Librero y ecologista

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El teorema de la imposibilidad: en defensa del decrecimiento
en plena Gran Depresión del siglo XXI, proponer como vía de salida el “decrecimiento” resulta claramente contrasistémico y aparentemente provocador. Pues bien, con el título de En defensa del decrecimiento, Carlos Taibo, profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, acaba de sacar un texto en Los libros de la Catarata, en el que nos propone la vía anunciada.
hemos de dar un breve rodeo para poder entender esto que puede resultar contrainductivo o repelente al sentido común, en los tiempos que corren: si todo el mundo anda proponiendo relanzar neoliberal o keynesianamente la economía real para mejorar el empleo y seguir creando “riqueza” ¿cómo es esto de disminuir -o mantenerla disminuida- la actividad económica, pues ello quiere decir “decrecimiento”?
el rodeo nos lleva a lo que los economistas ecológicos llamamos “el teorema de la

naredo en su imprescindible libro Las raíces económicas del deterioro ecológico y social (Siglo XXI, 2006) nos lo dice de manera más clara, si cabe. Es imposible globalizar el crecimiento porque, por ejemplo, “los mecanismos que han posibilitado el desarrollo de la economía española no son generalizables. No cabe que todos los países del mundo mejoren a la vez su relación de intercambio o atraigan a los turistas del resto del mundo. Tampoco es posible que todos los países se conviertan a la vez en atractores del ahorro mundial, ni en emisores de “dinero financiero” que les permita erigirse en compradores netos del resto del mundo... (porque) como decía Marcuse “la sociedad industrial moderna es irracional como totalidad”.
pero, ¿qué inconveniente hay en aumentar la producción real hasta alcanzar esa cifra que iguala el consumo mundial al americano, suponiendo que no continúa abriéndose la brecha de desigualdad entre ricos y pobres tal como viene sucediendo en los últimos 50 años?
la respuesta es sencilla y contundente: por primera vez en la historia podemos afirmar que hemos llenado el mundo, que tenemos una huella ecológica mundial que sobrepasa la capacidad de carga del planeta: no quedan más tierras fértiles, montes, praderas, pesquerías, sumideros de CO2 para seguir extrayendo de la tierra en la que habitamos, al ritmo actual o menos aún a ritmos superiores. No quedan más si queremos dejar, al menos, lo mismo que ahora a las generaciones futuras que, según todos los cálculos, alcanzarán la cifra de nueve mil millones de personas para el 2050.
la especie humana, una entre las 20 y 100 millones de otras

el cambio climático como síntoma de agotamiento de los sumideros, el cénit del petróleo como final anunciado de la economía industrial, la sexta gran extinción de especies que se avecina al ritmo actual de destrucción antrópica de hábitats o el deterioro irreversible del 60% de los grandes ecosistemas advertido por Naciones Unidas en 2005, son los otros marcadores de un mundo lleno, que hemos ocupado muy desigualmente (recordemos: el 20% de las clases consumidoras nos apropiamos del 85% de todos los recursos y producimos otro tanto de contaminación).
estamos, pues, en lo que en 1972 el Club de Roma anunció como los límites del crecimiento. Ya los hemos sobrepasado, claro está, salvo que no dejemos casi nada a las próximas generaciones –nuestros hijos y nietos- o sigamos prescindiendo de miles de millones de personas tal como ahora viene ocurriendo y condenemos a más en el futuro.
en esta perspectiva estamos instalados en lo que podríamos llamar constantes juegos de suma cero: lo que ganamos unos es siempre a costa de lo que pierden otros. La riqueza de los pocos es a costa de la pobreza de los muchos. La tarta no admite más envergadura. Hay que repartir y hay que cambiar la vida desde el consumismo insaciable y obsolescente hacia la frugalidad, hacia los bienes que duran, a los bienes relacionales y a los bienes comunes. Hay que repartir las tareas y el trabajo socialmente necesario.
