OPINIÓN. La ciudad de nuestros pecados. Por Salvador Moreno
Peralta
Arquitecto
urbanista
23/03/12. Opinión. Esta colaboración de Salvador
Moreno con
EL
OBSERVADOR /
www.revistaelobservador.com es fruto de la intervención del arquitecto en el ciclo ‘Surviving
Picasso / Sobrevivir a Picasso’, un proyecto del artista visual Rogelio López
Cuenca realizado en colaboración con esta revista. “A partir de
él (Picasso) en adelante, todo lo que se haya hecho en las artes
plásticas no
ha sido más que variaciones sobre algunos de sus temas. El gran drama de la
pintura de hoy es hacer lo imposible para no parecerse a Picasso, o sea,
sobrevivir artísticamente a Picasso”.
Sobrevivir a Picasso
SOBREVIVIR a Picasso,
el drama narrado por Françoise Gîlot tras sus diez años de vida con el genio,
que da nombre a este interesante ciclo dirigido por Rogelio López Cuenca,
podría sintetizarse hoy de una manera mucho más dramática en un solo verbo: sobrevivir
(que no es poco). Y una manera de sobrevivir es, por ejemplo, no dejar que la
crisis hunda el pensamiento una vez que ya ha hundido la economía, de ahí que
esté plenamente justificada la celebración de este ciclo del que tantas y tan
variadas consecuencias pueden sacarse.
SOBREVIVIR a Picasso puede entenderse en clave
existencial, como lo planteó Françoise Gîlot: me refiero al controvertido aspecto
humano del genio, concretamente en su devastadora relación con las mujeres de
su vida. Bernard Shaw decía que la condición del genio artístico exigía el
sacrificio de todos los lazos afectivos que pudieran perturbar su concentración
creadora. Dramática y paradójica relación ésta entre el arte y la vida, como si
necesitara succionar, hasta la aniquilación, el flujo vital que envuelve al
creador, dejando un paisaje de tierra quemada en el entorno de sus
afectividades. Las historias de amor de Picasso apenas pueden ocultar una
corrosiva corriente subterránea que arranca de su conocida frase, preñada de
cínico ingenio machista: "un hombre siempre tiene la edad de la mujer que
ama". Y como Picasso se mantuvo siempre joven, a su lado fueron muriendo,
por abandono o suicidio, los amores que en cada episodio de su vida alimentaron
su pasión creadora.
SOBREVIVIR a Picasso también puede entenderse en clave
artística: podemos considerar que Picasso acabó de una vez por todas con la
historia de la pintura por el ‘simple’ procedimiento de agotarla, por haber
abordado y abarcado todas sus manifestaciones. A partir de él en adelante, todo
lo que se haya hecho en las artes plásticas no ha sido más que variaciones
sobre algunos de sus temas. El gran drama de la pintura de hoy es hacer lo
imposible para no parecerse a Picasso, o sea, sobrevivir artísticamente a
Picasso.
PERO
estoy seguro de que lo que nos interesa hablar hoy es sobrevivir a Picasso en
clave urbana y sociológica aplicada a nuestra ciudad, Málaga, que se ha
apropiado de su figura como una marca de identidad corporativa en el mercado de
producciones y consumos con que las ciudades compiten hoy entre sí como si
fueran empresas. Creo que todos estamos deseando reflexionar sobre cómo el
icono Picasso, convertido en un valor de
cambio y no de uso, está interfiriendo en la generación de un clima social
creativo e innovador, en paradójica contradicción con la intrínseca modernidad
de su mensaje.
