OPINIÓN. Pasados presentes. Por Fernando Wulff Alonso
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga


11/02/15. Opinión. El catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga Fernando Wulff se para en este nuevo artículo en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com en la figura del político británico Winston Churchill, de quien destaca su afinidad con dictadores como el italiano Mussolini. “Es lógico que un personaje así no solo fuera un militar incompetente y un personaje atrabiliario, sino un criminal de guerra: solo uno...

...de sus crímenes, el bombardeo de Hamburgo, rivalizó en muertos con los tan publicitados bombardeos alemanes sobre Londres, eso sí, consiguiendo en poco más de una semana lo que a los nazis les había costado nueve meses”, recuerda Wulff.

50 años de la muerte de un mussoliniano, Winston Churchill

EL 20 de Enero de 1927, Winston Churchill, que se hallaba a la sazón en Roma de visita oficial como Chancellor of the Exchequer –Ministro de Hacienda- del Gobierno Británico, en un discurso apasionado le dijo a Mussolini lo que muchos pensaban:

NO
puedo sino sentirme fascinado, como a tantos otros les ha ocurrido, por el porte amable y sencillo del Signor Mussolini y por su calma, su sereno aplomo a pesar de tantas cargas y peligros. En segundo lugar, cualquiera puede ver que él no pensaba en otra cosa que en el permanente beneficio, como él lo entendía, del pueblo italiano, y que ningún interés menor le concernía lo más mínimo. Si yo hubiera sido italiano estoy seguro de que habría estado de todo corazón con usted desde el comienzo al final en su lucha triunfante contra los apetitos y pasiones del Leninismo. Pero quiero decir unas palabras sobre un aspecto internacional del fascismo. En el ámbito externo, su movimiento ha prestado un servicio al mundo entero. El gran temor que siempre ha afectado a cualquier dirigente democrático o dirigente de la clase obrera ha sido la de verse socavado por alguien más extremo que él. Italia ha demostrado que hay una manera de combatir a las fuerzas subversivas que puede convocar a las masas del pueblo, convenientemente dirigidas, para valorar y desear defender el honor y la estabilidad de la sociedad civilizada. Ella ha proporcionado el antídoto necesario frente al veneno ruso. De aquí en adelante ninguna gran nación estará desprovista del último recurso contra el crecimiento canceroso del bolchevismo.

PARA
entender el verdadero significado de todo esto conviene recordar que para entonces Mussolini había tomado el poder a sangre y fuego y que toda una retahíla de asesinatos, violencias, desprecios de los derechos humanos, torturas, leyes fascistissime, agresiones exteriores y otras desgracias, que no gracias, habían sembrado de sufrimiento Italia. Las masas italianas habían aprendido, efectivamente, un camino nuevo. Churchill admira, santifica y exalta a un asesino. De ser italiano, hubiera sido un camisa negra, nos dice, esto es, hubiera asesinado, hubiera sido un matón más con su uniforme y todo. De hecho, había hecho mucho por potenciar algo parecido, los Negros y Caquis (Blacks and Tans), que arrasaron pueblos enteros en Irlanda.


NADA
tiene de extraño. Al fin y al cabo, no fue otro quien peroraba tres años después ofreciendo una solución comparable en finura e inspiración para el movimiento pacífico de independencia india que dirigía Gandhi:

LA verdad es que el Gandhi-smo y todo lo que representa deberá ser, antes o después,  afrontado y finalmente aplastado. De nada sirve intentar complacer a un tigre con comida de gato… No tenemos intención de arrojar por la ventana esa en verdad brillantísima y preciosa joya en la Corona del Rey, que más que todas nuestras Dependencias y Dominios constituye el poder y la gloria del Imperio Británico. La pérdida de la India señalaría y consumaría la pérdida del Imperio Británico. Ese gran organismo pasaría, de golpe, a desaparecer de la historia. No cabría recuperación de una catástrofe así.

¿QUÉ
hubiera sido de la India y de Gran Bretaña si se le hubiera hecho caso? Sin el aplastamiento que predicaba, ya fue bastante lamentable todo.

AQUELLO que, afortunadamente, no se hizo, rivalizaba en brutalidad con lo que sí se hizo. Churchill tenía experiencia en decisiones catastróficas. En 1915 fue responsable del desembarco y batalla de Gallipoli, en los Dardanelos, que se saldó en más de medio millón de muertos, de los cuales alrededor de la mitad fueron británicos. A 5 litros por muerto, suman dos millones y medio de litros de sangre –dejemos a un lado la minucia comparativa de la de los heridos- lo cual, si no equivoco, produce un total aproximado de 2.500 metros cúbicos de sangre. Una piscina olímpica entera sacrificada por pura arrogancia, megalomanía y desprecio a las vidas ajenas ¿soñaba con hacer largos en ella, puro en ristre?

