Arquitecto

OPINIÓN. La ciudad
de nuestros pecados. Por Salvador
Moreno Peralta
Arquitecto
10/03/11. Opinión.
Esta colaboración de
Salvador Moreno Peralta con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com es un extracto de la conferencia
pronunciada en Valencia el 27 de enero de 2011 sobre el Futuro de el barrio de
El Cabanyal.
El arquitecto traza un paralelismo entre lo que está ocurriendo con este
singular enclave de la capital del Turia con lo que pasó en Málaga con los
barrios de la Trinidad
y el Perchel, al tiempo que da las claves para que un plan de rehabilitación
sea un éxito. Acompaña la información una GALERÍA
DE IMÁGENES de los populares corralones malagueños.
Trinidad-Perchel: Éxito residencial,
fracaso urbano
LOS barrios de la Trinidad y el Perchel de
Málaga son, en su origen, dos arrabales de la ciudad cristiano-musulmana al
Oeste del río Guadalmedina, perfectamente definidos en la estructura urbana de
la ciudad al quedar inserta su tupida trama en otra más holgada y espaciosa que
se corresponde con las expansiones en el primer tercio del siglo XX. Con el
crecimiento urbano de los años 60-70, estos barrios pasaron de tener una
posición periférica a otra de centralidad.
DE
siempre los dos barrios estuvieron habitados por clases populares generando en
ellos a lo largo del tiempo lo que pudiéramos llamar una cultura ‘del alquiler’,
mediante un sutil sistema de apropiación de un espacio que les pertenecía de ‘hecho’
pero no de ‘derecho’ (en la medida en que prácticamente nadie era propietario
de la casa en donde vivía), un espacio del que siempre podían sentirse
amenazados de expulsión por esa envidiable posición de centralidad en que el
desarrollo urbano lo dejó: una cultura defensiva basada en sus profundas
tradiciones, fiestas, costumbres y manifestaciones folclóricas, que la
enraizaban en el lugar. De esta forma las tradiciones del barrio se
identificaban con las más profundas señas de identidad de la ciudad toda.
LA idea de barrio, de pertenencia a un espacio singular y
acotado que cumple una importante
función de referencia en la ciudad estaba, pues, profundamente arraigada en sus moradores, lo cual se traducía en unas
determinadas pautas de convivencia a las que no eran ajenas, evidentemente, la
propia estructura morfológica y su tipología residencial. La íntima unión que
existía entre sus estrechas calles peatonales y los patios de las casas a
través de los umbríos zaguanes -siempre con las puertas abiertas- determinaba
un tipo de relación en el que la vida se compartía, en sus alegrías y en sus
miserias. El patio de vecindad, a veces lúgubre, a veces soleado, es un
microcosmos del barrio en donde la condición de anciano establece una jerarquía
de autoridad, ejercida normalmente como un matriarcado. El anciano, conviviendo
aquí con su familia y sus vecinos, compartirá con ellos sus penurias, pero
nunca se sentirá desasistido, siendo objeto de una solidaridad instintiva.
A mediados de los setenta la presión inmobiliaria sobre la zona era insostenible y ésta encontraba su coartada instrumental en el PGOU/71, redactado con estricta fidelidad al manual del urbanismo funcionalista de la Carta de Atenas. La red viaria arterial hacía abstracción de las condiciones físicas de los lugares, incluidas las zonas históricas, vinculando las alturas edificables a las anchuras de las calles. Bastaba ensanchar en el plano una calle existente para que la altura de sus casas pudiera crecer desmesuradamente, desencadenándose un proceso transformador de corte especulativo según el cual las casas antiguas irían cayendo por lógica económica como fichas de un dominó.
EN el año 1975 el Ayuntamiento decidió iniciar el expediente de expropiación de la calle Jaboneros -eje central de un barrio que en su mayor parte es peatonal- en una apertura al tráfico nada inocente pues, como decimos, al conllevar una elevación considerable de las alturas edificables, habría de provocar una profunda renovación tipológica y morfológica y, en consecuencia, un proceso diferido pero inapelable de erradicación de la población residente, como ya ocurriera años atrás con la apertura de la prolongación de la Alameda y la expulsión de los vecinos a polígonos de extrarradio, en guetos residenciales en los que se truncaba violentamente las pautas de habitabilidad y convivencia de los barrios tradicionales.