las clases ricas, las consumidoras, tendrán que dejar de serlo pues tal como se comportan hoy no puede haber justicia, ni sostenibilidad, ni futuro. Tomando una esclarecedora metáfora que con tanto acierto ha construido Joaquín Sempere, hay que recordar que “nuestra sociedad mundial es como el Titanic y, como éste, está amenazada de naufragio, aunque muchos alimenten la ilusión de que es insumergible. Por eso la tarea más solidaria y humanista hoy es aprovechar los años que nos quedan para desguazar los camarotes y los salones de lujo del buque y con sus maderas ponernos a construir los botes salvavidas que faltan”.
todo esto nos lo dice también Carlos Taibo en su libro, como presupuesto para sus propuestas de decrecimiento: “Esta crisis que hemos dado en calificar de financiera es la menos importante de cuantas tenemos entre manos” ¿y cuáles son para él, pues, las importantes? Las mismas que hemos anunciado más arriba: “los efectos delicadísimos del cambio climático y el encarecimiento insorteable de las materias primas energéticas que hoy utilizamos”.

pero el argumento definitivo para Taibo viene del lado de la medición de la huella ecológica de la humanidad sobre el planeta: “en la Tierra disponemos de 12.000 millones de hectáreas bioproductivas, cabemos a 1.8 ha por persona... (y) el espacio consumido es de 2.2 ha, por encima, pues, de las 1.8 que la Tierra pone a nuestra disposición (en un reparto igualitario). La realidad es que un norteamericano precisa 9.6, un canadiense 7.2, un francés 5.3 y un indio 0.8. Vivimos en consecuencia por encima de nuestras posibilidades desde 1980. En caso de extender a todo el globo los niveles de consumo norteamericano necesitaríamos de cuatro a cinco planetas Tierra”.
por eso entiende que es vital que los movimientos de resistencia a la globalización capitalista, hagan suya con urgencia, en el Norte desarrollado, las fórmulas de decrecimiento.
¿Y en el Sur empobrecido? Nos dice que, con una pobreza lacerante no tiene sentido reclamar políticas de decrecimiento. No en vano, un 80% de todos los seres humanos vive sin automóvil, frigorífico y teléfono, en tanto un 84% no ha utilizado nunca el avión. Pero tampoco tiene sentido que reproduzcan los desafueros que han marcado el crecimiento históricamente registrado en el Norte rico. ¿Cómo nos podrían imitar si consumimos en el Norte rico 10 veces más energía que ellos, 14 veces más papel, 18 veces más productos químicos, 10 veces más madera, 6 veces más carne y así en todos los renglones?
claro que habrá partidas en las que deberá haber crecimiento material: energías solares, agricultura sin venenos, viviendas sin asbesto, trenes de cercanías, bicicletas, producción de alimentos suficientes para el autoconsumo y para los mercados locales, recuperación de fuentes de agua potable, etc., pero “sobre todo se deberán acometer un puñado de tareas: romper con la dependencia económica y cultural respecto al Norte; reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, reencontrar la identidad propia, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restaurar, en fin, el honor perdido”.
¿significa esta propuesta volver a las cavernas, o a la Edad Media, como suelen argumentar los progresistas de cualquier signo? En algunas cosas sí deberíamos parecernos y en otras evidentemente no, es imposible. “La imposibilidad de que nuestros pies de hoy coincidan exactamente con las huellas que imprimieron ayer no puede ser siempre una excusa para desandar lo andado” (Jorge Riechmann).
