“Sorprende la escasa preocupación de los grandes medios españoles por un fallo que pondría en peligro el ejercicio de la libertad de información y comprometería la norma de protección de los informadores que España debe implementar

OPINIÓN. ¿Me quieren oír? Por Dardo Gómez

Periodista

15/12/20. Opinión. El conocido periodista Dardo Gómez reflexiona en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la poca presión informativa en el caso de Julian Assange y sus consecuencias: “Si la justicia británica, en su fallo del próximo 4 de enero, reconoce que eso es delito estará reconociendo que la Administración estadounidense tiene derecho a juzgar a cualquier persona que informe sobre...

...delitos cometidos por sus fuerzas armadas. Esto será supeditar el derecho a la información y a la verdad de los pueblos al criterio de una administración y esta decisión sería extrapolable a cualquier tipo de información que un Estado considere de riesgo para sus intereses”.

Si Julian Assange es extraditado será el requiem del periodismo

Se augura que 2021 será un mal año para el periodismo y, seguramente, lo será si las grandes empresas periodísticas no hallan respuestas imaginativas para sus problemas económicos y siguen apelando al recurso de despedir periodistas. Supongo que es porque creen que los lectores, que los están abandonando, lo seguirán haciendo aunque se preocuparan en mejorar la información que ofrecen. Creo que se equivocan y se lo están demostrando algunos medios de nueva hornada, que han puesto al información en el centro, y siguen manteniendo su cofradía o incrementándola, al tiempo que ofrecen más servicios informativos.

Todo esto es grave, sin duda, pero guarda relación con la poca atención que esas grandes corporaciones prestan a los retos sobre sus libertades de informar; posiblemente porque las ejercen en minúscula. De esto me quiero ocupar.

Es lamentable que esas grandes corporaciones mediáticas traten de forma esporádica y casi con desgana el caso Julian Assange, que el próximo 4 de enero recibirá una sentencia que puede terminar con él y, por elevación, con una de los pilares del periodismo: la investigación de las cosas que el poder oculta.

Una condena de extradición del inspirador de Wikileaks es un disparo de muerte a la libertad de informar y del derecho a ser informada de la ciudadanía. El silencio de los grandes medios sobre esto tiene que ver con su animosidad hacia Assange y su torpe visión de la libertad de prensa que no ejercen.

Los orígenes del desencuentro

En 2010, Wikileaks obtuvo lo que se reconoce como la mayor filtración de secretos militares y diplomáticos de la historia; eran miles de documentos que demostraban asesinatos y crímenes de lesa humanidad del ejército de Estados Unidos. Delitos que, aunque no hayan sido juzgados ni investigados, están allí y no prescribirán nunca por su carácter de atentados a los derechos humanos.

Aquella filtración proveniente de Chelsea Manning -condenada por ese acto a 35 años de prisión, aunque luego fue indultada- destapaba desde torturas sistemáticas hasta el ametrallamiento de civiles con el consecuente asesinato de dos reporteros de la agencia Reuters en Iraq.

Para difundir su material, Assange apeló a la prensa internacional. The Guardian, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde y El País se contaron entre los grandes medios a los cuales confió esa tarea, desmesurada por su volumen documental. Y allí comenzó el desencuentro con la prensa del establishment.

Assange nunca terminó de creerse las pegas que esos medios pusieron para no publicar gran parte de esa información que consideraban no probada o que, en otros casos, decían que podía poner en riesgo la seguridad de personas vinculadas a los servicios de inteligencia o hacer peligrar operaciones militares.

Para superar esas limitaciones a la información que imponían los medios, Assange solicitó que se las vinculara al portal de Wikileaks, de manera que facilitaran a sus lectores el acceso a la información que ellos se autocensuraban y que, por otro lado, muy pocos se preocuparon de ampliar.

Los medios se negaron y allí se acabó el amor...

El odioso e incómodo Julian Assange

Según parece, esas reservas de los medios irritaron al alertador que no entendía que ubiera pruritos ante la denuncia de hechos que eran indudables crímenes de guerra y creía que el silencio sobre ellos solo podía contribuir a la impunidad de sus autores y a dar oxígeno a las administraciones que los habían impulsado o admitían.


