OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía
09/04/18. Opinión. El coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía, Rafael Yus, hace una segunda entrega en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de su serie sobre los incendios forestales (parte 1 AQUÍ). El autor afirma que “a fuerza de acostumbrarnos a ese fenómeno estacional, tan intrínseco en nuestra geografía, como son los incendios forestales, hemos aceptado colectivamente la...
...gestión de estos eventos, con la secuencia ‘apagar’, ‘limpiar’ y ‘reforestar’”. Añade que “esta inercia explica que, tras un desastre de este tipo, que destruye el paisaje escenario de la vida de muchas personas, las poblaciones afectadas demanden a los políticos la restauración inmediata de dicho escenario, una especie de ‘borrón y cuenta nueva’”. Yus afirma que desde hace años “desde ámbitos científicos y técnicos, esta inercia de gestión post-incendio se viene criticando, por ser dañina para el restablecimiento de la biodiversidad de estos bosques y la propia regeneración de los mismos”. Por ello, en esta segunda parte cuestiona la secuencia citada que “que se viene aplicando, incluso desde los medios técnicos de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía”.
Los incendios forestales: nefasta gestión antes y después (II).
Sobre el “después”: operación limpieza del monte
SABEMOS que un incendio forestal es un desastre para los ecosistemas y la biodiversidad que se desarrollan en su contexto. Bien es cierto que el bosque tiene más capacidad de regeneración de la que pensamos, sólo que a un ritmo mucho más lento del que nuestra corta escala vital nos permite soportar. Además, está el problema de la aristocracia del árbol, esa adoración por este tipo biológico, seguramente heredado de los antiguos usos madereros de los bosques, sin caer en la cuenta de que la naturaleza forma bosques a un ritmo muy inferior al que desearíamos desde esa perspectiva utilitarista de los recursos forestales. Los bosques aparecen tras un largo proceso evolutivo de una formación vegetal, conocida como sucesión ecológica (Fig.1), que pasa por diferentes etapas, cada una caracterizada por tipos vegetales progresivamente más longevos y de mayor porte, desde las formaciones herbáceas (pastizales) a las arbustivas (matorrales) hasta alcanzar las arbóreas (bosques), proceso que obedece a las exigencias edáficas, pues cada tipo biológico es óptimo en una condiciones de desarrollo del suelo, de forma que las formaciones herbáceas preparan el suelo a las formaciones arbustivas y éstas a las arbóreas, las más exigentes de un buen desarrollo de suelo. De este modo, si se destruye un bosque por una tala agresiva o un incendio, se pone en marcha un nuevo proceso de sucesión ecológica, llamada por ello sucesión secundaria (Fig.2), con la recolonización del suelo desnudo, sólo que en esta ocasión es algo más rápido y diferente que en la sucesión primaria, por varias razones: en primer lugar ahora hay más suelo desarrollado, aunque parte de él se perderá inicialmente por la erosión, al no haber protección de la vegetación; por otra parte, el bosque está lleno de semillas, algunas de las cuales pueden germinar ahora con mayor facilidad, y, finalmente, muchos árboles, aparentemente perdidos, empezarán a brotar.
ESTOS conceptos ecológicos, tan familiares en la teoría del famoso investigador Clement, constituyen la fuente de inspiración de ese optimismo que subyace en todos los programas de restauración ecológica. Sin embargo, ¿es cierto que podemos restaurar un ecosistema destruido, tal como lo conocíamos antes? Todo parece indicar que no, pero se sigue manteniendo esta idea optimista de la restauración. Según Hilderbrand et al. (20015)1, esta visión simplista, lineal y determinista de los procesos de sucesión ecológica están alimentados por 5 mitos:
1. Que los ecosistemas se pueden copiar. Este argumento engancha con la idea de vegetación potencial como marco de referencia. Incluso hay quien define la restauración de ecosistemas como acelerar la sucesión. No obstante, esta visión lineal de la sucesión con un punto final conocido, se ha demostrado que es falsa, ya que un ecosistema puede tener muchos estados metaestables, incluso con las mismas especies. Por tanto, no tiene sentido plantear la restauración ecológica como “acelerar la sucesión” o “llegar a un punto final”. Además, un ecosistema degradado tiene nuevos condicionantes físico-químicos, tanto locales como regionales, e incluso globales. Por lo tanto, nunca podrá ser como antes, aparte de que ese “antes” seguramente no constituye el ecosistema original, sino una fase de su sucesión.
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