OPINIÓN. El buen ciudadano. Por Rafael Yus Ramos
Coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía21/05/19. Opinión. El coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA), Rafael Yus, recoge en su nueva colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com la quinta y última parte de una serie de artículos en los que reflexiona sobre “la dimensión psicosocial de la percepción del riesgo, para intentar comprender cómo un fenómeno, a todas luces catastrófico para la humanidad...
...como es el cambio climático, apenas crea preocupación en la sociedad y, por lo tanto, tampoco al estamento político, que a fin de cuentas responde a las inquietudes sociales”. Yus explica que “se ha mostrado que la información pretendidamente concienciadora sobre el cambio climático (utilizando contenidos o descripciones alarmantes), en muchas ocasiones produce un efecto de saturación que se traduce en un rechazo de la información misma (y de sus fuentes) provocando una tendencia a rechazar asumir una gran carga de responsabilidad de los hechos presentados y, consecuentemente, a desconectarse de la información emitida, al aparecer sentimientos de indefensión y el consecuente juicio de ineficacia de cualquier acción personal ante la gravedad y globalidad del problema del cambio climático”.
Por qué no tememos al cambio climático (y parte 5). Cómo superar las limitaciones de la información
ESTA pequeña serie de artículos partía del planteamiento de lo que consideramos como el principal problema para la lucha contra el cambio climático: la aparente indolencia con que la población recibe la información experta sobre los pronósticos (y hechos) sobre las causas y consecuencias del cambio climático en el que ya estamos sumergidos. En un artículo anterior mostrábamos que esta indolencia es conocida como paradoja psicológica, un conjunto de sesgos y resistencias psicológicas que genera gran parte de la población en torno al cambio climático. Las causas de ello pueden ser diversas, pero una de ellas puede estar en la misma información sobre el cambio climático. En este artículo reflexionamos sobre este aspecto, siguiendo el planteamiento de (1) Huertas y Corraliza (2016).
Información y cambio de comportamiento
LA investigación sobre este problema se ha extendido. Y, de hecho, en los últimos años, se han realizado estudios empíricos, cualitativos y cuantitativos, en contextos muy variados. Ello ha permitido identificar un conjunto de efectos que explican la resistencia de la población a los mensajes dirigidos a concienciar sobre las estrategias para hacer frente al cambio climático. Los sesgos y barreras detectados tienen en común el fracaso de los modelos basados en la concepción racional del comportamiento humano (Fig.1). Desde esta perspectiva, basada en los modelos de acción razonada y en la teoría de la acción planificada, se supone que el cambio de comportamiento (en este caso en la dirección de una acción proambiental) está en función de tres tipos de variables:
A) Las actitudes ante el cambio climático (por ejemplo, las creencias sobre la gravedad del cambio climático, las consecuencias del cambio climático y la importancia atribuida a esas consecuencias).
B) Las normas sociales que inciden en las acciones relacionadas con el cambio climático (por ejemplo, las creencias sobre lo que los otros esperan de uno o la importancia que se da a las opiniones de los otros).
C) El nivel de control conductual percibido. Dicho de otra forma, el grado en que una persona cree que el esfuerzo de cambio de la propia conducta tendrá un efecto positivo y notable en el cambio climático.
SEGÚN esta teoría, hay una estrecha relación entre los niveles de información de una persona, sus actitudes y sus intenciones de acción. Implícita o explícitamente estas formulaciones han sido tenidas en cuenta a la hora de definir estrategias de cambios de comportamiento solo a partir de la información. La Fig.2 describe las asunciones implícitas de la mayor parte de las estrategias que pretenden cambiar el comportamiento de las personas en relación con comportamientos proambientales.
COMO puede verse en esta figura, se supone que la clave para promover la concienciación y la sensibilización sobre el cambio climático depende de los contenidos y niveles de información disponibles para la personas que, a su vez, se asienta sobre la difusión de esta información a través de estrategias de comunicación que tendrán como efecto la educación (adquisición de habilidades y motivación suficiente para el cambio de comportamiento) y determinará la gestión (es decir, la adopción de iniciativas). El efecto de estas acciones de información, comunicación, educación y gestión aumentará la concienciación y sensibilización de la población que, de acuerdo con las predicciones, produciría cambios en los patrones de la acción proambiental relacionada con el cambio climático.
HAY muchos ejemplos de programas y recursos comunicativos diseñados para promover un mayor consenso social y una mayor implicación social en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, la realidad demuestra que no es así. Por ejemplo, tras la enorme difusión que tuvo el documental Una verdad incómoda en 2006 se logró un impacto notablemente reducido en los cambios de comportamientos y la adopción de estilos de vida consecuentes con la información transmitida.
