OPINIÓN. Pasados presentes. Por Fernando Wulff Alonso
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga

fernando_wulff.jpg13/04/11. Opinión. Los avances que se han producido en las últimas décadas en el derecho de las mujeres a la igualdad es el punto de partida de esta colaboración de Fernando Wulff en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.como en la que analiza “el papel que se han otorgado esas Sociedades...

OPINIÓN. Pasados presentes. Por Fernando Wulff Alonso
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga

fernando_wulff.jpg13/04/11. Opinión. Los avances que se han producido en las últimas décadas en el derecho de las mujeres a la igualdad es el punto de partida de esta colaboración de Fernando Wulff en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.como en la que analiza “el papel que se han otorgado esas Sociedades Limitadas para la Explotación de lo Público que son los partidos políticos” en esta materia. A su juicio, “ni ellos ni ellas ven más que a través de las perspectivas y los intereses de sus organizaciones, o de las facciones, coyunturales o no, en las que se dividen, incluyendo los intereses de generar puestos donde colocar, siempre con fondos públicos, a la cantidad mayor posible de sus miembros. Donde antes hubo militantes feministas, mujeres que arriesgaban por el cambio, ahora están ellas”.

Optimismo, silencio, políticas y mujeres: treinta años después

UNA pregunta muy razonable sería la de si el siglo XX y la década que ya llevamos vivida del XXI permiten o no mirar con optimismo los caminos que ha transitado y transita esta curiosa especie a la que pertenecemos.

SI tuviera que buscar un elemento para el optimismo que brillara con luz propia, indudable, límpido, no tendría la menor duda: ese particular campo de los derechos humanos que es el derecho de las mujeres a la igualdad. En ninguna cultura y en ninguna fase del mundo ha habido un vuelco tan excepcional en esta dirección como el que se ha vivido en los últimos, digamos, treinta o cuarenta años. Podemos estar lejos de que el proceso sea universal, pero hay zonas enteras del planeta, y sin duda en todo el mundo europeo o de raíz europea, en las que se ha producido una ruptura radical con el pasado.

PARA mí, como para muchos hombres de mi generación, ha sido más que eso. Lo hemos vivido como un motivo de satisfacción en general, pero también en concreto. El rol masculino tradicional era y es tiránico, estúpido, empobrecedor. La suposición de que todo esto es asunto exclusivo de mujeres nace de varios errores en serie, una parte de ellos mantenido por razones puramente reactivas, por ignorancia o por oportunismo.

EL núcleo central del juego es una idea que, bien entendida, resulta de una radicalidad indudable: la base biológica que nos hace machos o hembras es una cosa, lo que construyen las sociedades a su alrededor es otra: se nos ha dividido tradicionalmente en dos géneros a los que se les asignaba roles, funciones sociales, profesiones, ocupaciones, perspectivas de vida y hasta (siempre en teoría) comportamientos y modelos psicológicos distintos. Y se ha hecho bajo la sombra de la dominación, de la superioridad y de la discriminación. igualdad_hombre_mujer

VENGO de una generación que ha protagonizado el cambio y en la que muchos hombres hemos contribuido, en la práctica, y algunos con el delicado instrumento de la escritura, a ello porque no queríamos ni enfrente ni dentro de nosotros a los personajes de esa ridícula obra que se hacía representar y que tanto oscilaba entre la tragedia y la comedia. Lo que hace esto tan rico es, por supuesto, que abre el camino a formas nuevas de vivir y de sentir y a que los seres humanos, individual y colectivamente, podamos redefinir el género, y las orientaciones sexuales, de una manera más libre, más creativa, con más posibilidades de enriquecernos y no de empobrecernos detrás de las mascaradas y de las dominaciones.

LO adicionalmente sorprendente del caso, además, es la rapidez de todo esto. Conviene recordar que cuando se despliega, con todo un nuevo bagaje teórico detrás, el movimiento feminista en los años setenta, todavía resultaba chocante la pretensión de la igualdad total -y en absoluto no sólo en España-, que las mujeres maltratadas tenían más miedo a denunciar su situación en las comisarías que a sus propios maridos, o que pocos años antes las mujeres en España no podían conseguir el pasaporte (e incluso cobrar sus nóminas) sin su permiso. Nos podemos preguntar si el movimiento feminista -al menos en el sentido cuantitativo en que lo fue durante un tiempo- murió con su éxito, pero no podemos poner en duda este éxito.