EN
un coloquio celebrado en abril de 1994, el pintor Antonio Saura dijo que si
Picasso se hubiera quedado en su Málaga natal no habría pasado de jugar al
ajedrez en el casino, siendo en este caso Málaga, ajedrez y casino los tres
brochazos con que el fundador de El Paso quiso describir la idea que comúnmente
se tiene del clima letal de la vida provinciana, que acaba por disolver en el
remanso de la mediocridad y la atonía las inquietudes del espíritu y los
prometedores despuntes del talento. Esta opinión, leída en un periódico
nacional, me indignó por dos motivos: en primer lugar porque ofendió mi orgullo
localista ese tono de odiosa displicencia con que se menosprecia la aldea para
alabar la corte, parafraseando al revés a Antonio de Guevara, ignorando todo
aquello que no se cueza en los aledaños de la capital. Y en segundo
lugar...pues porque tenía razón. Y permítanme una breve disquisición sobre la
componente territorial del concepto de Cultura.
ES
sabido que en el mundo del arte y la cultura el concepto de capital es mucho
más difuso que en la economía o en la política, por estar menos vinculado que
éstos a la referencia territorial. Una prueba de ello es el carácter itinerante
de las Capitales Culturales Europeas, eso a lo que optábamos nosotros para el
2016. Pero al margen de estas capitalidades trashumantes, las ciudades que son
consideradas oficialmente capitales culturales "de verdad" no ejercen
dicha función por su simple importancia urbanística o demográfica y, lo que es
más paradójico, ni siquiera por su misma riqueza patrimonial o histórica (la riqueza
patrimonial de Cáceres, por ejemplo, es incalculable, pero nadie piensa en esta
cuna de conquistadores como capital de nada. ¿Qué rasgos definen, entonces, el
concepto de capital aplicado al arte y la cultura?
UNA
Capital Cultural es el lugar donde se establece el valor de cambio de los
productos fabricados por la "industria" de la cultura, como paso
previo para lanzarlos a un mercado organizado. La clave para la asignación de
este atributo está, pues, en los tasadores, de manera que será capital cultural
la ciudad donde éstos tengan su sede, ya sea estable (Nueva York, Londres,
París, Berlín o Milán) o periódica (Kassel con sus "documenta", o
Venecia y Sao Paulo con sus Bienales).
POR
otro lado, todos sabemos que desde que se formularon los fundamentos de la economía
capitalista el argumento ontológico cartesiano de "pienso, luego
existo", se transmutó en "tengo un precio, luego existo", de
modo que todas las cosas de este mundo -y las del arte y la cultura
especialmente- pasan de una existencia virtual a otra real sólo a partir del
momento en que están tasadas. Pero peor aún que valer poco es, simplemente, no
valer, no estar en el mercado, no tener aún puesta la etiqueta con el precio,
que es tanto como no existir. Un pintor, por ejemplo, podrá estar excepcionalmente
dotado, pero no será nada hasta que sus obras hayan sido económicamente tasadas
en el mercado de la cultura. ¿Y quién y dónde se tasa a un pintor? Desde luego
no en Málaga. Picasso estaba excepcionalmente dotado desde su cuna en la Plaza
de la Merced, pero empezó a ser Picasso en la lonja artística de Barcelona y,
definitivamente, en la Bolsa de París. Y ello nos lleva a otra corrección
actualizada del mismo argumento cartesiano: en una sociedad globalizada en la que lo financiero está estrechamente vinculado
con lo publicitario, el "pienso, luego existo" debe ser interpretado
como "dime dónde piensas y entonces te diré si existes". Y el
pensamiento, donde toma forma, es en las capitales; el resto es provincia, y lo
que caracteriza a la actitud provinciana frente a la Cultura, entendida ésta
como un valor de mercado, es la aceptación vergonzante de esa condición fetal,
non-nata, de los valores propios, a la espera de que vean la luz con el
dictamen de la Capital en un viaje de ida y vuelta. No es que no se sepa
descubrir aquí, en la provincia, los talentos culturales emergentes, es que se
ha claudicado definitivamente de crear las condiciones para que aquí se arraiguen y aquí se expresen para
enriquecimiento de la ciudad, aumento de su autoestima y fortalecimiento del
sentido de la comunidad en torno a unos valores con los que poderse
identificar. En las distinciones oficiales, en la atención mediática, las
medallas de oro, los nombramientos de hijos predilectos, de andaluces del
año... en toda esa quincallería de latón y metacrilato con la que todos los
días homenajeamos a alguien, podemos ver la
claudicación provinciana en la consideración del hecho de irse, de
emigrar, como un valor en sí mismo -como el auténtico valor- como una condición, no suficiente, pero sí
necesaria, para alcanzar el reconocimiento general, frente al hecho de permanecer,
como el significante de la derrota.