LUEGO es evidente que esa relación entre información y actitudes proactivas no es tan lineal. Se demuestra que hay resistencias y las barreras en la percepción del cambio climático, responsables de que aunque tales medidas tengan el efecto de un óptimo nivel de sensibilización y concienciación de la población general, no siempre producen un consecuente cambio de actitudes, de comportamientos y de estilos de vida. Se tiene bien constatado que impactos mediáticos fuertes y de gran alcance tienen, decepcionantemente, un efecto reducido a la hora de promover cambios en relación con las decisiones que las personas toman en su vida cotidiana y su prevalencia en una población puede verse afectada por otros hechos. Incluso, de manera paradójica, se puede observar que en lugar de ir aumentando con el tiempo el grado de sensibilización, se produce una disminución. Por ejemplo un sondeo sobre la evolución de la sensibilización, realizado en España entre 2008 y 2012, muestra que mientras que en el 2008, un 14,8% de la población considera el cambio climático como el problema mundial más preocupante, este porcentaje se ve reducido al 6% en el 2010 , y aún menos, el 3,5%, en el 2012 Y esto ocurre en una población como la española en la que el porcentaje de “negacionistas” es cuantitativamente irrelevante situándose en el año 2012 en torno al 5%.
PERO, como sucede a menudo en la ciencia, los partidarios de la teoría que relaciona información con actitud proactiva, se resisten a cuestionarla, de forma que sus fracasos son atribuidos únicamente a alguna deficiencia en la información, tanto en la cantidad como en la calidad de esa información. En unos casos, se considera que la información no ha sido suficientemente dosificada, lo que se ha llamado modelo de “déficit de información”, según el cual la información sobre esta problemática no forma parte del cuerpo de contenidos de los medios de comunicación, o tiene una presencia ínfima, calculada en el 0,19% de la parrilla informativa, a pesar de que se reconoce que la problemática es lo suficientemente grave como para que ocupe un lugar más amplio y constante.
OTRAS investigaciones se centraron más en la “calidad” de la información que en la “cantidad”, variando el modelo anterior por otro que podríamos denominar modelo de “mala información”. En efecto, se detecta que en la información se transmiten a menudo ideas confusas o erróneas sobre el cambio climático en los medios de información, o bien centrando los contenidos en los aspectos más espectaculares del mensaje y no al contenido del mensaje mismo. Igualmente, se registran contenidos marcados por la estridencia mediática cuando se presentan argumentos relacionados con las posiciones “negacionistas” del cambio climático, primando más el hecho de la controversia en sí que el rigor de los argumentos en los que se basa. A todo ello se añade la falta de información sobre estrategias y recursos para adoptar comportamientos y acciones para reducir la “huella” ecológica personal, dejando el terreno abonado para que la población acepte que esta cuestión sólo puede resolverse con grandes decisiones centralizadas, a cargo de organismos estatales e internacionales, no revelando la más discretas pero más importantes decisiones sobre el comportamiento personal para mitigar o adaptarse al cambio climático. Según parece éste es el problema, pues se ha constatado que no es tanto el déficit de información en sí, como el tipo de información que habitualmente se maneja.
EN relación a la calidad de la información, un elemento clave es el efecto de la información tremendista. La información puede pecar tanto de excesivamente bondadosa o mojigata, como de fuertemente apocalíptica. Se podría pensar que la información cruda y tremendista tendría más posibilidades de producir sensibilización, pero no es así, pues se tiene constatado que el uso y abuso de este tipo de información “amenazante” tiene efectos psicológicos contradictorios. Por un lado, es obvio que capta la atención de los receptores del mensaje y, además, resulta honesto e imprescindible difundir estos contenidos. Pero, por otro lado, debe tenerse en cuenta que el uso y abuso de la información sobre los riesgos y amenazas derivados de las alteraciones climáticas no necesariamente conduce a cambios coherentes de conducta ni a promover ineludiblemente un mayor nivel de compromiso con las estrategias y políticas proambientales. Se ha mostrado que la información pretendidamente concienciadora (utilizando contenidos o descripciones alarmantes), en muchas ocasiones produce un efecto de saturación que se traduce en un rechazo de la información misma (y de sus fuentes) provocando una tendencia a rechazar asumir una gran carga de responsabilidad de los hechos presentados y, consecuentemente, a desconectarse de la información emitida, al aparecer sentimientos de indefensión y el consecuente juicio de ineficacia de cualquier acción personal ante la gravedad y globalidad del problema del cambio climático.
PUEDE seguir leyendo el artículo completo AQUÍ.
NOTA (1): Huertas, C. & J.A. Corraliza (2016). Resistencias psicológicas en la percepción del cambio climático. Papeles de Relaciones Sociales y Cambio global, 136: 107-119.
PUEDE leer aquí anteriores artículos de Rafael Yus:
- 09/05/19 Por qué no tememos al cambio climático (parte 4). Modelos sociocognitivos para la adaptación al cambio climático
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