Artista visual

Las plazas, nuestras paletas / las calles, nuestros pinceles
LOSversos de Vladimir Maiakovski proceden de la “Orden nº 1 a los ejércitos del arte”, datan de 1918. Ese mismo año, en la Gaceta de los Futuristas de Moscú se publicó el “Decreto nº 1 para la democratización de las artes" (todo era entonces los primeros pasos de casi todo), firmado por el propio poeta -que con toda probabilidad fue su redactor- junto con Vasily Kamensky y los hermanos Burliuk. El “Decreto”, vehementemente utópico, declara, aprovechando la bulla de la revolución, la abolición de palacios, galerías y museos y ordena que las obras de arte, en nombre de la igualdad de todos ante la cultura, salgan a la calle, convocando a los creadores a hacer de la ciudad “una fiesta del arte para todos”.
ENel tono de arenga alborozada de ambas soflamas late tan sincero entusiasmo que no puede evitarse la vergüenza de reconocer esas mismas palabras -“el arte en la calle”, “el arte para el pueblo todo”- con su punto de sorna, mientras cortan la cinta inaugural, justo antes del brindis, en boca de banqueros y políticos cínicos. Mucho más cuando, ¿por casualidad?, estos días tiene lugar el prodigio del advenimiento baudrillaresque de la hiperrealidad encarnada en su más grotesca caricatura: el momento histórico en que la aldea de los pitufos brotó de las pantallas y habitó entre nosotros [AQUÍ].

NOhe podido ser más que un vulgar testigo virtual del milagro -y no uno de los fervientes romeros que, esperan ayuntamiento y vecinos de Júzcar (Ronda), peregrinen al pueblo movidos por la pasión de comulgar de tan grande ocasión- contemplándola con sus propios ojos, transfigurándose así en testimonios vivos del portento.
ELevento coincide, ¿otra vez casualmente?, con un no menos asombroso suceso que ha transformado la cara de nuestras posmodernas ciudades, plantadas, se pretendía, allende ya del final de la Historia, fijadas plácidamente en sí mismas como en un feliz folleto turístico, definitivamente pacificadas, afanadas poco más que en la única tarea de producir su imagen, de ganar la guerra del logotipo y de asentar su marca en el mercado. Las últimas semanas, inesperadamente, grupos de ciudadanos, multitudes, han desobedecido al simulacro, saboteando la cadena de montaje de la sociedad-fábrica, de la ciudad-espectáculo, y se han hecho visibles justo allí donde se oficiaba de modo más evidente el fin de lo político, de la vida en común, en las plazas de las ciudades, donde zombies cargados de bolsas de boutiques, hasta ayer aplaudían su muerte y resurrección bajo la forma de parque temático y centro comercial, celebrando, alegres mártires, nuestra voluntaria entrega a la trituradora de la insaciable turbocapitalización de la existencia.

Yen las plazas, liberadas del secuestro fetichista de su mercantilización, en la fiesta de la vida hecha carne en cada cuerpo al interrumpir los flujos de la esclavitud y la mercancía, en ese (re)tomar colectivamente la palabra, era de esperar que se vieran desbordados los modos de expresión convencionales que de ordinario ocupan y explotan el espacio urbano: la propaganda institucional y la publicidad comercial desaparecieron inundadas por otros lenguajes; el primero, el más extraordinario, el de los desconocidos hablándose entre sí, reconociéndose, reconstruyendo ciudad y ciudadanía, pero también los mensajes escritos y gráficos que saboteaban el dominio del coro sumiso de los lacayos que despejan y disponen el “marco incomparable” para que el Mercado Omnipotente dictamine a sus anchas. Las paredes se llenaron de lemas, de sentencias, proclamas y denuncias, pensamientos y versos desbocados, de una desusada creatividad.
Yentre esa fecunda explosión de ingenio e inteligencia, de pronto, los “artistas”: un par de “esculturas”, assemblages de ascendencia dadá, te recuerdan la tónica hegemónica en lo que oficialmente se entiende por “arte contemporáneo”, todo un género que parece atrapado en los límites del ocurrente gesto mil veces repetido, pretendida provocación pueril, el viejo truco artrítico que hace coincidir una y otra vez el paraguas y la máquina de coser sobre una mesa de disección que amenaza con alcanzar las dimensiones mismas del planeta, convirtiéndolo todo en una gigantesca morgue que reciba a los “artistas invitados” a que cuentes sus chistes de muñecos de ventriloquia con un exangüe tic que atufa a burocracia.
LO contrario de la riqueza expresiva de la multitud anónima, que ha encontrado cómo subvertir el discurso del Amo, mediante la parodia, la manipulación y la ironía, y demostrado cómo las palabras y las imágenes organizan y construyen el mundo.

DESDEestas plazas donde acabamos de descubrir la fuerza de estar vivos, de estar juntos, y no como comparsas de una celebración del triunfo de millonarias estrellas del sport business y el mundo del espectáculo que atesoran sus ahorros en las Islas Caimán -no vayan a servir para pagar servicios sociales a esa chusma ignorante que los idolatra- sino que han vuelto a ser ciudad, a ser nuestras, a nosotros ser ellas, después de años de acoso por las políticas neoliberales, de violenta privatización, de exclusión, de pillaje… en medio de este estallido de refundación de la democracia, silban los estimulantes aguijones de las palabras de John Holloway:
“La muerte del capitalismo no sobrevendrá como consecuencia de una puñalada al corazón, sino a partir de un millón de picaduras de abejas (…)”
“La revolución por medio de las grietas es revolución aquí y ahora. La puñalada al corazón necesita ser preparada, está siempre en el futuro. El millón de picaduras de abejas, el millón de dignidades están presentes aquí y ahora. La cuestión no radica en cómo construir el movimiento para el futuro, sino en cómo quebrar las relaciones sociales Capitalistas aquí y ahora. Ruptura, negación y creación aquí y ahora: éste es el desafío de la revolución”.
LAfrustrante visión de estas “esculturas” en las acampadas debería propiciar una reflexión acerca de las maneras en que el arte es producido y puesto en circulación; cómo éstas se revelan más que nunca estériles en su fantasmagórico papel autónomo de “cosas” expuestas a la supuesta admiración de los demás. Un arte ensimismado y agotado en su narcisista desarraigo -sin duda levantado con la mejor intención por la “comisión artística” que firma la “obra”- obliga a preguntarnos, y no sólo a los artistas, si, por pequeñas que sean, ¿somos nosotros esas picaduras?
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