ES
curioso también que tras la lista de barbaridades que marcan su vida antes de la Guerra sigan otros en la gestión de la misma, con un precio en vidas y sufrimientos humanos que nunca le hizo mella. Los pies de barro del personaje, el peligro que suponía para su propio país, lo dejó claro en su diario personal hasta el Jefe del Estado Mayor Británico, Alan Brooke, que lo calificó ni más ni menos que de peligro público.  Desesperado escribía en su diario el 24 de Mayo de 1943:

EN
un momento dado piensa una cosa y en otro, otra. Unas veces la guerra puede ganarse a base de bombardear y todo ha de sacrificarse para ello. Otras se convierte en esencial  desangrarnos vivos en el Continente porque Rusia está haciendo lo mismo. Otras, el esfuerzo principal debe ser en el Mediterráneo, dirigido contra Italia o, alternativamente, los Balcanes, ¡con deseos más esporádicos de invadir Noruega y “enrollar el mapa en dirección opuesta a la de Hitler”! Pero más a menudo… ¡Quiere llevar adelante TODAS las operaciones simultáneamente, independientemente de las carencias en aprovisionamiento!

ES lógico que un personaje así no solo fuera un militar incompetente y un personaje atrabiliario, sino un criminal de guerra: solo uno de sus crímenes, el bombardeo de Hamburgo, rivalizó en muertos con los tan publicitados bombardeos alemanes sobre Londres, eso sí, consiguiendo en poco más de una semana lo que a los nazis les había costado nueve meses. No era un hombre que no aprendiera de los suyos. Otros, como el de Dresde, fueron ya con Alemania de rodillas, a doce semanas de su rendición.

MIENTRAS hizo aquello para lo que estaba preparado, ser el mascarón de proa de una guerra, decir frases felices, poner gestos y representar determinación, todo fue bien. Por fin tenía una guerra en la que jugar un papel estelar. Fue solo casual que se tratara de una guerra justa. No sorprende que al verla acabarse propusiera un ataque inmediato a las fuerzas soviéticas, otra guerra, esta vez mundial, que, por suerte, no pudo ser.

PARA sorpresa de algunos, que no de otros muchos, los británicos entendieron al personaje. Conviene recordar que llegó al poder en 1940 por un proceso político interno y sin pasar por las urnas. A pesar de tanta propaganda y del rol público y simbólico que había jugado durante la guerra, ahora que entraron los votos en el juego lo echaron del Gobierno en una de las mayores derrotas de la historia del partido conservador y en el mismo año 1945 en que terminó. También en 1929 había contribuido a que los suyos perdieran las elecciones.

SU vuelta unos años después le sirvió para continuar haciendo torpezas, en particular en su especialidad internacionalista. Un abuelo de Obama fue víctima de las torturas en Kenia de un racista de libro, al que no le faltaron allí ni siquiera campos de concentración. Si Mussolini hubiera sido inglés, habría estado de todo corazón con él desde el comienzo al final en su lucha frente a los keniatas y hubiera celebrado la trascendencia y ejemplaridad internacional de sus actos frente al crecimiento canceroso del movimiento anticolonial.

EL aniversario de su muerte no se está conmemorando en la Gran Bretaña con el entusiasmo que predican sus admiradores. La costumbre anglosajona de las memorias no le benefició y nos deja ver cuántos de sus contemporáneos no se dejaron engañar tampoco. Lloyd George, un último ejemplo, lo fulminó con una frase: [Churchill] se haría un tambor con la piel de su madre si pudiera usarlo para entonar sus alabanzas.

Ver el discurso de Churchill en R. R. James (ed.), Winston S. Churchill: His Complete Speeches, 1897–1963, Londres 1974, vol. 4, p. 416; las cita sobre Gandhi y de Lloyd George en Barkey, Nigel, Churchill. The Greatest Briton Unmasked, Newton Abbot, 2008, pp. 55 y 23; las referencias de Alan Brooke en  Alanbrooke, Field Marshal Lord, War Diaries 1939–1945, Londres, 2002, pp. 409-10 y 590 (editados por Danchev, Alex; Todman, Daniel).

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