LA propuesta de calle Jaboneros, formulada al inicio de la transición política, desencadenó una airada protesta vecinal y el principio del movimiento ciudadano con el apoyo y la iniciativa del Colegio de Arquitectos, mediante unas Alegaciones al expediente de apertura al tráfico de la calle, documento de enorme trascendencia, pues fue la primera toma de conciencia ciudadana sobre el valor patrimonial de la ciudad existente, formulado sólo unos días antes de la aparición de la Carta de Ámsterdam, que proclamaba el derecho a la permanencia de la población en sus lugares históricos de asentamiento. Finalmente el Ayuntamiento cedió a la presión popular y convocó un concurso de ideas para la redacción de un Plan Especial de Rehabilitación bajo la premisa de que no se abriera al tráfico la calle sin antes garantizar la permanencia de la población en su propio lugar. El Plan resultante mantenía cerrada la calle Jaboneros para evitar que su apertura desencadenase un proceso especulativo que a su vez impidiera a la Junta de Andalucía expropiar un buen número de solares a bajo coste como fase de arranque e impulso inicial a la rehabilitación privada. Pensábamos entonces que cuando el barrio quedara ya, por decirlo así, ‘marcado’ con el carácter social de las viviendas, no habría riesgo de especulación ni de transformación tipológica y podría entonces plantearse la apertura al tráfico, pero como un complemento a su revitalización, no como su impedimento.
LA redacción del Plan corría pareja a la propia transformación
del país. Había que inventarlo todo y se inventó. Primero con la Administración
Central y luego con la Autonómica, se crearon las Áreas de
Rehabilitación Preferente, mecanismos expropiatorios, decretos específicos que
regulaban las condiciones de realojo y adjudicación de viviendas… es decir se
ponía mucho más énfasis en los análisis antropológicos, tipológicos (hay que
tener en cuenta que estábamos todos bajo la influencia de la ‘Tendenza’
italiana y los planes de Bolonia, Asis y Urbino) y en la creación de un nuevo
marco gestor y legislativo que en la concreción de proyectos. Se nos podía
aplicar lo que decía Françoise Choay de Ebenezer Howard que, con su City
Garden, más que ante un urbanista estábamos ante un reformador social. Con el
Plan Trinidad-Perchel sucedió algo parecido: muchos programas, intenciones,
modelos de gestión, mucha política… pero poca concreción proyectual. Esa fue la
debilidad original del Plan. No es por causalidad, pues, que el Plan fuera
asumido como un proyecto político sólo cuando fueron redactados los primeros
proyectos de edificación, pudiéndose verificar empíricamente un postulado
teórico en el que algunos confiábamos ciegamente: que el modelo residencial
tradicional ofrecía la suficiente capacidad de adaptación a unas condiciones
modernas de habitabilidad sin perder por ello esos factores de convivencia que
constituían su seña de identidad.
HAY que decir que en los más de cien proyectos, entre los de rehabilitación y nueva planta realizados en Trinidad-Perchel por la Junta de Andalucía (que sumaban alrededor de 600 viviendas) había implícito un trabajo de investigación del hábitat tradicional sin precedentes. Los arquitectos que intervinieron en estos proyectos derrocharon aquí un talento y un esfuerzo propio de quienes, en muchos casos, acometían sus primeros encargos profesionales. Y no era tarea fácil. Había que acomodar, por un lado, los deseos de un usuario de la clase popular que, en sus casas y sus patios, había logrado transformar la promiscuidad en factores de identificación y concordia, todo ello envuelto en un barroquismo andaluz con ecos de una religiosidad mediterránea, y por otro, un proyecto que tenía que compatibilizar todo eso con la implacable normativa de la Protección Oficial.
