OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía
22/03/19. Opinión. El coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía, Rafael Yus, recoge en su nueva colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com la primera parte de una serie de artículos en los que reflexiona sobre “la dimensión psicosocial de la percepción del riesgo, para intentar comprender cómo un fenómeno, a todas luces catastrófico para la humanidad, como es el cambio...
...climático, apenas crea preocupación en la sociedad y, por lo tanto, tampoco al estamento político, que a fin de cuentas responde a las inquietudes sociales”.
Por qué no tememos al cambio climático (parte 1). Aproximación a la dimensión psicosocial frente al riesgo
COMO ecologistas nos ha llamado poderosamente la atención el reciente movimiento estudiantil, en muchos países del mundo, denominado ‘Friday for Future’, iniciado modestamente por la niña estudiante sueca Greta Thunberg, que el pasado mes de agosto decidió parar todos los viernes como protesta por la falta de ambición de su país ante el cambio climático. Un auténtico “zapatazo” en la mesa, como el famoso de Kruschev, para gritar: “¡ya está bien de tibiezas señores gobernantes, tomen de una vez las decisiones necesarias para no hipotecar nuestro futuro!”. Es sorprendente, muy sorprendente, y esto lo podemos decir también como educador, el apreciar este aparentemente súbito interés por el futuro en una juventud hasta ahora estigmatizada por su supuesto fervor al carpe diem.
EL asunto es todavía más inquietante si, tal como hemos demostrado los educadores, una cantidad nada despreciable de estudiantes albergan errores conceptuales importantes acerca de las causas y consecuencias del cambio climático. Y sin embargo, no han dudado en manifestarse. ¿Ha sido consecuencia de un proceso racional o, más bien, como resultado de una reacción emocional, una empatía o contagio psicosocial alimentado por las redes sociales? Pero el hecho está ahí, y, con independencia de nuestro total apoyo a esta masiva reivindicación estudiantil, es momento de reflexionar sobre ello (es lo mínimo que debemos hacer) y como modesta contribución, abordamos algunas cuestiones que nos ha sugerido este movimiento.
LOS intentos de lo que podríamos llamar grupo de expertos (científicos, políticos, ecologistas) para concienciar a la población sobre la importancia del cambio climático, y la necesidad de exigir a las administraciones, y a la propia sociedad, las medidas destinadas a mitigar sus efectos ambientales y sociales, no están produciendo los efectos deseables. Esa élite de científicos, expertos y gobernantes que son conscientes de la problemática, todavía no han logrado, de forma satisfactoria, que se acuerden medidas contundentes, favoreciendo la falta de credibilidad, el escepticismo y el negacionismo, mostrándose así un divorcio entre la sociedad y esta élite consciente. Aunque sin duda hay otros factores que influyen, especialmente esa pesada rémora de los sectores económicos vinculados al estado actual de las cosas y, por tanto, interesados en su perpetuación o la minimización de los efectos de las políticas de prevención, mitigación y adaptación frente al cambio climático, no hay la menor duda de que la población no está preparada actitudinalmente para afrontar esta crisis ambiental en la que ya estamos entrando.
UN problema colateral aparece en el seno del propio movimiento ecologista nacido a finales del siglo XX, ahora envejecido, al no lograr incorporar en dicho movimiento a las nuevas generaciones del actual siglo XXI, mientras que estas sí llegan a responder a través de otros canales alternativos, especialmente cuando la llamada ha venido de esas mismas nuevas generaciones (ahora estudiantiles), usando sus propios medios tecnológicos disponibles. No es la primera vez que las nuevas generaciones protagonizan un levantamiento propio, no tutelado, sobre algo tan difícil de utilizar convincentemente como la percepción de un riesgo futuro.
CON estas premisas, es evidente que hay que contemplar los aspectos psicosociológicos, emocionales de la población, y no tanto los aspectos objetivos y racionales, y tenemos que mejorar mucho la comunicación con la sociedad y saber aprovechar los medios de comunicación hoy día más efectivos. En el presente escrito iniciamos una pequeña serie de artículos en los que intentamos revisar la dimensión psicosocial de la percepción del riesgo, para intentar comprender cómo un fenómeno, a todas luces catastrófico para la humanidad, como es el cambio climático, apenas crea preocupación en la sociedad y, por lo tanto, tampoco al estamento político, que a fin de cuentas responde a las inquietudes sociales.
La dimensión psicológica
ACTUALMENTE nadie, mínimamente informado, desconoce la amenaza que supone el cambio climático. Desde finales del siglo XX la población ha estado sometida, a través de los medios de comunicación y los centros educativos, a un constante bombardeo de informaciones sobre las causas y consecuencias del efecto invernadero en el clima y, con ello, en los sistemas naturales y humanos. Es cierto que en muchos casos esta información ha sido mal asimilada, pues los análisis demuestran que la población sigue albergando concepciones erróneas sobre esta problemática. No es algo despreciable y puede llegar a ser determinante en las actitudes de esas personas frente a esta problemática, pero lo cierto es que esta información no está produciendo cambio en las actitudes y valores de la población, tanto si esta problemática se comprende correctamente o no. Como herencia de la Ilustración y el pensamiento cartesiano, seguimos pensando que una información, procesada racionalmente, necesariamente tiene que producir un cambio consecuente en las actitudes. Pero sabemos que esto no sucede así. Por ejemplo, todo el mundo, incluidos los mismos expertos, conocedores de que una de las fuentes del CO2 , causante del efecto invernadero y por tanto del cambio climático, no nos hemos desprendido aún del hábito de usar medios de transporte individuales y sustituirlo por los medios de transporte colectivo. Nos dejamos llevar por la inercia de unos modos y unas costumbres que, al ser asumidas por todos los que nos rodean, acaban arrastrándonos como a uno más, pero en nuestro caso con el agravante de que pertenecemos a esa “élite” de expertos que conocen con mayor detalle los entresijos de este desastre anunciado. ¿Por qué el pronóstico del cambio climático no afecta a nuestros comportamientos? ¿Por qué, sobre esta cuestión, y otras de tipo ambiental, que nos afecta y afectará en nuestra propia vida, nos comportamos como “víctimas y verdugos”? E incluso restringiendo, de forma egoísta, los efectos sobre nosotros mismos o nuestros seres más queridos, ¿por qué actuamos como verdugos no sólo de nosotros mismos, sino también de nuestros propios descendientes, hijos o nietos?
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