¿cómo no rememorar en esta tesitura que la Capilla Sixtina es la Altamira del Renacimiento? ¿O como no añorar, en la próspera Europa que propone la jornada de 65 horas semanales, las tres o cuatro horas que trabajaban de la Edad de Piedra o las 20 semanales del siglo XVIII? La escasez no es una propiedad intrínseca de los medios técnicos sino una relación entre fines y medios, y por eso se entiende por una sociedad de la abundancia aquella en que se satisfacen con holgura las necesidades sentidas por la gente, por eso los antropólogos consideran como sociedades de abundancia muchas de las que existieron en la Edad de Piedra, más en este sentido que las del capitalismo maduro de hoy. Como decía H. David Thoreau “un hombre es tanto más rico cuanto mayor es el número de cosas de las que puede prescindir”. O bien podemos traer a colación la paradoja de Japón, que siendo uno de los países con mayor renta del mundo sea también el que exhibe la mayor tasa de suicidios.
pero sin ir tan lejos, podemos “imaginar un país con sólo 200.000 parados, en los que la

nos recordaba Sánchez Ferlosio que “mientras no cambien los dioses, nada podrá cambiar, es decir, mientras no cambien los valores y los modos de ver el mundo. Para cambiar las visiones necesitamos de nuevas metáforas y de sus lógicas subyacentes, porque a la postre “las metáforas nos piensan”.
carlos Taibo propone cinco de ellas que nos permitirán comprender mejor un problema central que está en el núcleo del proyecto que reclama el decrecimiento.
la primera, la del capital y las rentas: si una colectividad extrae a la vez capital y rentas, inevitablemente irá a la quiebra.
la segunda es doméstica: si al llegar a casa nos encontramos un grifo abierto no nos dedicamos a empapar el suelo con toallas, sino que rápidamente cerraremos el grifo: lo que estamos haciendo con la naturaleza es poner parches pero no cerrar ningún grifo.
la tercera sugiere que nos hallamos en un barco que, a 25 nudos por hora, se dirige a un acantilado: ¿nos servirá de algo, sin asumir ningún cambio en ese rumbo, chocar un poco más tarde con el acantilado?
la cuarta es el célebre cuento del nenúfar en el estanque, que crece cada día duplicando los del día anterior. Si ha tardado 29 días en que se llene la mitad del estanque de nenúfares, se pregunta en el cuento ¿cuántos días tardará en llenarse totalmente? Por una regla de tres otros 29, pero en realidad al día siguiente. Es la manera como se mueve el crecimiento del capital o de la economía y es por lo que esa tendencia exponencial, o de interés compuesto, choca con la finitud del mundo y da origen a las crisis financieras o reales (la de ahora, al coincidir con las del mundo real-real, tiene mal arreglo dentro del sistema que las ha generado).
la quinta metáfora es la de la estrategia del caracol. Este animal construye su caparazón agregando espirales cada vez mayores, duplicando su radio en cada vuelta, la tercera espiral sería ocho veces el inicio, a la cuarta sería 16 veces, pero esta espiral ya no la hace sino que cambia bruscamente y practica una espiral decreciente, porque de hacerlo no podría con la carga (puede comprobarlo vd. mismo).
pero, ¿qué propuestas alternativas son las de Taibo? ¿Qué proponemos?: para redondear, seis son los pilares concretos que se ofrecen.

segundo, la defensa del ocio frente al trabajo obsesivo y, con ella, la defensa del reparto del trabajo. Frente al “más deprisa, más lejos, más a menudo y menos caro”, debe contraponerse lo contrario: “más despacio, menos lejos, menos a menudo y más caro”.
el tercer pilar es el triunfo de la vida social frente a la lógica de la propiedad y del consumo ilimitado, postulando en paralelo una mayor oferta de servicios en lugar de venta de productos y la fabricación de bienes más duraderos.
cuarto, reducción de las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas, de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transportes, con lo que al evitar el gigantismo se disemina más el poder, resultan sistemas más descentralizados y resilientes y menos propensos al colapso.
el quinto pilar es una derivación lógica del anterior: establecer la primacía de lo local sobre lo global. Es el caso del yogur actual que realiza 9.000 kilómetros para reunir a sus componentes, con sustancias conservantes que restan calidad al alimento frente al yogur casero más nutritivo y sostenible. Y puede ser bien abierto siguiendo la regla invocada por Miguel Torga: “lo universal es lo local menos los muros”.
