OPINIÓN. Pasados presentes. Por Fernando Wulff Alonso
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga24/06/14. Opinión. La lectura de agradecimiento de una niña en la fiesta de fin de curso de un colegio público le sirven a nuestro colaborador Fernando Wulff para arrancar este nuevo artículo con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com en el que se muestra optimista con el ser humano. “(…) estoy feliz pensando en la fuerza de todos nosotros, en la fuerza de ese avance en la condición de ser humano de que hablaba, si en las instituciones públicas que ellos pretenden presidir y a pesar de todos los medios que tienen, empezando por las televisiones públicas que tanto han convertido más que en televisiones públicas en televisiones impúdicas, sigue latiendo el mismo corazón colectivo, la misma palabra hecha carne”, reflexiona.
De la niña que habla desde el escenario
LA niña que habla desde el escenario lee con cuidado las palabras que están escritas en el papel que tiembla en sus manos, mientras todos allí, una niña y un niño que esperan su turno, un grupo de adultos que se sientan en una mesa alargada al fondo, otro que está a su lado cuidándola, la escuchan con especial atención.
LA niña habla de felicidad, de las cosas que ha aprendido y que ni sus padres creían que iba a poder aprender, de cómo en los años que ha pasado en el colegio todos la han cuidado, cómo ha aprendido a hablar, a leer, a escribir, del apoyo de la logopeda, la profesora de educación especial, y, sobre todo, del cariño que ha recibido, de cómo todos sus compañeros la han ayudado durante tanto tiempo.
CUANDO acaba, sonríe.
YO pienso que si alguna vez el mundo sonrió, muy en sus comienzos, debió sonreír como ella ahora, al acabar, y debemos sentirlo así todos los que estamos allí abajo, sentados en sillas en el patio del colegio público de Málaga donde todo esto pasa, porque estalla un enorme aplauso, y cuando miro alrededor me doy cuenta de que no soy el único que tiene los ojos llenos de lágrimas entre la gente y entre los niños de doce años que dentro de un momento subirán al escenario para recibir su diploma. Me acuerdo de un verso de Claudio Rodríguez:
Tal vez sabiendo lo que vale un día, sea mejor que el de hoy acabe pronto.
NO se puede pedir más a un día, es verdad. A veces pasa que todas las cosas adquieren sentido, de repente.
UNA semana antes una vieja amiga me había hablado de su lucha contra el cáncer, y de cómo ni siquiera había esperado poder cumplir los cincuenta años que tiene ahora. Las cosas van mejor, me cuenta, y hay muchas esperanzas de que no vuelva a aparecer. Me habla de la necesidad que siente de devolver lo que le hemos dado –lo dice así, incluyéndome- todo lo gastado en pruebas, operaciones, quimio, revisiones, Me habla también de cómo en los Estados Unidos solo una parte de los seguros, los más caros, los que no están al alcance ni siquiera de las clases medias, se hacen cargo de casos así.
ME habla de su preocupación por la soledad de muchos que han pasado lo que ha pasado ella, a determinadas horas, en particular en las largas madrugadas, y de cómo piensa en hacer algo para darles compañía. Me habla de que escribió una carta para felicitar al equipo que le ha tratado, y de cómo incluyó una nota con su preocupación porque el doctor que había sido crucial en la detección de su enfermedad y que la había cuidado con tanto saber, con tanto respeto y con tanto cariño, había sido puesto en la calle por limitaciones presupuestarias.
PIENSO en las palabras solidaridad, misericordia, caridad, humanidad, compasión y todas me saben a poco. Nos une a las cosas hondas del mundo, esto es, de los otros humanos, y a veces también de los otros seres vivientes, algo que todavía no tiene el nombre perfecto. Pienso que esa palabra que todavía no existe es la que habitó entre nosotros después de hacerse carne, realidad concreta, en todo aquello que hemos hecho para permitirnos todo esto y, en especial, claro, las personas que hay detrás de todo esto. Hablamos de un avance de la humanidad, casi de una manera distinta de entender la condición de ser humano. De la concentración, la corporeización, en instituciones públicas de lo más importante que ha aprendido esta extraña especie que somos.
PIENSO en todo lo que se hace y lo que se dice para desmontarlo. Y en el poder enorme de esas incalificables instituciones que de vez en cuando hasta pretenden ser consideradas “servidores públicos”, las sociedades limitadas de explotación de lo público (SLEP), los llamados partidos políticos, esas organizaciones que no se conforman con lo que ellos mismos deciden cobrarnos por existir, sino que exigen comisiones a las empresas a las que se contrata con nuestro dinero, para seguir engordando su mera existencia parasitaria, sin que además dejen de lucrarse los que participan en el negocio y los que les rodean y los que les mandan. Hablamos de pergeñadores de falsas instituciones públicas, mantenedores de lo inútil, incapaces hasta de dar una simple lista de quienes de entre ellos viven de nosotros, ni siquiera de los que lo hacen gracias a su penosa legalidad, subvencionadores de banqueros, generadores de sistemas ridículos de representación, que se protegen inventándose su condición de aforados frente a sus estafas y abusos, haciendo patéticos los tribunales que debían juzgarles, empozoñando esas instituciones públicas que hacen suyas con sus enchufes, falseamientos y prevaricaciones. Y recuerdo sus prédicas y sus acciones, las que dicen y las que callan, y el desangre de fondos públicos que supone su propia existencia, y cómo con todo ello nos dejan sin médicos, sin maestros, sin protección, sin conocimiento.
Y hoy no me entristezco por ellos y lo que nos hacen, sino que estoy feliz pensando en la fuerza de todos nosotros, en la fuerza de ese avance en la condición de ser humano de que hablaba, si en las instituciones públicas que ellos pretenden presidir y a pesar de todos los medios que tienen, empezando por las televisiones públicas que tanto han convertido más que en televisiones públicas en televisiones impúdicas, sigue latiendo el mismo corazón colectivo, la misma palabra hecha carne.
Y pienso, sobre todo, que de vez en cuando es imprescindible saber lo que puede llegar a valer un día, para seguir soñando en el tiempo del mañana en el que todos los días valgan tanto.El tiempo en que la palabra tenga nombre y habite para siempre entre nosotros.
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