OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía


09/05/19. 
Opinión. El coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA), Rafael Yus, recoge en su nueva colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com la cuarta parte de una serie de artículos en los que reflexiona sobre “la dimensión psicosocial de la percepción del riesgo, para intentar comprender cómo un fenómeno, a todas luces catastrófico para la humanidad...

...como es el cambio climático, apenas crea preocupación en la sociedad y, por lo tanto, tampoco al estamento político, que a fin de cuentas responde a las inquietudes sociales”. Yus explica que “la adaptación será necesaria para afrontar, con el mínimo de vulnerabilidad, los impactos del cambio climático en los sistemas humanos y naturales. Pero, lamentablemente, en artículos anteriores hacíamos notar la diversidad de actitudes existentes en la población, buena parte de las cuales tienden a ignorar la catástrofe ambiental anunciada, mediante diversos mecanismos de autoengaño, de forma similar a la ‘estrategia del avestruz’: no mirar al peligro y de ese modo lograr no preocuparse por él, comportándose como ‘víctimas y verdugos’. Se trata de un problema psicosocial preocupante, pues ya es urgente la puesta en marcha de medidas de adaptación y esto requerirá afrontar con seriedad este problema. Para ello, es imperioso saber qué condicionantes están detrás del éxito o fracaso en la adaptación y una manera de indagar en este problema es a través de un modelo  sociocognitivo, como el propuesto (1) por Grothmann & Patt (2005)”.

Por qué no tememos al cambio climático (parte 4). Modelos sociocognitivos para la adaptación al cambio climático

ANTE la crisis ambiental global en la que ya hemos entrado, producida por el cambio climático (CC), por el calentamiento que ha provocado el efecto invernadero por los gases de las combustiones emitidos durante la era industrial, en la literatura sobre la gestión de esta calamidad se han venido barajando dos grandes tipos de estrategias. Por un lado las de mitigación, destinadas a eliminar o, al menos reducir, las emisiones de gases de efecto invernadero (que representan el 80% de las causas). Y más adelante, las de adaptación, que constituyen un conjunto de cambios en los procesos, prácticas y estructuras de los sistemas naturales y sociales destinados a reducir la vulnerabilidad de las personas y los bienes, ante las consecuencias previsibles del CC. Es decir, se trata de paliar tanto las causas como la vulnerabilidad de las consecuencias. Por ejemplo:


DE estas dos estrategias, hemos centrado la atención, en esta serie de artículos, en la adaptación al CC, ya que parece que la mitigación por sí sola no puede prevenir los efectos de un cambio climático en las próximas décadas y siglos (en el mejor de los casos sólo podrá amortiguarlo). Por lo tanto, la adaptación será necesaria para afrontar, con el mínimo de vulnerabilidad, los impactos del cambio climático en los sistemas humanos y naturales. Pero, lamentablemente, en artículos anteriores hacíamos notar la diversidad de actitudes existentes en la población, buena parte de las cuales tienden a ignorar la catástrofe ambiental anunciada, mediante diversos mecanismos de autoengaño, de forma similar a la “estrategia del avestruz”: no mirar al peligro y de ese modo lograr no preocuparse por él, comportándose como “víctimas y verdugos”. Se trata de un problema psicosocial preocupante, pues ya es urgente la puesta en marcha de medidas de adaptación y esto requerirá afrontar con seriedad este problema. Para ello, es imperioso saber qué condicionantes están detrás del éxito o fracaso en la adaptación y una manera de indagar en este problema es a través de un modelo  sociocognitivo, como el propuesto (1) por Grothmann & Patt (2005).


EN efecto, para responder a la pregunta de por qué algunas personas muestran un comportamiento adaptativo, mientras que otras no lo hacen, tiene sentido construir una teoría de la adaptación y de la capacidad de adaptación basada en nuestra comprensión del proceso de toma de decisiones. Dos perspectivas disciplinarias ofrecen una orientación para una perspectiva cognitiva sobre la adaptación y la capacidad adaptativa: la psicología y la economía conductual.

Modelo sociocognitivo para la adaptación al cambio climático (CC)

PARA explicar por qué algunas personas muestran un comportamiento protector mientras que otras no, Grothmann & Patt (2005) desarrollaron un modelo de proceso de adaptación y capacidad de adaptación basado principalmente en la Teoría de la motivación de protección (PMT) de (2) Rogers & Prentice.(1997), elaborada inicialmente en el contexto de amenazas para la salud, pero con una amplia aplicabilidad, incluso a riesgos naturales y tecnológicos, siendo aplicada por primera vez al clima por los mencionados autores. El modelo diferencia dos grandes procesos de percepción: a) La evaluación de amenazas (también conocida como percepción de riesgo), según la cual una persona evalúa la probabilidad de una amenaza  y el daño potencial a cosas que él o ella valora, pero sin cambiar su propio comportamiento, y b) La valoración de afrontamiento (también llamada capacidad de adaptación percibida), por la que una persona evalúa su capacidad para afrontar y evitar ser perjudicada por una amenaza, junto con los costos de tomar dicha acción.