Y eso dice mucho de buena cantidad de mujeres que se dejaron la piel en el empeño, pero también de la capacidad de absorción de la sociedad que lo protagoniza. Permite ni más ni menos que tener esperanzas.

ES precisamente lo delicado, precioso, abierto y excepcional de este proceso de nuestra especie lo que debería activar permanentemente nuestras alertas y la capacidad de crítica, la reflexión medida, el análisis.

ES, por ello, curioso que una de las dos sombras más negras que caen sobre un espacio como éste, un espacio que es por definición el de la búsqueda y del diálogo, sea el de la censura, el de ese nuevo “qué dirán” de lo políticamente correcto, el temor a las acusaciones de no estar al día, de no defender los derechos de las mujeres o de mantener posiciones conservadoras. Esto, además, tiene un agravante: de este temor (y estas acusaciones) no se libran tampoco las muchas mujeres que pueden manifestar su desacuerdo con cualquier medida, por muy absurda o contraproducente que pueda ser, de las que pergeñan quienes, de nuevo, se arrogan la representación de las mujeres.

Y aquí radica, claro, el segundo problema, que no se reduce a esto, sino que precisamente lo desborda: el problema de los y las representantes. No cabe la menor duda de que si estamos embarcados en un cambio tan amplio, tan rico, tan multifacético, es necesario que quienes formamos parte de sociedades en las que todo esto está tan presente, nos dotemos de leyes y de normas para irlo haciendo posible. Pero, tal como están montadas las cosas -nótese el nada casual uso de la palabra “montadas”- todo cambio tiene que pasar por el papel que se han otorgado esas Sociedades Limitadas para la Explotación de lo Público que son los partidos políticos.

INDEPENDIENTEMENTE de la posible existencia de personas íntegras en su interior, hablamos de Sociedades auto-referenciadas que, sin necesidad de entrar siquiera en sus reales o potenciales vinculaciones con el delito, el soborno, la malversación o el abuso punible de poder, se caracterizan por la escasez de ideas e ideales, por ser espacios donde las promociones o nombramientos se producen por cooptación e intriga, que ofrecen un cauce óptimo para gentes de todo tipo, en particular pasilleros, una parte de cuyos miembros nunca se habían ganado antes la vida honradamente, y otra parte de los cuales temen volver a hacerlo y la pérdida de sus prebendas, gentes colectivamente empeñadas en que los ciudadanos no podamos fiscalizar su trabajo, sus sueldos o su uso de las tarjetas de crédito a nuestra costa, todos de acuerdo en dejarnos inermes ante esa administración que degeneran día a día impidiendo o dificultando recursos y quejas, generadores o mantenedores de instituciones innecesarias (Diputaciones, Senados…), y sumergidos en permanentes peleas por el poder y los puestos internos que les sirvan de trampolín para su tarea esencial de Explotación de lo Público. Y eso sin entrar en otros temas, como su auténtica obsesión porque los sistemas electorales no sean equitativos y porque les sigamos financiando como si fueran de interés general esas peculiares Sociedades que montan precisamente para explotar lo público.

LA suposición de que puedan ser ajenas a esta creciente degeneración de la política y de los partidos políticos las mujeres miembros de estas Sociedades es, por lo menos, curiosa. La de igualdad_hombre_mujer1que las medidas tomadas y las políticas concretas que lleven adelante en este campo tengan que ser necesariamente positivas o desprejuiciadas es ridícula. En primer lugar, porque son temas delicados en contextos cambiantes, además de en experimentación permanente, y en tales contextos es fácil equivocarse, y más por acción que por omisión. En segundo lugar, porque ellas y ellos son quienes son, vienen de donde vienen y, en consecuencia, ven lo que les permite ver su participación en esas Sociedades que son doblemente opacas: ni nosotros sabemos de verdad qué ocurre en su interior, ni ellos ni ellas ven más que a través de las perspectivas y los intereses de sus organizaciones, o de las facciones, coyunturales o no, en las que se dividen, incluyendo los intereses de generar puestos donde colocar, siempre con fondos públicos, a la cantidad mayor posible de sus miembros.