el sexto y último pilar se refiere a la necesaria redistribución de los recursos en provecho de los desfavorecidos y en franca contradicción con el orden capitalista imperante, como veíamos más arriba al hablar de la necesaria desaparición social de los ricos. En este pilar hay que reivindicar la renta básica universal e incondicional así como un ingreso máximo autorizado.
naturalmente, hay quien se resiste a pensar que la crisis es tan profunda y, sobre todo, tan insalvable como decimos y aparte de invocar la “natural” ciclicidad de la economía (no deben ignorar estos optimistas que una de las opciones de futuro es la crisis en L, es decir estabilizada a la baja), invocan la magia de la ciencia y la tecnología. La respuesta más potente a esta fe ciega en el futuro, nos recuerda el autor, es la siguiente: “confiar en la potencialidad inmensa de la tecnología para resolver los problemas ambientales (o financieros) que han sido causado por el crecimiento de la potencia tecnológica significa creer que un problema puede resolverse fortaleciendo su causa”.
hay a quienes, estando de acuerdo en la mayoría de estos argumentos, la palabra “decrecimiento” no les gusta porque, dicen, es negativa, no engancha, etc., y así lo expresa el autor de este libro, pero ahora, con todos los respetos a la obra que reseñamos, habrá que contestar que andan muy metidos en la metáfora que iguala más a mejor y menos a peor y es justamente de lo que se trata también, de cambiar las metáforas que nos piensan, como se ha propuesto más arriba: disminuir las armas, la contaminación, el C02, la velocidad, el antropocentrismo... es muy bueno y volver a las enseñanzas de Delfos (“de nada demasiado”), mejor.
si nos hemos pasado tendremos, de momento, que retroceder, decrecer los ricos y luego, necesariamente instalarnos, en términos de huella ecológica congruente con la capacidad de carga del planeta, en un estado estacionario, sostenible. Es la formula de la “contracción” y “convergencia” de unos y otros. Como decía Stuart Mill, en 1848, “la situación estacionaria de la población y de la riqueza no implica la inmovilidad del progreso humano. Quedaría más espacio que nunca para todo tipo de cultura y progreso moral y social; más espacio para mejorar el arte de vivir y mayores probabilidades de verlo mejorado en el momento en que las almas dejasen de verse colmadas por la preocupación de adquirir riquezas... La mejor situación para la naturaleza humana es aquella en que nadie es pobre y nadie desea ser más rico”.
resumiendo: “si se trata de enunciar el argumento de manera rápida, afirmaremos que hay que reducir la producción y el consumo, porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. El único programa que necesitamos se resume en una palabra menos: menos trabajo, menos energía, menos materias primas”. Y esto con los matices que hemos hecho más arriba tratándose de ricos o pobres.
de nuevo se nos plantea el dilema histórico que a principios de siglo XX formuló Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”, si bien y a la vista de todo lo dicho, habría que actualizarlo proponiendo ahora “ecosocialismo o barbarie”.
otra cosa es hacer esta vía del decrecimiento socialmente sostenible o soportable, por ello Serge Latouche nos propone El decrecimiento sereno, en un libro que acaba de publicarse en la editorial Icaria de Barcelona. Pero esa es otra historia.
hubiésemos acabado antes de explicar este teorema si nos hubiese bastado con la sabia sentencia del Guerrita: “Lo que no pué ser no pué ser… y ademá é imposible”.
1. Demostración del teorema de la imposibilidad. Si R es el total de consumo de los recursos mundiales, y un cuarto de R dividido por 300 es lo que consume cada americano, R dividido por 6.700 es lo que consume ahora cada habitante del mundo, que es mucho menos (R/1.200 en un caso y R/6.700 en el otro). Para que ambos consumos se igualen, es decir que toda la población mundial tenga el mismo consumo que los americanos, necesitamos multiplicar por un factor desconocido M el total R de los recursos mundiales, de manera que se dé la igualdad que buscamos: R/1.200 = M x R/6.700, y despejando M resulta igual a 5.5 veces.
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