Una aproximación a lo que pensaban esos medios de Julian Assange la encontramos en el artículo Lidiando con Assange y los secretos de WikiLeaks firmado por Bill Keller, que fuera director del New York Times entre 2003 y 2011. En ese artículo, donde se describen las negociaciones para la publicación de los documentos filtrados y las relaciones con el director de Wikileaks, las descripciones de este último fluctúan entre la mofa por su atuendo y el desprecio por sus ideas.

Keller dice de él que es un excéntrico ex pirata informático australiano, arrogante, manipulador y que lo consideraron (los medios) “en todo momento como una fuente, no como un socio o colaborador, pero era un hombre que claramente tenía su propia agenda. Los reporteros llegaron a pensar en Assange como inteligente y bien educado, extremadamente hábil tecnológicamente pero arrogante, de piel fina, conspirador y extrañamente crédulo”.

Consideraban excéntricas sus medidas de seguridad y como paranoia su desconfianza hacia los gobiernos y las fuerzas de seguridad; estimo que los hechos posteriores y el calvario legal al que está siendo sometido dicen con alguna claridad que había para eso y para mucho más.

El pecado de no ser periodista

En ese mismo artículo el ex director del Times de Nueva York desliza un inexplicable desprecio -para mi- por ese informático friki que se metía en temas de comunicación que ellos entienden como un coto de caza reservado a periodistas y editores.

Que Assange no era periodista fue una de las primeras cosas que molestaron a los informadores; yo mismo, por esos años, asistí a un mini debate en una asamblea de la FIP donde representantes de algunos sindicatos dudaron de la fiabilidad de alguien ajeno a la cofradía.

Se vertieron argumentos tan poco serios como su lejanía de los códigos deontológicos y la supuesta falta de contraste de la información... Como si estas fueran virtudes constantes de mis colegas en toda información.

Además, algunos defendían la necesidad de dar voz a los protectores de los asesinos para que desmintieran lo que consideraran necesario; apelar a esto cuando llevaban años negando la existencia de esos crímenes y ocultando la identidad de sus autores solo se justificaba por su necesidad de seguir sirviendo a sus amos.

Además, algunos de ellos temían que si publicaban los documentos de Wikileaks, alguna administración podía demandarlos por los mismo delitos de los que hoy se acusa a Assange. Recordemos que por entonces no había ni siquiera un proyecto de legislación protectora de los alertadores y que, por el camino a 2020, han sido varios los que han sido condenados a prisión o multa o han debido extraditarse para conservar su libertad por haber destapado las inmundicias de algunas transnacionales estratégicas.

El pecado de averiguar la verdad

Volviendo al principio y para sustentar la existencia de un peligro vital para el periodismo si se cumple la extradición de Assange para ser juzgado en Estados Unidos conviene identificar cuál es el supuesto delito que ha cometido.

Simplemente, hizo lo que suele hacer cualquier periodista que pretende acceder a una información que no es transparente: establecer contacto con alguna fuente posible, convencerla de que le facilite ese acceso o se la filtre, custodiarla cuando la recibe y, si no duda de su veracidad, difundirla.

Si la justicia británica, en su fallo del próximo 4 de enero, reconoce que eso es delito estará reconociendo que la Administración estadounidense tiene derecho a juzgar a cualquier persona que informe sobre delitos cometidos por sus fuerzas armadas. Esto será supeditar el derecho a la información y a la verdad de los pueblos al criterio de una administración y esta decisión sería extrapolable a cualquier tipo de información que un Estado considere de riesgo para sus intereses.

Además, daría al traste con todos los esfuerzos de las organizaciones europeas de derechos humanos para fijar un marco de protección para las personas que alerten o informen sobre casos de corrupción de las administraciones o cualquier corporación cuyas acciones afecten a la ciudadanía. Esta es una recomendación oficial de la UE y la mayoría de sus estados miembro, entre ellos España, están ajustando su legislación para asegurar esta protección.

Esta protección de los informadores afecta directamente a quienes ejercen el periodismo ya que podrían ser igualmente denunciados de complicidad en la difusión de cualquier filtración o en alguna forma de espionaje, aunque sus datos sean veraces.

Por lo mismo, no se entiende el escaso interés que la mayoría de las organizaciones de periodistas y los medios españoles están mostrando por el caso Assange.

Me viene a la memoria George Orwell: El periodismo consiste en decir cosas que alguien no quiere que digas; todo lo demás son relaciones públicas.

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