme. Antes había llamado por teléfono y ajustado con mis
padres que me llevaba a la venta del Túnel. Hasta aquella mañana de los Inocentes
no había oído hablar de los verdiales. Por la carretera de Almería, aquella
gran despistada, se dio cuenta del error y volvió sobre sus pasos. Llegamos a
la venta y creo recordar que hacía algo de frío. En la explanada, algunas ‘pandas’
dispersas y poca aglomeración. Por las laderas, descendían campesinos, ellas con
sus negros trajes y pañuelos en sus manos. Llegaban hasta alguna de las pandas y
se ponían a bailar su baile de cópula.
DE aquello recuerdo el monótono ritmo, los platillos, los golpes secos en los panderos, el lomo de los montes, mi primera ingesta de vino de la tierra y el violín. El día era grisáceo y puede que incluso lloviera algo.
PROBABLEMENTE mi profesora de Literatura me explicó de qué iba aquello, no lo recuerdo con exactitud. Nada sabía del solsticio de invierno, ni de los rituales con el sol naciente que proliferan a lo largo de toda la cuenca mediterránea: el niño-sol que nace. Todo eso lo conocí mucho más tarde de la mano de los antropólogos italianos. Desde entonces, año tras año, seguí acudiendo a la Venta del Túnel, los días veintiocho de cada año, cada vez conociendo algo más del significado profundo de aquello y, paralelamente, perdiendo el interés por acudir a medida que se iba transformando en una concentración masiva que tenía como única finalidad conseguir la borrachera del siglo cada año. Dejaron de acudir campesinos desde sus lagares, que quedaron abandonados por la emigración a Barcelona, Alemania o la propia Málaga. En el Barranco del Sol, uno de los espacios mágicos de la provincia de Málaga, recorrí una vez sus pobres lagares dispersos y encontré viejas fotografías de los que allí habitaron, a veces con el uniforme de la ‘mili’. Lagares abandonados que después el ‘neoruralismo’ ha rehabilitado en medio de una geografía bronca y hermosa a la vez.
LOS llamaban “tontos”, “fiesteros” o “catetos”. Eran los
pobladores del diseminado de los Montes de Málaga. Nunca fueron “verdialeros”,
como ahora son llamados inapropiadamente en los medios de comunicación.
Habitaban la marginalidad rural y eran apedreados por los más jóvenes de
algunos pueblos que ahora los reivindican. Desde hace años lo hacen en las periferias
de la ciudad de Málaga y los topónimos los anuncian y descubren: lugar,
lugarico, lagarico... Subidos en un escenario apenas nos dicen nada. Lo suyo es
el círculo, una aglomeración más o menos ordenada, para oír y sentir el ritmo
formando parte de un grupo social y de sus valores. He visto el día de la
Navidad en alguna venta ancianos del campo, con su copa de aguardiente, seguir
durante horas la fiesta e incluso echar un revezo inaudible. Se nutren de los
revezos, lo que cada uno que pueda cantar, con esas voces “estrangulás” y tonos
bravíos. Se dice lo mismo ayudar en las labores campesinas que echar un cante,
demostrando que la fiesta, cuando es, necesita a todos y es de todos.
DURANTE años, en esas geografías misteriosas que siguen recorriendo desde el día 24 por la noche hasta el 28, apenas he visto espectadores. Todos los que acuden hacen algo: bailan, tocan o cantan (echan un revezo). A nadie le importa que las letras no sean exactamente audibles puesto que la voz, como diría Roberto de Tabletom, es un instrumento más. Y adoran al sol: “salí de Málaga un día, atravesando pinales para adorar al divino sol que sale”.
HE conocido algunos de sus guardianes: Adolfo (el de la Equitativa), los hermanos Molina, Maroto, el mejor violín, ese que “se abandona” cuando llega a las tierras de su pueblo (Comares), como si la cercanía del mar lo amansara respecto del verdial de los moriscos de Almogía. Esos guardianes del pueblo y otros, como el antropólogo malagueño Antonio Mandly, que los estudió con profundidad y sensibilidad respetuosa, y de quien aprendí a mirar y sentir los verdiales como uno de los grandes tesoros que no se deben desocultar y menos aún poner en valor.
LOS fiesteros nos hablan de lo que conocemos como tiempo imaginario,
sin cuya comprensión apenas podemos comprender qué es la fiesta. El tiempo es una creación humana que carece de
transcendentalidad alguna y puede ser objeto de modificación, como
efectivamente lo ha sido a lo largo de la historia. Hablamos de dos modalidades
de lo temporal: el tiempo instituido como identitario, como tiempo de
referencia, es decir, el tiempo del calendario con sus divisiones
"numéricas". Ése que nos sitúa en y ante esquematismos del tipo antes/después,
irreversibilidad, escasez de tiempo, movimiento y medida del tiempo. Al lado de ese tiempo, el tiempo imaginario
donde justamente se colocan los límites del tiempo, los sentidos de su
transcurrir, por ejemplo la idea de progreso, pero, también, la idea un renovar
el tiempo identitario, ese de los relojes, las prisas y las sincronías. Parar
el tiempo y hacerlo duración inconmensurable. El tiempo identitario mantiene
con el tiempo imaginario una relación de inherencia recíproca.
ESO es justamente la fiesta, una suspensión momentánea del tiempo del cronómetro y de las rutinas; del orden social y de los roles asignados. Por eso, los “tontos” imponían su orden en las ventas y los lugares de encuentro transformándose en sus contrarios, como demuestra la “rifa”, o celebraban una batalla entre pandas hasta que alguna conseguía -y consigue- literalmente sacar del ritmo a la contraria, casi siempre acelerando la velocidad del toque. Lo llaman “choque” que bien podía ocurrir como encuentro en un cruce de caminos pues la panda, precedida del sonido de la caracola que la anuncia, iba de un lagar a otro.
LA fiesta es un fenómeno ancestral, cuyo origen más bien interesa poco. Lo decisivo, lo que pueden enseñarnos los fiesteros, en su medio, es decir, ajenos a escenarios y a lo espectacular es justamente la posibilidad de un tiempo no mercantilizado donde predomina lo relacional. Cuando deviene la fiesta y salta la voz, casi siempre quebrada, que dice “¡Arriba la fiesta!” se hace literalmente la luz a golpe de pandero y cadencia de violín, y dos seres humanos inician un baile de cópula. Cada uno es, más allá de lo asignado. La Navidad de los tontos no necesitaba luces.
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga
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