DONDE antes hubo militantes feministas, mujeres que arriesgaban por el cambio, ahora están ellas. Y está también lo que conlleva que pretendan arrogarse la representación de todo lo que fue y de lo que podría ser.

EL peligro principal que supone no discutir libremente los problemas delicados, y más aquéllos que por naturaleza implican la búsqueda, la participación, la complicidad, es, claro está, la pérdida de riqueza, de perspectiva, e incluso lo contraproducente que pueda resultar. La mezcla de silencio y prepotencia, la censura implícita o explícita, consciente e inconsciente, mata.

A veces mata literalmente: permítaseme un ejemplo ¿Está justificado, en nombre de los derechos de la mujer, que pueda ser bombero alguien que no es capaz de llevar el cuerpo de una persona de, digamos, 70 kilos de peso por una escalera de rescate, empinada y en medio del fuego? Y, por supuesto, hago la pregunta dando por hecho que yo mismo, ni ahora ni hace treinta años, me podría siquiera plantear algo así sin que me entren sudores fríos.

¿VA contra los derechos de la mujer plantear que cualquiera, hombre o mujer, tenga que ser capaz de hacerlo para poder plantearse ser bombero? Una decisión que ponga el nivel por debajo de esto, aparte de poner en peligro vidas humanas, ¿ayuda a la comprensión general de los problemas derivados de la desigualdad de género? ¿Suma partidarios o suma enemigos a la causa de la igualdad?

Y esta misma reflexión puede aplicarse a temas aparentemente menos dramáticos, pero que representan orientaciones enteras en el seno de las actuaciones oficiales que se llevan adelante en este campo.

POR ejemplo, muchos andaluces de ambos sexos, y de todos los géneros y orientaciones sexuales posibles, se preguntan por qué extraño sino en el ranking de las “políticas lingüísticas dirigidas a la igualdad de género” (creo que se dice aproximadamente así en la jerga correspondiente) está continuamente presente la Junta de Andalucía.

HABLAMOS de textos sencillamente irrisorios, de medidas, con multa incluida, que se basan en argumentos lingüísticos que son del todo discutibles y que desbordan el ridículo.

LA pregunta es quién y por qué tiene el derecho de dilapidar el tesoro de tantos años de avances para brillar en la insensatez, desprestigiar lo conseguido y hacer de lo que un día fue una llamada de libertad un foco de represión y de dogmatismo barato, de dar armas a quienes aprovechan todo esto para poner en duda todo lo conseguido.

¿SERÍA lógico pensar, en este sentido, que los lugares donde la política ha llegado a los niveles más degradados, lugares como Andalucía donde la hegemonía durante décadas de una Sociedad Limitada de Explotación de lo Público concreta -que, además, tiene que hacer un continuo y poco fructuoso esfuerzo por definirse como “progresista”- ha llevado las cosas hasta un extremo casi inimitable de degradación, sean los óptimos para poder permitirse todo esto?

EL que, ya en el ámbito español, políticas profesionales, formadas y promocionadas en la misma Sociedad, se hayan distinguido, para mal, en comportamientos, frases y salidas de tono referidos también a este ámbito podría reforzar esta idea. ¿Es extraño que sea precisamente a ellas y a ellos, miembras y miembros, a quienes les corresponda el triste papel de dilapidar lo que con tanto esfuerzo se ha ido acumulando o es perfectamente comprensible?

Y cabe preguntarse también si la insensatez, como tantas otras veces, ronda o no el crimen cuando, en medio de una situación económicamente crítica, faltando recursos para cuidar a las mujeres maltratadas, hay fondos disponibles para tales minucias  mientras se desvía la atención (y los fondos) de donde están los verdaderos problemas.

AFORTUNADAMENTE, el cambio sigue su curso. Y se aprende de él en donde se debe aprender, en la calle, en las nuevas formas de experimentar la vida. Hace tiempo que repito una imagen que me gusta para definirlo: somos como bonsáis a los que, de repente, se les permitiera ser árboles.

A ellas les quedan otros entusiasmos, empezando, por supuesto, con las enormes posibilidades que abren las cuotas para su futuro.

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