OPINIÓN. ¿Me quieren oír? Por Dardo Gómez
Periodista
03/04/17. Opinión. El periodista Dardo Gómez analiza en su habitual colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com por qué los españoles confían cada vez menos en los medios de comunicación, según publicaba un estudio de la organización Transparencia Internacional. Gómez profundiza sobre el inmovilismo de las asociaciones de prensa, universidades y profesionales respecto a este problema, que está basado en la falta de...
...veracidad de la información que desde los medios se difunde.
Esto se hunde, ¡salvemos los trastos…!
Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”; en esa rutina de pez en la pecera están las organizaciones profesionales de periodistas. Incapaces de atender, siquiera, a sus propios diagnósticos.
MUCHOS lo sabíamos y los estudios han corroborado que los medios de comunicación españoles están entre los sectores en los cuales los españoles aprecian el mayor grado de corrupción. La organización Transparencia Internacional les concede 3,4 puntos en una escala donde el 5 es el máximo, solo superados por los empresarios y los políticos, a los que adornan con 3,9 puntos.
SIN embargo, directivos de algunas organizaciones profesionales se empeñan en ignorar la realidad y seguir hablando de la supuesta brillantez del periodismo que hacemos en casa. Supongo que se referirán a algunos medios independientes que no están entre los afiliados de la AEDE, porque los españoles no tenemos la menor confianza en estos.
UNA sentencia del Tribunal Supremo del año pasado archivaba una demanda contra un dirigente del partido político Podemos, porque el demandante soportaba su denuncia en las informaciones de algunos medios. El auto del alto tribunal señalaba que no las podía considerar porque se trataba de “simples noticias” aparecidas en los medios de comunicación y que por sí solas “no constituyen indicios suficientes”. Dicho de otra manera, que una persona juiciosa y responsable no puede confiar en las noticias publicadas como pruebas veraces; sin embargo, seguimos diciendo que tenemos el mejor periodismo.
AUNQUE algunos profesionales como Lucía Méndez hayan señalado que “la debilidad del periodismo español no solo ni principalmente se deriva de la amenaza externa. La falta de credibilidad tiene que ver también -y sobre todo- con nosotros mismos”. No importa, seguirán diciendo que somos los mejores; aunque nuestros medios y sus escribas de confianza se hayan subido al carro de la posverdad con armas y bagajes. Se acaba de publicar un examen del Observatorio Crítico de Medios Mèdia.cat donde se muestra como esta forma de mentira reina en los medios españoles, sobre todo cuando deben tratar temas tan sensibles a sus amos como el terrorismo, el Islam, la violencia de género, el fenómeno del empleo, el proceso catalán, el desarme de ETA o la recuperación económica, entre otros.
MÈDIA.CAT aporta una serie de ejemplos de esta manipulación que han practicado y practican medios como “El Confidencial”, “El País” , “El Español”, “OK Diario”, “Alerta digital”, “Mediterráneo Digital”, “La Vanguardia” o “El Periódico de Cataluña” y la propia agencia “Europa Press”. Sin contar con las televisiones -públicas y privadas- que operan como altavoces de estas mentiras para confundir a la ciudadanía y construir un relato extraño a la realidad.
La posverdad
RECIENTEMENTE en el marco de un foro convocado por el Consejo Audiovisual de Andalucía, dedicado a este tema, a la periodista Soledad Gallego Díaz no le ha temblado la voz para señalar que “la posverdad no es la mentira de siempre, es que la sociedad funcione sin el valor del concepto de la verdad. Se trata de la banalización sistemática de la mentira y de la falsedad con unos fines estratégicos que no es fácil de combatir. Ninguna sociedad democrática hasta ahora se había planteado usar la mentira de esta forma”.
ASÍ lo ha afirmado la ex defensora del lector de “El País”; aunque, seguramente lo haya hecho en el vacío, porque seguimos relatando que tenemos los mejores medios; lo hacen desde los patrones de AEDE a algunos dirigentes de asociaciones profesionales. Amiguetes de los primeros y que parecen creer que dueños, directivos de medios e informadores tenemos intereses comunes.
LO cierto es que esta forma mentirosa de imponer el relato sobre los hechos se extiende cada vez más; no importa que no sea verdad, importa que se cuente como si lo fuera apelando a la sensibilidad o emociones del receptor.
RECIENTEMENTE, la presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid apeló a una posverdad para acusar de hechos -por lo menos, indecentes- a integrantes de una opción política y, de pasada, a la propia formación. La acusación fue ampliamente difundida por los medios del “stablishment”, aunque en el documento no se hubieran tenido en cuenta las seis preguntas (5W+H) que deben avalar la fiabilidad de una información. Pequeño detalle, pero el relato tenía el suficiente ingrediente de emotividad para hacerlo creíble.
COMO si los periodistas madrileños no tuvieran suficiente con la que les está cayendo -desde el paro a la precariedad laboral y la represión profesional en las propias empresas- la presidenta de la asociación a la que pertenecen algunos de ellos ha decidido saltar a una piscina sin agua.
QUEDA una pregunta: ¿por qué lo ha hecho? Está demostrado que quienes elaboraron ese documento, amparando la privacidad de los ignotos denunciantes, ni siquiera consideraron la consulta con el resto de miembros de su ejecutiva. Seguramente, porque le hubieran dicho que eso era una temeridad.