ES
también sabido que Málaga perdió su condición de Capital de la Costa del Sol
con la nunca justificada segregación de Torremolinos. Era un buen eslogan para
una época de captación de divisas a cualquier precio para capitalizar
rápidamente al país. Pero al verse despojada del título a favor de Marbella y
embarcada ya en la feroz competitividad entre ciudades que se libra hoy en el
mundo, Málaga, como se repite ahora obsesivamente, tenía que recolocarse en el
mapa, y ahí surgió un apasionante
problema que excede de su estudio en estas jornadas, salvo que a alguien le dé
por tratarlo: el descubrimiento de que Málaga era una ciudad de identidades fluidas,
líquidas, delicuescentes o como ustedes quieran llamarla, pero al haber sido un
territorio en el que sus sucesivas culturas deslizaron por su piel más que enraizaron en su carne, no tenía una
marca de identidad corporativa con el suficiente tirón identitario. Pero de
repente alguien se acordó de que Picasso había nacido aquí y empezó la gran
operación de marketing para fabricar la impostura de "Málaga, ciudad
picassiana", por el hecho puramente accidental de que el inventor del
cubismo analítico hubiera nacido en la Plaza de la Merced. Marguerite Yourcernar hace decir a Adriano en
sus Memorias que el verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera
vez nos miramos con una mirada inteligente. Picasso se entrevió con esa mirada
en la Barcelona de "Els quatre gats", y se vio plenamente así en el
París del "Bateau Lavoir". Ni siquiera podemos decir que su infancia
fuera del todo malagueña, puesto que la compartió con La Coruña. Fabricar una
"Málaga picassiana" como un París de Zola, un Dublín de Joyce o una
Lisboa de Fernando Pessoa es algo más falso que el culto a San Ciriaco y Santa
Paula, aunque no niego la eficacia mercantil de la fórmula. No es la única
ciudad que le saca partido a estas cosas, pero sí es, ciertamente, una de las
que más adora a su santo por la peana.
NO censuro
que esa operación de marketing pudiera haber empezado por la Fundación Casa
Natal y por el Museo Picasso. Me parece que estas dos instituciones son quizás
los episodios culturales más trascendentes de esta ciudad desde la construcción
del Teatro Cervantes, y su política de investigación, estudio y exposiciones
temporales ejerce una pedagogía cultural más eficaz y callada que la algarabía
publicitaria que suele acompañar a sus eventos. Entiéndaseme bien: en modo
alguno estoy criticando que la Cultura sea un valor turístico. En contra de lo
que muchos pudieran pensar, creo que el Turismo es un magnífico difusor de la
Cultura, a pesar de las imposturas a las que suele esta industria de masas.
Museos dedicados exclusivamente a Picasso existen también en Barcelona, París,
Lucerna, Basilea, Antibes, Vallauris, Berlín y
Münster, y naturalmente que los ofrecen como un reclamo dentro del
acervo cultural de esas ciudades, pero ninguna de ellas obstruyen su vida
cultural con la exageración publicitaria de su legado picassiano sino que, por
el contrario, parece como si tuvieran el subconsciente compromiso de
desarrollar una dinámica vida artística
propia a la altura de esa circunstancia. También en Salzburgo hay una
exhaustiva utilización turística de la figura de Mozart en pastelitos, pines,
llaveros y camisetas, sólo que allí todo eso va acompañado por el Festival de
Música más importante del mundo y no es raro que los taxistas toquen el violín,
por poner un ejemplo. Aquí, sin embargo, me temo que tenemos un Picasso ‘todo a
cien’, un ramplón recurso de mercadotecnia para crear una geografía impostada a
escala del crucerista, ese maná sobrevenido a última hora a cuya medida se está
adaptando la ciudad, como en otros aspectos se hace con los desfiles
procesionales.
