Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga

OPINIÓN. ¡Qué mundo éste! Por Alberto Montero
Profesor
de Economía Aplicada de la
Universidad de Málaga
30/11/10.
Opinión. “70 de las 100 mayores transnacionales que aparecen en el
índice elaborado por la revista Fortune
tienen su sede ubicada en Irlanda (…) Sin embargo, el hecho de que Irlanda
utilizara unos reducidos tipos impositivos sobre el capital para competir
deslealmente con el resto de Europa no explica totalmente el milagro celta.
Había algo más. Algo que los neoliberales, con su fe ciega en los mercados,
sólo reconocen cuando les estalla en la cara: una burbuja inmobiliaria”,
sostiene Alberto Montero en esta colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com.
Irlanda: un milagro que nunca existió
¿QUÉ más tiene que ocurrir en la economía mundial para acallar a
los neoliberales si hasta los que consideraban ejemplos paradigmáticos del
éxito de sus propuestas han acabado por hundirse en el más profundo de los
pozos de la crisis?
LA pregunta, aunque pudiera parecerlo, no es retórica. Ante
una crisis de la economía mundial que, más allá de su expresión financiera,
hunde sus raíces en los modos de desregulación económica, el empobrecimiento de
las clases trabajadoras y la inducción al endeudamiento masivo promovido por el
neoliberalismo se nos está planteando como solución una nueva vuelta de tuerca
neoliberal; un nuevo intento por instaurar su terreno de juego preferido: la
ley de la selva.
UN terreno que fue propuesto, en gran medida, para Irlanda, el
‘tigre celta’ como dieron en llamarlo los mismos que habían visto caer, apenas
unos años antes, a los ‘tigres asiáticos’ (apréciese el gusto neoliberal por la
metáfora felina). Un escenario al que no han tenido empacho en denominar más de
una vez como el ‘milagro’ de la economía irlandesa; un milagro que, ahora, se
nos aparece desnudo de todo toque sobrenatural y embadurnado de inmundicia
terrenal.
¿CUÁLES fueron las bases de ese efímero ‘milagro’? En esencia, la
propuesta neoliberal irlandesa fue una apuesta por construir una economía
basada en la oferta de las mejores condiciones posibles para la rentabilización
del capital por parte de las grandes empresas transnacionales.
A tal efecto, se procedió a la socialización de los costes de
formación de la mano de obra para conseguir trabajadores altamente cualificados
para las transnacionales mediante un importante programa de gasto público. En
1999, por ejemplo, Irlanda dedicó el 6,74% del PIB a educación, justo el doble
que la economía española, lo que permitió que la productividad por trabajador
empleado se elevara en más de 12 puntos entre 1999 y 2007.
ELLO fue unido a una política de atracción de la inversión
extranjera directa mediante una reducción en el tipo impositivo sobre el
capital que se situó, por término medio, en el 12,5%, uno de los más bajos del
mundo desarrollado.
LA combinación de ambos elementos promovió la ubicación de
numerosas transnacionales del sector de las altas tecnologías en el país: 70 de
las 100 mayores transnacionales que aparecen en el índice elaborado por la
revista Fortune tienen su sede
ubicada en ese país.
EL resultado fue aparentemente espectacular y de ahí el
alborozo neoliberal: entre 1998 y 2008, el PIB real creció, por término medio,
por encima del 5% y la renta nacional aumentó en un 75%.
A pesar de ello, la distribución de ese crecimiento no
redundó en una mejora significativa de la clase trabajadora: la participación
de la masa salarial en el PIB pasó de un 39,9% en el año 2000 (cuando la media
en la zona euro era 10 puntos superior) a un 41,6% en 2007, a pesar de ser años
de intenso crecimiento económico y del empleo.
SIN embargo, el hecho de que Irlanda utilizara unos reducidos
tipos impositivos sobre el capital para competir deslealmente con el resto de
Europa no explica totalmente el milagro celta. Había algo más. Algo que los
neoliberales, con su fe ciega en los mercados, sólo reconocen cuando les
estalla en la cara: una burbuja inmobiliaria.
EN este punto, las historias de España e Irlanda se solapan
milimétricamente: unos tipos de interés reales negativos que estimulaban el
endeudamiento de todos los agentes y un sistema bancario y financiero
desregulado y ávido por colocar ingentes cantidades de dinero que captaban de
unos mercados internacionales dominados por la liquidez.
UNA combinación explosiva que se tradujo en una rápida expansión
del crédito para las economías domésticas, especialmente para operaciones
relacionadas con el sector inmobiliario. Así, el crédito al sector privado de
la economía como porcentaje de la renta nacional aumentó hasta el 300% en 2009;
el crédito hipotecario se multiplicó por siete y el crédito para la promoción
inmobiliaria se multiplicó por once entre 1998 y 2009. El resultado es que, por
ejemplo, entre 1996 y 2006 el precio de la vivienda creció un 270%. ¿Les suena
la historia?
EL hecho de que el estallido de la burbuja inmobiliaria
provocada por la crisis financiera internacional haya desembocado en el rescate
de Irlanda no viene si no a poner de relieve una serie de conclusiones que,
probablemente, los economistas neoliberales se negarán a interiorizar.
LA primera
es que el milagro celta no era tal. Algo similar ocurría en esos mismos
momentos en otros países del mundo: España o Estados Unidos, por ejemplo.
LA segunda es que la contribución al PIB y al empleo aportado
por las empresas transnacionales atraídas hacia territorio irlandés, a pesar de
ser importante, no ha sido un contrapeso lo suficientemente sólido como para
compensar los efectos de la explosión de la burbuja inmobiliaria. Por lo tanto,
ha tenido mayor peso en la explicación del supuesto milagro ésta que aquélla.
Y, en tercer lugar, que la apuesta por reducir los impuestos
sobre el capital para atraer a esas empresas, con la consiguiente merma sobre
el margen de maniobra fiscal del gobierno irlandés, ha incidido decisiva y
negativamente sobre su capacidad de reacción frente a la crisis. No quiere
decirse con ello que el presente hubiera podido ser distinto pero sí que un
estado fiscalmente jibarizado es una víctima perfecta.
LO paradójico es que ahora anden lamentándose por la soberanía
perdida y no lo hicieran cuando se la entregaron a los bancos y al capital
transnacional.
PUEDE leer otros textos de Alberto
Montero en su blog: La Otra Economía.
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