DE este imposible encuentro de imaginarios irreconciliables surgió, sin embargo, el milagro, el milagro de la vida que se abre paso con la imperiosidad de los fenómenos naturales. La vida se abría paso entre los parámetros del proyecto, se producía el deslizamiento envolvente de lo orgánico sobre lo funcional, de la triunfal apropiación del espacio por parte del usuario, entendiendo el triunfo a partes iguales, entre el usuario y el proyecto. Porque, en efecto, el éxito o el fracaso de estos proyectos estaba en la mayor o menor capacidad que su arquitectura tuviera para suscitar en los vecinos unos modos de uso y ocupación que para ellos resultaran tradicionales, familiares. Lo que Trinidad-Perchel deparó a los profesionales de la arquitectura fue una lección que el narcisismo impenitente de algunos arquitectos (inoculado ya desde las mismas Escuelas) se resiste a aprender: que el proyecto habría de ser un marco o un contenedor lo suficientemente sugerente como para que los vecinos y usuarios, identificados con él, hicieran el resto. Ningún trinitario o perchelero erradicado a la periferia podría identificarse con los bloques adocenados de vivienda por más que colocasen rejas andaluzas en la planta catorce. Pero las casas de Trinidad-Perchel sí podían reproducir las relaciones de vecindad y convivencia de las casas antiguas a poco que al vecino le dejaran ‘marcar’ su territorio con las alteraciones, añadidos y decoraciones indispensables para que la casa y la calle adquirieran ‘el sentido del lugar’, para que encajaran como la pieza que faltaba, y además con la cocina y el cuarto de baño que antes no tenían. En este sentido, y sólo en éste, el Plan Trinidad-Perchel ha sido un éxito. Todo lo demás quizás haya sido un fracaso.
SE suponía que con el impulso de las primeras 600 viviendas públicas, los privados harían el resto. Pero la gran contradicción del Plan es que lo que se aprobaba en unos despachos se saboteaba en otros. En el fondo ni la izquierda ni la derecha admitían que un privilegiado espacio de centralidad se malgastara para unas clases populares de reducido nivel adquisitivo. Pero justo es decir que, desde la gestión del Plan se incurrió en errores administrativos de bulto, como primar la vivienda en detrimento de la actividad comercial y terciaria; hubo picaresca en las adjudicaciones de vivienda y no siempre fueron a parar a los vecinos que las necesitaban y estaban acostumbrados a las pautas de convivencia de las casas-patio; y no se acometieron las indispensables obras generales de urbanización del espacio público hasta después de construir las viviendas, lo que no contribuyó a generar la necesaria confianza del sector privado para continuar la rehabilitación iniciada por el sector público. Finalmente se abrió la calle Jaboneros, pero más como un símbolo de una victoria de la clase política sobre la obstinada reivindicación vecinal que por una auténtica necesidad del tráfico rodado. En resumen podemos decir que ni la apertura al tráfico de la calle ni la suma de las rehabilitaciones residenciales puntuales llegaron a conferir al barrio una sensación de auténtica revitalización ambiental, de ahí la paradójica conclusión de que un éxito residencial se enmarque en un fracaso urbano. Todo ello nos lleva a una reflexión final:
UNA operación de rehabilitación
tiene muchos componentes que deben ejecutarse
simultáneamente: programas de vivienda, en rehabilitación o nueva planta, de
usos comerciales y terciarios, mecanismos para
adecuar los precios al nivel adquisitivo de la población residente que
eviten procesos de erradicación o ‘gentrificación’, espacios de innovación para
una
población de jóvenes trabajadores del conocimiento, ofertas residenciales
multigeneracionales, actuación sobre la calidad de los espacios públicos y
sobre todo mantenimiento de los mismos; propiciar la coexistencia de usos -residencia,
ocio y trabajo- para que el barrio adquiera unos ciertos niveles de
autosuficiencia y se faciliten las relaciones de proximidad… Si alguno de estos
aspectos falla puede venirse abajo todo el entramado de la operación, pues la
rehabilitación, no nos engañemos, ‘juega en campo contrario’ porque va contra
la lógica tradicional de producción capitalista del espacio. La rehabilitación,
conjugada esta palabra en términos actuales, consiste básicamente en que el
barrio disponga de las condiciones de diversidad, de elementos de referencia,
de identidad, de compatibilidad de usos que minimicen los desplazamientos
motorizados, de adecuados niveles de autosuficiencia, de proximidad e
interdependencia en las relaciones cotidianas y de espacios de convivencia en
la calle que sean trasunto de los espacios de convivencia en la Red.
PUEDE ver aquí anteriores colaboraciones de Salvador Moreno Peralta:
- 27/01/11 La función pública. El arquitecto municipal
- 20/01/11 Sobre ‘Ciudades contra burbujas’
PUEDE consultar aquí una entrevista a Salvador Moreno Peralta:
- 02/06/10 “El verdadero pecado original del Puerto de Málaga es la concesión del concurso de explotación del muelle 1 a Udisa”
- 01/06/10 “La Gerencia Municipal de Urbanismo de Málaga se ha convertido en un monstruo ingobernable, hay que hacer una auditoría de gestión”