OPINIÓN. Lecturas impertinentes. Por Paco Puche
Librero y ecologista
13/10/15. Opinión. “Tan temprano como en 1929 constituyeron un conglomerado denominado Sociedad Internacional de Amianto y Cemento (SAIAC). No era un lobby, ni un holding era un cártel, es decir un acuerdo entre empresas de varios países, que eran las que tenían la única patente que el inventor del fibrocemento concedía por país”. Así arranca la historia del amianto, según explica Paco Puche en su último artículo en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.
Una alquimia del siglo XX: el amianto transmutado en sangre. La maldición de Macbeth
“¿Todo el océano inmenso de Neptuno
podría lavar esta sangre de mis manos?
¡No! Más bien mis manos colorearían
la multitudinosa mar,
volviendo rojo lo verde!”
(Macbeth: Acto II, escena II)
EL amianto o asbesto se vendía, durante casi todo el siglo XX, como un mineral milagroso: ignífugo, incorruptible, aislante, indestructible, ligero y muy barato: ¡eterno!
FUE en 1900 cuando se desvelaron sus extraordinarias propiedades industriales y empresariales con el descubrimiento de su compatibilidad con el cemento, que dio lugar al fibrocemento, su principal aplicación.
TAMBIÉN, pronto, unos pocos industriales se percataron de la “mina de oro” que tenían en sus manos. Tan temprano como en 1929 constituyeron un conglomerado denominado Sociedad Internacional de Amianto y Cemento (SAIAC). No era un lobby, ni un holding era un cártel, es decir un acuerdo entre empresas de varios países, que eran las que tenían la única patente que el inventor del fibrocemento concedía por país. La SAIAC reunía a empresas de Austria, Inglaterra, España, Francia, Bélgica, Italia y Suiza. Entre los objetivos de este cártel se encontraban la creación de fábricas en países neutrales, la compra coordinada de amianto y la puesta en común de conocimientos técnicos, investigaciones y patentes; pero sobre todo el reparto de los mercados y la fijación de los precios. Posteriormente, permitiría mantener eficazmente la conspiración de silencio sobre su letalidad. Desde Suiza, que era donde se había radicado la sede del cártel, sería posible controlar a escala mundial la industria del amianto cemento. En 1985 cambió su nombre por el de Amiantus, sin dejar por ello de estar en manos de los magnates suizos del amianto.
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