LA figura 2 muestra un diagrama del modelo desarrollado por los autores para el contexto de adaptación privada proactiva al cambio climático, que contempla dos tipos de procesos:

A. Evaluación del riesgo (también llamado percepción del riesgo) se distinguen dos subcomponentes: a) la probabilidad percibida, que es la expectativa de la persona de estar expuesta a la amenaza (para usar un ejemplo de peligro natural, que una inundación llega a la casa donde vive una persona) y b) la severidad percibida, que es la valoración de la persona de lo dañinas que serían las consecuencias de esa amenaza para las cosas que él o ella valora, si la amenaza realmente ocurriera (por ejemplo, el juicio de que una inundación en el área dañaría cosas valiosas, tal como casa o propiedades).

LA percepción del riesgo está condicionada por aspectos como la evaluación de la experiencia de amenaza (que influye positivamente), la confianza en la adaptación pública (que lo hace negativamente por delegar su responsabilidad en otros) y los llamados sesgos cognitivos y heurísticas del juicio, que a menudo están tras la falta de percepción del riesgo. Por ejemplo, la mayoría de las personas estiman la probabilidad de un evento con la heurística de disponibilidad: buscando en sus recuerdos vÍvidos ejemplos de tal evento ocurriendo. Esto, entonces, puede llevar a varios sesgos, como considerar que los eventos que han ocurrido más recientemente son más probables que vuelvan a suceder; o que los eventos que crean una memoria más vívida, como un accidente aéreo, frente a un accidente automovilístico, a menudo se juzgan como más probables. Otro sesgo cognitivo es la tendencia de las personas a subestimar las grandes probabilidades y sobreestimar las pequeñas.

B. La valoración de afrontamiento (también conocida como capacidad adaptativa percibida), por el contrario, se da después de la percepción de procesos de riesgo y solo se inicia si se pasa un umbral específico de evaluación de amenazas. Debe existir un nivel mínimo de amenaza o preocupación antes de que las personas comiencen a contemplar los beneficios de posibles acciones y sopesar su competencia para realizarlas realmente.

LA valoración del afrontamiento tiene tres subcomponentes: a) la eficacia de adaptación percibida, es decir, la creencia de que las acciones o respuestas de protección son eficaces en la protección a sí mismo o a otros de ser perjudicados por la amenaza (por ejemplo, la decisión de trasladar los dispositivos eléctricos en los pisos superiores, ante el riesgo de una inundación). B) la autoeficacia percibida o capacidad percibida de la persona para realizar o llevar a cabo estas respuestas adaptativas (por ejemplo, una persona con pocas habilidades técnicas podría percibir que los dispositivos eléctricos son complicados de trasladar); y c) los costes de adaptación percibidos, los supuestos costes de llevar a cabo la respuesta preventiva. Es decir, cualquier coste (por ejemplo, monetario, personal, tiempo, esfuerzo) asociado con tomar la respuesta adaptativa que reduce el riesgo. A pesar de que los costes de adaptación y la autoeficacia están relacionados, (si una persona encuentra que una respuesta de adaptación es “difícil”, ¿es debido a la pequeña autoeficacia o a los altos costos de respuesta?) es útil diferenciarlos  conceptualmente. La autoeficacia percibida se refiere a las creencias acerca de la capacidad de uno y las facilidades para una acción (por ejemplo, “como inquilino no se me permite trasladar los dispositivos eléctricos a los pisos superiores de la casa”), que puede ser independiente de los costes de adaptación percibidos (por ejemplo, “como electricista no sería costoso para mí hacerlo”). Pero los factores involucrados en la evaluación de amenazas y en la evaluación de afrontamiento tienen una gran riqueza de significados que pueden ser conceptualizados de diversas maneras.

PUEDE seguir leyendo el artículo completo AQUÍ.

NOTA (1): Grothmann, T. & A. Patt (2005), Adaptative capacity and human cognition. Open Meeting of the Global Environtemental Change Research Community, Montreal, Canadá 16-18 october, 2003, 19 pp.

NOTA (2): Rogers, R.W. & Prentice-Dunn, S. (1997). Protection motivation theory (in: D.S. Gochman (Ed.), Handbook of health behaviour research I: Personal and social determinants, p.113-132), Plenum, New York.

PUEDE leer aquí anteriores artículos de Rafael Yus:
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- 03/05/19 Por qué no tememos al cambio climático (parte 3). Las actitudes ante lo que es un problema de la humanidad
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