Bien
mirado es mejor que se identifique más a Málaga con Picasso que con la
farándula de la
operación Malaya, que es la que nos ha estado poniendo en el
mapa durante la última década. El problema es que estamos teniendo ración de
Picasso hasta en la sopa y, como la hipertrofia de una cosa acaba anulando el
valor de esa cosa, corremos el riesgo de neutralizar el intrínseco mensaje de
modernidad de uno de los mayores genios del siglo XX. No seremos más
cultos ni más modernos llenando la
ciudad de pasquines picassianos, ni poniendo el nombre del pintor a un
chiringuito, a una autoescuela o a una empresa constructora, ni siquiera
haciéndolo -a estas alturas- "hijo predilecto de la provincia", como
lo nombró la
Diputación Provincial el 3 de octubre del 2006, iniciativa
ésta que tiene el mismo alcance cultural que hacer hijo adoptivo a Beethoven o
nombrar a Sócrates miembro honorario de la Agrupación de Cofradías. Todo ello
lo que hace es utilizar a Picasso como coartada para cubrir nuestra obligada
cuota de tributo a la Cultura, no dejando que crezca la hierba bajo los pies de
su memoria y así no tener la necesidad de ser cultos por nosotros mismos. El
abuso de Picasso puede eclipsar la cultura malagueña de la misma forma que la
arquitectura de Atenas pueda estar eclipsada por el Partenón. Y su
instrumentalización pública está logrando momificar su significado encerrándolo
herméticamente en un sarcófago para que no se descomponga con la luz. Este Picasso
malagueño y casi cofrade puede ser un reclamo publicitario como la Sábana Santa de
Turín, tan eficaz turísticamente como fraudulento desde el punto de vista
histórico y cultural. Porque lo que nos interesa precisamente de Picasso no es
la mitificación de su icono sino la adopción como modelo de actitud ciudadana
de esa capacidad que el pintor tenía de reinventarse continuamente a sí mismo
absorbiendo como una esponja las mil culturas de la ribera mediterránea, todas
distintas y todas iguales en su raíz. Entonces sí sería lícito invocar a
Picasso, precisamente porque nos serviría para sobrevivir, en tanto que su
figura y su trayectoria fuera una metáfora de la ciudad a la que quisiéramos
pertenecer: libre, abierta, porosa, esponjosa y permeable, capaz de reinventarse
también a sí misma mediante la interacción de las influencias foráneas con los
valores surgidos de nuestra propia creatividad. Así era Picasso y así es como
debiera ser una verdadera ‘picassiana’. Resultaría, pues, dramáticamente
paradójico, que el papanatismo provinciano y el mercantilismo oficial hicieran
que el más caudaloso manantial de ideas de la historia de las artes plásticas
fuera un tapón que obstruyera la posibilidad de que aquí afloren, se reconozcan
y permanezcan nuevos valores del pensamiento, del arte y la cultura; dicho de
otra manera, sería dramáticamente paradójico que, en Málaga, la difusión del
mensaje picassiano exigiera la muerte freudiana del padre Picasso. Y si creen
que es demasiado exagerado y derrotista lo que digo, háganse ustedes mismos
esta pregunta: ¿de veras creen que si Picasso volviera a nacer en Málaga les
serían reconocidos aquí sus valores como para no tener que marcharse fuera?
Sinceramente creo que no, porque el problema real no es sobrevivir a Picasso,
sino sobrevivir a Málaga.
PUEDE ver aquí anteriores colaboraciones de Salvador Moreno Peralta:
- 19/10/11 Yemas del Tajo
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