AL margen de la razón que pudiese haber; si una acusa, debe hacerlo con datos contrastables; en caso contrario esa acusación quedará en una mera bravata que bien puede interpretarse como un gesto que oculta segundas razones no confesables. Aunque yo más bien creo que ha sido la simple apelación a la posverdad para recuperar algo de prestigio para una organización que hace agua.
Sordera ante la realidad
A propósito de esa tendencia, antes mencionada, a la sordera frente a la realidad, traigo lo escuchado en el reciente Congreso Internacional de Ética de la Comunicación celebrado en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.
EN una de las mesas de ese foro la periodista Carmen Fernández Morillo, actual consejera del Consejo del Audiovisual de Andalucía (CAA), sustentó con firmeza la necesidad de nuevas normas para frenar la vulneración sistemática y diría que sistémica que los medios hacen del derecho a la información. Con contundencia afirmó que la famosa autorregulación de los medios “no funciona, no ha funcionado nunca, ni funcionará” y recomendó “reconozcamos que no funciona”.
TRAS aportar algunas pruebas de ese fracaso, que la CAA viene recopilando a capazos, abrió la puerta a la necesidad de la corregulación como fórmula posible para poner freno a la manipulación informativa que “no puede quedar impune y se debe sancionar”, dijo la consejera.
DIO la sensación que esa claridad y contundencia no dejaba dudas en el auditorio; por otro lado, no se oyeron discordancias y nadie manifestó oposición a esa formulación. Sin embargo, no era así, simplemente, parece que no habían oído. Apenas un rato más tarde y en el mismo foro una comisión de periodistas con presumibles problemas de audición o de interpretación de aquellas palabras presentaba su proyecto para prolongar en la geografía andaluza las fórmulas caducas e ineficaces denunciadas momentos antes por la consejera del CAA.
NO trajeron a ese foro de ética un proyecto de nueva inspiración o un borrador rompedor de moldes, solo se trata de un documento para una prolongación a la andaluza de la misma memez que desde hace años muestra su total ineficacia para cumplir con los fines que motivaron su creación. No tenemos remedio…
También la universidad desbarra
PUEDE resultar sorprendente, aunque tampoco tanto, que a este discurso de la marmota se hayan sumado las facultades de comunicación; por lo menos, las integradas en la Asociación de Universidades con Titulaciones en Información y Comunicación (ATIC), que -hasta ahora y que yo sepa- se había dedicado a firmar convenios para avalar el fraude de la autorregulación y otras naderías o a difundir algún comunicados de solidaridad en algunos conflictos laborales de los trabajadores de la comunicación.
Esto último no ha estado nada mal; pero puestos en harina, sería por demás interesante que analizarán entre ellas cómo y cuándo van a dedicar su tiempo a luchar con al cáncer de la explotación de los estudiantes en prácticas.
Esos mal llamados “becarios” que -sobre todo las facultades privadas y muchas de las públicas- vienen arrojando como carnaza a las redacciones para el beneficio de las empresas. Ha sido vano que los sindicatos denunciaran de forma permanente ocupación gratuita de puestos estructurales; poco pueden hacer legalmente ante esta situación de escándalo, porque no se trata de un tema que puedan atender o solucionar las autoridades laborales. Esta desvergüenza denunciada y reconocida es un tema de exclusiva competencia de las autoridades de la educación.
NO sé si en la ATIC hay muchos decanos sensibilizados con este tema, pero si los hubiere deben estar minimizados en sus capacidades o en su preocupación.
Huida hacia adelante
CUANDO soplan estos vientos de confusión que vive el periodismo hay quien se llama a sosiego y trata de reflexionar sobre las causas del desastre, quien hace por cambiar lo que nunca ha funcionado y quien como hemos visto, opta por no mirar atrás ni al costado y quiere engañarse diciendo que huir hacia delante es avanzar.
UNA muestra es la exigencia de que las tareas de comunicación en las conserjerías y otras oficinas del poder sean cubiertas necesariamente por “profesionales” o “titulados”. Si vía Internet, husmearan por encima de los Pirineos, se enterarían que en países como Francia -con una potente e histórica organización de los periodistas- a quienes ejercen en esos gabinetes se les retira esa acreditación y se les suspende de afiliación.
ALLÍ entienden que comunicar propaganda al dictado de una organización no es función de informadores. Se puede alegar que en muchas redacciones de grandes medios se está haciendo lo mismo; pues, también hay quien vende droga a las puertas de los colegios y nadie piensa en legalizarlo.
A la antigua usanza, estos directivos han incorporado en sus organizaciones el “sostenella y no enmendalla”; porque necesitan mantener las apariencias y asegurar a los incautos que ellos defienden lo que nunca han defendido. Lo hacen, claro está, desde las mismas posiciones que nunca ha servido para nada y apelando a razonamientos carcomidos por su antigüedad y defectos congénitos.
ANTE este panorama general se puede llegar a la conclusión de que, ante el fracaso del periodismo para cumplir con sus tan proclamadas funciones sociales, esta guerra la siguen ganando los malos. Por su parte, los buenos o los que dicen o aparentan serlo siguen sin entender la sentencia de Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
O es que tienen graves problemas de sordera y miopía.
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