Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
10/12/10. Opinión. La huelga sorpresa que los controladores aéreos han desarrollado los días 4 y 5 de este mes y la consiguiente toma de posiciones de mando del Ejército contiene, a juicio del colaborador de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com Carlos Taibo...
OPINIÓN. Colaboración. Por Carlos
Taibo
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma
de Madrid (UAM)
10/12/10. Opinión. La huelga sorpresa que los controladores aéreos han
desarrollado los días 4 y 5 de este mes y la consiguiente toma de posiciones de
mando del Ejército contiene, a juicio del colaborador de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com Carlos
Taibo, un mensaje claro dirigido a los trabajadores: “Si no aceptan, sin pestañear,
las normas que el capital dicta y que nuestros gobernantes se encargan
sumisamente de aplicar, ya saben a qué se exponen”.
Estado de alarma
LA huelga que los controladores aéreos
han desarrollado los días 4 y 5 de este mes tiene varias dimensiones
diferentes. La primera nace de la condición, singularísima, del colectivo
profesional afectado. Sus altos salarios predisponen a un rápido juicio descalificatorio
que pasa por alto -parece- circunstancias interesantes. No sólo eso: facilita
el asentamiento de una posición muy extendida, casi universal, en nuestros
medios de incomunicación. Si uno tiende a simpatizar espontáneamente con un trabajador
en huelga, nuestros medios -no hace falta señalar a qué intereses responden-
asumen literalmente el camino contrario. Tal vez por ello sólo se avienen a
recoger opiniones de ciudadanos indignados que prescinden de cualquier
consideración de las razones que han podido conducir a los trabajadores -sean
quienes sean éstos- a asumir una medida delicada.
TENGO grabada en la retina la dura declaración formulada, ante las pantallas de
televisión, por una señora airada: si alguien falta al trabajo -dice- debe
ponérsele de patitas a la calle. La señora en cuestión no forma parte, con
certeza, de un grupo parafascista. A buen seguro que se trata, antes bien, de
una modesta y desideologizada celadora o de una cajera de un centro comercial.
Aunque uno puede entender su ira momentánea, hay que preguntarse cómo
reaccionaría esa misma persona en caso de que se le anunciase repentinamente
que su jornada laboral ha sido objeto de una sensible ampliación al tiempo que
su salario se ha visto reducido. ¿No sopesaría seriamente la posibilidad de
asumir entonces, como respuesta, una huelga ‘salvaje’? Pues eso es lo que, al parecer,
ocurrió el viernes 4 con los controladores aéreos.
MAYOR relieve tiene, con todo, otra dimensión, que nos obliga
a preguntarnos por el sentido de fondo de un sistema que permite que los dirigentes
políticos, haciendo uso -nadie lo duda, y esto es por sí solo suficientemente
grave- de sus prerrogativas, cancelen de forma unilateral las normas laborales
previamente pactadas. Como quiera que el caso de los controladores es muy
sensible -y sirve para que José Blanco haga uso de la más fácil demagogia
social, autoconvirtiéndose, caramba, en defensor de los desvalidos el mismo día
en que el Gobierno español retiraba ayudas básicas a los desempleados-, mejor
será que recordemos lo ocurrido en el metro madrileño el pasado verano. También
aquí las autoridades -en este caso las de la Comunidad de Madrid-
decidieron unilateralmente tirar por la borda lo estipulado en un convenio
colectivo. ¿Es razonable describir como salvaje la huelga que siguió y no echar
mano del mismo adjetivo para dar cuenta de la conducta de quienes, con el
marchamo de sus democráticos títulos, deciden saltarse a la torera, de forma
interesada, las normas previamente acordadas?
HAY, claro, una dimensión más, muy delicada, en lo ocurrido los últimos días.
La militarización de un servicio, la declaración de un estado de alarma y la
posibilidad cierta de aplicar a los trabajadores draconianas leyes militares
bien pueden configurar un adecuado banco de pruebas para lo que se avecina. Y
ojo que no estoy pensando ahora en los controladores, en los que se reúnen -es
cierto- circunstancias muy singulares. Hablo del común de los trabajadores,
víctimas de agresiones sin cuento que afectan, ya, a sus derechos laborales y
sociales más elementales. El mensaje no puede ser más claro: si no aceptan, sin
pestañear, las normas que el capital dicta y que nuestros gobernantes se
encargan sumisamente de aplicar, ya saben a qué se exponen. Mucho me temo, en
otras palabras, que lo ocurrido estos días bien puede reaparecer, bendecido por
el aplauso de una ciudadanía cada vez más atontada, en los sectores económicos
más dispares. Y esto sí que remite a una situación alarmante de la mano de una
suerte de estado de excepción permanente, con los ministerios de Interior y de
Defensa supuestamente peleando por los derechos de los desvalidos.
COMO no hay mal que por bien no venga, lo suyo es que recuerde, en fin, que el fin de semana sin aviones -y sin la contaminación y la dilapidación de recursos consiguiente- que hemos dejado atrás bien puede ser un anticipo de lo que, las cosas como van, y por inexcusables razones medioambientales, nos veremos en la obligación de hacer en los años venideros. Aunque no fuera ésa, claro, la intención de los controladores.
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